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domingo, 20 de febrero de 2022

IN MEMORIAN MARIA ROSARIO AYLLÓN VIAÑA

Rosario Ayllón & Catalina Salazar 

Una partida más que me quiebra y atraviesa, en este tiempo donde las despedidas se han transformado en sentimientos unipersonales, porque juntarnos para sostenernos unas(os) a otras(os) en el dolor compartido se ha transformado en riesgo de acelerar nuestros pasos al infinito, acrecentando el ritmo de trascender al galope y la amenaza que nadie quede para cantar nuestra canción y contar nuestra historia.

Hoy ha dejado esta dimensión María Rosario Ayllón Viaña mi maestra, mentora en el arte de la sistematización, colega en el Trabajo Social, compañera en el andar de rutas voluntarias, amiga en el compartir de nuestros monólogos haciendo práctica, la escucha atenta y reconociéndonos semejantes en nuestros viajes al interior.

Rosario Ayllón, vivió retándole y sonriéndole a la vida, con fina ironía del tiempo joven, creyendo y abonando a ella en la plenitud, dando testimonio de como la fe mueve montañas en este tiempo exigente. Hoy que ha partido al infinito, irá a reunirse con ese Dios cuyos pasos y mandamientos imitó y la sostuvo, con los seres de luz que la antecedieron y sin duda prepara nuestro acogimiento, cuando sea nuestro tiempo.

Conocí a María Rosario Ayllón Viaña en un verano como este (1981), cuando ingresé a la Faculta de Trabajo Social (FTS) de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), era una de mis profesoras, la más joven, temida y exigente, por su modo irónico para mostrarnos nuestras discapacidades en metodología de intervención del Trabajo Social (TS).  

Durante las asesorías a los trabajos académicos, fui entendiendo que su labor era prepararnos para la dimensión menos desarrollada de la profesión como sucede con la sistematización. Su preocupación era evitar que la intervención profesional fueran pasos que vayan de 0 a 1, cuando se podía avanzar con método, procedimiento, estrategia y resultados a 2ª, 3ª y más etapas, haciendo que la labor en la implementación de programas y políticas sociales no sólo fuera eficiente y eficaz, sino trascendiera la labor asistencial para situarse en la prevención, promoción y formación que asegure calidad de vida para todas(os).

Cuando dejé la Facultad de TS (1985), también dejé de tener contacto presencial con mi maestra, sin embargo, aquello que aprendí de ella, fue una de las fortalezas para mi trabajo de intervención primero como prácticas profesionales (pulpina de los ochenta) y luego como profesional del Trabajo Social. Allí descubrí por necesidad y autoexigencias de mi labor que la sistematización no sólo era para compartir la experiencia con otro, sino principalmente, para revisar el proceso de intervención, reafirmarlo, ajustarlo o modificarlo capitalizando el sistema de monitoreo y evaluación, hacia el análisis y reflexión.

Durante la sustentación de mi tesis de licenciatura, Rosario Ayllón fue una de las juradas que me acogió como colega, felicitándome por haber desarrollado una metodología de trabajo que facilita la sistematización, como es la producción de registros sistemáticos a lo largo del proceso. Al mismo tiempo que se interesó por mi modo de implementar un sistema de monitoreo y evaluación aplicable de mis planes de intervención.

Durante los noventa, conversamos al respecto y pasamos del terreno teórico académico al práctico compartiendo borradores de trabajos donde las opiniones, iban y venían. Al punto que solíamos reírnos cuando ya no hallábamos distinción entre uno y otro trabajo, en lo metodológico, las interrogantes, exigencias y nuevas pistas de trabajo. Así es como fui asumiendo encargos de sistematización solicitados a ella que por la docencia a tiempo completo la desbordaba.

Siempre que nos encontrábamos en el campus de la PUCP quedábamos en que el siguiente año realizaríamos un proyecto conjunto que mostrara nuestro andar compartido. Fue gracias a ella, que el 2009 incursioné en la formación continua de profesionales, mediante los cursos de educación online en la PUCP.

Toda una aventura para mí, en tanto para ella era un terreno altamente explorado, reconocido, valorado y premiado.  Eran tiempos, donde incursionar en la enseñanza virtual estaba en pañales al punto que el Primer Congreso Internacional Expo Learning se produjo en setiembre del 2010, donde por supuesto Rosario Ayllón fue una de las distinguidas con honores.

Rosario Ayllón, setiembre 2010

Esa experiencia nos permitió analizar las exigencias y retos de docentes durante la pandemia, que carecieron de la preparación y asistencia de un equipo especializado que nosotras tuvimos y que un curso virtual no es una clase presencial mediatizada, si es difícil el proceso de aprendizaje presencial de exposición y escucha convencional (cátedra), vía virtual se hacía cuasi imposible, nos propusimos escribir al respecto, que se sumó a los pendientes. 

Trabajar juntas virtual y presencialmente, viviendo tiempos mayores a un encuentro nos llevó a trascender de Rosario y Catalina a Charo y Caty, pasamos de ser maestra y pupila, colega, compañera a amiga y confidente. A partir de entonces mi ruta del Tontódromo usualmente concentrada hacia Sociales, también incluyó Humanidades. Bastaba llamarnos para hacer un alto en la recargada labor, mas suya que mía, para entre café o mate, ir desgranando nuestro ser, hacer, sentir y soñar. Renergetizadas con el intercambio retornar al hacer hasta nuevo encuentro.

Así nos descubrimos en nuestras manías, voluntariados e inquietudes, apoyándonos y animándonos una en la otra. Ahora que se ha ido, pienso en cuanta falta  de su hacer y motivación se sentirá en los espacios que solía dinamizar y/o animar, como la parroquia San Miguel Arcángel, en las iniciativas de neurociencias, neuro didáctica, el manifiesto de la proporcionalidad, la animación sociocultural, la búsqueda de certificación de etapas de la intervención profesional como la evaluación, por anotar algunas.  

Si bien la cuarentena de la pandemia mediatizó todo, nos halló a ambas interconectadas, retomando nuestra vieja práctica en línea, sacudiendo nuestras inmovilidades por turnos -unas veces a ella y otras a mí-. Charo, es una de las personas con quien más intercambio he mantenido en este tiempo, una vez más apoyándonos mutuamente y conociéndonos aun más en nuestra condición humana.

A pesar de su estado frágil tenía la fortaleza para animarme, sosteniéndome en tiempos de pérdidas, incertidumbre y agotamiento. Y sostenerla cuando me lo permitía. Suelo decir que en mi andar tengo la ventura de encontrarme con seres de luz, Charo fue uno de ellos, con la peculiaridad de animar energías, esperanza y fe. Cuando menos me imaginaba me llamaba para una buena nueva y sonreír.

Su partida me inmoviliza, pese a saber de su largo padecimiento, lucha y fortaleza, pese a que más de una vez hablamos que sucedería y su preparación espiritual para trascender, me cuesta tener la certeza de no volver a escuchar su voz, sonrisa, leer su mensaje en el momento que más la necesitaba, para decirme: “Caty estamos sintonizadas”. Por esa sintonía en vida, hoy proceso mi dolor, despidiendo al ser humano que conocí, comprendí, viví y admiré por más de cuatro décadas.

Charo querida, te prometo que continuaré en nuestro hacer compartido y central para ti, como es contribuir al aprendizaje y ejercicio de la sistematización de la intervención cotidiana de las(os) Trabajadores Sociales y profesionales que comparten con su hacer los retos de cambiar las inadecuadas condiciones sociales para la mayoría poblacional, que permita el análisis y potencie su propio actuar, hasta ser referente de otras intervenciones, investigaciones y estudios.   

Trabajo Social es una de las especialidades de las Ciencias Sociales, que más profesionales aglutina en el país, interviniendo en áreas sensibles que impiden/ facilitan la calidad de vida de la mayoría y  el desarrollo del país, sin embargo su concentración en la asistencia, solución de necesidades y problemas, reducción del impacto de las contingencias, hace que sea mínimo su aporte  escrito en  lo socio-político y cultural, al conocimiento de las buenas prácticas así como a los desaciertos y al mundo académico, porque su labor de intervención le deja poco o ningún espacio para sistematizar su experiencia de intervención profesional, haciendo uso de la metodología de investigación cualitativa y los estudios de caso que nació con la profesión, mucho antes de ser reinvindicado como vía de conocimiento y reconocimiento del hacer de las mujeres. A ello se suma, los diversos enfoques que se atribuyen a la sistematización, cuando el núcleo del mismo es la reconstrucción, análisis y reflexión de la experiencia realizada.  

Charo de mi buen vivir y con fe, ve a ese lugar, en nombre del cual asististe a tu prójimo, aliviaste al desvalido y retornaste esperanzas al desesperado. Al igual que no descansaste en hacer del Trabajo Social una profesión que mientras actúa, reflexiona y contribuye al conocimiento.

Charo, Cada ser humano viene a este tiempo y dimensión con una misión. El tuyo fue hacer de este mundo un lugar más incluyente, amigable, esperanzador,  solidario y haciéndose cargo con responsabilidad  como desprendimiento.

Fue bueno hallarnos, reencontrarnos, reconocernos y amarnos como sólo los seres que siendo diferentes se sienten y viven como semejantes, más allá de las convenciones, roles, posiciones y posesiones, ve a la luz querida amiga.  

Descansa en paz Charo de mi Alma.

jueves, 8 de julio de 2021

IN MEMORIAM VIOLETA SARA-LAFOSSE VALDERRAMA

En el día del maestro del 2020, como homenaje a maestros, maestras y mi propia práctica, escribí diez de sus lecciones en mi muro del Facebook. 
Hoy que ha partido al infinito, intentaré contextualizarlas en homenaje a la gran mujer feminista, profesional, maestra, madre, esposa, colega y mujer con poder entre dos siglos, a quien tuve el privilegio de conocer, ser su estudiante, aproximarse a su ser y hacer, sin llegar ser confidente, sólo una entusiasta seguidora. Mi maestra, a quien admiré desde sus primeras lecciones y permanecí admirando en su hibernación, al mostrarme hasta sus últimos días que una familia es aquella donde te dan alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarte, retroalimentando el amor aprehendido, renovado y afirmado.

Familias sí, pero no todas son claves ni necesarias

Conocí a Violeta mi maestra en 1981, un verano que se despedía y asomaba el otoño, en un campus universitario con escasos edificios, mucho verdor y árboles por donde el viento corría sin contención ni discreción. De día era hermoso y cálido lleno de verdor, amapolas, geranios, margaritas. Con mucho espacio para el descanso, la lectura, el trabajo de grupo al aire libre, sólo interrumpido por los obsequios de las aves en vuelo, el furtivo paso de las ardillas o la mirada inquieta y fija de venados. Al atardecer el frío abrazaba con fuerza.

Cuando Violeta ingresó por primera vez al aula de clase, tenía cabello negro, corto tipo afro (muy próximo al mío), porte seguro, voz dulce y tono suave, una sonrisa afable y elegancia en sus gestos como ademanes durante su discurso. Vestía una falda azul, una blusa blanca y una chompa que le hacía juego, la traía puesta a modo de capa, la cual se quitó para desarrollar el sílabo del curso de Sociología de La Familia.

En su contenido, aprenderíamos la importancia de la familia en la formación de la conducta, moral, valores y práctica de los seres humanos para ser felices, vivir en sociedad o rechazar a la misma. Desmitificó la familia nuclear, heterosexual y estándar como era nuestro imaginario cultural citadino, mostrándonos el producto de estudios confiables que en ese entonces graficaba la presencia de tres tipos: despótica, autoritaria y compañera, cuya estructura impactaba de diferente modo en cada uno de sus integrantes y la sociedad, al respecto ella nos invitaba a apostar por la familia compañera.

Nos habló del papel de la mujer y el hombre en la estructura de poder y dinámica familiar como pareja, en su rol de madre y padre, reproductora socio-cultural y reproductor de la fuerza de trabajo, sea como ama de casa o proveedor. Con ella aprendimos unas más, otras menos y quizás muchas nada sobre patriarcado, machismo, sometimiento, discriminación, pobreza. El valor del trabajo doméstico e invisible.  Cómo se sublima el papel del padre, cuando este es ausente física o simbólicamente, de modo que contradictoriamente algunas madres solteras o jefas de familia, crean las bases para que sus hijos(as) fueran tan o más machistas y patriarcales que su padre ausente, pese a no haber contado con su modelo mientras se hacía hombre o mujer.

Según Violeta, la familia era clave para el desarrollo de una sociedad, pero no cualquiera sino aquella del tipo compañera donde los roles fueran compartidos, complementarios redistribuidos y valorados por todas(os) sus integrantes según su composición: nuclear, extendida, agregada. De modo que los socializadores secundarios como la escuela, iglesia, el mercado, la plaza, el club y el partido político cumplieran su rol de convivencia social en diferencia, respeto, seguridad y protección. Decía sin titubeos:

“Si la familia no cumple su rol de proveer entre sus miembros amor, respeto, protección, refugio, identidad, amor propio y cuidado del otro; poco o nada pueden hacer las instituciones de segunda socialización como la escuela.”

Siendo así, los tipos de familia despótica y autoritaria eran un problema tanto para sus integrantes como para la sociedad. En ambos casos la mujer madre e hijas eran sometidas, subordinadas y devaluadas. Llegando en el extremo a ser abusadas, violentadas y violadas, ante ello recomendaba: “Sin duda la familia es lo más importante de la sociedad, pero cuando a nombre de ella se atropella y viola derechos, hay que alejarse y protegerse, porque es tóxica.”

Para vivir con dignidad, no se requiere de suntuosidad

Habíamos ingresado por examen directo especializado y no por Estudios Generales a la Facultad de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en mi caso no porque la hubiera elegido al Trabajo Social (TS) como carrera profesional, sino porque ella me había elegido a mí. Desde hacía un quinquenio era Contadora Comercial por calificación y desempeño laboral, porque terminando la primaria, elegí la secundaria comercial, puesto que ni en sueños podría solventar una carrera universitaria.

Trabajar desde antes de egresar de la secundaria (1976) me había permitido, ahorrar para realizar una especialización en contabilidad, aun cuando descubrí que no estaba hecha para sentarme ante un escritorio a seleccionar comprobantes de pago, elaborar libros contables, archivos y más mientras miraba a mis jefes frustrados que quisieron tener otra carrera y las secretarias deseando que los jefes no existieran.

El TS como carrera me eligió a  mí, porque antes de pensar en él, me dedicaba al trabajo voluntario de asistencia social desde la Parroquia de San Pablo en Canto Chico con las hermanas de la Congregación de Asistentes Sociales, que tenían un programa de rehabilitación con presos del Penal de Lurigancho.  Realizaba la visita e informe social a las familias de los mismos, debido a que las religiosas extranjeras no lograban identificar con precisión los elementos detrás de los casos sociales, por la gran habilidad limeña para la práctica cultural de “pepe el vivo”, que yo solía identificar con cierta facilidad, al  ser peruana, mi trabajo barrial y  parte del sector popular.

Habíamos ingresado 40, en algunos cursos como matemáticas se duplicaba, con quienes estaba por bica o trica y con un pie fuera de la universidad. Así que pese a ser una facultad pequeña en contraste con derecho, era mayor que sociología, antropología, economía o psicología individuamente. A momentos se expandía y en otros se contraía a medida que avanzábamos en ciclos al punto que sólo 5 de 40 egresamos al quinto año, sumando a muchas de promociones previas.

El primer año fue memorable, en tanto nos juntó a todas las sangres: orígenes, clases, culturas, motivaciones e historias, siendo notable los segmentos que se fueron agrupando “selectiva y naturalmente”, formando a momentos grupos inexpugnables con muros invisibles.

En términos de mi amiga Luz, quienes tenían clase y le chorreaba la plata”, sólo se dedicaba a estudiar, porque le costaba nueve veces más de las que estábamos en la primera escala de pago. También estaban las de clase medieras y arribistas con diversas conductas y poses. Un caso notable era una joven cuyo nombre en verdad no recuerdo y la perdí en el tercer ciclo, era pequeña de estatura, pero gigante en ego, se sentaba en primera fila y nos barría con la mirada a cada una que entraba al aula sin exceptuar a los/as profesores. Recuerdo a otra, con pose de modelo de una revista de los cincuenta, que durante el primer semestre no usó la misma ropa dos veces, más adelante supe que tenía la misma talla que su hermana y madre, estrenando el guardarropa de las tres para recubrir su inseguridad. En el otro extremo estábamos las que por uniforme teníamos un jeans, zapatillas, blusa o polo.

Mi experiencia tanto laboral como de edad intermedia entre Mariza que tenía 15 y Luz que me llevaba algunos años, me colocaba en una posición que nunca me intimidó como a algunas compañeras, porque había conocido y compartido espacio con todo tipo personas y prácticas de poder inimaginados.
Un día cerrando la clase con Violeta donde se había producido mayor confianza, tratamos temas de discriminación y segmentación entre mujeres. Preguntándole a propósito de nuestra convivencia ¿Por qué a algunas mujeres nos costaba tanto ser, accesible, disponible, compañera y unidad?  Tantos sub grupos como culturas en una promoción pequeña en una facultad que preparaba profesionales para trabajar con los sectores más vulnerables nos preocupaba.

Ella nos miró y dijo: “Las conductas humanas son complejas, responden a muchas motivaciones y factores a los que estamos expuestas, desde el tipo de familia, como hemos visto en clase y el sexo, pasando por los socializadores secundarios como la escuela, la iglesia, el club. También está la identidad, psicología, privilegios y cultura que se adopte. Pero la ostentación o concentración de la atención en la superficialidad de la persona como el atuendo, posesión o posición revela inseguridad personal, social y miedo a perder poder de quien lo hace.  Para quien se incomode por ello otro tanto, sumado a la autopercepción de minusvalía. Son los que no sobreviven al rigor académico. Cuando enfrenten una situación de este tipo, sólo recuerden que lo más importante en la persona es la dignidad. Y para vivir en dignidad no se requiere de suntuosidad”.

Rigurosidad, consistencia y coherencia

Una década y media después (1995), volví a disfrutar de las clases de Violeta durante el Diploma de Estudios de Género PUCP. Una de las líneas asociados con mi interés fue él desarrollo del papel doméstico privado de las mujeres, extendido al espacio público como parte de la sobrevivencia familiar y el movimiento popular.

Durante el paréntesis de nuestro reencuentro académico, yo había transitado de mis prácticas de asistencia al trabajo de la promoción social, desarrollo urbano  e investigación. A momentos muy cerca y otros muy lejos de mis intenciones de cambiar el mundo sin morir en el intento, porque ya había descubierto que la revolución no estaba a la vuelta de la esquina como me creía en los setenta o en la reconceptualización del TS.

Por cuanto mi trabajo para su curso se desarrolló alrededor de la organización/ desorganización de mujeres en torno a la sobrevivencia que había acompañado entre 1984 y 1995. Ella tenía hasta ese momento una mirada entusiasta de los comedores populares a los que conceptualmente definía como cocina familiar colectiva, producto del estudio que había realizado sobre los mismos antes de los noventa, en un tiempo donde eran estrategias de sobrevivencia dependiendo principalmente de la organización y labor de las mujeres populares apoyado o subvencionados puntualmente por instituciones principalmente privadas, por cuanto pesaba el nivel de organización y participación de sus socias.

Yo tenía una lectura distinta, debido al proceso experimentado por las organizaciones de mujeres a partir de 1990. Si bien estaba de acuerdo con ella respecto a las características entre 1979-89, su transformación en programa social desde el fujimorismo, las había trastocado como base social  del oficialismo a la mayoría, alejándolas de sus dinámicas originarias, diversificándola hasta cuasi transformarlas en un restaurant popular subvencionado por el Estado.  

Es cuando Violeta me dijo: "Sí afirmas algo que sea con sustento, si no, deja espacio para la duda o pregunta”. Refiriéndose a la necesidad de contar con data que sostenga alguna de mis afirmaciones. Yo poseía información primaria desde 1984 a 1995 a nivel de varios distritos del cono norte de Lima, de agosto 1990 a diciembre 1991 a nivel metropolitano y a nivel de Ilo Moquegua 1993 -95. En base a ello y el contraste con otros estudios aprendí a hablar de tendencias, probabilidades y supuestos a partir de algunos casos, puesto que no respondían a muestra alguna. Las certezas, afirmaciones y aseveraciones,  debían derivar de un estudio representativo, que es más numeroso cuanto más grande es el universo, por eso no creo en las encuestas de opinión, estadísticamente no son representativas ni confiables. 

Entendí en este proceso, que la preocupación de Violeta era la rigurosidad metodológica en sociología, pero su interés mayor era la consistencia de nuestras afirmaciones, por las responsabilidades que lleva tener el privilegio de leer de los hechos o eventos sociales, más allá del pensamiento común. Solía decirme que si no podemos sustentar nuestras afirmaciones con el debido hecho fáctico éramos inconsistentes como irresponsables académicamente, colocándonos al filo o centro de la incoherencia, que en la práctica de vida podría fácilmente perdernos:

“El objetivo es la coherencia entre pensamiento, palabra y acción, lo que no es fácil. Cada día cuesta más en un mundo mercantilista, por eso hay que intentar una y otra vez.”

Feminismo como práctica de vida

Más adelante, solía tener reuniones de trabajo académico de género y feminismo con Violeta, que matizábamos con temas de nuestra practica de vida, porque no es posible hablar de género sin mirar nuestra experiencia en primera persona y de la cotidianeidad que nos sorprendía, como el asomarse de Max para preguntarle con amor de enamorado continuo “Viole almorzamos juntos”. Así es como me asomé a su experiencia de vida.

Solía contarme cómo y por qué se hizo especialista en sociología de la familia, argumentando que a diferencia de otras mujeres ella tuvo el privilegio de un posgrado en la Universidad Católica de Lovaina por un encargo colectivo y compromiso social de su práctica de fe, en ese tiempo se halló en el centro del proceso de revisión de percepción de la sociología, familia, el papel de la mujer, el poder y el feminismo de Europa y Estados Unidos.

Argumentaba que, a diferencia de otras militantes feministas, ella no se vio enfrentada a la necesidad de romper con un patriarcado ni su religión sino modificarlo viviendo y construyendo otro modo de relación en pareja, maternidad, paternidad y académico.  Vivir su fe, vocación, voluntad, pensamiento y proyecto de vida de un modo diferente coherente con su ser feminista, en el sentido de respeto y ejercicio de derechos.  Al punto que pese a estar casada por las leyes y la religión, nunca se registró ni fue necesario titulase de Violeta Sara-Lafosse Valderrama de Vega-Centeno, rompiendo con los símbolos del patriarcado y la tradición, porque no era necesario como poco práctico: “Como vez todos me llaman Violeta Sara-Lafosse y omiten el apellido de mi madre cuando para mí ser feminista significa mucho, porque soy su continuum con mi propio ser”.

Solía decir que ella y Max tuvieron mucha suerte, porque empezaron su vida y familia emparejados, siendo iguales en lo social, económico, cultural y religión. Compartiendo el mismo proyecto de vida, amor y compromiso social. “Sonreía cuando me narraba, “Vivíamos compartiendo y extendiendo una beca de estudiantes en un piso modesto, esforzándonos por hacer bien el trabajo de cada quien y disfrutando la mutua compañía en un país nuevo, tenernos uno al otro fue un valor agregado, creo que fue una bendición”.

Decía que ninguna relación de pareja es lineal, fácil ni a un solo ritmo, tenía altas y bajas, donde lo central es sincerar el punto de partida y establecer de común acuerdo el punto de llegada, cómo se haría era un misterio, pero el acuerdo compartido era el diálogo, sereno, respetuoso y oportuno, jamás el silencio.

Ella había aprendido que en el proceso ambos debían aceptar con sinceridad percepciones, sentimientos, emociones, proyectos de sí y respecto al otro como era y no como cada quien deseara. Una pareja no es tu enemigo ni competencia, sino tu compañero la persona que amas, admiras y respetas. Quien, a su vez, te ama, admira y respeta. “Sin los tres ingredientes de amor, respeto y admiración es compartido, de uno respecto al otro, es muy difícil subir la cuesta de la pareja, transitar por la familia y formar hijos. La relación de igualdad no se conquista, se construye entre dos, con renuncias compartidas y apuestas sostenidas rotativamente como en los comedores.”

Cuando le preguntaba a cerca de su feminismo, respondía: “Sin duda no fui parte del movimiento feminista de los sesenta en Perú porque estaba viviendo otra cosa, tampoco me hice ni quise ser parte del movimiento feminista de los setenta ni ochenta, porque de lejos aparecía sospechosa. Mientras todas las feministas se habían divorciado, ponían en cuestión la maternidad, familia y exploraban su sexualidad. Yo no sólo me había casado, permanecía unida al mismo hombre, había optado y construido familia con hijos de los cuales nos ocupamos ambos y me había especializado en sociología de la familia, mientras Max era economista. Fácilmente podía ser acusada de traidora al movimiento y sostenedora del patriarcado”.

Le pregunté más de una vez cómo había hecho para criar a dos hijos, porque yo con una, en la universidad, el trabajo y siendo aun hija, sentía que lo hacía a medias y a momentos me perdía en mi laberinto. Ella sonreía, respondiéndome: “No te apures, lo haces bien porque te interrogas al respecto y no te consuelas con que creerte que eres la mejor madre. Cuando con Max decidimos tener hijos fue planificado y mutuo acuerdo, recuerda que ya existía la píldora.  En ese tiempo, ambos bajamos a la mitad nuestra dedicación laboral y proyectos profesionales. Acordamos que compartiríamos paternidad y maternidad por turnos a cincuenta por ciento cada uno y así lo hicimos, si yo trabajaba en la mañana él era en la tarde, los primeros años de nuestros hijos. No fue fácil pero sí hermoso y gratificante.”

Yo le decía, sabes Violeta les funcionó bien, tú eres buena en lo tuyo y Max otro tanto, tienen autoridad y poder en la comunidad universitaria sin haber sacrificado tu maternidad y paternidad, ambos son felices siguen juntos y amándose. Tienen hijos buenos, conozco más a uno que al otro y su esposa, es una nuera linda y tu nieta la continuidad de ese amor. 

Ella me miraba y apretaba la mano mientras decía. “Sabes Catalina, para Max ni yo fue fácil, veníamos de una familia conservadora con roles tradicionalmente adjudicados a mujeres y hombres, pero nos aventuramos en hacer posible la utopía de una familia compañera. Día a día, sin detenernos con nuestros aciertos errores y aprendizajes”.

Durante nuestros últimos encuentros, hablábamos sobre el feminismo, yo le preguntaba por las diversas formas de ser percibida, expresarse y sentirse feminista, así como por las percepciones de “las feministas” respecto a las “no feminista” ¿Qué es ser feminista?

Ella sentenciaba, “Más allá de los distintivos y autodenominaciones que seguirá produciéndose a medida que el tiempo pase, las generaciones que se apropien del conocimiento, pensamiento crítico, cuestionaran aquello que las incomoda y decidan cambiarlo ellas, es cuando se harán feministas. No por un título, ni porque las otras y otros las reconozcan o desconozcan.  Catalina, ser feminista no es una pose sino opción de vida que te incomoda, incomoda a otros y te saca de tu confort”.

Para Violeta el feminismo como movimiento no era título ni propiedad de nadie, tampoco estático, sino algo vivo que está en permanente resignificación, un proyecto inacabado, donde cada rebeldía de las mujeres por apropiarse de su vida, construir su destino y ejercer sus derechos, trascendía al empoderamiento para ser un modo de vida real como ser humano, en  igualdad de derechos propios y ajenos, donde las agendas podían cambiar en cada tiempo, pero lo que no cambiaría era la incomodidad sentida por las mujeres viviendo una situación u ocupando una posición que las haría feministas. El acento con otra tendencia eran interconexiones privilegiadas o enlazadas con sus luchas, lo central era   defender, ejercer sus derechos  y vivir ese derecho en relación coherente con otras(os).

Sexualidad, sexo y reproducción

En más de una clase y exposición, Violeta solía decir que la mayor revolución del siglo XX en la vida de las mujeres y la sociedad, fue la creación de la píldora. Permitiéndole a la mujer decidir si quería o no tener hijos(as), el número y espacio entre uno(a) y otro(a).  Afirmaba “El sexo es la dimensión más maravillosa del ser humano que le recuerda, que él y ella está al control de sus pulsiones; no necesita estar en celo como los animales para desear y realizarlo, te hace responsable de decidir y espaciar la reproducción.” Siempre que recuerdo el tratamiento de los temas de sexualidad, sexo y reproducción, en manos de Violeta, evoco la fluidez, claridad, sencillez y profundidad del mismo.

Hablar de la sexualidad de las mujeres y hombres, no sueles ser un tema usual, salvo que se produzca en un contexto reproductivo, académico, médico o pornográfico y de violencia contra la mujer. En cualquiera de los campos suele estar teñido de mitos, medias verdades, medias palabras y clichés.

Con Violeta en cambio, estaba lleno de información, formación y simbolismo que transformaba lo grotesco en conocimiento sabio. Solía decir, “La conquista del poder a través de la guerra entre hombres, fue trasladado a la relación entre hombres y mujeres, impregnado al sexo de significados y significantes de batalla entre enemigos y conquista del más fuerte. Creándose prohibiciones para las mujeres y licencias para los hombres que asegure el triunfo de los segundos”.

Afirmaba que lo más grotesco y lejos de la verdad era la alusión de la posesión sexual de un hombre respecto a una mujer con quien no tenía vínculo afectivo solo sexual, expresando que se la “comerían”, cuando en realidad el coito literalmente era de una práctica totalmente inversa.

Decía que de tanto atribuir, ansiedad, egoísmo, poder y posesión al sexo, había distorsionado un acto de dos en la búsqueda o persecución de uno(a), así como manipulación y desencanto del otro(a). Dejando de lado la condición de intercambio mutuo con calidez, placer, goce y entrega. Independiente de que se trate sólo de sexo o sexo con amor. Sostenía que el respeto entre dos personas que deciden tener sexo involucra expresión clara de libre consentimiento y responsabilidad, donde el intercambio permita acoger y ser acogido plena y gratificantemente. 

Yo solía decirle que me gustaba el amor entre ella y Max, donde el tiempo había mantenido la magia, extendiéndose a sus dos hijos, nuera y nieta. Que su historia de vida, generaba esperanza para construir una familia donde sus integrantes crezcan en dignidad, condición humana, social y políticamente correctos(as) en el sentido de estar al servicio de otros(as), asumiendo que se tiene capacidades para hacerlo y no hacerse servir por otros(as).

Ella solía anotar, “El amor nos hace dignos y libres como el pensamiento y la fe, un amor incomprendido y cautivo nos hace esclavas(os).”

Maestría en la docencia de vida

Solía comentarle, que una cosa era hablar de la familia en sentido figurado, aun cuando los datos se sostuvieran en estudios confiables y otra mostrar que era posible, como en su caso el éxito y sostenibilidad de la familia compañera. Que era tiempo de escribir sus memorias en primera persona. Ella me miraba, sonreía y decía: “Mira Catalina, no lo he pensado hasta este momento que lo mencionas, porque siempre he creído que nuestro aporte es de conocimiento social”.

Yo argumentaba que el valor de la memoria personal, donde una mujer académica formada en los sesenta, se hizo feminista desde la práctica, pensamiento y el día a día, sin renunciar a una apuesta y puesta en escena una familia donde sus integrantes fueran fuente y destino de amor, seguridad emocional, respeto, soporte, apoyo y estímulo hacia los proyectos de vida concebidos. Con capacidad para compartir y partir el amor en mil pedazos sin que nadie se quejara de tener una menor porción que otro(a) o sentir que se había dado de más. 

Ella se quedaba en silencio pensando, yo aprovechaba para insistir sociológicamente y desde los estudios de género. Violeta, la historia de vida, es una vertiente de rescate de la historia no escrita de las mujeres, tu historia por ser singular requería ser contada. Ella respondía: “Lo pensaré Catalina, ten la seguridad que, si decido hacerlo, será con tu apoyo, exploraremos esa nueva línea metodológica.”

Cerrábamos nuestras conversas, recordándole que se trataba de escribir para las mujeres y hombres del futuro que aprenden de registros, con oportunidad para conocer la validez de las teorías de género desde la práctica, como toda buena maestra sabe.

Violeta Sara-Lafosse Valderrama, mi maestra que demostró en vida la coherencia entre su curso y discurso de mujer, feminista, madre, esposa y que fue parte de una familia compañera. Se jubiló, aun así, siguió dictando cátedra ad honorem porque ser maestra es lo que amaba tanto como a Max, sus hijos, nuera, nietos y Cecilia su cuñada, porque estaba convencida que:

“Cualquiera puede enseñar, porque todas y todos sabemos algo que otros no, sólo nos hacemos maestras y maestros, cuando ayudamos a develar la capacidad crítica y el pensamiento analítico de cada estudiante, para que se explique y responda a sus propias interrogantes, y nos asombre con su ingenio, aprendiendo nosotras(os) con ellas(os).”

Violeta sé que muchos(as) escribirán más de un artículo sobre tu saber y hacer, como distinciones tuviste en vida por tu ser. Yo he querido en este momento de tu despedida ausente, escribir aquello que compartimos en un tiempo donde tuve el privilegio de ser tu aprendiz, tu oyente e interlocutora, mientras decidías que hacer con tus recuerdos hasta cuando tu memoria prefirió guardarse.

Ya eres parte del infinito de este tiempo y dimensión como aquel donde hoy estás. Ve en paz hacia el amor del Dios en quien creías, honrabas y cuyas enseñanzas practicaste amando a tu prójima(o) como a ti misma.

domingo, 11 de mayo de 2014

LOS ROSTROS DE LA MATERNIDAD

Es un viernes nueve de otoño,   dos de la tarde, en dirección  a mi última sesión del “Taller de Enfoques y Estrategias para la Investigación Académica”, cuando el vehículo bordeaba  la Plaza  la Bandera  y toma la avenida Sucre,  de pronto veo casi sin mirar una escena desgarradora.
P
Un niño de probables siete años de edad tiraba de una maleta con ruedas más grade que él -como aquella de mano que usamos para viajar en aviones-, una mujer que parecía ser su madre,   caminaba paralelo a él  como a un metros de distancia, de pronto  se acercó,  le tiró de las orejas y le  dio una bofetada  ubicándose nuevamente a la distancia inicial entre los segundos que va del golpe  a que el niño rompió en llanto desconsolado.
A su lado aquella maleta pareció crecer, su brazo cedió por el dolor o quizás   la impotencia. Mientras aquella mujer  recriminaba a gritos al niño que seguro no escucho entre su llanto y el ruido del tránsito.

La escena quedó suspendida en  mi recuerdo, la imagen de aquella mujer desgreñada, con su cuerpo contraído por la ira.

Me preguntaba: ¿Qué habría transformado a esa mujer en el rostro de madre castigadora? 
Imaginé que habría ido a la celebración del Día de las Madres en el colegio del  niño, donde por extraña ironía,  habría recibido una amonestación en el colegio o una queja por la conducta del niño. O quizás se habría frustrado porque su hijo no destacó en la actuación, y hasta  pueda ser, que no se sacó la ansiada canasta de víveres que todas las madres esperan obtener. Quién sabe, si como todo niño inquieto, aquel cometió alguna inconducta censurada por ella que desde su perspectiva requería de su autoridad  sancionadora y control que linda en el abuso.

Recordé   aquel ensayo a fines de los noventa, donde intenté rastrear los orígenes de la violencia juvenil, en  el abuso infantil por sus progenitores y los socializadores secundarios. Willy Rochabrún en aquel entonces hizo trizas a mis hipótesis, asomándome a la Teoría de la Resiliencia1.

Ahora que lo pienso ante los sucesos, me digo que si la resiliencia puede ser una esperanza para una proporción de niñas(os) maltratados, que no se transforman en abusadores  o abusados(as) del futuro2Deja de ser la vía  para  quienes mantendrán tal condición hasta  tornarse en tan o más violentos que su padre o madre. En estas disquisiciones llegué a mi destino y tuve una larga jornada que hizo dejar atrás mis reflexiones de la maternidad y abuso infantil.


Al cerrar la noche, tras una larga jornada y boemia en compañía de Cynthia Tellez, me dirigí a casa. Mientras esperaba mi transporte, me hallé ante  un segundo  evento que nuevamente me conmovió. Una hermosa niña de aproximadamente siete años,  venía brincando al compás de del ritmo de sus pasos, de pronto tropezó y cayó, mi susto se desvaneció cuando ella se levantó riéndose. Su madre angustiada soltó la mochila de la niña y su bolso que traía a cuestas, la revisó con rapidez  por si se había hecho daño, luego la besó y acarició, mientras la niña seguía riendo y celebrando. Cuando la  madre se aseguró que no fue más que un susto,  ambas me sonrieron por ser silenciosa espectadora de los hechos, recogió la mochila, su bolso y  la mano de su hija, retomando su camino. 

Cuando se perdieron en la noche, me dije que todas las cosas que nos suceden tiene un sentido si destinamos el  tiempo para detenernos en ello. Recordé el evento anterior de aquel niño llorando desconsoladamente por el abuso de la madre, en contraste con la risa de una niña  golpeada por la vida, animada  y amada   por la madre, así es como me di de bruces con las distintos rostros de la maternidad.

Allí es donde mi pensamiento se concentró en los matices del ejercicio de la maternidad de lo que somos testigos(as) cotidianamente y que deja de asombrarnos,  transformándose en el paisaje  inadvertido que nos rodea, sin detenernos a pensar  y preguntarnos: ¿Por qué?, ¿Para qué? y ¿Cuáles  son sus implicancias?

Y si algo nos  incómoda dejamos de ocuparnos diciendo que unas cosas cambian y otras no, que cada madre y padre educa a sus hijos(as) como quiere y puede, hasta cuando a la vuelta de la esquina ese niño(a) por imitación, se  ha transformado en amenaza social tocándonos como espiral  de violencia   cotidiana hasta tornarse en pandemia ocupando el  el rubro de inseguridad ciudadana que hoy sacude los cimientos de nuestra mega-ciudad al "profesionalizarse y venderse" bajo el rubro de sicariato.

Sin lugar a dudas es en el cuidado,  aprendizaje y  protección   donde niños(as) aprenden y desarrollan la conducta social del futuro. Son los(as) adultos o mayores  los responsables de cómo será su relación con el otro. Es su  madre, padre, hermano(a), tía(o), abuela(o), maestra(o), sacerdote(tisa), pastor(ra), etc. quienes  cooperan con  las bases de cada identidad y la canalización de las pulsaciones individuales, creando condiciones para distinguir y optar por el bien o el mal, deteniendo los  deseos allí donde empieza el derecho del otro.

¿Cómo  dejamos de ser conscientes de ello?, ¿Cómo dejamos de asumir tal responsabilidad dejando que dos tipos de tendencias se acentúen?
Generalmente en  nuestro país por las características históricas y especiales de ser madre, se adoptan la vía más “sencilla y eficaz”  la dureza,  para amoldar a hijos(as) según  mandatos de la sociedad bajo el mismo principio que hemos aprendido a convivir,  sin revisión alguno de su significado en nuestra propia vida,  así es como ejercen el  poder y autoridad se instrumentaliza a través de la imposición, monólogo, manipulación, voluntad desmedida, vaciado de información en la mente infantil.
El poder se ejerce mediante la fuerza, abuso, agresión psicológica, simbólica, verbal y física, del subordinado(a). Al igual que los eventos del día me revelaron con la escena del  niño golpeado por  una mujer  mayor que fungían de su protectora y la niña golpeada por la vida.

La primera madre representaría a aquellos adultos socializadores que perciben como más costoso en tiempo, imaginación, innovación, crecimiento personal optar por una maternidad estimulara del desarrollo de la inteligencia emocional, orientar, educar, socializar horizontalmente, ejercer la  democracia a través del diálogo, el argumento, hacer de cada evento el referente para cimentar valores, conductas, prácticas de convivencia sana,  de confianza, respeto y amor entre seres. Al que se aproximaba la segunda madre  en la noche de ese mismo  día.

No es difícil imaginar que la relación de aquel niño golpeado será de sometimiento ante otros golpeadores hasta transformarse en “lorna”3o abusador para quien esté por debajo de la escala de la ley del más fuerte, con muchas dificultades para superar los fracasos. En tanto que aquella niña que se ríe de las caídas a las  que la vida le enfrente, seguirá riéndose y lo  superará porque tiene la protección  y el respaldo de los mayores en los que confía y ninguna frustración la detendrá para alcanzar sus metas y lograr el éxito4.

Este sábado que acaba de transitar,  vi en familia la película “Asu Mare” en un canal de televisión  y entendí el marco de estos eventos y  ¿Por qué ha sido la película más taquillera? Un monólogo llevado a la pantalla que narra principalmente el rol represor, manipulador, mágico y visionario de una madre castigadora. Seguramente  que muchos hijos(as) y madres se identifican con esta forma de educar y ser educados, justificar el abuso como los límites y la condición previa de encausar a sobreponerse a la condena del fracaso.

Una versión llevada a la cinta de la madre castigadora y el padre ausente, que termina siendo asertivo y exitoso por el modo pícaro que Machín  ha encontrado de exorcizar caricaturizando su relación de abuso con la madre. Aquella que es elevada hasta casi la santidad por ser una madre de “raza pitbull que clava el palo de la escoba como jabalina pero calculado en velocidad y fuerza”.  

Machín muestra en su narrativa a pepe el vivo que termina perdiendo todas sus jugadas. Un muchacho de barrio alienado que toca fondo después de los “N” fracasos al no saber que hacer con su vida. Un drogadicto que es salvado por la campana cuando un ángel de la calle le regala su futuro, “la nariz de payaso” y produce una parodia machista. 


Sin embargo no todos los machín del país son tocados por un ángel. En el peor de los casos, son quienes  asesinan a su  congénere por una zapatilla, un celular o diez soles, o sólo porque le paró el macho. Y están los otros machín que matan a su madre, su tía, su padre, porque no hay otro modo de satisfacer su dependencia, ese fondo que han tocado y del que no pueden salir si no es en la cárcel o la muerte. Y están aquellos que recubren su ira, se transforman en galantes conquistadores y hasta se casan hasta cuando pueden ejercer control y abuso reproduciendo el círculo de violencia que han heredado.


Y como en todas las cosas socialmente aprendidas elaboramos conceptos absolutos en momentos de sublimación de un rol como suele ser cuando se conmemora el día del maestro, el padre  y la madre. De todas las conmemoraciones, en la que más se inyecta de sublimación y homogeneidad es la maternidad, sea para esteriotipar la conducta matermal de “la mujer” omitiendo a las mujeres y sus diferencias.

O para proveerle de atributos a su rol de madre  hasta naturalizar y adjudicarle un “instinto materno” omitiendo que en la base misma del concepto de instinto está la ausencia de excepciones, es decir, que se no varía y se da en todas y cada una de las mujeres. 
Si las mujeres madres lo fueran por instinto,    entonces no habrían mujeres que aborten, den en adopción formal sin volver a saber de él o  ella- aun cuando en el futuro los escudriñe en la búsqueda de su identidad-, o bien  lo más común de nuestra sociedad, la adopción informal o encubierta, cuando la madre y el padre dejan o se truecan los(as) hijos(as) con los pariente. Otras matan a sus infantes o hijos(os) en todo el planeta.

Y como si todo esto no fuera suficiente la maternalidad de la mujer es extendida  hacia el mundo público y político para condicionar su conducta bajo las pautas de su rol de cuidado y reproducción, ya no sólo biológico y fuerza de trabajo  en la familia, sino de la mayor moral, ocupación de puestos secundarios y de servicios en los partidos y una mayor exigencia  de su conducta política que la del varón y hay de aquella que quiera ocupar  o competir un puesto de poder.

Del mismo modo olvidamos el origen del día de la madre de nuestro tiempo que fue una medida norteamericana (1914)5  que de una protesta contra la guerra, avanzó hacia la reivindicación de las mujeres por el trabajo remunerado6 que luego fue contrarrestado con la sublimación de la maternidad para su comprometido el retorno incondicional al  papel de “ama de casa”, ama, dueña y señora del trabajo doméstico. Más adelante sublimación explotada  por el mercado en su rol de reproductora biológica independiente de si está preparada o no para asumir la maternidad. Sin negar otros contenidos y valores de las diversas culturas desde la perspectiva interculturalista7.


Hoy que una vez más se celebra el Día de las Madres, va mi reconocimiento y abrazo, a mis amigas y lectoras madres que además de parir a un hijo(a), invierten su esfuerzo cotidiano por hacer de cada uno ellas(os) buenas personas, tan buenas, como los son ellas y por eso mismo no han renunciado a  ser seres libres e independientes.  
A mis amigas mujeres que no parieron, pero que han asumido la maternalidad, haciendo de muchos seres humanos que se han cruzado por su vida, tan buenas personas como ellas, va mi abrazo.
Gracias a ellas y a esa opción de tomar el camino más largo, está asegurada  la reproducción social, en cada minuto de cada día para hacer de este mundo más acogedor y humano.

viernes, 14 de febrero de 2014

DEL AMOR Y SUS ROSTROS


Desde las cero horas del catorce de febrero de este año,  por esos designios del universo celebré el día del amor en sus diversas facetas. Llegó tanatos, esta vez, sin su oscuro ropaje y guadaña, lo hizo vestido de piedad, aliviando el largo sufrimiento de la madre  de Juana, mi amiga, quién la ha sostenido por más de una década. Permitiéndonos reencontrarnos entre  gestos y  rostros solidarios bajo la claridad de la luna llena. Y una vez más ser gregarios ante la trascendencia del amor,  comprometidos y con prospectivas de cooperar como antes, suele suceder con amigas/os de todo una vida, de quienes nos desconectamos por las bifurcaciones de nuestras elecciones y haceres.
Eros se manifestó a lo largo del día diversamente, con signos, símbolos, silencio, reclamos, canto, encanto, su magia ilusionista como suele hacerlo. Agápe, me hizo guiños, festejó, danzó y animó compitiendo por mi atención con Eros,  interrumpiendo, inquietando, mezclando   traviesamente todas las emociones y agitando nuestro ambiente.
Storge me alcanzó con mensajes de texto, llamadas, obsequios y gratitudes que lograron sonrojarme al   adjetivar como  maestría  a mí compartir y aprender de  conocimientos. Philia, me  permitió amar a plenitud,   con oportunidad para  retornar  amor y cuidado  a quién me dedicó sus días, noches y oraciones en un tiempo todavía  tibio de esfuerzo en mi vida, como sucede con las recuperaciones tras la crisis.
Hoy mi hermana Lucy,  ha detenido esa parte de su cuerpo que crea, adereza, sostiene, enjuga, acaricia, cura, da y acoge. Sus manos requieren de vacaciones, cuidado y atención, para impedir una cirugía. El tiempo vuelve, según el libro rosso o el libro del amor según Kathleen McGowan  (2010)  y este es mi tiempo de retorno, que ni se asoma a aquello que ella suele dar, intento imitar sus pasos, su gesto, es mi modo de honrarla. En este preciso momento, es la musa que  inspira a escribir, para liberar mis miedos agazapados, a propósito de las diversas caras del amor, en medio del diseño de un programa educativo para ayer.
A ese rostros del amor que es mucho más que el subyugante deseo, posesión, incrustación,  disfrute de pareja y a veces hasta devoración. Si miramos bien, descubrimos la brillante pupila de ese amor que es inquietud, rebeldía  compañía,  festejo  y celebración, son los amores que entretejemos  con amigas y amigos. Y si avanzamos un paso más nos asomaremos al comulgar de sueños y apuestas colectivas como el baile por el billón de pie, que erradique toda forma de violencia contra la mujer en el país y el planeta. Descubriendo que somos más allá de nuestros deseos e intereses privados una especie colectiva que se distingue por sus pasiones, emocione y sentimientos, extremos: amor/odio, mediados por la conciencia y convenciones que impide devorarnos unos/as a otros/as sea por amor u odio.
Lucy es ese tipo te ser, que te anima a asumir los hechos como se presentan, invitándote  sin palabras a mirar con  cuidado todo el contorno, de arriba para abajo, hacia adentro y afuera, hasta descubrir  que no queda otra cosa que afrontar un nuevo estado, en mi caso de  quietud en estos dos años. Es quien me anima y acompaña en mi proceso de re-aprendizaje  que se acompasa con los nuevos tiempos,  llegando a ser más que el proceso de superación de un impedimento o discapacidad,   la re-definición de   la conciencia  y paciencia reflexiva. De su mano, descubro que somos mucho más que cuerpo,  pero que también somos ese cuerpo sojuzgado, acallado, sometido e ignorado que suele expresarse en su momento, que sólo advertimos su existencia y valor, cuando algo lo resiente o detiene.
Por más de medio siglo viví el día de San Valentín convencionalmente, hasta que en el décimo segundo año del siglo XXI,  todo cambió. Había empezado al igual que este año,  desde sus primeras horas,  abriendo la puerta a Edipo voluntarioso para festejar con Rodrigo de madrugada,  interrumpiendo la edición de imágenes de amigas y amigos que acompañarían la música  portadora de mi regalo virtual de amistad en reciprocidad a todos los recibidos por el día del amor, pero...  ¡vaya sorpresa con  la que me encontré!... ¡Poseía fotos sólo de amigas! y está allí aun esperando su destino.
Esta constatación, fue tema que arrancó nuestra tertulia noctámbula, contrasté  las escasas  amigas y numerosos amigos,  durante mi adolescencia y juventud que se trastocaba inversamente a mi mediana edad, él me decía que a partir de los cuarenta las mujeres se hacen más semejantes por todo lo vivido por tanto se unen mas. Estábamos en esas, cuando fuimos interrumpidos por el llanto de un bebé en la segunda planta, era dos de la mañana, nada extraño, salvo que  ninguna de las tres casas   que nos circundan tenían bebé, y el llanto, claro y fuerte sonó sobre la mesa del comedor donde nos hallábamos.
Temeraria, intenté averiguar  sin éxito, Rodrigo me retuvo con fuerza, impidiéndome subir a  la segunda planta mientras decía: “Lo que sea que se canse”. Cambiamos de tema, celebramos como solemos hacer si estamos noctámbulos, con sendos sándwich de pollo –su preferido- y bebidas en honor a estar juntos y disfrutar del naciente día del amor y la amistad, comentando  que él disfrutaba en ese entonces de amores fugaces, en tanto yo persistía en mis exigencias atentas. Concluimos que lo mejor de todo era estar ahí juntos para festejarnos como pocos lo hacen. No imaginábamos en ese momento que la vida pondría a prueba ese amor y complicidad tornándolo a él en mi Arcángel, asistente, fortaleza, fuente y playa donde encallar mis emociones zozobrantes, en mi papel de dependiente y paciente a lo largo de un tiempo de re-conversión.
Dormí algo y trabajé toda la mañana  mientras, Lucy había preparado el festejo del día en  fhilia,  se antojó pato en punto de amor  e hizo que cancelara mi cita de almuerzo. Celebramos y estaba por  cancelar mi siguiente reunión de las tres, más hice de tripas corazón, abrevié la sobremesa y salí rauda, dejando el celular, la cámara y hasta mi agenda. Me di cuenta de ello en el paradero, estuve a punto de retornar, más la presión por llegar a tiempo y no defraudar a mi joven promesa de genio,   me hizo desistir.
Esperé cinco, diez minutos, ni un colectivo o taxi, decidí hacer conexión y subirme al primer bus que apareciera, craso error no escucharme menos prestar atención a mi voz interior, más adelante volvería muchas veces a este momento en mi etapa de negación y victimización. Era media tarde el bus vacío, casi todos dormitando, para no aburrirme en el trayecto me puse a leer la “Lengua de Santini”. Cuando decido bajarme del bus, recuerdo que el carro estaba detenido y mientras me levanto  miro sin ver, el piso con un terraplén  que iniciaba en la quinta fila de asientos –yo estaba  en la sexta-, cosa extraña porque hasta ese momento era un detalle de los grandes vehículos que se ubican entre la puerta y primera fila.
No recuerdo más, dicen que en situaciones así, suele producirse un shock traumático, yo sólo me veo cogida con la mano derecha, del pasamano derecho a la altura de la quinta fila -donde se iniciaba el desnivel del bus­­-. Y al siguiente segundo, me veo cogida con  la mano derecha, del pasamano detrás del chofer, como en un sueño consciente. Por acto reflejo miro mi pié izquierdo colgando, apenas sostenido por  la piel, cerré los ojos, el  primer pensamiento fue de negación: “Esto no me está pasando a mí”. Abrí los ojos y miro nuevamente mi pie colgado, al mismo tiempo que siento a alguien   sosteniéndome,  simultáneamente emerge mi segundo pensamiento: “¿Qué  estoy haciendo  sin advertirlo,  que debo detenerme  así?”. 
Así es como hace dos años, mis pasos se detuvieron abruptamente  y hoy se desplazan sin la velocidad de ese entonces, tras aquel  accidente de tránsito cuyo detalle recuerdo solo fragmentos,  que suspendió más  de un evento en agenda, mientras fui engullida por aquel dolor  indescriptible, ese que llega sin advertencia. El día del amor se tornó en dolor físico sin precedentes en esta mi existencia, mostrándome  de qué estaba hecho mi cuerpo físico que creí frágil y el modo como eran gobernadas mis emociones por mi mente. Ni un lamento menos una lágrima, en cambio  mil preguntas e innumerables situaciones visualizadas sin mi pie izquierdo.
Miré por tercera vez mi pié  sobre el piso del bus,  fuera de posición como irreal, extraño, inerte. Sólo  mis manos expresaban la intensidad del sufrimiento,  aferradas   a esas manos extraña de los brazos que sostenían mi doliente cuerpo de mujer  rota, más adelante sabría más de la nobleza, solidaridad y civismo de este hombre  joven hasta ese momento extraño que se tornó en mi ángel, algo que deberíamos aprender e imitar si nos encontramos ante un accidente.
Mi espíritu que andaba de vacaciones retornó a  mí, casi simultáneamente con mi conciencia del escenario, acompasada por voces  que clamaban ayuda, vi a otro hombre que se acercó a mi pie herido, cerré por tercera vez mis ojos  y pensé: “Está roto, si algo puede hacer por él será bueno”. Sólo recuerdo la espalda de  alguien con una camisa a cuadros amarillo con negro. Mi ángel me contó al año y medio de los hechos que se trataba de un policía vestido de civil.
El dolor era insoportable, mi ángel trataba de distraerme,    alejar mi mente  del sufrimiento, mientras el cobrador miraba pálido  señalando que los bomberos estaban en camino. Recuerdo la voz distante de una joven mujer preguntándome por un seguro y que debía tener mi tarjeta conmigo. Me volví, la miré sin entenderla, no sé que  vio en mi mirada que se calló al mismo tiempo que un tercer hombre, me decía con celular en mano si quería avisar a alguien. 
Y pensé rápidamente que arruinaría el día de más de una persona, me preocupé por la presión alta de Lucy y mi madre, en Rodrigo que sólo tenía  diecisiete años, en mi hija que acababa de salir de un parto prematuro con alto riesgo, dejé a un lado la predominancia de mi rol del cuidado en un momento extremo,  convenciéndome que debía hablar con mi hija, la había preparado para estas cosas, ella sabía de derechos, seguros y pelearle al sistema, así lo hizo, mediada por su propio estado y el cuidado de mi pequeña Belén.
Hoy sé,  que mi semejante es Lucy, mi hermana, está  hecha a prueba de todo y sobre aquello que no sabe lo aprende acelerado y perfectamente, que puedo contar con ella en altas y bajas, como ella puede hacerlo conmigo. Con ella nuestras diferentes habilidades se complementan, podemos discutir y tener miradas discrepantes sobre un mismo hecho, lo que no nos contrapone sino nos hace pensar más al respecto. Es mi crítica más aguda, pero también quien me anima y sostiene cuando me estanco, en mi caso intento imitarla. De lo que si estamos convencidas ambas es que compartimos, principios, valores, historias, respeto y amor de toda nuestra vida en este tiempo.
El accidente ocurrió poco más de las tres, no sé cuánto tiempo transcurrió hasta ser atendida, sólo sé que fue interminable por lo traumático de mi situación. Antes que los bomberos,  llegó una ambulancia municipal, una mujer joven me colocó el  botín inmovilizador, descendiendo en un punto de mil, mi dolor indescriptible. La madre de mi ángel me pregunto si quería que me acompañara su hijo, yo asentí; él se subió a la ambulancia conmigo, sin dejar de sostener mi mano y animarme. En este punto quiero agradecer expresamente a este ser humano que hace honor al concepto de humanidad.
De él aprendí que todos y todas debemos estar dispuesto a serlo, visualizarnos en una situación de crisis del que seremos testigos en el futuro para detenernos y agotar el apoyo  y acompañamiento hasta asegurar la atención debida,  consecuente con el significado de solidaridad, puesto que somos escasos los que nos detenemos no sólo a auxiliar sino a acompañar a un/a herido/a  sin imaginar lo trascendental que ello puede ser en su vida futura. Si él no hubiera testificado, acompañado  he insistido para superar los vacíos que suelen presentarse -en mi caso  nadie anotó la placa y eso retardó la atención-, sin duda la situación se hubiera complicado más. Lo supe durante mi estadía en la clínica, donde fui testigo de  la diversidad de situaciones inimaginables en que suceden los accidentes de tránsito y el modo en que   las aseguradoras se liberan de determinadas situaciones y secuelas.
Viene a mi recuerdo un hecho de hace muchos años, a la altura de Farmac de la Av. Salaverry, caminábamos varias cuadras con una amiga conversando y un señor adulto mayor venía tras nuestro atento a nuestra conversa. Cuando cruzamos la pista no medimos  la velocidad del auto que vimos antes de Javier Prado,  apresuramos el paso y llegamos a la berma central,  y el señor con menor suerte por un paso detrás,  fue golpeado y lanzado por el auto como tres metros.  Él se levantó y dijo que no pasó nada. Alarmadas detuvimos al auto, -pese a la negativa del señor-,  la responsable del vehículo era una mujer joven que desde un inicio negó su responsabilidad la encaramos y logramos que lo subiera y llevara a emergencia. Nosotras íbamos apresuradas a una reunión,  cuando se fueron, reaccionamos tardíamente,  comentando que debíamos  haberlo acompañado y guardamos incómodo silencio. Ahora soy consciente, que esa es la usual actitud, nos quedamos en el umbral de la solidaridad sin comprometernos por lo urgente.
En el caso de mi accidente, tuve a un ángel que  se hizo cargo de todo. Cuando llegamos a la clínica, me recibió un rostro inexpresivo, interrogándome sobre los hechos, cuando le narré lo mejor que pude. Me miró y dijo: “Ciertamente ha sufrido un gran traumatismo en el tobillo, es lo evidente. No le voy a hacer nada más que colocar una férula,   decidiremos que hacer luego de las radiografías”. Cuando terminó de  colocarme la férula se acercó un interno lo supe por su rostro joven y falta de tino, me miró y dijo: “Mire señora,  en casos como el suyo no queda otra cosa que operar”. En mi mente eso significó inmovilidad y/o pérdida del pie. Me volví hacia  quien sería mi médico principal, hoy mi amigo,  le dije al punto de la histeria que no me operaria. El dijo no me preocupara, que haría aquello  que mostrara la radiografía. Era el hombre número cuatro de ese evento, el que colocaba firmeza a mi reinicio, no fue fácil, me fue diciendo las cosas gota a gota a lo largo de un año y medio  –quien sabe si es una metodología de médico paciente o fue determinado por mi negación inicial a la cirugía-. En el proceso aprendimos uno del otro mutuamente, hoy ocupa un lugar importante en mi corazón y oraciones.
La espera fue una nueva tortura, por dos razones. La primera,  antes que mi familia llegó mi alumno con su madre y padre quienes desanudaron las dificultades, mientras tanto mi joven aprendiz de catorce años en investigación comparativa, se quedaba a mi lado y ante quien me sentía incapaz de  mostrar quebranto.  La  segunda,   mi cuerpo sufriente no había recibido ningún analgésico, mientras el dolor era sostenido,  el cual sólo descendió a las siete de la noche, cuando ingresó la última gota de analgésico en una camilla de internamiento.
Más adelante sabría qué se corresponde con protocolos y tipo de seguro, no voy a quejarme ni victimizarme, tuve mucha suerte a pesar que me tocó el peor seguro, superado con creces por seres excepcionales, desde la corredora que se identificó  conmigo en el quehacer,  orientándome y asistiéndome.  Fui atendida con distinción durante mi internamiento por todo el personal auxiliar y cuidado, adentrándome al estado de la dependencia total. Animada por las compañeras en el dolor y amigas/os que se asomaron. Reconectada  virtualmente por la generosidad de la sabiduría de amigos míos o de mis amigas, sin dejar ni un día la tutoría virtual de un diploma a mi cargo,  junto a la asesoría de tesinas, eso mantuvo mi concentración y fuerza. Asistida y sostenida por mi arcángel mañana, tarde y noche.  Bendecida con el cirujano que me proporcionó el universo, para retornárme la habilidad de sostenerme sobre mis pies luego de tres operaciones. Bien servida y amada por las personas que aliviaron mi dolor y volvieron a darle motricidad a mis pasos, mis mágicas sanadoras y hoy amigas terapeutas del dolor, no menciono a ningunos/as,  porque espero su reacción cuando lean este artículo.
De todo lo vivido aprendí que ante una crisis que te toca, hay otro/a   cerca con uno mayor donde sólo la mutua esperanza y comprensión sostiene. Ciertamente hay varios tipos de seres que llegan a tu vida de formas misteriosas: sólo por un instante, temporadas y toda la vida, pero que todos/as dejan su huella imborrable en ti. Luego de ser tocada por ese magia del amor, dejas de ser la misma en honor a esa energía radiante. Y si tienes como  bendición oportunidad de entretejer lazos, se abre la posibilidad de retornar un ápice de ese significado en sus vidas o sólo ser el elemento catalizador para su propio descubrimiento como sanadoras. Recordar que  requerimos de disponibilidad para ser instrumento cuando nos toque y que nada sucedes por casualidad.
El amanecer del catorce de febrero del dos mil doce, me apené porque mis amigos varones se habían estancado en número a partir del nuevo milenio. Antes de cerrarse el día, Dios y el universo me mostraron que sólo estaban difuminados. Así  que cuidemos con aquello de lo que nos quejamos, puesto que te vienen con creces sólo que no sabes si es a través de goce o sufrimiento, en todo caso es una oportunidad para viajar hacia adentro y re-aprender. A mis amigos varones de la crisis, se han sumado muchos más  durante todo este tiempo, así mismo he recuperado o reconectado con quienes me perdí por los laberintos de la vida,  que me hacen advertir que también en este caso el tiempo vuelve, pueda ser que estemos agotando nuestro tiempo, por cuanto no desperdiciemos,  la oportunidad de contrastar lo que fuimos, soñamos y en que nos transformamos.
Hoy dos años después libero estos recuerdos, para sanar mi espíritu  e intento honrar a quienes a propósito del día D,  de estos hechos, son significativamente importantes en mi vida, permitiéndome afirmar que el catorce de febrero,  no sólo es un día simbólico para celebrar el enamoramiento, alinearse o cuestionar al mercado. Para gran parte de nosotras/os es mucho más, el punto de quiebre para mostrarnos las diversas caras del amor, si estamos atentas/os  y dispuestos/as a tomar la oportunidad de crecer y sumar, en pos de admirar, imitar y hacernos mejores personas. Una oportunidad para ser y hacer de nuestro entorno un lugar de acogida, aprecio y amor.
¡Feliz día del amor en sus diversos rostros!