sábado, 29 de marzo de 2014

VIOLACIÓN, EMBARAZO Y MATERNIDAD FORZADA: ESTIGMA Y SUFRIMIENTO

Muchas veces me preguntaba: ¿Cómo habrán hecho las madres violadas que no abortaron para gestar, parir, cuidar y ser madre del producto de ese salvajismo, vejación y atrocidad, en sus cuerpos y con perpetuidad en sus vidas?

Y claro cuando era adolescente siempre me asaltaba el temor de hallarme en tal situación por los casos que circundaban mi mundo, a veces cubierto por el velo del silencio otros por las narrativas literarias  y las más por la angustia de mujeres mayores respecto a menores, hasta cuando mi madre me explicó el riesgo al que estaba expuesto nuestros cuerpos por el hacho de ser mujeres.

Poco a poco  fui comprendiendo que esos seres fascinantes, los hombres, con quien nos gustaba tanto compartir. Esos seres semejantes a nosotras pero a la vez tan diferentes  que nos seducían, halagaban, deseaban, decían  amarnos también eran potenciales amenazas a nuestra voluntad, cuerpo y vida. No tardé mucho en comprender que   la violación sexual contra las mujeres se ha producido  en la historia humana, desde el instante en que otro ser decidió imponerse por la fuerza, ejerciendo ventaja y poder.

En uno de mis primeros viajes, estuve enfrentada a un evento del cual me sacó a flote mi serenidad, agilidad, gran fortaleza y voz. Confirmándome el hecho en primera persona, que todas  las mujeres, en algún momento de nuestra vida estamos expuestas a ser violadas y embarazadas forzadamente por el sólo hecho de ser mujeres, y de parir al producto de la violación, vivir con el estigma invisible marcado en la mente, ante los ojos  y el sufrimiento, a lo largo de la vida.

Suelo decir, que en momentos extremos de nuestras vidas, junto  a  la adrenalina uno piensa a mil. Inmediatamente a aquella experiencia, aun  en shock y en tiempos de escasa información (1974)  pensé que de ser violada y producto de ello embarazada, no hubiera dudado un segundo en optar por el aborto. Ese pensamiento en medio de  una crisis,  se fue acentuando a medida que conocí el dolor de los seres que son engullidos por el impacto de la violación sexual, primero través de mi voluntariado por el trabajo social,  más adelante en el desempeño profesional  con mujeres de todos los sectores, edades, procedencias, idiomas, credos. Incluyendo este tiempo  como   docente,  investigadora y mujer que se aproximado a los problemas de las mujeres,  me enfrento día a día con nuevas historias, otra narrativa y el mismo argumento sobre el peso de las secuelas de la violación sexual de mujeres.

Cuando conocí a  más de una mujer violada y fui testigo de su  relación con   la hija o el hijo producto de una violación, y de ella o él  con su madre, realmente entendí el contenido de ese insulto que suele esgrimirse ante una mala persona "mal nacido(a)". 

Hallé desde el lado de la madre para con su hija(o)  un trato agresivo, frío, rígido y exigente; o  por el contrario otro aséptico,  sobre protector, enajenante y dislocado. Desde la hija  o el hijo -posiblemente por el énfasis del trato de la madre-, hallé  a niñas(os) con problemas de conducta. A adolecentes y  jóvenes   extremando notablemente las tendencias y prácticas adolescentes de rebeldía, furia, agresividad y abandono. A mujeres  y hombres  adultas(os) carcomidos por el pesar, el sufrimiento y la culpa. Como gritándole al mundo la convicción de SER  producto de la violencia y desamor condenados a transitar en medio del dolor. Recordándonos a cada instante que el acto de la violación es la negación más  profunda y extrema de amor.

Algunas  madres o quienes asumen ese rol,  ciertamente han sublimado y dicen amar a su hijo/a pero no pueden negar que su relación es diferente con otros(as) hijos(as). Llamaré José1  al primer caso  y José2 al segundo que  conocí por la década de los setenta del siglo XX, ambos grafican esta relación.

José1 no entendía por qué su madre nunca lo abrazaba, tampoco tenía recuerdo de sus besos, a pesar que él se esforzaba  en hacer mérito a su condición de primogénito, era el primero de cinco. Más tarde descubrió que se debía a que su madre no se casó por amor y que él fue producto de una violación y que su padre no sólo era un mal padre sino también, un mal hombre. El buen hijo que ansiaba el amor de su madre para compensar desamor y  abuso de su padre, al descubrir que era producto de un no amor  de ambos, se entregó al sufrimiento, alcohol y drogas, hasta cuando falleció. Su madre se sentía culpable y decía que si hubiera tenido coraje para abortarlo, no lo hubiera traído a este mundo  para sufrir, tampoco se hubiera casado con su marido para sufrir hasta el fin de sus días. 

José2, siempre estaba furioso, quería darle a todo, al jugar el futbol su estilo era la del “machetero” ese que entra al campo decidido a “bajarse” al mejor jugador. Al terminar un partido, pregunté si alguna vez sentía pena por el jugador a quien golpeaba y lo dejaba en malas condiciones. Me miró extrañamente, me dijo: “Así es el juego, así juego yo y a quien no le guste que no juegue o no vea”. Éramos jóvenes también yo jugaba fútbol, todos los chicos mostraban ser muy cuidadosos, yo era quien a veces los pateaba en el fragor del partido. Pero en ese momento me di cuenta que José2 era muy diferente a  los otros. Más adelante cuando murió su abuela, con quien vivía,  me enteré que era un joven a quien la vida le había quitado todo. Su madre murió al nacer, su abuelo fue a la cárcel donde también murió,  porque mató al hijo único que tuvo debido a que éste violó a su hermana. José2 vivió desde que tuvo conciencia de existir sabiéndose producto de un incesto rodeado de tragedia, impregnado del dolor de su abuela y el propio ocultando con la agresividad y la fuerza esa condición.

Muchas mujeres violadas hasta no hace mucho, no sólo tenían al hijo de su(s) violador(es), sino se casaban o convivían con él o uno de ellos para "reparar su honor", de esos sin duda  hemos conocido en rededor. ¿Y cómo será convivir con tu violador? ¿Cómo tener sus hijos/as? ¿Cómo cuidarlos/as, protegerlos/as? ¿Será posible amarlos/as y hacer de ellos/as seres felices, amorosos?  Dos casos vienen a mi mente de los tanto que conozco, aquí llamare María1  y María2 a cada caso.

María1, era  una hermosa mujer proveniente del ombligo del mundo.  Tenía la piel tersa de canela intenso, hermosos ojos negros rasgados, una perfecta nariz inca y un rostro ovalado cubierto por un sedoso y brillante cabello lacio de un negro azabache que me hacia sentir estar cerca a una  princesa ñusta. En aquel entonces tendría  alrededor de 23  años, iletrada, con un español dificultoso,  una hija y dos hijos varones muy pequeños. Al principio no comprendí el rechazo que tenía a su marido, quien se desvivía por proveerla y “hacerla feliz”, tampoco entendí  la dureza que ella tenía con su hija(os) a quienes golpeaba frecuentemente.  Eran tiempos donde  cuasi era normal ver que los padres golpearan a su  hija(o), los(as) profesores a los(as) estudiantes y hasta el sacramento de la  confirmación de la iglesia católica se impartía con una cachetada. El cuidado y la enseñanza estaban concebidos como rigor, disciplina y sufrimiento. Pese a ello el nivel de violencia de María1 llamaba la atención por su intensidad y continuidad.
Fue apropósito de este hecho  que hablé con ella, para hacerla pensar en el daño que producía. Descubriendo  que su pareja era un primo, quien la secuestró, encerró  en un cuarto y  no la dejó salir  sola hasta que tuvo  a su primera hija siendo el su partero. Entendí entonces del cuadro tan desgarrador  e  intenté ayudar –era mi época de líder  catequista y evangelizadora- y mis pininos de seudo Trabajadora Social. Al poco tiempo su marido perdió el trabajo, ella se dedicó a la venta ambulatoria, y finalmente, se enamoró de alguien que la prostituyó. El marido aceptó esta situación acomodándose,  cuando me contó llorando me dijo: “Es un maldito, no le importa que me venda siempre que  lo mantenga a él y sus hijos, mejor  si le conseguía un trabajo”.
Cuando ella alcanzó fuerza  y pudo sacarlo de su vida, el  marido se llevó a los hijos varones aun pequeños, como un modo de castigarla, luego los regaló a sus parientes en su lugar de origen ella decía: “A veces los extraño, pero más tarde serán tan perros como su padre”. La hija que quedó con ella, por los golpes y la nueva forma de vida de su madre se sumó a los numerosos niños de la calle, ascendiendo en la  rueda delictiva hasta ir presa por la muerte de un parroquiano, no sin antes tener cinco hijo/as que fueron a sumar los albergues de la capital.

María2, venía del oriente con el sueño de servir y ser alguien más. Al igual que la María1  fue secuestrada, doblegada y violada. Su historia fue compartida en más de una  sesión  colectiva de liderazgo y autoestima, de mujeres organizadas, donde narró  cómo peleó  tres días y sus noches para no ser violada. Cuando finalmente no tuvo más fuerza sucedió, él  le dijo que estaba en un lugar donde corría peligro porque era salvaje, y que como había sido su mujer le pertenecía, que no se preocupara  por la plata porque no le faltaría nada.
Ella decía  que no lo quería, que cada hijo había sido una nueva violación,  todos los vecinos sabían como ella y el tenían peleas intensas. El era mucho mayor, cada día era poco lo que podía aportar, ella terminó en el comedor, donde creció, se hizo líder, se enamoró. Dejó atrás su historia y a sus hijos. A quienes decía no querer  porque cada uno era producto de un dolor sobre otro.

Otras mujeres tuvieron  a l@s hij@s  de  la violación y heredaron -a sus padres, tíos, abuelos- un modo más sutil de darlo en adopción por la vía informal, todo con tal de alejarse y no cometer el "pecado de odiar", independiente de que el violador fuera en el futuro su pareja o no. Al ser seres y no objetos  sienten,  crecen se hacen,  deconstruyen  o reconstruyen sus historias, plagados de sentimientos humanos que a más de uno produciría escalofríos.

María3, es una joven de la era digital, a quien conocí en un evento público con familiares de presos. Me dijo estaba buscando el mecanismo de sacar a su esposo de la cárcel a donde había caído injustamente, dejándola sola con su hijo pequeño, pero que gracias a Dios tenía el apoyo de sus padres para cuidarlo. Mucho tiempo después la volvía a ver con un nuevo bebé en sus brazos, le pregunté si logró la liberación de su pareja,  me dijo: “¡Que se pudra, porque en verdad había violado a una niña!”. Lo dijo con tanto odio que me sorprendió. Pregunté  si estaba probado y condenado por  violación. Dijo que sí, que no le extrañaba, porque todos los hombres eran igual, inclusive su padre y se le crispó el rostro y temí perdiera la serenidad.
Comenté que hacía mucho calor y mejor tomáramos un refresco -para calmarla-, aceptó. Ya sentadas en un lugar acogedor, me miró detenidamente y preguntó “¿Tú siempre has estado a salvo?” Pregunté  de qué, y me dijo: “De los hombres”. Le dije que ninguna mujer incluyéndome está a salvo si se trata de violencia y/o violación sexual y que todas éramos sobrevivientes en una lucha constante.
Guardó silencio, y casi como quien se desgarra,  me narró que odiaba a su padre y su madre, o quien creía que era su madre, pues en verdad era su abuela, porque su madre era quien creía que era su hermana, a la que juzgó siempre como mala, porque nunca la vio por casa sólo sabía que existía y punto. Y en realidad su  madre-hermana había sido violada por su padre-abuelo. Se había enterado a raíz de su segundo embarazo, cuando su padre quiso golpearla por golfa y su madre-hermana la protegió, diciendo que ella podía parir de todo el mundo menos de su padre-abuelo, que ella no lo permitiría y que ahí estaba para defenderla.

El daño colateral de la violación sexual de una mujer, no sólo es el  producto de esa afrenta, sino, la vida que depara a ese nuevo ser que nace marcado por el sufrimiento, es un tema que merece una exploración detenida, la misma que  trasciende  a este escrito, alguien experto debiera trabajarlo con detenimiento. Lo que he visto y he sido testigo de excepción me muestra que el dolor y sufrimiento se expande, abarcando  muchas vidas  reproduciéndose exponencialmente.

Mi siguiente caso  se trata de una mujer mayor  María4,  con ella descubrí que el dolor a medida que pasa el tiempo se acrecienta, diversifica y captura, construyendo una cárcel de sufrimiento a la medida, al punto que la lleva a cuestas  a donde se vayas, flexibilizándose a momentos cuando el poder  se apropia de ella, embriagándola  y haciendo que olvide su historia encarnando la historia de muchas mujeres. Pero que a solas siente sus garras en las entrañas, cuyo dolor  reparte generosamente entre los suyos haciendo de su familia un espacio irrespirable e insano.

Ella fue “regalada” a una tía con muchos hijos varones, por cuanto creció como la “sirvienta”, para sobrevivir tuvo que defenderse y aprendió a pelear a puño limpio como ya no lo hace cualquier varón.  Cuando la conocí,  lo primero que destacó fue su agresividad y autoritarismo contrastante con su frágil y delicada figura.
Cuando aprendimos a respetarnos y alcanzamos la confidencia, descubrí que era una nutricionista frustrada, de clase media en crisis, con una segunda pareja. La primera según decía fue un desastre, un golpeador que terminó golpeado y humillado por ella, de quien se separó cuando conoció al segundo. Nuestra conversa  se centraba siempre en sus diez hijos/as con quienes tenía fuerte conflicto, luego descubrí que era mamá gallina y  castradora, impidiendo la madurez y autonomía de cada uno de sus hijos/as con quienes se hundía en inagotables conflictos que se extendía hasta sus parejas.
A raíz de la reinstalación  de su madre en su  vida, entendí el trasfondo de su comportamiento. Me dijo a su estilo “L@s hij@s de mi madre la han depositado en mi casa, ahora que ella no les sirve y que a  mí nunca me quiso, ¿Qué voy a hacer con ella?”,  una noticia con todo el peso de su significado.  Me pidió  no la viera como un monstruo, y  confesó, que odiaba a  su madre porque la abandonó, nunca la quiso y peor aun nunca le dijo que fue producto de una violación.
Culpaba a su madre porque ella en situaciones similares se había defendido y no comprendía que haya sucedido si ella era más grande y fuerte. Peor aun que a ella no la protegiera, no estuviera de su lado cuando se divorció, a cambio la cuestionó. Aquella mujer tan fuerte lloró como una niña de cinco años mientras yo la abrazaba.  Acompañé a María4 hasta la muerte de su madre, apoyándola a desprenderse  de su sufrimiento, descubriendo de cómo el odio cuándo llega al límite, si bien no da paso al amor, si alcanza el perdón y la liberación con la muerte.

Y cuando ese ser nacido de una violación va por el mundo, cargando el peso “del pecado original” sobre sus hombros, aprende a  decretar y vivir una infelicidad anunciada, sintiéndose que es el precio que tiene que pagar por haber nacido, así se torna  presa fácil de quien se aprovecha de ella, incrementando  su auto-percepción no amada,  alimentando una relación de parasitaria  y miserable que mantiene su infelicidad.

A  María5, la conocí en este nuevo siglo, cuando fui al dentista. Una bella joven migrante del norte con grandes ojos pardos, mestiza con las huellas de la conquista en su piel y el color del trigo en el cabello lacio. A los veinticinco años ya estaba divorciada, porque según ella se había casado con un vividor al que mantenía, y la presionaba a tener un hijo, ella se resistió porque  no podría mantener a los tres con su sueldo. Luego de divorciarse eran amigos, porque era lo único familiar que tenía. Estaba convencida que no se merecía que nadie la quisiera.
Cita a cita coincidente en el dentista, durante un año, fue desanudando su historia, tenía tres nombres, el de su hermana, de su madre  y abuela. Al principio  me pareció  anecdótico. A medida que me tuvo confianza contó  que en realidad su hermana era su madre, pero que su madre legal era su abuela y la  había criado su bisabuela. Y que su padre era también su abuelo, el hijo de su bisabuela. Cuando me lo dijo, lo hizo lentamente atenta a mi rostro, a  descubrir algún gesto. Y como mantuve silencio sereno me dijo: “No te  parece horroroso, soy un engendro del mal, por eso no soy feliz, todo  me sale mal, estoy condenada a pagar la culpa de mis padres”.  De eso hace más de cinco  años, ha pasado por un largo proceso de terapia y pronto será una mujer profesional de éxito.

Muchas mujeres violadas que  a consecuencia de ello  tienen un hijo(a), han optado por olvidar literalmente que es suyo aun cuando lo tengan presente, cuando alguien le pregunta: ¿Cuántos hijos tiene?, suele contar a los que nacieron del amor y olvidar al fruto de la violencia, puede ser que este sea un modo de seguir viviendo y nadie puede ni debe juzgarla por ello. Excepto el hijo o la hija ignorada, invisibilizada, excluida.

Hay otras  que tuvieron sus hijos se desprendieron de ellos: “Donándolos, heredándolos, abandonándolos”, rehicieron sus vidas y no supieron más de él o ella, quién se atreve a juzgar el modo en que decidieron sobrevivir, salvo aquel ser que creció y experimentó la orfandad, murió en el intentó o sobrevivió para contarlo.

Sin duda hay otras tantas mujeres que renunciaron al amor, porque  su experiencia fue nefasta y se quedaron a cuidar de ese niño(a). O quienes a pesar de ello siguieron viviendo encontraron al amor y cuidaron juntos de ese niño(a) borrando en todos ellos el estigma y sufrimiento.

Y están quienes que no tuvieron al fruto de la violación, porque  decidieron sobrevivir y olvidar completamente la brutalidad de la que fue objeto ¿Quién puede condenarla por ello, sin antes asumir la responsabilidad de ser parte de una sociedad que al desproteger a sus mujeres las empuja al aborto?

De todas estas historias, la del hijo(a) de una violación, sin duda es inenarrable en el  percibir y asumirse como secuela de la violación de una mujer. Independiente de cómo reelaboró o mantuvo su historia, son los(as) más vulnerables, en quienes persiste el estigma  invisible y sufrimiento de la violación, de ello nadie se ocupa, porque ya nacieron, no vende ni da rédito político. ¡Hay que ocuparse de los que aun no han nacido, de los futuros hijos(as) de  la violación...!, para asegurarles una vida de espectros y sufrimiento, así estaremos en paz y habremos celebrado a la vida, por supuesto no del otro sino la nuestra.

miércoles, 12 de marzo de 2014

RACISMO CÓMICO EN EL PAÍS DE TODAS LAS SANGRES

Acabo de responder la carta de una mujer andina que se siente extranjera, ajena en su país, luego de descubrir que sólo es peruana por su Documento Nacional de Identidad (DNI),  entre muchas cosas me dice: “En ciertos lugares parece que todos me dicen «qué quieres chola de mierda» por momentos me quedo muda, en otros desvalida como huérfana, a veces con ira, pero generalmente con mucha tristeza”. No llega a entender por qué su sola presencia hace que las miradas se endurezcan, la voz se torne ronca y el trato se violenta. Comparando con su pueblo, señala: “A pesar que nos dicen pobres e ignorantes, allí todos saludan, nadie mira si tienes buena o mala ropa, el respeto es de menores a mayores”.

Seguro a más de una/o nos ha sucedido ser parte, testigo y quién sabe experimentar en carne propia. Siempre me pregunto¿Por qué  produce ira o risa la torpeza si es humana y parte de aprendizaje?. Cuando un niño/a se cae cuando da sus primeros pasos torpes, nadie se ríe, se anima, protege y sostiene.  Cuando se equivoca, quien pretende aportar a su desarrollo le enseña, corrige  y a veces hasta se detiene para usar técnicas lúdicas. Aquel que en en cambio desplaza su propia frustración y no quiere aportar a su desarrollo lo insulta, se burla hasta lo golpea, allí es claro la distancia entre una y otra práctica, cada uno nos muestra la calidad de ser humano .


Cuando un extranjero cuyo idioma no es el nuestro se equivoca en la dicción, generalmente evitamos reírnos,  con ternura y mucho cuidado tratamos de ayudar y hacemos que repita para que aprenda, nos transformamos en profesores de idioma al paso.

Pero cuando una mujer u hombre andino cuya lengua materna es  el quechua o un dialecto, por ende habla similar al extranjero en español, es frecuentemente motivo de risa,   burla,  hasta escarnio. Ergo se transforma en  chiste, es cómico, para niños, jóvenes y adultos, independiente de la clase y el medio, especialmente cuando es público, aquí pareciera funcionar bien la psicología de masas y justificarse la mofa colectiva.

Cuando una joven estudiante de la facultad de arte en la PUCP, usa pantalón y sobre él, un vestido o falda, nadie la mira con extrañeza porque es snob y si lleva por bolso una manta reivindicando el uso andino, está de moda y hasta es revolucionaria.  Y si un/a  joven no ha pasado el peine por su cabello durante mucho tiempo y quien sabe tampoco agua y jabón, es rasta, está de moda representa una tendencia, transmite su cultura, nadie se burla, algunas/os  inclusive imitan.

Pero si una mujer andina usa el mismo estilo de vestir, la manta o lleva el cabello largo trenzado por donde ha pasado shampoo y agua, todos voltean, miran con desdén, estiran la nariz y si pueden se alejan, sentencian como justificación que «tiene piojos» que puede contagiar. La simbolización de su cultura simplemente es hecha tabla rasa, salvo  para subrayar que es ignorante y ser la otra,  menos humana. 

Nacemos desdentadas/os y: ¿Quién no ama a un bebé desdentado? ¿Quién no muere por besarlo/a y hacerle cariño?  A lo largo de nuestro ciclo de vida,  crecen y caen los dientes a mujeres y hombres. Muchas veces llenos de caries dependiendo de la frecuencia del dulce, cuidado y   oportunidad de acceder al dentista;  forma parte del proceso  de hacernos personas. Y como nacen, crecen y  se caen.

En el caso de las mujeres, hay una relación directa entre pérdida de la calidad y cantidad dental con el número de hijos y la calidad de alimentación durante el embarazo, si el embarazo que tanto sublimamos y la maternidad que alimentamos, porque sin ella desaparecemos como sociedad. Si advertimos en una amiga/o la pérdida de un diente, animamos con tacto para que use unos postizos, casi pidiendo perdón, porque nos preocupa su salud, somos lo que comemos y masticamos: Nadie imagina que esa condición sea cómico,  motivo de risa o  burla.

Así identificamos que el vacío dental en la sonrisa es significante de maternidad numerosa en la mayoría de mujeres, postergación del cuidado dental o escasa capacidad económica para acceder a su sustitución. Me pregunto nuevamente: ¿Dónde está lo cómico? ¿Es acaso más próximo a una tragedia? ¿Qué justifica nuestra risa, burla y humillación de  la persona que tiene caries o ha perdido parte de su dentadura? 

En el caso de la Paisana Jacinta,  esta caricatura de mujer andina recreado en el cuerpo de un hombre no andino,  todo lo descrito es cómico, es motivo de burla, de risa y eso vende. Una nueva  pregunta me asalta ¿Por qué gusta tanto la burla de la imagen simbólica de la mujer andina con dificultad en el habla español,  revestida como se acomoda a su espacio y cultura, cuyos dientes pareciera estar careado? Podría ser este una evidencia del modo como se  deshumaniza a la "otra que no soy",  este es el modo como se  transforma  en objeto, en cosa. 
Esto permite comprender la licencia que adquiere cada mujer y hombre que halla cómico, celebra y sintoniza,  no sólo la imagen caricaturizada de la mujer andina sino el modo como se relaciona con los/as otros/as. Especialmente con quien tiene la piel tan o más oscura que ella. Encubriendo simultáneamente las pulsaciones morbosas de quien se siente superior, mientras inconscientemente  devalúa  y caricaturiza, esos componentes que rechaza, niega,  silencia, reeditado en sí mismo/a.
Paisana Jacinta tomado  de
http://luzbel524.files.wordpress.com/2014/01/paisana-jacinta.jpg
Cuando deshumanizamos simbólicamente a las mujeres andinas, hasta transfórmarla en objeto, para reírnos a través de la Paisana Jacinta de todas las mujeres andinas, dejamos de ser conscientes que nos hemos liberado de la culpa y la contención, de hacerlo con alguien igual en su humanidad . 

Bajo la comicidad, toleramos la práctica de discriminación indicador de violencia y opresión del otro del que también somos parte, pero como se ha enajenado sentimos que no nos toca,  “Es que, para los opresores, la persona humana, son sólo ellos. Los otros son objetos, son cosas”. (Freire: 1972, 59).


En el fondo nos  autodevaluamos,  puesto que en Lima ya no hay limeños, todas/os somos  descendientes de migrantes andinos, amazónicos, de primera hasta  la "N" generación que nos antecede 1, en Lima se han extinguido   los hilos originarios  de los Limac Inca y fundantes españoles y los siguientes imigrantes hombres y mujeres europeos durante la colonización. En algunas de las gradientes de migrantes andinos del siglo XX, se halla una tatara- abuela/o, bis abuela/o, abuela/o o madre/ padre migrante andina/o, en nuestros genes está impreso ese menos humano que alimenta cómicamente a nuestro racismo.

En pleno siglo XXI, con lenguaje inclusivo toleramos a la mujer y hombre andino si  «está en su sitio»: el mercado, la plaza, las calles, los servicios. En su rol de dependiente, sirviendo y limpiando mesas, atendiendo lugares de diversión y juegos de azar, trabajo del hogar o invisible, son requeridos, hasta casi secuestrados, siempre que nos sirvan. Allí son útiles, funcionales, forman parte del ambiente, se han mimetizado con el  paisaje.
    
Pero si tenemos que asumir su existencia, su diferencia hiere y hiede, a esa aristocracia  exigua, inexistente,  alienada. En rigurosidad,  salvo el incanato nunca fuimos monarquía. Y aquellos títulos concedidos no corresponden al abolengo sino el premio al pillaje  y exterminio de una pueblo, cultura, lengua. Así se hicieron Marqués  sin marquesado, Virrey, conde, vizconde. Títulos que dejaron de reconocerse y empezaron su extinción desde 1821, al fundarse la República.

La enajenación socio-político-cultural de quienes se asumieron en el pasado y en la actualidad como élite del país, la idea de racismo le viene como "natural", lo asocian al color, la extracción social, económica, cultural, lenguaje y en base a él ningunean.  La más endeble de las  bases es  el color de la piel, olvidando el blanqueamiento histórico que ha vivido nuestro país que se ha construido en base a de todas las sangres. Si miramos en rededor sin prejuicios sólo con tolerancia, descubriremos  como se entrelaza en cada una/o con algunos énfasis,  esa bella síntesis del cobrizo, amarillo, negro, blanco;  quien sabe si también  azul, verde y rojo.

Cuando nos preguntamos por qué se exacerba el racismo, la exclusión, el machismo, el odio que linda con el delirio y la locura, omitimos  ver en ese esfuerzo constante y sistemático,  que se ha legitimado por el mercado, se ha institucionalizado por los medios. Se reproduce con la permanente negación y vapuleo del otro y la otra. E ingresamos según Erich Fromm a un comportamiento necrófilo:  “Mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico. La persona necrófila es movida por el deseo de convertir lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida mecánicamente, como si todas las personas vivientes fuesen cosas. Todos los procesos, sentimientos y pensamientos de vida se transforman en cosas… tener, y no ser, es lo que cuenta. El individuo necrófilo puede relacionarse con un objeto —una flor o una persona— únicamente si lo posee; en consecuencia, una amenaza a su posesión es una amenaza a él mismo; si pierde la posesión, pierde el contacto con el mundo... Ama el control, y en el acto de controlar mata la vida”. (Fromm: 1967, 18)2 

Podría estar en el comportamiento necrófilo alguna pista  para comprender  la preferencia por este tipo de diversión sádica y mórbida que genere diversión como en tiempos de Nerón de la Roma Antigua,  al punto  que retorne a un canal abierto, un programa ya censurado por discriminador 3 .

De ser así estaríamos usando  la puerta falsa de negar la  humanidad, el valor y la diferencia del otro/a, a través de la tragi-comedia, haciéndose escarnio y humillando  con burla e ironía recubierta de risa. Tirando   en sentido opuesto  el esfuerzo de todas y todos, por crecer como nación,  desarrollando en todas las aristas económicas, sociales y culturales, especialmente el arte.

Con esta tendencia de reírnos por no llorar, de aquello que alcanza apenas el valor de la comicidad y devalúa el arte. En el fondo, pero muy en el fondo, pareciera que huimos de nuestros propios demonios o los recubrimos grotescamente de parodia, sin lograr   huir del espanto de ser lo que negamos y cosificamos. Si hay alguna duda,  basta mirarnos a los ojos descubriendo que nuestras diferencias son el punto de partida de nuestras semejanzas. 

Una  mirada crítica y de desaliento a este tipo de programas, abre la posibilidad de ser y crecer afirmándonos en quienes somos, sin negar ni renunciar nuestro derecho a la diversión y el arte, justamente por ello elevar su calidad  para reírnos plenamente de la celebración y no de la tragedia, hallando la ruta de correspondencia entre nuestro sentimiento y expresión.




Paulo Freire. Pedagogía del OPrimido, siglo ventiuno editores, 1970.

sábado, 8 de marzo de 2014

ENTRE JUNIN Y UCAYALI: XXVII CANTO A LA VIDA

Hoy viernes siete de marzo, me quedé varada, como sucede con un tronco arrastrado por la corriente detenido en un remanso inesperado, sin poder avanzar o retroceder, en mi caso descender y caminar por el embotellamiento, a dos cuadras previas de sumarme a la marcha donde me dirigía, la misma que había detenido el tráfico
Se me estrechó el tiempo, suele suceder cuando los pasos se hacen lentos, empleas el doble de lo acostumbrado y los cálculos siempre quedan cortos.

Algunos  hechos  vividos reiteradamente, te producen una y otra vez los mismos sentimientos y percepciones con sus matices y decibeles.  Estar a destiempo y refugiarte en la paciencia, permite  tener otra perspectiva, descubres que por mucha emoción que hayas colocado a la movilización ad portas por el Día Internacional de la Mujer, tiene otra textura, nuevos ingredientes que se ha sumado a la receta tradicional.

Desde mi posición contemplativa, al retomar su cauce el vehículo en que me hallaba, pude observar el panorama desde el final de la marcha hasta  su inicio ya que toda ella apenas se extendía entre dos cuadras de la Av. Abancay: Junín y Ucayali. 
Miré con detenimiento como el cangrejo de atrás para adelante. Cerraba la marcha una mujer, distante de la banderola a penas extendida entre otras tres. 



Pronto advertí que era el escalón de mujeres y hombres del Partido Comunista del Perú. El penúltimo escalón correspondía a mujeres y hombres jóvenes del Partido Tierra y Libertad, que compartía espacio con  los mismos rostros de siempre del Partido Socialista del Perú, agrupados a penas por un cintillo amarillo -similar al cerco policial tras un homicio-,  con algo  referido a la nueva izquierda. Todos ellos,  tras las seis mujeres que sostenían la banderola del Comité de Mujeres del  Frente Amplio: “Por la igualdad y derechos políticos de las mujeres”. 


Unos pasos delante de los escalones político partidarios se erguía el gremial, con dos mujeres y un hombre que sostenía la pancarta de la Confederación General de Trabajadores del Perú. En todo este bloque, si las imágenes son códigos y mensajes,  sin duda se reproduce la misma necesidad de representación política, a propósito del número tan reducido que marcha,  transmitiendo expresa y simbólicamente que su agenda de igualdad de derechos políticos tiene mucho aliento hasta ser alcanzado.   

Un segundo grupo integrado mayoritariamente por los mismos rostros de quienes compartimos año a año el rito de movilizarnos, las mujeres del movimiento feminista institucionalizado en las floras que cumplen este año 35 de creadas junto con las manuelas que tienen tanto tiempo como ellas, las Auroras, Demus, etc. 
A su lado emerge algo de esperanza, porque se advierte cual visión de futuro, un grupo de jóvenes asumiéndose como tal, sumando  rostros y energías, no importa saber en este momento si será suficiente para retomar la posta y llevar adelante la agenda pendiente, importa saber que están.

Las mujeres de los sectores populares de los cuatro conos de Lima Metropolitana, se hallaban representadas esta vez, por el escalón de las mujeres de Carabayllo, que en este tiempo tienen agendas concretas de reconocimiento y revaloración de sus demandas en su condición de ciudadanas,  sin embargo en número no se acercan ni al cero punto cinco por ciento de las movilizaciones impulsadas por la sobrevivencia o apoyo al candidato de turno, a pesar de ello descubrir un grupo movilizándose por sí mismas y no por la familia, el barrio, el partido, etc. es signo que la conciencia de género viene germinándose.

Delante de ellas y en fila bastante ordenada logrando hacerse visible y visibilizar su agenda de coyuntura,  estaban las  mujeres andinas, evidenciando que han acumulado aprendizajes a lo largo de su presencia en las luchas: "Hay que estar, pero estar bien, notables, haciendo la diferencia y marcando la agenda".
Exhibiendo  símbolos distintivos a modo de lliclla urbana, donde se lee FEMUCARINAP, una de las escasas organizaciones de mujeres andinas, que hoy levantan la reivindicación central que se ha colocado en la agenda pública,  justicia a las más de 200,000 esterilizaciones forzadas durante la década de Fujimori1 que el poder judicial ha archivado. Provocando que luego de dos décadas vuelva va a adquirir centralidad, quien sabe si esta vez, tenga mayor éxito de aquel que tuvimos en 1997 cuando iniciamos su cuestionamiento y denuncia  tanto al Gobierno como sus aliadas institucionales de aquel tiempo.


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Y están las mujeres  y hombres del Movimiento de Homosexuales de Lima, visibilizándose, presionando, tomando lo que la sociedad intenta negarles, mostrando creativamente la defensa de su derecho a elegir el modo de amar y vivir sin ser discriminadas/os por ello, probablemente es el grupo de mujeres que mejor se ha organizado, crecido  y fortalecido en la última década, adquiriendo performance y voz propia en cada espacio, escenario y tribuna, bien por ellas, quizás los otros grupos de mujeres a la luz de esta experiencia, habrán de revisar sus estrategias para superar, eso que se atribuyó en los noventa a las mujeres de los comedores populares y que hoy cierne sobre ellas: "El encapsulamiento" ,que no es otra cosa que concentrarse hacia adentro o sólo tener como horizonte el ombligo de la otra en competencia.

Y llegué al inicio de  la marcha para cerrar mi panorama de contemplación desde mi atalaya de cautiva. Descubriendo que la figura es similar al frente y la retaguadia. Una mujer en compañía antecede la banderola que abre la marcha. La diferencia se concentra en que a diferencia del final donde la banderola apenas es sostenida solo por tres, en la cabecera es mayor al doble hasta desbordarlo.

A la Altura de Ucayali, observo los mismos rostros de mujeres de las primeras marchas, hoy mostrando el peso de los años en  el espacio, pasos y voces, sosteniendo una vez más la baderola del XXVII Canto a la vida. Si uno se detuviera en la imagen simbólica de quienes y cuantas van  detrás de cada banderola, sin duda descubriría muchos elementos de participación, protagonismo, enquistamiento;  quien sabe hasta  concentración de intereses y necesidades del poder de las mujeres expresadas en las figuras de estos registros. 


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Lo esperanzador y novedoso de la marcha proviene de ambas mujeres  que la presiden, representando simbólicamente a dos sectores de mujeres organizadas que se yerguen a nombre de: las mujeres discapacitadas y las mujeres trabajadoras del hogar
En la silla de ruedas va Maggi Pimentel una mujer que trasciende a sus exigencias físicas con la energía en su voz y gesto ondeando con firmeza una bandera símbolo del color del vientre de las mujeres, sus luchas y esperanzas, sus sueños y victorias.
Acompañada por los brazos firmes de Paulina Luza, unidas ambas por la sonrisa de libertad que es en realidad el espíritu de estas marchas. 
Una expresión que se enlaza con el sentido de conmemoración de las luchas,   vidas y cuerpos  de muchas mujeres con los que se halla empedrado la historia de la construcción del Día Internacional de las Mujeres,  no para ser referente de regalos, saludos o festejos, sino para hacer un alto, revisar lo avanzado y recuperar fuerzas para alcanzar lo que queda pendienteEs hermoso ser felicitada por algo, pero en lo que respecta a los derechos de las mujeres, es mucho mejor ser reconocida día a día valorando como se debe, al quehacer de la mitad de seres humanos del planeta, las mujeres, más allá de su rol y las expectativas sociales sobre cada una, por el hecho de ser humana. 

Decía inicialmente sentirme cual tronco varada en el tráfico. Cuando el  vehículo en el que estaba atrapada,  agotó las dos cuadras de la marcha, tampoco pude descender, así que con la paciencia adquirida en este tiempo dejé que la corriente del tránsito me aleje a la deriva, repasando las imágenes fijadas en mi mente y capturadas por mi celular.


Mi primer pensamiento, se asocia al  hecho de las dos cuadras de mujeres y algunos hombres movilizándose. Pareciera haberse producido una relación inversa entre volumen y variedad de mujeres movilizadas y mayor sensibilización sobre los derechos de las mujeres en Lima  y el país.  Pueda que mi ausencia en estos actos entre el 2012 y 2013, no me permitiera advertir un proceso que es notable en el 2014. Podría ser, que se  esté experimentando, al igual que sucede con otros problemas sociales, cuando se van resolviendo dejan de ser movilizadores. En este punto me asalta la  interrogante ¿Será que finalmente estamos alcanzando las satisfacción de nuestros derechos? Y me dije eso significaría que habrían descendido las cifras del feminicidio y las denuncias de violaciones de derechos que lejos de ello se han acrecentado, por cuanto habrá que mirar más con finura las correlaciones.

Mi segundo pensamiento, intentó  ser optimista, asumir que los esfuerzos de descentralización y mayor movilización por conmemorar el Día Internacional de la Mujer en cada uno de los cuatro conos,  impulsados desde inicios del nuevo siglo, venían surtiendo efectos favorables y las mujeres de sectores populares que son las más  numerosas hoy estarían desbordando las principales calles de los cuatro conos, sería una tarea a trabajar.  

Mi tercer pensamiento, es el que intenté rechazar, pero como todo pensamiento negado se acentúa. Está asociado a la probable captura de la movilización de mujeres por sus derechos,  es decir,  que la mayor sensibilización social, política y cultural por el Día Internacional de la mujer que reivindica sus derechos, se habría institucionalizado, por tanto la movilización dejaba de ser una práctica masiva y de impacto. 

Y allí se me anudó la reflexión, mi recuerdo voló a 1996,  tiempo en que el movimiento feminista descubrió que había dejado de ser movimiento  para se un feminismo institucionalizado. Crucé los dedos como en los días adolescentes y alejé mis pensamientos. Por complejo y exigente requiere de mayores evidencias y necesariamente del contraste con otras miradas, pero muy en el fondo,  aun me resisto a pensar que el día de conmemoración de los derechos conquistados y por conquistar de las mujeres hayan sido capturados.

Hace poco escribía a una amiga expresándole  mi alegría  ante su saludo, por mantenerse alerta a las fecha innovando la celebración y felicitación  por el análisis reflexivo a sobre la situación de las mujeres ad portas del día internacional de la mujer, contrarrestando en parte el despojo de su dimensión política  por el mercado distorcionando la conmemoración provocando desinformación  y banalización de la fecha.

La recordaba la persistencia de muchas aristas a cerca de nuestros derechos que debíamos atender, graficados a modo de pasos a dar, para resolver los problemas que representaban. Entre ellos la sororidad, la alternancia, apertura y valoración de la diferencia hasta la tolerancia real, la ampliación de oportunidades para quien nos acompaña y los que vienen detrás, el ensanchamiento de espacios existentes y conquista de otros afirmando la memoria y educando con nuestra historia.


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Y al igual que en ese momento insisto en que de  todos  los pendientes, existe una prioridad transversal que debemos alimentar y explicitar,  como es  la permanente atención a la coherencia y consistencia de nuestros actos cotidianos, la reflexión en quienes somos, hacemos y pretendemos ser, para no dejar huellas confusas.  Hoy más que ayer cuando las contradicciones de intereses y necesidades están expuestas con las heridas abiertas como se aprecia en la foto donde una joven visibiliza a las mujeres de la parada, a la altura del escalón de apoyo a la alcaldesa. La contradicción hecha imagen simbólica innegable e imborrable.

Tengo esperanza que luego del proceso de reflexión al que parecemos acercarnos, avanzaremos  hacia una práctica crítica, sostenida de modo que rebasemos prácticas patriarcales, machistas, maternalistas, marianistas,  discriminadoras, excluyentes  y abusivas en las relaciones de género que hemos heredado históricamente, al punto que se nos cuela casi inconscientemente entrelazándose con nuestros haceres sociales, políticos, culturales, religiosos, etc.

Que lleguemos al momento para dejar de asumir tutorías implícitas de otras mujeres sea extendiendo nuestra maternalidad o creyéndonos marianamente, que somos insustituibles por nuestra entrega y abnegación,  sin radicalizar la democracia para ejercerla en toda su amplitud, sin ensayar sus nuevas posibilidades de ser y hacer. Postergando la responsabilidad de aportar a nuevas conciencias, compromisos, militancias y principalmente la posta de nuestras esperanzas.

Confío cada día que el siguiente será mejor y menor que el subsiguiente, porque cada día nos esforzamos más que el anterior, eso nos permite que en el nuevo siglo,  tangamos nuevas herramientas para tratar viejos problemas como el aborto, la sexualidad, la igualdad, el poder, la espiritualidad.