martes, 6 de octubre de 2015

CUARENTA Y CINCO MINUTOS BAJO GARUA


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Hoy me descubrí paciente, sofocando a la urgencia y  atención de prioridades,  que en perspectiva quedan desnudas, sin ese ropaje abstracto con el que recubrimos todos los haceres, dejando que copen nuestro tiempo, hasta secuestrarnos como Ser, al punto que   enajena creyéndonos lo importante que somos  para perder el tiempo bajo una garúa de octubre .
Los primeros quince minutos coincidí con dos semejantes, cobijándonos bajo cornisas inexistentes de esta ciudad desprovista de espacios para acoger, permitir el respiro, aliviar el cansancio, animar el intercambio, la relación humana, menos proteger de los embates de la naturaleza. Diseñada sólo para el tránsito, si a pesar de ello, te detienes caes bajo sospecha. 
Aun así estábamos detenidas,  tres mujeres de mediana edad, riéndonos de los apuros que impulsan otros pasos y burlándonos de la  garúa sobre cada una, mirando de tanto en tanto hacia la perspectiva por donde asomaría la figura del  ser  amado(a) con quienes cada quien proyectaba el encuentro que espantara a la humedad que calaba los huesos y animara el alma. Acostumbrada con mis congéneres, a la puntualidad o llamada tranquilizadora ante la demora  me percaté que me había detenido en la parada errada porque los buses estaban desbordando. Era Carabaya, el paradero del metropolitano que va hacia el norte. Mi amiga vendría del norte,  que se detiene en  Camaná.  
Me despedí de mis compañeras de espera, caminé a prisa para absolver mi error temiendo ser yo quien se hiciera esperar.  Me animé pensando que tenía a  favor un día tan complicado como este, donde todo  está de cabeza,debido a la inaugural reunión de quienes deciden como se gobierna en un país que no es el suyo, pese a que nadie lo conoce, tampoco ha elegido y menos se hará responsable de  lo que pase después. Es más, deciden como se gobierna en el planeta, especialmente en zonas de mayor vulnerabilidad, calculando cuantos mueren y de qué forma bajo el rubro costo social. Como decía mi amigo Jhony Juarez:   “¡Quien tiene  plata puede y hace lo que quiere!, y quien no, aplaude o sólo mira”.  Para    simples mortales, sólo nos toca saber porque no podemos sustraernos de los indicios y su lógica e indignarnos. Así como, envidiar a quienes no saben y sólo se topan con sus secuelas como el tránsito  infernal.
Caminé un trecho, descubriendo entre el gentío  a una anciana de pasos lentos y cortos, que tenía un ramo de flores en los brazos, deslizándose dueña del tiempo y el espacio, casi sin tocar la acera. Me dije: “Si llego a esta edad, espero tener tanta fuerza como ella y caminar sin que nada más importe”. La rebasé y llegué a mi destino. La llovizna acentuaba, me sentía huérfana de cobijo, sólo postes de luz, farolas con tendencia regresiva y semáforos. Me resigné, adoptando una postura contemplativa.
Las siete menos cuarto, en la estación del Metropolitano que va del centro al sur, se reproduce la misma imagen anterior, con algunas particularidades, aquí nadie conversa, no hay murmullos, todos están en otro lugar a través de sus máquinas comunicantes. Hombres y mujeres jóvenes que a diferencia de la anterior parada, visten con formalidad, elegancia y moda, sin duda se trata de ejecutivos(as) de mando medio que agotada la jornada en los ministerios y empresas de Lima cuadrada retornan a lo suyo y la vía más rápida es el Metropolitano, hacía el sur oeste, zona de confort de la Lima tan diáspora.
Me percato que cada tres a cuatro minutos son tres a cuatro buses “A y C” que vienen del norte, con asientos libres de pasajeros, mientras que en el andén una veintena   aborda cada autobús, en tanto descienden de él, de tres a cuatro personas. Lo que no comprendo es por qué, la fila de ingreso al andén tiene hasta cuatro espirales de su mismo tamaño replegada en sí  en el exterior. 
La anciana me alcanzó me mira y sonríe como diciéndome: “Ilusa vez no por caminar ligera llegas más lejos, te alcancé”. 
Se ha sumado media hora  a la prevista y no puedo creer que esté parada en una esquina sin noticia alguna de quien espero. Me alarmo, llamo para saber si ha sucedido algo, como respuesta el re-direccionamiento del aparato me pide  dejar un mensaje, sin reconocerme señalo mi preocupación y disposición de seguir esperando. Cuelgo y me descubro sorprendida de mi misma, en otro tiempo u otra espera, simplemente hubiera señalado que no espero tanto y anotado inmediatamente que me iba, nos veríamos otro día, total la trascendencia no era mía, aun cuando me atravesaba. Me descubro, menos egoísta bajo la garúa, más humana y consecuentemente más disponible.
Tengo frío pese al gran abrigo, tomo un segundo emoliente, mirando a través de  las ventanas de los buses que se detienen uno  a uno,  si mi amiga se asoma.  De pronto me invade esa sensación de inseguridad que se suma a la incertidumbre, que estimula nuestra imaginación y empuja a prácticas irracionales. Advierto que  estoy al otro lado de la salida de pasajeros, que no me ubicará al bajar. 
He cruzado al frente, me confundo con el gentío que se agolpa   hacia la parada. Tengo otro panorama los buses que van al norte siguen desbordados, son los viajeros que van a domicilios con mediano o ningún confort, este se revela desde el apiñamiento de pasajeros hasta sus oscos rostros. El olor a palomitas de maíz me invade y  esa la larga cola de quienes van al sur, atrapa nuevamente  mi atención. 
Un bus totalmente vacío aparece, la reacción de hombres y mujeres es ,a pugna por ingresar, esfuerzo detenido por el mecanismo de ingreso, que permite logren su cometido sólo una espiral de la cola antes que el bus parta. Todo vuelve a la “normalidad”   mil preguntas se me agolpan: ¿Cuál es la racionalidad por el  que   pasajeros(as) hacen una larga cola para ingresar a  un andén apenas ocupado perdiendo la oportunidad de un bus vacío? ¿Cómo está planificado para agilizar el transporte en horas punta en una zona con escasa demanda, y otra, que si lo está? ¿Por qué los buses  van de tres en tres y paran en todos los paraderos? ¿Por qué no  es posible que unos paren en uno,  y otros, en la siguiente parada, para que todo fluya? ¿Es así todos los días? ¿Alguien monitorea o vigila para introducir cambios y mejoras? ¿Cuánto tiempo llevará modernizar el transporte? ¿Estaremos condenados(as) a un servicio irracional, miserable y disuasivo? ¿Por qué todos se someten? ¿El atropello y la deficiencia es sinónimo de servicio público masivo? ¿O en realidad lo único que importa es la rentabilidad por sobre la racionalidad del servicio?
La vibración del celular me rescata, es mi amiga diciéndome una serie de explicaciones que no entiendo, le digo donde estoy. La espero está vez  tratado de descubrir su rostro entre el gentío de todos los lados, porque en verdad no imagino por donde aparecerá, mientras me prometo que es la última vez que tengo la genial idea de esperar a alguien en un paradero para decidir de a dos dónde vamos, ergo sin planes, porque lo más importante es la agenda y la improvisación suele ser una aventura que te recuerda que la vida  también requiere una dosis de espontaneidad o medios planes de tanto en tanto. Similar a la silueta de aquella anciana  que  ha agotado  cuatro cuadras en tres cuartos de hora, su silueta parece despedirse saludando a mi espera, dos cuadras hacia el oeste.
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Llegó mi amiga y tras mutuas explicaciones y disculpas, decidimos cobijarnos en el Queirolo, no sin antes preguntarnos si era seguro, mientras nos reímos de la pregunta irónica, porque nada en esta gran ciudad es seguro, sólo ese momento de nuestro encuentro. Nos tomamos del brazo, hacia el Queirolo que a la distancia parece cerrado, pero a medida que nos aproximamos se revela… Caminamos ignorando los hedores que emergen de las penumbras, la soledad y abandono de aquellas calles, antes tomadas por pensadores, bohemios, poetas… guardamos silencio, quizás con la esperanza de hallarnos con los fantasmas de quienes en noches como esta, se juntaban a bosquejar este país.
Nos acogió el solícito servicio de siempre,  ubicándonos en una mesa para dos, en el salón de ingreso,  porque los siguientes habían sido tomados sólo por bebedores frecuentes,  nos sentamos, advertimos algunas mujeres salpicadas, aun en este tiempo sigue siendo un lugar masculino a esas horas, una vez mas, me siento tan a gusto de invadir un lugar seudo segmentario, semi pacato y tan libre. Pedimos un vino y piqueo mientras la noche  se viste de fiesta y el telón corre… abrimos nuestra agenda y corazón, pero ese es otro cuento.