martes, 25 de febrero de 2014

RECOLOCANDO UN MUNDO EN OTRO



Conocí a las hermanas Mitu y Misu a inicios  del nuevo siglo, atraída por un vestido negro tejido en algodón, escaso en nuestro medio, en un pequeño puesto del vestíbulo cuasi desierto en una de tantas galerías que se habían inaugurado en ese tiempo. Mientras revisaba el vestido en detalle, observé que las dos jóvenes dependientes,  se habían ingeniado para ofrecer simultáneamente   servicios de embellecimiento que hasta entonces sólo se obtenían en grandes salones de belleza: limpieza de cutis,  manicure, depilación de rostro   y tatuaje ecológico. Los dos últimos nuevos para mí, en la depilación de cejas, bozo y rostro usaban un hilo con gran habilidad y para el tatuaje que yo llamo ecológico por su temporalidad, usaban henna.

Miré con atención los rostros jóvenes y bellos de ambas mujeres hindúes  que apenas hablaban español y se habían asentado en la casi desierta segunda planta de esa galería a la que rebauticé como mercado persa, a donde incursioné atraída mi olfato seducido por el sándalo, rosa, pachuli, mirra que impregnaba cada rincón de su ambiente, creando un ambiente propicio para el expendió de aceites, sedas, cristales,  colores, brillo y  magia que te trasladaba hacia oriente con sus misterios.

Tenían por compañía a una distribuidora de productos deportivos y algunas tiendas de depósitos,  otras de joyería en pata y fantasía. Al este contaba con un ambiente amplio   que fungía de comedor de última generación, donde la cocina  era una extensión permitiendo ver la manipulación de los alimentos,  hecho inaugural hace poco más de una década. Ahora que caigo en cuenta, la galería durante sus inicios intentó sintetizar la dinámica de espacio dedicado a la comida como era tradicional incursionando tentativamente en el comercio de productos  para el disfrute de todos los sentidos.

Mientras revisaba los productos  y contemplaba su arte en el cuerpo de sus ocasionales clientas, pensé en las razones que las había impulsado a migrar tan lejos, de un continente a otro, en su caso  por su cultura, con el peso que implicaba desprenderse  de la familia, parientes y cultura. Me preguntaba qué las animó para hacerlo a un país como el nuestro. Imaginé sus sueños de libertad, progreso y quizás alejarse de las tradiciones donde las mujeres tenían menos oportunidades que las mujeres peruanas, hasta ser   emprendedoras no bien  pisaron suelo peruano.

No pude dejar de mirar tras la historia de estas mujeres jóvenes la historia de millones de sus compatriotas femeninas que según su casta y  lugar seguían experimentando, condiciones que negaban sus derechos humanos y sus derechos como mujeres. Recordé casi con escalofrío el rito del Sati o “viuda ardiente”, que hasta hace  más de un siglo era práctica principal de las castas altas  con extensión a las bajas, consistente en la inmolación de la  viuda se quemaban viva junto a su difunto marido, inspirada  en su religión y acicateadas por su cultura al creer que: “Hay tres millones y medio de pelos en el cuerpo humano, y cada mujer que se quema con el cuerpo de su esposo, vivirá con él en el cielo durante igual número de años” [1]

Cuando conocí este rito durante mis estudios de género, me preguntaba más allá de las teorías  antropológicas, el modo en que la sociedad hindú  construiría en el imaginario de las niñas la preparación para afrontar este momento en su condición de mujer y esposa. De ser voluntario el sacrificio, como muchos argumentaban, ¿Cómo debe  haber sido su vida? ¿De qué modo su percepción las había enfrentado  y convencido de la crueldad de su vida en la tierra para aspirar a vivir en el cielo por tres millones y medio de años   antes de reencarnar y volver a la tierra con la posibilidad de ser nuevamente mujer?

Una de las jóvenes me rescató de mis pensamientos, preguntándome  si me animaba por un tatuaje con Henna.  Pregunté por el origen y calidad de los productos que usaban y me dijo que todos eran de la India, los habían traído con ellas. Me animé por una manicura, que en realidad era un diseño en mis uñas porque hacía unos días que me había hecho el tratamiento. Mientras conversaba con ellas, descubrí las razones de su migración, sus  tristezas sus sueños y esperanzas, mostrándome que estaban hechas de gran energía. El modo como había descubierto en medio de ese contexto de ser mujer en la India tan compleja, la posibilidad de sobrevivir a través del manejo del cuerpo y rostro  que transcurre de soltera virgen a fuente de erotismo ya casada: “Desde un punto de vista antropológico, el maquillaje posee dos funciones esenciales. Por un lado, es una forma de adornar el rostro u otras partes del cuerpo para identificar al individuo como miembro de un grupo o tribu”. [2]

Cuando terminó de ornamentar mis uñas me quedé  contemplando las diez mariposas que se aprestaban a volar, me salió de muy adentro. Decreté  con total convicción al igual que en tiempo  se lo había dicho a María Luisa que se había iniciado en estos menesteres en otro punto de la ciudad: “Saben, creo que tendrán que hacer un giro en su  negocio, me gusta el vestido, pero si se dedican a lo que mejor saben hacer como mujeres de la India, como son estas formas de trabajar la belleza, no sólo tendrán una, sino muchas tiendas, recuerden siempre ser como son y  mantener la calidad de su trabajo, de ser así no hay  competencia que las gane”.

De este modo me hice amiga de ambas jóvenes y a lo largo de este tiempo siempre que tengo oportunidad de ir por su zona las visito, no necesité de mis poderes para visualizar en lo que hoy se han convertido luego de ver la belleza de los decorados en mis uñas, sólo me quedé corta. En poco más de una década, han logrado ser empresarias exitosas, al mismo tiempo que han definido  la línea de servicios que se ofrece en toda la segunda  planta de la galería donde se ubican: cuidados de pies, manos, rostro, más aun el éxito de la galería en su conjunto, que es notable por su desarrollo en los servicios. Ya no existe ese amplio ambiente de comedor, se ha subdividido en tantas tiendas como puede albergar.

Ellas son dueñas de casi toda el ala izquierda de su ubicación que suman aproximadamente una decena. Se han casado una tras otra, tienen sus hijos, han ido y venido a la india periódicamente, más de lo que suelo viajar a Huari.  Cada tienda es un mini salón de belleza, ocupa a  un promedio de  cuatro trabajadoras entre manicuristas, pedicuristas y cosmetólogas. Su crecimiento empresarial ha  generado puestos de trabajo para jóvenes mujeres con sueños semejantes al ellas al iniciarse –los únicos hombres son sus parientes que administran tiendas de provisiones de sus materias primas-. Provienen de  los diferentes conos de Lima, señalando que ya no  es problema, tanto por el horario como los servicios de transporte, las que vienen del sur dicen que el tren les ha cambiado la vida y que trabajar con Mitu y Misu es gratificante.

Luego de más de dos años sin asomarme por ese lado de Lima, en Enero,   fui de compras por la galería persa, descubriendo que tenía escalera eléctrica, nuevos productos,  todo bien cuidado y mantenido. Pereciera que experimento eventos circularmente -algunos dirían deyavú-. Nuevamente un vestido, esta vez verde llamó mi atención, pregunté por él, me atendió con mucha amabilidad una mujer hindú adulta mayor que apenas hablaba español asistida por una joven peruana, hubiera jurado que se parecía a Mitu y Misu aun cuando ellas son diferentes están mujer adulta parecía sintetizar ambos rostros. Compré el vestido y estimulada por la escalera eléctrica fui a visitar a mis amigas para saber en qué estaban.

Sólo encontré a Misu, allí me enteré que se turnan para cuidar de sus hijos, se extrañó de verme luego de mucho tiempo, le conté de mis razones y ella de lo vivido en el tiempo que dejamos de vernos, así como las nuevas líneas de producto que estaba ofreciendo, tomé uno  recomendado por ella.  Supe que lograron  traer al Perú a toda su familia, su padre había fallecido aquí el año pasado y   la señora  amable que me había atendido antes, era su madre, todo vuelve pareciera decirme los hechos. Nos despedimos como siempre con un abrazo, buenos deseos y pronto retorno.
 
Cuando me alejé del lugar agradecía a la vida por sus misterios, sonreí y le di gracias a Dios, porque  estas dos mujeres  con las que me topé un día, no sólo habían tomado en sus manos, sino ejercido su libre albedrio, plasmando sus sueños y por efecto de arrastre de adentro para afuera, junto a ellas, de otras mujeres  y hombres que las circundan, se acercan, benefician y las benefician. Sin duda que aun tienen mucho porque luchar, pues su día a día es de trabajo sostenido, sin embargo  descubro en ambas a diferencia de otras mujeres emprendedoras, respeto para con su equipo de trabajadoras, atención  y gentileza  para sus clientas, en su rostro sus bellos ojos brillantes siempre suelen estar acompañados de una sonrisa y paz en el ambiente donde están sus tiendas de belleza.

La India del siglo XXI ha cambiado mucho respecto a hace dos siglos, sin embargo la velocidad de los cambios en la vida de las mujeres es un proceso lento, su ingreso a la modernidad y el ensanchamiento de su perspectiva de sujeto de derecho tiene como barrera  principal su condición de mujer. El caso de Mukherjee[3] es uno de los tantos que grafica no sólo su exposición al feminicidio como el que se vive en América Latina –donde el principal perpetrador es la pareja o alguien próximo-, sino que en el caso de ella y sus congéneres   se extiende al espacio público, donde hombres con escasa capacidad para asumir los cambios en tanto el cambio cultural es lento en contraste al económico, social y político,  ven a las mujeres no como sujeto de competencia abierta sino amenaza de un enemigo despreciable que históricamente estuvo sometida a él.

La agresión que desfiguró y trastocó la vida de  Mukherjee, es un referente que puso en agenda el endurecimiento de la pena por un delito semejante   que rige  desde  abril (2013)  castigando a los perpetradores de los ataques con ácido a cadena perpetua en la cárcel, junto con una multa, un comentario al artículo advierte lo frecuente que debe ser el hecho para radicalizar la sanción.

Que en la India cada  veinte minutos una mujer es violada y el incremento alarmante  de las cifras de feminicidios[4] es   el artículo que motivo este escrito, buscando alimentar una dinámica universal de apuesta porque crezcan las condiciones para liberar del sufrimiento a mis congéneres no por distantes menos dolorosos, sino más impotentes. Y antes de adentrarme en la frustración por la impotencia, quiero dibujar con la historia de Mitu y Misu,  que para muchas mujeres de la India como ellas hay un mañana diferente, que la  luchan  por hacerse otro mundo este es posible, aun cuando eso signifique trasladar su mundo al interior de otro. Está la esperanza de que en algún momento esa fuerza personal y nuestra conciencia colectiva se revierta en la liberación de  mujeres abusadas y sometidas en el planeta.




viernes, 14 de febrero de 2014

DEL AMOR Y SUS ROSTROS


Desde las cero horas del catorce de febrero de este año,  por esos designios del universo celebré el día del amor en sus diversas facetas. Llegó tanatos, esta vez, sin su oscuro ropaje y guadaña, lo hizo vestido de piedad, aliviando el largo sufrimiento de la madre  de Juana, mi amiga, quién la ha sostenido por más de una década. Permitiéndonos reencontrarnos entre  gestos y  rostros solidarios bajo la claridad de la luna llena. Y una vez más ser gregarios ante la trascendencia del amor,  comprometidos y con prospectivas de cooperar como antes, suele suceder con amigas/os de todo una vida, de quienes nos desconectamos por las bifurcaciones de nuestras elecciones y haceres.
Eros se manifestó a lo largo del día diversamente, con signos, símbolos, silencio, reclamos, canto, encanto, su magia ilusionista como suele hacerlo. Agápe, me hizo guiños, festejó, danzó y animó compitiendo por mi atención con Eros,  interrumpiendo, inquietando, mezclando   traviesamente todas las emociones y agitando nuestro ambiente.
Storge me alcanzó con mensajes de texto, llamadas, obsequios y gratitudes que lograron sonrojarme al   adjetivar como  maestría  a mí compartir y aprender de  conocimientos. Philia, me  permitió amar a plenitud,   con oportunidad para  retornar  amor y cuidado  a quién me dedicó sus días, noches y oraciones en un tiempo todavía  tibio de esfuerzo en mi vida, como sucede con las recuperaciones tras la crisis.
Hoy mi hermana Lucy,  ha detenido esa parte de su cuerpo que crea, adereza, sostiene, enjuga, acaricia, cura, da y acoge. Sus manos requieren de vacaciones, cuidado y atención, para impedir una cirugía. El tiempo vuelve, según el libro rosso o el libro del amor según Kathleen McGowan  (2010)  y este es mi tiempo de retorno, que ni se asoma a aquello que ella suele dar, intento imitar sus pasos, su gesto, es mi modo de honrarla. En este preciso momento, es la musa que  inspira a escribir, para liberar mis miedos agazapados, a propósito de las diversas caras del amor, en medio del diseño de un programa educativo para ayer.
A ese rostros del amor que es mucho más que el subyugante deseo, posesión, incrustación,  disfrute de pareja y a veces hasta devoración. Si miramos bien, descubrimos la brillante pupila de ese amor que es inquietud, rebeldía  compañía,  festejo  y celebración, son los amores que entretejemos  con amigas y amigos. Y si avanzamos un paso más nos asomaremos al comulgar de sueños y apuestas colectivas como el baile por el billón de pie, que erradique toda forma de violencia contra la mujer en el país y el planeta. Descubriendo que somos más allá de nuestros deseos e intereses privados una especie colectiva que se distingue por sus pasiones, emocione y sentimientos, extremos: amor/odio, mediados por la conciencia y convenciones que impide devorarnos unos/as a otros/as sea por amor u odio.
Lucy es ese tipo te ser, que te anima a asumir los hechos como se presentan, invitándote  sin palabras a mirar con  cuidado todo el contorno, de arriba para abajo, hacia adentro y afuera, hasta descubrir  que no queda otra cosa que afrontar un nuevo estado, en mi caso de  quietud en estos dos años. Es quien me anima y acompaña en mi proceso de re-aprendizaje  que se acompasa con los nuevos tiempos,  llegando a ser más que el proceso de superación de un impedimento o discapacidad,   la re-definición de   la conciencia  y paciencia reflexiva. De su mano, descubro que somos mucho más que cuerpo,  pero que también somos ese cuerpo sojuzgado, acallado, sometido e ignorado que suele expresarse en su momento, que sólo advertimos su existencia y valor, cuando algo lo resiente o detiene.
Por más de medio siglo viví el día de San Valentín convencionalmente, hasta que en el décimo segundo año del siglo XXI,  todo cambió. Había empezado al igual que este año,  desde sus primeras horas,  abriendo la puerta a Edipo voluntarioso para festejar con Rodrigo de madrugada,  interrumpiendo la edición de imágenes de amigas y amigos que acompañarían la música  portadora de mi regalo virtual de amistad en reciprocidad a todos los recibidos por el día del amor, pero...  ¡vaya sorpresa con  la que me encontré!... ¡Poseía fotos sólo de amigas! y está allí aun esperando su destino.
Esta constatación, fue tema que arrancó nuestra tertulia noctámbula, contrasté  las escasas  amigas y numerosos amigos,  durante mi adolescencia y juventud que se trastocaba inversamente a mi mediana edad, él me decía que a partir de los cuarenta las mujeres se hacen más semejantes por todo lo vivido por tanto se unen mas. Estábamos en esas, cuando fuimos interrumpidos por el llanto de un bebé en la segunda planta, era dos de la mañana, nada extraño, salvo que  ninguna de las tres casas   que nos circundan tenían bebé, y el llanto, claro y fuerte sonó sobre la mesa del comedor donde nos hallábamos.
Temeraria, intenté averiguar  sin éxito, Rodrigo me retuvo con fuerza, impidiéndome subir a  la segunda planta mientras decía: “Lo que sea que se canse”. Cambiamos de tema, celebramos como solemos hacer si estamos noctámbulos, con sendos sándwich de pollo –su preferido- y bebidas en honor a estar juntos y disfrutar del naciente día del amor y la amistad, comentando  que él disfrutaba en ese entonces de amores fugaces, en tanto yo persistía en mis exigencias atentas. Concluimos que lo mejor de todo era estar ahí juntos para festejarnos como pocos lo hacen. No imaginábamos en ese momento que la vida pondría a prueba ese amor y complicidad tornándolo a él en mi Arcángel, asistente, fortaleza, fuente y playa donde encallar mis emociones zozobrantes, en mi papel de dependiente y paciente a lo largo de un tiempo de re-conversión.
Dormí algo y trabajé toda la mañana  mientras, Lucy había preparado el festejo del día en  fhilia,  se antojó pato en punto de amor  e hizo que cancelara mi cita de almuerzo. Celebramos y estaba por  cancelar mi siguiente reunión de las tres, más hice de tripas corazón, abrevié la sobremesa y salí rauda, dejando el celular, la cámara y hasta mi agenda. Me di cuenta de ello en el paradero, estuve a punto de retornar, más la presión por llegar a tiempo y no defraudar a mi joven promesa de genio,   me hizo desistir.
Esperé cinco, diez minutos, ni un colectivo o taxi, decidí hacer conexión y subirme al primer bus que apareciera, craso error no escucharme menos prestar atención a mi voz interior, más adelante volvería muchas veces a este momento en mi etapa de negación y victimización. Era media tarde el bus vacío, casi todos dormitando, para no aburrirme en el trayecto me puse a leer la “Lengua de Santini”. Cuando decido bajarme del bus, recuerdo que el carro estaba detenido y mientras me levanto  miro sin ver, el piso con un terraplén  que iniciaba en la quinta fila de asientos –yo estaba  en la sexta-, cosa extraña porque hasta ese momento era un detalle de los grandes vehículos que se ubican entre la puerta y primera fila.
No recuerdo más, dicen que en situaciones así, suele producirse un shock traumático, yo sólo me veo cogida con la mano derecha, del pasamano derecho a la altura de la quinta fila -donde se iniciaba el desnivel del bus­­-. Y al siguiente segundo, me veo cogida con  la mano derecha, del pasamano detrás del chofer, como en un sueño consciente. Por acto reflejo miro mi pié izquierdo colgando, apenas sostenido por  la piel, cerré los ojos, el  primer pensamiento fue de negación: “Esto no me está pasando a mí”. Abrí los ojos y miro nuevamente mi pie colgado, al mismo tiempo que siento a alguien   sosteniéndome,  simultáneamente emerge mi segundo pensamiento: “¿Qué  estoy haciendo  sin advertirlo,  que debo detenerme  así?”. 
Así es como hace dos años, mis pasos se detuvieron abruptamente  y hoy se desplazan sin la velocidad de ese entonces, tras aquel  accidente de tránsito cuyo detalle recuerdo solo fragmentos,  que suspendió más  de un evento en agenda, mientras fui engullida por aquel dolor  indescriptible, ese que llega sin advertencia. El día del amor se tornó en dolor físico sin precedentes en esta mi existencia, mostrándome  de qué estaba hecho mi cuerpo físico que creí frágil y el modo como eran gobernadas mis emociones por mi mente. Ni un lamento menos una lágrima, en cambio  mil preguntas e innumerables situaciones visualizadas sin mi pie izquierdo.
Miré por tercera vez mi pié  sobre el piso del bus,  fuera de posición como irreal, extraño, inerte. Sólo  mis manos expresaban la intensidad del sufrimiento,  aferradas   a esas manos extraña de los brazos que sostenían mi doliente cuerpo de mujer  rota, más adelante sabría más de la nobleza, solidaridad y civismo de este hombre  joven hasta ese momento extraño que se tornó en mi ángel, algo que deberíamos aprender e imitar si nos encontramos ante un accidente.
Mi espíritu que andaba de vacaciones retornó a  mí, casi simultáneamente con mi conciencia del escenario, acompasada por voces  que clamaban ayuda, vi a otro hombre que se acercó a mi pie herido, cerré por tercera vez mis ojos  y pensé: “Está roto, si algo puede hacer por él será bueno”. Sólo recuerdo la espalda de  alguien con una camisa a cuadros amarillo con negro. Mi ángel me contó al año y medio de los hechos que se trataba de un policía vestido de civil.
El dolor era insoportable, mi ángel trataba de distraerme,    alejar mi mente  del sufrimiento, mientras el cobrador miraba pálido  señalando que los bomberos estaban en camino. Recuerdo la voz distante de una joven mujer preguntándome por un seguro y que debía tener mi tarjeta conmigo. Me volví, la miré sin entenderla, no sé que  vio en mi mirada que se calló al mismo tiempo que un tercer hombre, me decía con celular en mano si quería avisar a alguien. 
Y pensé rápidamente que arruinaría el día de más de una persona, me preocupé por la presión alta de Lucy y mi madre, en Rodrigo que sólo tenía  diecisiete años, en mi hija que acababa de salir de un parto prematuro con alto riesgo, dejé a un lado la predominancia de mi rol del cuidado en un momento extremo,  convenciéndome que debía hablar con mi hija, la había preparado para estas cosas, ella sabía de derechos, seguros y pelearle al sistema, así lo hizo, mediada por su propio estado y el cuidado de mi pequeña Belén.
Hoy sé,  que mi semejante es Lucy, mi hermana, está  hecha a prueba de todo y sobre aquello que no sabe lo aprende acelerado y perfectamente, que puedo contar con ella en altas y bajas, como ella puede hacerlo conmigo. Con ella nuestras diferentes habilidades se complementan, podemos discutir y tener miradas discrepantes sobre un mismo hecho, lo que no nos contrapone sino nos hace pensar más al respecto. Es mi crítica más aguda, pero también quien me anima y sostiene cuando me estanco, en mi caso intento imitarla. De lo que si estamos convencidas ambas es que compartimos, principios, valores, historias, respeto y amor de toda nuestra vida en este tiempo.
El accidente ocurrió poco más de las tres, no sé cuánto tiempo transcurrió hasta ser atendida, sólo sé que fue interminable por lo traumático de mi situación. Antes que los bomberos,  llegó una ambulancia municipal, una mujer joven me colocó el  botín inmovilizador, descendiendo en un punto de mil, mi dolor indescriptible. La madre de mi ángel me pregunto si quería que me acompañara su hijo, yo asentí; él se subió a la ambulancia conmigo, sin dejar de sostener mi mano y animarme. En este punto quiero agradecer expresamente a este ser humano que hace honor al concepto de humanidad.
De él aprendí que todos y todas debemos estar dispuesto a serlo, visualizarnos en una situación de crisis del que seremos testigos en el futuro para detenernos y agotar el apoyo  y acompañamiento hasta asegurar la atención debida,  consecuente con el significado de solidaridad, puesto que somos escasos los que nos detenemos no sólo a auxiliar sino a acompañar a un/a herido/a  sin imaginar lo trascendental que ello puede ser en su vida futura. Si él no hubiera testificado, acompañado  he insistido para superar los vacíos que suelen presentarse -en mi caso  nadie anotó la placa y eso retardó la atención-, sin duda la situación se hubiera complicado más. Lo supe durante mi estadía en la clínica, donde fui testigo de  la diversidad de situaciones inimaginables en que suceden los accidentes de tránsito y el modo en que   las aseguradoras se liberan de determinadas situaciones y secuelas.
Viene a mi recuerdo un hecho de hace muchos años, a la altura de Farmac de la Av. Salaverry, caminábamos varias cuadras con una amiga conversando y un señor adulto mayor venía tras nuestro atento a nuestra conversa. Cuando cruzamos la pista no medimos  la velocidad del auto que vimos antes de Javier Prado,  apresuramos el paso y llegamos a la berma central,  y el señor con menor suerte por un paso detrás,  fue golpeado y lanzado por el auto como tres metros.  Él se levantó y dijo que no pasó nada. Alarmadas detuvimos al auto, -pese a la negativa del señor-,  la responsable del vehículo era una mujer joven que desde un inicio negó su responsabilidad la encaramos y logramos que lo subiera y llevara a emergencia. Nosotras íbamos apresuradas a una reunión,  cuando se fueron, reaccionamos tardíamente,  comentando que debíamos  haberlo acompañado y guardamos incómodo silencio. Ahora soy consciente, que esa es la usual actitud, nos quedamos en el umbral de la solidaridad sin comprometernos por lo urgente.
En el caso de mi accidente, tuve a un ángel que  se hizo cargo de todo. Cuando llegamos a la clínica, me recibió un rostro inexpresivo, interrogándome sobre los hechos, cuando le narré lo mejor que pude. Me miró y dijo: “Ciertamente ha sufrido un gran traumatismo en el tobillo, es lo evidente. No le voy a hacer nada más que colocar una férula,   decidiremos que hacer luego de las radiografías”. Cuando terminó de  colocarme la férula se acercó un interno lo supe por su rostro joven y falta de tino, me miró y dijo: “Mire señora,  en casos como el suyo no queda otra cosa que operar”. En mi mente eso significó inmovilidad y/o pérdida del pie. Me volví hacia  quien sería mi médico principal, hoy mi amigo,  le dije al punto de la histeria que no me operaria. El dijo no me preocupara, que haría aquello  que mostrara la radiografía. Era el hombre número cuatro de ese evento, el que colocaba firmeza a mi reinicio, no fue fácil, me fue diciendo las cosas gota a gota a lo largo de un año y medio  –quien sabe si es una metodología de médico paciente o fue determinado por mi negación inicial a la cirugía-. En el proceso aprendimos uno del otro mutuamente, hoy ocupa un lugar importante en mi corazón y oraciones.
La espera fue una nueva tortura, por dos razones. La primera,  antes que mi familia llegó mi alumno con su madre y padre quienes desanudaron las dificultades, mientras tanto mi joven aprendiz de catorce años en investigación comparativa, se quedaba a mi lado y ante quien me sentía incapaz de  mostrar quebranto.  La  segunda,   mi cuerpo sufriente no había recibido ningún analgésico, mientras el dolor era sostenido,  el cual sólo descendió a las siete de la noche, cuando ingresó la última gota de analgésico en una camilla de internamiento.
Más adelante sabría qué se corresponde con protocolos y tipo de seguro, no voy a quejarme ni victimizarme, tuve mucha suerte a pesar que me tocó el peor seguro, superado con creces por seres excepcionales, desde la corredora que se identificó  conmigo en el quehacer,  orientándome y asistiéndome.  Fui atendida con distinción durante mi internamiento por todo el personal auxiliar y cuidado, adentrándome al estado de la dependencia total. Animada por las compañeras en el dolor y amigas/os que se asomaron. Reconectada  virtualmente por la generosidad de la sabiduría de amigos míos o de mis amigas, sin dejar ni un día la tutoría virtual de un diploma a mi cargo,  junto a la asesoría de tesinas, eso mantuvo mi concentración y fuerza. Asistida y sostenida por mi arcángel mañana, tarde y noche.  Bendecida con el cirujano que me proporcionó el universo, para retornárme la habilidad de sostenerme sobre mis pies luego de tres operaciones. Bien servida y amada por las personas que aliviaron mi dolor y volvieron a darle motricidad a mis pasos, mis mágicas sanadoras y hoy amigas terapeutas del dolor, no menciono a ningunos/as,  porque espero su reacción cuando lean este artículo.
De todo lo vivido aprendí que ante una crisis que te toca, hay otro/a   cerca con uno mayor donde sólo la mutua esperanza y comprensión sostiene. Ciertamente hay varios tipos de seres que llegan a tu vida de formas misteriosas: sólo por un instante, temporadas y toda la vida, pero que todos/as dejan su huella imborrable en ti. Luego de ser tocada por ese magia del amor, dejas de ser la misma en honor a esa energía radiante. Y si tienes como  bendición oportunidad de entretejer lazos, se abre la posibilidad de retornar un ápice de ese significado en sus vidas o sólo ser el elemento catalizador para su propio descubrimiento como sanadoras. Recordar que  requerimos de disponibilidad para ser instrumento cuando nos toque y que nada sucedes por casualidad.
El amanecer del catorce de febrero del dos mil doce, me apené porque mis amigos varones se habían estancado en número a partir del nuevo milenio. Antes de cerrarse el día, Dios y el universo me mostraron que sólo estaban difuminados. Así  que cuidemos con aquello de lo que nos quejamos, puesto que te vienen con creces sólo que no sabes si es a través de goce o sufrimiento, en todo caso es una oportunidad para viajar hacia adentro y re-aprender. A mis amigos varones de la crisis, se han sumado muchos más  durante todo este tiempo, así mismo he recuperado o reconectado con quienes me perdí por los laberintos de la vida,  que me hacen advertir que también en este caso el tiempo vuelve, pueda ser que estemos agotando nuestro tiempo, por cuanto no desperdiciemos,  la oportunidad de contrastar lo que fuimos, soñamos y en que nos transformamos.
Hoy dos años después libero estos recuerdos, para sanar mi espíritu  e intento honrar a quienes a propósito del día D,  de estos hechos, son significativamente importantes en mi vida, permitiéndome afirmar que el catorce de febrero,  no sólo es un día simbólico para celebrar el enamoramiento, alinearse o cuestionar al mercado. Para gran parte de nosotras/os es mucho más, el punto de quiebre para mostrarnos las diversas caras del amor, si estamos atentas/os  y dispuestos/as a tomar la oportunidad de crecer y sumar, en pos de admirar, imitar y hacernos mejores personas. Una oportunidad para ser y hacer de nuestro entorno un lugar de acogida, aprecio y amor.
¡Feliz día del amor en sus diversos rostros!