Desde las
cero horas del catorce de febrero de este año,
por esos designios del universo celebré el día del amor en sus diversas
facetas. Llegó tanatos, esta vez, sin
su oscuro ropaje y guadaña, lo hizo vestido de piedad, aliviando el largo
sufrimiento de la madre de Juana, mi amiga, quién la ha sostenido por más de una década. Permitiéndonos reencontrarnos
entre gestos y rostros solidarios bajo la claridad de la luna
llena. Y una vez más ser gregarios ante la trascendencia del amor, comprometidos y con prospectivas de cooperar como
antes, suele suceder con amigas/os de
todo una vida, de quienes nos desconectamos por las
bifurcaciones de nuestras elecciones y haceres.
Eros se manifestó
a lo largo del día diversamente, con signos, símbolos, silencio, reclamos, canto, encanto, su magia ilusionista como
suele hacerlo. Agápe, me hizo guiños,
festejó, danzó y animó compitiendo por mi atención con Eros, interrumpiendo, inquietando, mezclando
traviesamente todas las emociones y agitando nuestro
ambiente.
Storge me alcanzó
con mensajes de texto, llamadas, obsequios y gratitudes que lograron sonrojarme
al adjetivar como maestría
a mí compartir y aprender de conocimientos. Philia, me permitió amar a plenitud, con oportunidad para retornar
amor y cuidado a quién me dedicó
sus días, noches y oraciones en un tiempo todavía tibio de esfuerzo en mi vida, como sucede con
las recuperaciones tras la crisis.
A ese rostros
del amor que es mucho más que el subyugante deseo, posesión, incrustación, disfrute de pareja y a veces hasta
devoración. Si miramos bien, descubrimos la brillante pupila de ese amor que es
inquietud, rebeldía compañía, festejo
y celebración, son los amores que entretejemos con amigas y amigos. Y si avanzamos un paso
más nos asomaremos al comulgar de sueños y apuestas colectivas como el baile
por el billón de pie, que erradique toda forma de violencia contra la mujer en
el país y el planeta. Descubriendo que somos más allá de nuestros deseos e
intereses privados una especie colectiva que se distingue por sus pasiones,
emocione y sentimientos, extremos: amor/odio, mediados por la conciencia y convenciones que
impide devorarnos unos/as a otros/as sea por amor u odio.
Lucy es ese
tipo te ser, que te anima a asumir los hechos como se presentan,
invitándote sin palabras a mirar
con cuidado todo el contorno, de arriba
para abajo, hacia adentro y afuera, hasta descubrir que no queda otra cosa que
afrontar un nuevo estado, en mi caso de
quietud en estos dos años. Es quien me anima y acompaña en mi proceso de
re-aprendizaje que se acompasa con los nuevos tiempos, llegando a ser más que el proceso de
superación de un impedimento o
discapacidad, la re-definición de la conciencia
y paciencia reflexiva. De su mano, descubro que somos mucho más que
cuerpo, pero que también somos ese
cuerpo sojuzgado, acallado, sometido e ignorado que suele expresarse en su
momento, que sólo advertimos su existencia y valor, cuando algo lo resiente o detiene.
Por más de medio siglo viví el día de San Valentín convencionalmente, hasta que en el
décimo segundo año del siglo XXI, todo
cambió. Había empezado al igual que este año, desde sus primeras horas, abriendo la puerta a Edipo
voluntarioso para festejar con Rodrigo de madrugada, interrumpiendo la edición de
imágenes de amigas y amigos que acompañarían la música portadora de mi regalo virtual de amistad en
reciprocidad a todos los recibidos por el día del amor, pero... ¡vaya sorpresa con la que me encontré!... ¡Poseía fotos sólo de
amigas! y está allí aun esperando su destino.
Esta
constatación, fue tema que arrancó nuestra tertulia noctámbula, contrasté las escasas
amigas y numerosos amigos, durante
mi adolescencia y juventud que se trastocaba inversamente a mi mediana edad, él
me decía que a partir de los cuarenta las mujeres se hacen más semejantes por
todo lo vivido por tanto se unen mas. Estábamos en esas, cuando fuimos interrumpidos por el llanto de
un bebé en la segunda planta, era dos de la mañana, nada extraño, salvo
que ninguna de las tres casas que nos circundan tenían bebé, y el llanto,
claro y fuerte sonó sobre la mesa del comedor donde nos hallábamos.
Temeraria, intenté
averiguar sin éxito, Rodrigo me retuvo
con fuerza, impidiéndome subir a la
segunda planta mientras decía: “Lo que
sea que se canse”. Cambiamos de tema, celebramos como solemos hacer si
estamos noctámbulos, con sendos sándwich de pollo –su preferido- y bebidas en
honor a estar juntos y disfrutar del naciente día del amor y la amistad,
comentando que él disfrutaba en ese
entonces de amores fugaces, en tanto yo persistía en mis exigencias atentas. Concluimos
que lo mejor de todo era estar ahí juntos para festejarnos como pocos lo
hacen. No imaginábamos en ese momento que la vida pondría a prueba ese amor y
complicidad tornándolo a él en mi Arcángel, asistente, fortaleza, fuente y
playa donde encallar mis emociones zozobrantes, en mi papel de dependiente y
paciente a lo largo de un tiempo de re-conversión.
Dormí algo y
trabajé toda la mañana mientras, Lucy
había preparado el festejo del día en fhilia,
se antojó pato en punto de amor e
hizo que cancelara mi cita de almuerzo. Celebramos y estaba por cancelar mi siguiente reunión de las tres, más hice de tripas corazón, abrevié la sobremesa y salí rauda, dejando el celular,
la cámara y hasta mi agenda. Me di
cuenta de ello en el paradero, estuve a punto de retornar, más la presión por
llegar a tiempo y no defraudar a mi joven promesa de genio, me hizo desistir.
Esperé
cinco, diez minutos, ni un colectivo o taxi, decidí hacer conexión y subirme al
primer bus que apareciera, craso error no escucharme menos prestar atención a
mi voz interior, más adelante volvería muchas veces a este momento en mi etapa
de negación y victimización. Era media tarde el bus vacío, casi todos
dormitando, para no aburrirme en el trayecto me puse a leer la “Lengua de Santini”. Cuando decido bajarme
del bus, recuerdo que el carro estaba detenido y mientras me levanto miro sin ver, el piso con un terraplén que iniciaba en la quinta fila de asientos –yo estaba en la sexta-, cosa extraña porque hasta ese
momento era un detalle de los grandes vehículos que se ubican entre la
puerta y primera fila.
No recuerdo
más, dicen que en situaciones así, suele producirse un shock traumático, yo sólo me veo cogida con la mano derecha, del
pasamano derecho a la altura de la quinta fila -donde se iniciaba el desnivel
del bus-. Y al siguiente segundo, me veo cogida con la mano derecha, del pasamano detrás del
chofer, como en un sueño consciente. Por acto reflejo miro mi pié izquierdo colgando, apenas sostenido por la piel, cerré los ojos, el primer pensamiento fue de negación: “Esto no me está pasando a mí”. Abrí los
ojos y miro nuevamente mi pie colgado, al mismo tiempo que siento a alguien sosteniéndome,
simultáneamente emerge mi segundo
pensamiento: “¿Qué estoy haciendo sin advertirlo, que debo detenerme así?”.
Así es como
hace dos años, mis pasos se detuvieron abruptamente y hoy se desplazan sin la velocidad de ese
entonces, tras aquel accidente de
tránsito cuyo detalle recuerdo solo fragmentos, que suspendió más de un evento en agenda, mientras fui engullida
por aquel dolor indescriptible, ese que
llega sin advertencia. El día del amor se tornó en dolor físico sin precedentes
en esta mi existencia, mostrándome de
qué estaba hecho mi cuerpo físico que creí frágil y el modo como eran gobernadas
mis emociones por mi mente. Ni un lamento menos una lágrima, en cambio mil preguntas e innumerables situaciones visualizadas
sin mi pie izquierdo.
Miré por
tercera vez mi pié sobre el piso del
bus, fuera de posición como irreal,
extraño, inerte. Sólo mis manos
expresaban la intensidad del sufrimiento,
aferradas a esas manos extraña
de los brazos que sostenían mi doliente cuerpo de mujer rota, más adelante sabría más de la nobleza,
solidaridad y civismo de este hombre joven hasta ese momento extraño que se tornó en
mi ángel, algo que deberíamos aprender e imitar si nos encontramos ante un
accidente.
Mi espíritu
que andaba de vacaciones retornó a mí,
casi simultáneamente con mi conciencia del escenario, acompasada por voces que clamaban ayuda, vi a otro hombre que se
acercó a mi pie herido, cerré por tercera vez mis ojos y pensé: “Está
roto, si algo puede hacer por él será bueno”. Sólo recuerdo la espalda
de alguien con una camisa a cuadros
amarillo con negro. Mi ángel me contó al año y medio de los hechos que se
trataba de un policía vestido de civil.
El dolor era
insoportable, mi ángel trataba de distraerme,
alejar mi mente del sufrimiento,
mientras el cobrador miraba pálido
señalando que los bomberos estaban en camino. Recuerdo la voz distante de
una joven mujer preguntándome por un seguro y que debía tener mi tarjeta
conmigo. Me volví, la miré sin entenderla, no sé que vio en mi mirada que se calló al mismo tiempo
que un tercer hombre, me decía con celular en mano si quería avisar a alguien.
Y pensé
rápidamente que arruinaría el día de más de una persona, me preocupé por la
presión alta de Lucy y mi madre, en Rodrigo que sólo tenía diecisiete años, en mi hija que acababa de
salir de un parto prematuro con alto riesgo, dejé a un lado la predominancia de
mi rol del cuidado en un momento extremo,
convenciéndome que debía hablar con mi hija, la había preparado para
estas cosas, ella sabía de derechos, seguros y pelearle al sistema, así lo hizo, mediada por su propio estado y el cuidado de mi pequeña Belén.
Hoy sé, que mi semejante es Lucy, mi hermana,
está hecha a prueba de todo y sobre
aquello que no sabe lo aprende acelerado y perfectamente, que puedo contar con
ella en altas y bajas, como ella puede hacerlo conmigo. Con ella nuestras
diferentes habilidades se complementan, podemos discutir y tener miradas
discrepantes sobre un mismo hecho, lo que no nos contrapone sino nos hace
pensar más al respecto. Es mi crítica más aguda, pero también quien me anima y
sostiene cuando me estanco, en mi caso intento imitarla. De lo que si estamos
convencidas ambas es que compartimos, principios, valores, historias, respeto y
amor de toda nuestra vida en este tiempo.
El accidente
ocurrió poco más de las tres, no sé cuánto tiempo transcurrió hasta ser
atendida, sólo sé que fue interminable por lo traumático de mi situación. Antes
que los bomberos, llegó una ambulancia
municipal, una mujer joven me colocó el botín inmovilizador, descendiendo en un punto de
mil, mi dolor indescriptible. La madre de mi ángel me pregunto si quería que me
acompañara su hijo, yo asentí; él se subió a la ambulancia conmigo, sin dejar de
sostener mi mano y animarme. En este punto quiero agradecer expresamente a este
ser humano que hace honor al concepto de humanidad.
De él
aprendí que todos y todas debemos estar dispuesto a serlo, visualizarnos en una
situación de crisis del que seremos testigos en el futuro para detenernos y agotar el apoyo y acompañamiento hasta asegurar la atención debida, consecuente con el significado de solidaridad,
puesto que somos escasos los que nos detenemos no sólo a auxiliar sino a
acompañar a un/a herido/a sin imaginar
lo trascendental que ello puede ser en su vida futura. Si él no hubiera
testificado, acompañado he insistido
para superar los vacíos que suelen presentarse -en mi caso nadie anotó la placa y eso retardó la
atención-, sin duda la situación se hubiera complicado más. Lo supe durante mi
estadía en la clínica, donde fui testigo de
la diversidad de situaciones inimaginables en que suceden los accidentes
de tránsito y el modo en que las
aseguradoras se liberan de determinadas situaciones y secuelas.
Viene a mi
recuerdo un hecho de hace muchos años, a la altura de Farmac de la Av.
Salaverry, caminábamos varias cuadras con una amiga conversando y un señor
adulto mayor venía tras nuestro atento a nuestra conversa. Cuando cruzamos la pista no medimos la velocidad del auto que vimos antes de
Javier Prado, apresuramos el paso y
llegamos a la berma central, y el señor con menor suerte por un paso detrás, fue
golpeado y lanzado por el auto como tres metros. Él se levantó y dijo que no pasó nada. Alarmadas
detuvimos al auto, -pese a la negativa del señor-, la responsable del vehículo era una mujer
joven que desde un inicio negó su responsabilidad la encaramos y logramos que
lo subiera y llevara a emergencia. Nosotras íbamos apresuradas a una
reunión, cuando se fueron, reaccionamos tardíamente, comentando que
debíamos haberlo acompañado y guardamos incómodo silencio. Ahora soy
consciente, que esa es la usual actitud, nos quedamos en el umbral de la
solidaridad sin comprometernos por lo urgente.
En el caso
de mi accidente, tuve a un ángel que se
hizo cargo de todo. Cuando llegamos a la clínica, me recibió un rostro
inexpresivo, interrogándome sobre los hechos, cuando le narré lo mejor que pude.
Me miró y dijo: “Ciertamente ha sufrido
un gran traumatismo en el tobillo, es lo evidente. No le voy a hacer nada más
que colocar una férula, decidiremos que hacer luego de las
radiografías”. Cuando terminó de
colocarme la férula se acercó un interno lo supe por su rostro joven y falta
de tino, me miró y dijo: “Mire
señora, en casos como el suyo no queda
otra cosa que operar”. En mi mente eso significó inmovilidad y/o pérdida
del pie. Me volví hacia quien sería mi
médico principal, hoy mi amigo, le dije
al punto de la histeria que no me operaria. El dijo no me preocupara, que haría
aquello que mostrara la radiografía. Era
el hombre número cuatro de ese evento, el que colocaba firmeza a mi reinicio,
no fue fácil, me fue diciendo las cosas gota a gota a lo largo de un año y medio –quien
sabe si es una metodología de médico paciente o fue determinado por mi negación
inicial a la cirugía-. En el proceso aprendimos uno del otro mutuamente, hoy
ocupa un lugar importante en mi corazón y oraciones.
La espera
fue una nueva tortura, por dos razones. La primera, antes que mi familia llegó mi alumno con su
madre y padre quienes desanudaron las dificultades, mientras tanto mi joven
aprendiz de catorce años en investigación comparativa, se quedaba a mi lado y
ante quien me sentía incapaz de mostrar
quebranto. La segunda,
mi cuerpo sufriente no había
recibido ningún analgésico, mientras el dolor era sostenido, el cual sólo descendió a las siete de la
noche, cuando ingresó la última gota de analgésico en una camilla de internamiento.
Más adelante
sabría qué se corresponde con protocolos y tipo de seguro, no voy a quejarme ni victimizarme, tuve mucha suerte a pesar que me
tocó el peor seguro, superado con creces por seres excepcionales, desde la
corredora que se identificó conmigo en
el quehacer, orientándome y
asistiéndome. Fui atendida con
distinción durante mi internamiento por todo el personal auxiliar y cuidado,
adentrándome al estado de la dependencia total. Animada por las compañeras en
el dolor y amigas/os que se asomaron. Reconectada virtualmente por la generosidad de la
sabiduría de amigos míos o de mis amigas, sin dejar ni un día la tutoría virtual de un diploma a mi cargo, junto a la asesoría de tesinas, eso mantuvo mi concentración y fuerza. Asistida y sostenida por mi arcángel
mañana, tarde y noche. Bendecida con el
cirujano que me proporcionó el universo, para retornárme la habilidad de sostenerme sobre mis pies
luego de tres operaciones. Bien servida y amada por las personas que aliviaron
mi dolor y volvieron a darle motricidad a mis pasos, mis mágicas sanadoras y
hoy amigas terapeutas del dolor, no menciono a ningunos/as, porque espero su reacción cuando lean este
artículo.
De todo lo
vivido aprendí que ante una crisis que te toca, hay otro/a cerca
con uno mayor donde sólo la mutua esperanza y comprensión sostiene. Ciertamente
hay varios tipos de seres que llegan a tu vida de formas misteriosas: sólo por
un instante, temporadas y toda la vida, pero que todos/as dejan su huella
imborrable en ti. Luego de ser
tocada por ese magia del amor, dejas de ser la misma en honor a esa energía
radiante. Y si tienes como bendición oportunidad de entretejer
lazos, se abre la posibilidad de retornar un ápice de ese significado en sus vidas o sólo ser el elemento catalizador para su propio descubrimiento como sanadoras. Recordar que requerimos de disponibilidad para ser instrumento cuando nos toque y que nada sucedes por casualidad.
El amanecer
del catorce de febrero del dos mil doce, me apené porque mis amigos varones se
habían estancado en número a partir del nuevo milenio. Antes de cerrarse el día, Dios y
el universo me mostraron que sólo estaban difuminados. Así que cuidemos con aquello de lo que nos
quejamos, puesto que te vienen con creces sólo que no sabes si es a través de
goce o sufrimiento, en todo caso es una oportunidad para viajar hacia adentro y
re-aprender. A mis amigos varones de la crisis, se han sumado muchos más durante todo este tiempo, así mismo he
recuperado o reconectado con quienes me perdí por los laberintos de la
vida, que me hacen advertir que también
en este caso el tiempo vuelve, pueda
ser que estemos agotando nuestro tiempo, por cuanto no desperdiciemos, la oportunidad de contrastar lo que
fuimos, soñamos y en que nos transformamos.
Hoy dos años
después libero estos recuerdos, para sanar mi espíritu e intento honrar a quienes a propósito del
día D, de estos hechos, son
significativamente importantes en mi vida, permitiéndome afirmar que el catorce de febrero, no sólo es un día simbólico para celebrar el
enamoramiento, alinearse o cuestionar al mercado. Para gran parte de
nosotras/os es mucho más, el punto de quiebre para mostrarnos las diversas
caras del amor, si estamos atentas/os y
dispuestos/as a tomar la oportunidad de crecer y sumar, en pos de admirar,
imitar y hacernos mejores personas. Una oportunidad para ser y hacer de nuestro entorno un lugar de acogida,
aprecio y amor.
¡Feliz día
del amor en sus diversos rostros!
tienes hermosos lados poeticos Caty! eres una artista de la pluma. felicitaciones y espero leerte mas, como este del dia de s.v.!
ResponderEliminarcariños
zoila H
Querida Zoila gracias por animarte a comentar en el blog, rompiendo el círculo de amigas/os que lo hacen por correo.
ResponderEliminarTu opinión me dice que es posible leerme, por tanto, estímulo a seguir escribiendo.
Cariños
Me parece que estoy leyendo un diario, que me esta poniendo al dia de las experiencias vividas por ti amiga. Creo que deberias escribir un libro, yo casi no leo ficcion, pero cuando lo hago tengo dos, Amy Tan e Isabel Allende y creo que si te animaras estaria agregando Catalina Salazar a mi lista de autores favoritos :)
ResponderEliminarGracias por querida Maritza por el ánimo y ese honor de aproximarme a tus autoras favoritas, hay más de un escrito que espera su propio derrotero, tener estímulos como los tuyos me animarán a concluirlos.
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