miércoles, 26 de agosto de 2020

IN MEMORIAM JUAN CAPISTRANO SALAZAR CADILLO

Nació en marzo de 1932 en el pueblo de Colcas de la Provincia de Huari del Departamento de Ancash, a 3,800 m.s.n.m., fue el segundo hijo de cinco varones de Francisco Salazar Parada y Mercedes Cadillo Huerta, transformándose en el primer fugitivo a los 12 años, huyendo de la rigurosa presión de la madre y el severo control del hermano mayor que fue mi progenitor.

Se sumó a la ola de migrantes andinos en 1944, llegando con su primera incursión hasta Supe, al Pueblo de San Nicolás, allí se hizo  peón siendo sólo un adolescente, por ese modo de ser que lo acompañaría toda su vida, dijo haber sido prácticamente adoptado por los dueños de la hacienda que daba nombre al pueblo, retomó sus estudios truncos, hasta cuando fue descubierto por su madre, quien no sólo amenazó con denunciar a los dueños de la hacienda por rapto sino, trato inhumano y esclavitud. Así es como, desprendiéndose de su nueva familia, con la retribución por años de servicio, retornó a su pueblo bajo la atenta y severa mirada de su madre.

Doña Mercedes, fue siempre de temer, al frente de cuasi media docena de hijos, peones y acogidos/as, con una pareja ausente que solía ser parte de la migración golondrina, quedaba buena parte del año al frente de la familia, conduciendo a cinco hijos varones lejos de las tentaciones que afrentara su nombre, las buenas costumbres y la moral ancestral, sin que ello los vacunara de ser machos, enamorados y con hijos en más de una mujer. Cosa que no sucedió con Juan Salazar, porque él se socializó por negación, haciendo que se sintiera con mayor moral que sus hermanos y siempre anotara con orgullo, que con una mujer se casó y ella es la única madre de sus hijos.

El retorno a su pueblo no duró por mucho tiempo, esta vez planificó detenida y profundamente su siguiente incursión, migrando sobre un camión para nunca más volver, salvo que no sea mostrar su éxito migrante asumiendo la mayordomía de su pueblo, las obras sociales, el compartir de su bienes populistamente, como suele hacer todo andino conquistador de la ciudad, a 'Lima la horrible' para unos o 'jardín' para otros.

Esta vez se situó en el centro de Lima, trabajó en muchas cosas, en una ciudad que crecía y se extendía hacia sus costados, tenía 20 años y muchos sueños por delante, hasta que un día al retornar de misa, una adolescente de 14 años bien vestida se le acercó, no habían intercambiado más allá del saludo, cuando apareció el padre, grande sería su sorpresa de reconocer en él a su nuevo jefe.

El padre se puso en sus trece y por el honor de la familia, los casó en un santiamén, sin apenas conocerse. El debió esperar algunos años antes de ser en verdad pareja, porque ella era una niña. La última ves que viajamos juntos a su pueblo me mostraba, la casa de sus padres y recordaba con mucho amor a su suegra: “Sabes hija, en realidad ella fue la madre que no tuve, cuando nos casamos con Yolanda, venimos a ver a mi madre con mi suegra Manuela, antes de viajar me mandó a preparar media docena de ternos, a Yolanda muchos vestidos, cuando llegamos todos se admiraban de mi porte y que estuviera casado. Yolanda era muy joven y tierna, sólo pensaba en jugar, fue su mamá quien nos ayudó a ser pareja. Ahora que vuelva a Lima haré su misa”.

Ciertamente la abuela Manuela era de otro mundo, la conocí en los ochenta, era una limeña mazamorrera de esas que ya no hay, bien puesta, tan linda y bella, llena de amor y aromas, te recibía con calidez en su casa de Breña y servía esos camotes fritos en cuadrado que nunca he vuelto a comer, pero aquello que más admiraba en ella, era ese amor con el que protegió a nieta y nieto en doble orfandad ciertamente muy distante de mi abuela que expresaba su amor de otro modo, aún conservo de la abuela Mercedes, la colcha blanca tejida a crochet, ese era su modo de amar una mujer hecha a prueba de rigores.

Juan creció y se hizo de profesión negociante y negociador, tuvo todas las empresas habidas y por haber, codeándose con la crema y nata de los poderes públicos y privados de este país. Tenía gran olfato para los negocios, pasión por los carros y la buena mesa. Después de los carros fueron los bienes raíces y la venta de tierra. De pronto tenía la propiedad de hectáreas en Chuquitanta que las revendía o transformaba en asociación de vivienda; en Naranjal compraría oportunamente al japonés que tiró la toalla con la crisis de los noventa y bueno para un vivo, hay otro vivo y medio. Fue su peor negocio, al punto que debió recuperar parte de su terreno, comprando nuevamente a su propio abogado, ratificándole en que dinero y riqueza no hay que confiar en nadie, menos en "profesionales". Luego vendría, Trapiche, Puente Piedra. No conforme con ello retornó a su tierra para recuperar los terrenos de sus ancestros comprando aquí y allá. Poco a poco comprendí su apego a la tierra, al cual se relacionó en sus diversas formas.

Inclusive, Gramadal, es el recuerdo simbólico de su relación con la segunda familia que tuvo en lvida, si bien él no compró esa propiedad sino su esposa, los dueños de las 10 hectáreas eran los hijos de la hacienda San Nicolás, quienes lo buscaron, cuando decidieron vender la propiedad porque lo consideraban el hermano menor de la familia. Desde la perspectiva de Robin Norwood en “Dime qué, por qué así, por qué ahora”, sin duda el se ubicaría en uno de los niveles iniciales de nuestro tránsito por esta vida.


Hasta el año pasado solía conversar con él preguntándole hacia donde iba con tantas propiedades, las que a medida que pasaban los años crecían en vez de reducirse, con el costo y el peso de su administración como gestión, cada vez más agobiante que implicaba su sustento. Cuando sus dos hijas estaban fuera del país, solía llamarme para resolver sus preocupaciones económicas -a mí que era una neófita en el asunto- y ante los impases de pareja -siempre en el terreno económico e inversiones-. Cuando algo sucedía me llamaba él o ella, así que yo terminaba siendo la mediadora para que la sangre no llegue al río. Finalmente, con el tiempo se equilibraron y aprendieron a vivir en familia, sociedad  y buena vecindad.

En septiembre del 2019, cuando viajamos a su pueblo, descubrí que era ese niño de 12 años, todavía asustado, dolido y traumatizado, que justificó y se identificó con un padre ausente, sin haberse reconciliado con su madre que hizo el doble papel, con mucho rigor, abuso y violencia. Un modo de compensar ese vacío era la posesión de todo aquello que pudiera hacerse, conversamos mucho  sobre el camino del desapego y el perdón, quedamos que esta vez dejaría de delegar y financiar, inclusive sus sentimientos, que no sólo visitaría a doña Manuela, sino iría a la tumba de su madre Mercedes a perdonarla y despedirse.

No sé si lo hizo, porque no volvimos a vernos después. El Covid 19 nos encerró. En marzo se fue su  penúltimo hermano el tío Oswaldo Salazar, a quien vi con dolor en su estado ausente, a cuyo funeral no pude ir, al igual que hoy no lo haré al  funeral del tío Juan, una vez más estoy en cuarentena tras mi incursión sucesiva a la pandemia. Pueda que su partida, en verdad sea el inicio de nuestras propias partidas o reencuentros, lo siento profundamente por mi tío Vicente, el último de los Salazar de su generación, el más sensible y amoroso pese a ser castrense, le ha tocado la peor parte, como es sobrevivir a los amores que parten, su madre y sus hermanos, él se salvó de una, Vilma lo llama desde entonces el Spaiderman o Superman Salazar.

Juan Salazar es el único tío paterno, con quien adquirí licencia para ser, hacer y decir lo que pienso sin temor de ser incomprendida e impertinente. Nos adoptamos mutuamente cerrando los setenta, mientras recuperaba su vida desperdigada por ese entonces, en tanto yo construía la mía.

Llegué a sus vidas de mano del menor de los Salazar, mientras él y ella estaban ausentes, hallando en sus siete hijos los hermanos y hermanas con quienes partir y compartir. Tiempo en que sus mellizos, Vilma y Manuel se tornaban en mi hermana y hermano menor, la pequeña Sonia en mi consentida, pugnando más de una vez su lugar con mi hija. El inquieto Walter, dejaba la calle para buscar mi cariño cada vez que llegaba a su casa y me mostraba su nuevo proyecto, el arisco Carlos se me acercaba y colocaba su rostro en el brazo, ambos hoy en algún lugar donde harán el recibimiento a su padre.

Yo sólo viví mi único parentesco paterno fluido , sin  percatarme que marqué sus vidas, hasta que hace un tiempo la pequeña Sonia que vive en California me dijo: “En verdad tú eres la responsable de que haya querido tenerlo todo, cuando venías los domingos, entrabamos a la tienda y me decías: ‘elije lo que quieras’, yo pensaba, ‘quiero ser grande como ella’ y no pedirle permiso a nadie para regalar lo que yo quiera y a quien quiera”.

Y Carlos con 40 años, mientras lo sostenía entre mis piernas para calmar su dolor y dificultad de respirar en tanto se le agotaba la vida -como aprendí de mi prima Margot Trujillo que calmaba a su madre del cáncer al útero-, me contaba que solía esperar mi llegada los domingos, porque era como fiesta porque preparábamos lo que ellos querían. Durante las noches en vela yo intentaba eludir el dolor sin hablar de él, pero era tan fuerte que me decía: “Caty, yo sé lo que tengo, sé que voy a morirme, lo único que lamento es que dejé de hacer y pasar muchas cosas por miedo, no dejes nunca que el miedo te detenga, has lo que debas hacer”.

Con Walter nuestra relación siempre fue fluida y a la vez compleja, le preguntaba a cerca de su vida, sus elecciones, decisiones, sus riesgos, solía decirme: “Caty no te preocupes, yo sé cuidarme, cuando me vaya será bajo mi ley.” Lo miraba en toda su humanidad y siempre descubría detrás de aquel rostro marcado por la vida, al niño terrible que conocí, hasta que comprendí que todo lo que le dijera o hiciera por él no contaba sino su propia decisión y elección.

Mi tío Juan era de esos hombres que inclusive en domingo siguen trabajando, porque para  él y los negocios, nunca era feriado. Recuerdo aquel verano de los setenta, que prometió llevarnos a la playa de Ventanilla, a la que yo  jamás había ido, nos llevó muy temprano era entonces una playa hermosa pero difícil de disfrutar por sus olas altas. Tras asegurarse que tendríamos de todo, dijo que iría a resolver un asunto y no volvió hasta cuando el sol se ocultó en el horizonte,  nosotros/as tiritábamos solo con ropa de baño y toallas porque en la maletera dejamos nuestros cambios.

Yo impresionada, porque mi papá Félix, jamás hubiera hecho eso, le pregunté: “tío que pasó”, y él solo respondió: “son los negocios hija, a veces se dilatan y estaba seguro que ustedes se estaban divirtiendo”. Nos subimos al carro y mi olfato inequívoco, sintió a licor, nuevamente le dije, tío vas a conducir ebrio, se río a carcajadas y respondió: “Hija cuando estoy tomado, tengo mejores reflejos, soy mejor que meteoro”. Por su puesto que yo me callé y recé todas las oraciones que conocía. Mis primos me calmaban diciendo que era cierto, el manejaba muy bien y nunca había tenido un accidente.

Al día siguiente me levanté temprano, le pedí conversar con él. Yo tenía 18 años. Le dije lo que pensaba, mi preocupación y temor, cerrando con la frase: “Tío si tú eres un suicida, es tu decisión, pero lo que no entiendo es el siguiente paso a ser homicida, son tus hijos/as a quienes tiene que cuidar y proteger”. El se quedó callado y luego, me respondió: “Hija, sabes que eres la hija mayor, que hubiera querido tener, no lo había visto de esa forma, siempre he estado seguro de ser un buen chofer y no me importaba más, ahora me haces comprender que no basta ser bueno sino responsable”. Me abrazó, fue a buscar un lechón para el desayuno.

No sé si lo cumplió en la vida cotidiana, porque yo iba de tiempo en tiempo, lo cierto es que nunca más lo volví a ver manejando ebrio, cuando el tiempo avanzó siempre contó con un chofer sea este hombre o mujer, las veces que nos veíamos era para conversar de sus planes y proyectos. Jamás se detuvo ni cuando perdió una vista por una mala intervención o cuando su audición descendió, me decía siéntate a mi izquierda, por aquí si escucho y conversemos.

Le encantaba contarme la historia de nuestros ancestros, por él me enteré que nuestra tatara-tatara- abuelo fue un español Ignacio Salazar y su esposa una mora alta de ojos verdes de quien no recordaba el nombre,  de donde nos viene la sangre negra que corre por nuestras venas y los ojos pardos del verde desteñido. Quienes tuvieron dos hijos Rosa y Feliciano Salazar. Rosa sólo tuvo una hija y allí quedó, Feliciano tuvo también dos hijos: Carmina y Samuel Salazar Hidalgo, Carmina sólo tuvo una hijas y Samuel ocho, cuatro hombre y cuatro mujeres. El mayor fue su padre Francisco.

Se le iluminaba el rostro cuando contaba sobre su abuelo Samuel Salazar, de cómo se construyó de la nada un lugar en su pueblo y país. Porque fue al igual que él un visionario emprendedor. Solía decir que la universidad pierde el ingenio, él se sentía agrónomo, arquitecto, ingeniero civil, abogado, contador y hasta hechicero. Yo solía decirle "eres un tinterillo"  o un hacedor de sueños.

Era un hombre de los años treinta del siglo XX que se hizo a pulso, transitó por esta vida lleno de proyectos y a sus 88 años, deja en proceso un centro comercial en construcción en la zona de Naranjal, otro campo deportivo por Pan de Azúcar, su edificio de Tanta Mayo donde soñaba instalar un complejo de restaurante, gimnasio y sauna. Un centro de productos orgánicos sostenible con energía solar en Gramadal, la tierra de sus ancestros unificada en Colcas, donde haría un centro de acogida con sauna, el resto ya tiene nombre propio para sus hijas e hijos, y como le dije en septiembre, "sólo te llevas lo vivido y bebido, nada de lo que te quita el sueño se irá contigo". Quedan sus huellas por las iglesias del cono norte, el centro de Lima y Colcas, así como las comisarías donde aportó generosamente como ciudadano solidario.

Juan Salazar Cadillo, ha partido el día de hoy, en brazos de su siempre hijo, chofer, enfermero, consejero, cómplice y mandadero Juan Manuel, mi querido primo Mañuco, su melliza Vilma está llegando de Gramadal donde ha pasado todo este tiempo de inmovilidad,  seguro que Richard se sumará a ellos y Sonia debe estar viviendo un profundo dolor, siento no estar con ustedes como siempre, haciéndonos juntos fuertes ante la partida y compartiendo el dolor.  

Juan Salazar va a encontrarse con su madre, yo decreto que sea para saldar sus deudas de amor desconectado; reconciliarse con su hermano mayor Moisés y decirle que lo perdoné. A abrazar a su consentido hermano Esteban y su hermano Oswaldo que se adelantó en el verano. A rendirse cuentas con sus dos hijos: Carlos y Walter.
Y como el universo es generoso a abrazar a su suegra a quien respetó y amó mucho, al igual que su suegro, sus padres y hermanos de San Nicolás, para decirle que Gramadal sigue en buenas manos. 

Descansa en paz tío Juan, ya nos encontraremos para que me cuentes tus nuevos proyectos.

martes, 11 de agosto de 2020

HUMANAS/OS AD PORTAS DEL BANCO: DÍA 151

Hoy fue mi cuarta salida de casa al espacio público desde el 15 de marzo a la fecha. Lo había postergado desde el 25 de julio porque a casa llegó el covid19, uno de nuestros héroes de la familia había sido invadido, pese a que tomó todas las precauciones, cumplió con el confinamiento estoicamente. Sin embargo, se expuso mucho por nosotras, principalmente durante estos tres meses que debió buscar un tratamiento para mi hermana tras el infarto que sufrió, en un tiempo donde todas las otras enfermedades que no son covid19 carecen los servicios especializados y donde los hay están saturados e inaccesible.

Tras la prueba rápida dio negativo, sin embargo, su médico de cabecera sin ser un neumólogo por indicios clínicos, le aconsejó iniciar el tratamiento, eso lo salvó, de lo contrario en estos momentos yo no podría contarlo. El entró en aislamiento en el tercer piso y nosotras tres quedamos detenidas, con temor, tristeza e incertidumbre. Así como completa inmovilidad, mientras no conociéramos la evolución estábamos bajo sospecha. Así que por respeto a los/as otros/as, decidimos seguir el protocolo de aislamiento familiar y vivir lo que nos toca en este tiempo.

Han pasado exactamente 19 días con sus noches, lo peor ya pasó, está recuperándose y nosotras también. Nuevamente tras la prueba rápida, la más expuesta y vulnerable salió negativo, pero no nos confiamos, seguimos con mucho cuidado en casa, con distanciamiento, barbijo y escrupulosa higiene, así como el invaluable apoyo de las redes de amigas y amigos que nos animan, asisten, orienta, sintiéndonos bendecidas/os por ello y agradeciendo a cada una/o infinitamente, polvo de estrellas para cada una/o.

Tenemos hoy un alfil al frente, dando la cara y haciendo todo aquello que es impostergable. Mi hermana y yo, saliendo cuando no queda otra. Y saben, si es posible, salir por aquello únicamente imprescindible y sumando todo lo que puede esperar para hacerlo en una única salida. Así es como hemos ido resolviendo nuestra vida cotidiana, los vínculos indesligables y la relación con el mundo, nuestro pequeño mundo que a veces nos parece todo el planeta, pero todos/as somos solo apenas una micra de él, solo que nuestro ego nos hace creer que somos más.

Las tres veces anteriores sólo me dirigía a un banco y las compras pendientes, esta vez fue a dos y “N” transacciones, la óptica, la compra en dos centros comerciales, porque no todo hallé en una y la farmacia. Salí de casa entrada la mañana, calculando que los lugares a los que me dirigía estarían menos demandados y retorné más allá de la hora del lonche, muerta de sed, tensa y aun con pendientes pero postergables, esta vez apoyada y socorrida por mi hermano elegido José, quien también ya se enfrentó y venció al monstruo y nos apoya con amor y escrupulosa selectividad, gracias por ello hermano elegido del alma.

Hace justamente 20 días, se había desprendido un brazo de mis anteojos de trabajo, en otro momento seguro que eso hubiera significado un malestar impostergable, pero como todo lo que debo resolver lo junto para un día, lo postergué. Hice lo que pude para que siguiera cumpliendo su rol, retornando a siglos previos cuando los lentes sin patillas, eran algo así como una herramienta temporal cuasi dos lupas cerca a los ojos, riéndome de mi misma ante la imagen que la pantalla me devolvía. Mientras recordaba las “N” veces que no me explicaba, por qué las personas andaban con lentes en estado lamentable sin resolverlos a tiempo y colocándose en riesgo.

Hasta recordé a un enamorado de los ochenta, quien me hizo tocar fondo cuando la policía nos detuvo y antes que se acerque, él sacó sus lentes con una liga a cambio de un brazo y se lo puso con el mayor aplomo y frialdad. Cuál habrá sido mi expresión que me dijo: “Ya sé lo que vas a decir, pero en verdad no he tenido tiempo y no lo uso”. Yo quedé muda, quienes me conocen, saben que eso no suele sucederme, en aquellos tiempos más, pero esa vez enmudecí y miré hacia fuera del vehículo, haciendo un check list de las razones por las que lo dejaría: i) no se quería como persona porque dejaba de usar algo que le era necesario, ii) ergo poco podía querer a otra persona, iii) violaba una norma y no lo asumía, iii) le miraba la cara al policía engañándolo, iv) me involucraba y hacía cómplice, v) alguien que te ama es escrupuloso en todos los aspectos de la vida y vi) jamás te expone.

Seguramente él creyó haberme controlado cuando no dije nada, no siempre debemos gustar a los hombres cuando las mujeres nos callamos, porque no estamos ausentes, sino tomando decisiones trascendentes, no lo volví a ver hasta hoy. Sin embargo, esta pandemia y mi propia situación me hizo pensar en aquellas cosas postergables hasta a veces lindar con la negligencia, sólo que depende del cristal con el que se mire y el contexto en que se produzca. Sin embargo, mi evaluación de ayer sobre la conducta humana sigue siendo igual de válidas y volvería a tomar la misma decisión bajo los mismos indicadores.

Desde el año pasado mi TV personal dejó de funcionar y no veo noticias, películas, series, etc. sólo la red, pero no me ha hecho falta, porque tenía un equipo con radio. Sucede que también la radio se dañó, así que tiene un sonido infernal cada vez que le da la gana. A ello se sumó que el parlante de mi CPU perdió el sonido de un día para otro en plena conferencia para el diseño de la presentación de mi curso virtual, más adelante fue la cámara. La laptop nunca tuvo buen sonido, pero me era útil para las webinar y suficiente con mis audífonos que de un día para otro tampoco me permitía transmitir. Así que mi Karma del silencio cayó con su peso completo a mi rededor. Lo asumí e ingenié para escuchar y conectarme por celulares, hasta que uno de ellos simplemente no sé cómo se colocó en modo audio irreversible (sin teclado).

Y allí estaban, esperando su turno de ser puesto en forma, junto con mi termómetro que rompí tratando de bajar el mercurio, las pilas recargables de mi tensiómetro, que hoy trabaja ininterrumpidamente absorbiendo las pilas convencionales en un santiamén haciéndonos fuente de contaminación sostenida. Mi jabón líquido de glicerina para el cuerpo y rostro inexistente por estos lares. Mi mouse pequeño sigue descargándome energía de tanto en tanto, así como mi estabilizador requiere respaldo del estabilizador de mi sobrino, mi cuenta a la farmacia de servicios prestados con amor, pero al crédito esperando cancelación, transformándose en pequeños pendientes que llevan tiempo resolver cada uno si se suman, pero cuando una sale todos los días de casa, ni lo sientes porque es algo que haces al paso.

He ido resolviendo poco a poco algunos estos dramas domésticos y laborales, gracias al apoyo de seres en verdad de luz, como mi hijo putativo que llevó mi laptop y por eso pude escribir ayer y hoy sin congelarme en el segundo piso. Así que para hoy debía resolver por lo menos la mitad de mis necesidades postergadas, especialmente en sonido que me endulzara el alma, pero que una vez más es un pendiente, porque del banco salí cerca a las tres de la tarde. Sólo eran dos cajeras, por turno y llegué cuando la fila era casi una cuadra, mi gran amigo-hermano me dijo: “yo tengo que hacer un servicio más me llamas cuando salgas, le dije gracias. Haré también mercado así que puedes tomarte tú tiempo, y esto, veo que será un tiempo perdido”. Sin embargo, no fue para nada un tiempo perdido.

Todo empezó, cuando nos dimos cuenta que uno de los clientes se había paseado por todos los servicios y no salía, alguien comentó que no tenía consideración con quienes hacíamos cola. El señor que estaba detrás mío dijo. Tomémoslo con calma no sabemos lo que el señor está viviendo. Además, estamos bendecidos, porque en el 21 la cola es 10 cuadras, también porque podemos estar haciendo cola y no en UCI.

Yo comenté que, si no cambiamos y somos tolerantes hoy, no cambiaremos nunca y seguiremos siendo personas de 4a y 5a, tal como nos enrostró un presidente que seguro no descansa en paz porque tiene tantas deudas. Si no queríamos cambiar por nosotras/os lo hiciéramos por quienes nos siguen, estábamos aun a tiempo, por estos jóvenes que no han aprendido a frustrarse y/o enfrentar situaciones extremas al punto que dan o toman la vida por un celular. Porque de tanto temer al hambre y la pobreza los padres hemos salido de casa a trabajar quedando hijos e hijas al cuidado de alguien igual, el tío/a, abuela/o, vecina/o, una cuna, pero principalmente teniendo como nana a la TV. basura, perdiendo de vista valores, la ética, prioridades, respeto, solidaridad.

El señor que estaba adelante mío dijo, si señora tiene razón estamos dando tanto valor a lo material y el dinero que hemos olvidado lo principal, el amor a la vida, al prójimo y el temor a Dios. Otro añadió, bien difícil cambiar señora, todo está podrido por todos lados y cada vez más desde arriba hasta abajo.

Yo volvía a la carga, señalé que, si esta pandemia no nos enseña a priorizar y distinguir lo necesario de lo innecesario, lo importante de lo urgente, lo invaluable de lo valioso, lo imprescindible de lo prescindible no sólo el distrito ni país está en peligro, sino todo el planeta podría desaparecer. Un joven respondió, puede ser, pero con esta pandemia todos nos vamos a contagiar eso es indudable, es inobjetable. Y estar en cuarentena no ha servido para nada.

Lo miro a los ojos y le digo, tienes razón en parte, el problema no es si nos invade o no el Covid19, sino cuando lo hace, no es lo mismo infectarnos con 90 camas UCI en todo el país en marzo que las cerca de 2000 hoy, aun así, insuficientes por la desobediencia. Nosotros/as por esas condiciones del universo nos tocó un presidente de paso, que priorizó la medida social más radical el 15 de marzo, pero no le hicimos caso, no fracasó la cuarentena como política, fracasamos los/as peruanos/as que no quisimos hacer la cuarentena, quienes se opusieron y pese a la medida seguían burlándose de ella.

Si hubiéramos sido disciplinados/as, hoy no tendríamos las muertes que pesan sobre todos/as, especialmente los hombros de quienes llevaron el virus a sus seres amados y de aquellos/as que despreciaron las medidas. Hoy no tenemos neumólogos en primera fila porque han caído, tampoco cardiólogos. Hoy sabemos más de la enfermedad que en marzo y podíamos haber evitado tantas que nos ayudarían como el de los médicos, enfermeras, auxiliares.

Un joven dice, señora no exagere, mi madre de 75 años fue admitida en UCI y hoy está bien, quiere decir que tuvo suerte. Otra señora le dice, joven su caso es una excepción, tuvo suerte, porque hoy no hay cama en UCI todas están ocupadas, si usted o yo nos ponemos mal no hay cama.

Yo pregunto, seguro que su mamá se enfermó después del día de la madre, él asintió. Como ve, ha caído con la una primera ola donde había un pequeño margen que se agotó tras el día de la madre y se saturó con la segunda después del día del padre que seguíamos en cuarentena. ¿Y saben por qué?

Todos/as me miraron interrogantes yo a mi vez yo pedí: “Levante la mano quien ha tenido o tiene alguien cercano o conocido/a que ha sido afectado y lo ha superado y otros que han muerto? Y casi todos levantaron la mano. Como ven la enfermedad no es igual para todos/as, depende de nuestro organismo, de nuestro ser y nuestras condiciones para luchar por la vida. La señora de 75 sin duda aprendió y sabe cómo hacerlo. Pero otro de 30, que sólo sabe de placer y satisfacción, no han aprendido cómo superar una crisis un peligro,  por cuanto muere o se suicida.

Un señor dijo, señora eso es cierto, miré yo conocí a un señor que de un día para otro perdió 50 mil dólares que era su capital de trabajo. Se lo robaron. El era una persona muy bien plantada, autoritaria, destacaba en el mercado y todos le temían, pero cuando esto le pasó, él se volvió loco. Fue internado en el Larco Herrera, luego lo sacaron, se perdió, lo encontraron, pero nunca se recuperó, él ya murió.

Una señora anotó, a veces no es fácil salir adelante ante una desgracia, mi vecino tiene hoy una gran depresión, se murieron sus padres, sus suegros, un hijo y su esposa acaba de morir por el Covid19. Estamos apoyándolo, pero él no pone de su parte quiere morirse y apenas tiene 30 años, se siente culpable porque fue el quien contagió a sus padres.

Yo añadí, cuando digo que no hemos enseñado a esta generación a enfrentar frustraciones y fortalecerse en tiempos de crisis me refiero a que no tienen idea de aquello que tiene mayor valor en el ser humano que en primer lugar es la vida. Por eso la indisciplina, irresponsabilidad y exposición social.

Hace muchos años cuando estudié el instinto materno, me fue demostrado que no existe, para que un instinto exista no debe haber excepciones y hay mujeres que matan a sus hijos/as. En cambio, descubrí que el único instinto que todos/as compartimos como especie es el de la supervivencia, en una situación extrema luchamos por vivir con toda nuestra fuerza, por eso el primer valor humano es la vida.

Y como somos seres sociales y no hongos, que es lo que le sucede a su vecino nuestro segundo valor es la familia por ser nuestro referente de amor, si no aprendemos a amar a la familia: padres, hermanos/as, abuelos/as, sin duda no aprenderemos a elegir ni seremos bien elegidos para formar una familia sólida. En tercer lugar, están las otras personas, un ser humano igual a mí en derechos, pero diferente en condiciones, especialmente el más débil o quien está en riesgo, por quien puedo y debo postergar mis ímpetus, mi egoísmo, hacer la excepciòn. En cuarto lugar, está la gratitud y el desprendimiento por todo lo que nos rodea que hemos hallado sin esforzarnos, ese es el lugar donde vivimos, no la casa de cuatro paredes sino el planeta y todos los seres, por eso cada animal, planta, río, el cerro, merece respeto y cuidado, de modo que seamos capaces de dejarlo sino mejor, por lo menos igual como lo encontramos. Estos valores y prioridades nos hacen seres humanos. Después de eso viene todo lo demás, el poder, el dinero, el prestigio, el placer, el sexo, el bien estar o estar bien, la celebración, los aplausos.

Si eso no está claro y depositamos nuestro valor en el dinero, un carro, una casa, una empresa, su pérdida nos hace perder la razón como en tu historia. Nuestro egoísmo, que no es otra cosa que ese ego de creernos super hombres y mujeres, hace que neguemos el riesgo y la realidad. Por cuanto nos burlamos de él porque estamos pensando sólo en nuestro estado y condición, sin medir que nuestro comportamiento si bien prueba que somos más fuertes, pone en riesgo al débil que está a nuestro costado, tu vecino que se ha dado a morir, tiene salvación porque le está funcionando su sentimiento de culpa, un sentimiento humano que hace ocuparnos y ayudar al otro/a. Si lo acompañan y hacen sentir que no está solo, que puede ayudarse y ayudar a otros/as, saldrá adelante.

Y quieren saber cómo se vive al Covid19, les contaré, aquí tenemos tiempo para rato. Saqué mi celular y pregunté alguien con buena vista y voz quiere leer, uno de los jóvenes dijo yo. Bien le contesté, dime tu número y te lo envío, así fue y Javier como se llama el joven leyó en voz alta el testimonio de Fredy Esquivel Montoya, quien escribió sobre cómo vivió y ha sobrevivido al Covid19, para ayudar a aquellos/as que vivía algo semejante o supiera como enfrentar cuando tuviera que vivir lo mismo.

Javier leía, mientras yo pensaba: “Si sólo una persona de las que estaba ahí había comprendido, mis horas de cola habían sido bien invertidas”. Comprobando una vez más que cambiaremos al mundo moviéndonos en él y hablando en voz alta, publicitando el pensamiento, generando corriente de opinión o sólo compartiendo para dejar salir, todo lo que tenemos atravesado adentro.

 Al final de la lectura todos querían que le reenvié el testimonio esa tarea se la cedí a Javier. Y si alguien más quiere el testimonio, puede pedirlo lo compartiré con gusto.


lunes, 10 de agosto de 2020

CUANDO MUERE UNA DIRIGENTE DE COMEDOR POPULAR AUTOGESTIONARIO: DÍA 150

Marcela Cerda se ha ido, ha partido a ese lugar que nos genera múltiples emociones, curiosidad y  temor. Respecto al cual se han tejido muchas hipótesis y aventurado diversas imaginaciones. Marcela  está descubriendo en que consiste, te deseo buen viaje y eterno descanso de una vida azarosa y entregada al servicio, la movilización, la gestión, representación y la lucha cotidiana por hacer de este país un mejor lugar para quienes son menos privilegiados/as, para los/as pobres.

Fue a lo largo de su vida la Dirigente de la Central de Comedores Autogestionario de Ate, cuya base es La Zona II y  en su interior el Comedor Micaela Bastidas I. haciéndose Delegada en el Comité de Gestión Distrital de Ate.
También han partido, como si fuera una más de las marchas de protesta o reivindicación Josefa Sosa y Jacinta Machado, ambas de la Central de Comedores Autogestionarios de Santa Anita y  Jacinta ex presidenta de CEDIMOCSA. También fue parte del Comité de Gestión Local de su distrito.

Sus defunciones me trajo a la memoria otras muertes de dirigentes  y asociadas de comedores populares realmente autogestionarios, que pone a prueba lo que son y cuánto pueden, cada vez que un hecho trascendente como este sucede.

Por cuanto un modo de honrarlas es dejando constancia de lo que fue un comedor popular autogestionario, tan diversamente percibida, anotada, analizada y registrada en muchos textos. Por quienes muchas veces se acercaron sólo para la investigación. En mi caso conviví, aporté y apoyé a los comedores autogestionarios sostenidamente desde 1984 hasta 1995, a nivel distrital, conal  nacional y provincias, por cuanto pueda que no tenga toda la objetividad científica desde el positivismo, pero nadie podrá decirme que no sé de lo que hablo y es tan válida mi mirada desde el post modernismo, que reconoce cómo la realidad influye en el cientista como el cientista en determinada realidad.

La primera muerte dramática de una dirigente de Comedores Populares Autogestionarios lo experimenté en 1991 en el distrito de Los Olivos -tras el shock de Fujimori en agosto de 1990-, periodo en el cual las familias peruanas empobrecieron y muchas personas murieron del  cólera,  TBC, paro cardiaco y suicidio. 

En ese escenario, las mujeres de los comedores populares se irguieron recordándome a Scarlett O'Hara, arañando la tierra para sacar la última semilla de sus entrañas y transformarlo en alimento para sobrevivir. Pero para contarles como fue es preciso que las/os ubique en el contexto, puesto que de otro modo ni yo me explicaría, ni ustedes me entenderían, especialmente las/os más jóvenes.

Antes del Shock había hasta cuatro  grandes tipos de comedores: a) los comedores populares autogestionarios (CPA) sólo con el aporte y gestión de sus asociadas, b) los comedores populares promovidos, con apoyo alimentario y cierta injerencia de algunas iglesias,  sub-denominadas como  comedores de: Care, Prodia, Cáritas,  Ofasa, etc. acorde a la agencia e iglesia que las apoyaba, pero eso era de puertas hacia adentro, puesto que hacia afuera para todas/os eran Comedores Populares (CCPP), haciendo un único frente ante cualquier amenaza u oportunidad. Desde los ochenta hasta 1990, los  CPA y CCPP pugnaban por distinguirse de los Comedores creados con fines políticos, porque hasta ese momento tenían mucha claridad de quien eran quien.

Su primer deslinde fue con las cocinas familiares de Acción Popular que era eso, una cocina para expedir alimentos a bajo precio con mujeres cocineras sub empleadas y en algunos casos trabajando por alimentos. A ello se sumó  el APRA creado apenas iniciado su primer gobierno el PAD (Programa de Asistencia Directa), que es el mismo subsidio alimentario  dirigido principalmente  a los Clubes de Madres, con el fin político de desmantelar y desmovilizar a los CCPP, pero las halló bien plantada. Ellas les hicieron todas las movilizaciones que hicieron falta hasta ser reconocidas e incluidas sin distinción planteando  como contrapropuesta que el programa incluyera una canasta alimentaria que además asegurara seguridad alimentaria en al país, a través de su "protesta con propuesta". 

Es un esfuerzo por la defensa de su identidad y autonomía, se crea en junio de 1986 la CNCP- Comisión Nacional Provisional de Comedores para lograr la centralización nacional de los mismos. Sin embargo en el camino postergo este objetivo para transformarse en Comisión Nacional de Comedores (CNC), urgidas por un rol contestatario antes que estratégico y de fortalecimiento organizativo asumiendo 4 de 5 mujeres la voz de las miles, aun cuando mucho más adelante se crearon las centrales conales fueron devastadas políticamente, pudiendo estar allí el talón de Aquiles de su posterior desarticulación y aplanamiento por Fujimori que arrasó tanto con los CCPP como con la Coordinadora del Vaso de Leche, respecto a la condición y perspectiva de organización que perfilaban, para convertirlas en reducto de las mismas líderes que se anquilosaron. Fujimori  supo liquidar a una cúpula de dirigentes en proceso de hacerse. 

Más adelante  el PAD sería fusionado con la Oficina Nacional de Apoyo Alimentario (1992) transformándose  en PRONAA  (Programa Nacional de Asistencia Alimentaria) por Fujimori, más adelante con la creación del MIDIS- Ministerio de  Desarrollo e Inclusión Social, metamorfoseo hasta transformarse en emprendimientos alimentarios 2018 [1],   hasta transformarse el PCAPS -Programa de Complementación Alimentaria y Protección Social , que reducido a PCA -Programa de Complementación Alimentaria se encuentra actualmente en manos de las regiones y municipios locales, habiéndose   reducido e proveer un subsidio económico constante y sonante (ver cuarta cláusula inciso i)[2] que le permitió a cada gobierno de turno  clientelismo político, probablemente el más descarado e insultante a la labor e inteligencia de las mujeres fue el del fujimorismo durante los noventa, terminando por engullir a los históricos CCPP y CPA  a lo largo de una década. Sin embargo los gobiernos sucesivos no se quedaron atrás hicieron mucho mérito para secundarlo y hasta superarlo, deconstruir a cada hacedor/a de política en sus obras es otro detalle pendiente.  

Este modo de percibir y tratar a los comedores, animó a que en su interior se  estableciera un sistema de enquistamiento en el poder de la mayoría de  las dirigentes, perdiendo la dinámica, sistema y espacio organizativo que se perfiló durante los ochenta. Hasta hoy que terminaron por cuasi uniformizar las diversas modalidades y orígenes de los CCPP transformados en aquello contra lo que combatieron en sus inicios .

Con ello disuadir a miles de dirigentes que venían construyendo un nuevo tipo de liderazgo en la zona urbana de Lima y las grandes ciudades del país. Quienes  permanecieron o se sumaron, imitaron a los viejos modelos caudillistas, paternalistas y autoritarias que se perennizaron, por ello, solo basta ver que no hay dirigentes con las edades en que ellas se iniciaron. Algunos análisis se han centrado en explicar este fenómeno como impacto de la violencia política, que desde mi experiencia si bien estuvo presente, en verdad no las aniquiló, aun cuando las golpeó fuertemente, es más  se asume que  el Fujimorismo aniquiló a SL con la caída de Abimael Guzmán, no se explica que las organizaciones de comedores y vaso de leche fueran desmontadas posteriormente.

La presión y presencia de la violencia política, lo viví de cerca, por ejemplo tras el Shock de agosto 1990, haciendo mi labor de asesoría y recorrido por la nueva zona de Confraternidad en el  recién creado distrito de Los Olivos, donde había más de cinco Asentamientos Humanos (AH)  divididos territorial y políticamente en cuyo interior habían nacido muchos comedores, en tres momentos fui intervenida por el MRTA y dos por SL. Uno de ellos,  en compañía de Agustina Anchante, la dirigente distrital de Los Olivos (1991), pero eso es otro cuento aparte que ambas recordamos siempre que nos encontramos. No pasó  del susto de ver a un hombre jóven cuasi un niño armado y constatar que mi labor estaba bajo vigilancia. 

Los del MRTA se aproximaron tras uno de los talleres y me dijeron que hacía buena labor en favor del pueblo, se trataba de un proceso electoral que se iniciaba en las bases, democratizando procesos que en ese entonces sólo se producían en encuentros y convenciones. Los de SL nos dejaron claro que podíamos ingresar a la zona sólo con su venia y hasta donde nos permitieran. 

Cuando informé de lo sucedido a la institución para la que trabajaba, como única medida de protección sólo me quitaron la camioneta con la que hacía el recorrido. Claro yo seguía desplazándome en toda la zona como Pedro por su casa, inclusive con el libro de Gustavo Gorriti "Sendero" bajo el brazo para leerlo en el micro, mis reuniones empezaban a las cinco y terminaban a las 8 o 10 de la noche sin energía eléctrica, es una de las razones por las que suelo decir que cuando uno es joven y vehemente, también es suicida. 

Por estas cosas experimentadas en primera persona, sigo pensando que fueron otras las condiciones que se crearon desde adentro de las organizaciones y aliados, retrasando procesos que  impidió  a las mujeres líderes y dirigentes responder a Fujimori como lo hicieron contra el APRA,  y porque esté, so pretexto de lucha contra la subversión colocó una espada de Dámocles sobre todas las cabezas.

En  este escenario de afirmaciones y re-conversiones, el Comedor Popular Autogestionario Las Revolucionarias (distrito de Los Olivos) había crecido a tres cocinas, funcionado de lunes a domingo, garantizando una alimentación altamente nutritiva en plena crisis. 

De ellas aprendí muchas cosas, la principal es que entre pobres no hay más pobres sino igualdad hacia abajo, de permanente inestabilidad con altas y bajas, solidaridades retornantes así como horizontalidad permanente en la gestión porque era un servicio y ser sujeto de auxilio en cualquier momento, sin que eso signifique  que estuvieran vacunadas contra el autoritarismo. Por cuanto la filantropía, paternalismo, populismo y clientelismo, externo antes que ayudar conflictua, subyuga y discapacitada. 

Pueda que aquello que las hizo integrarse siendo parte de un pueblo altamente combativo  -sólo el nombre lo anuncia-, sentirse y hacerse iguales con el mismos poder de ser, hizo la diferencia  a pesar que en su interior existían economías de escala, historias complejas, viejas diferencias, extracción social, racial, lugar de origen,  temperamento, estilos de liderazgo y prácticas dirigenciales. Se mezclaban todas las sangres.

La palabra mágica a la hora de distribuir los menús era “la yapa”, si eso que solemos hacer quienes aún vamos al mercado y nos dan “yapa” sobre algo adquirido para hacernos "casera", gracias a que se distribuía los alimentos a una hora programada, sin colas, pugnas ni trampas, todas/os iguales de modo que si había algo adicional se redistribuía a cada recipiente en cola, permitiendo a quien no deseaba la yapa, cederlo a quién si lo necesitaba, entrando en funcionamiento la redistribución consciente y expresa.

En  el comedor de Las Revolucionara nadie cocinaba a cambio de alimentos, todas/os (habían hombres socios) hacían su turno, si alguna trabajaba o no podía hacerlo pagaba a su reemplazo el valor de su trabajo calculado sobre las horas hombre del sueldo mínimo vital. Así es como un segundo elemento distintivo era “el reemplazo” en la cocina a quienes trabajaban por ingresos, que poco a poco  se fue estableciendo como un sistema que funcionaba beneficiando a unas y otras, alimentando y dinamizando las economías de escala.

Un tercer elemento era el pago real del costo de las raciones, que si bien eran económicos de ningún  modo atentaba la calidad del mismo, se pagaba por adelantado evitando fuera percibido como restaurante aun cuando algunos comensales o trabajadores eventuales se beneficiaba, igual debían acostumbrarse a la dinámica, así se aseguraba que todo el ingreso fuera invertido y registrado hasta el último céntimo en el cuaderno de cuentas diarias, al que accedían todas/os permitiendo que el control social evitara alguna tentación de mal manejo.

Un quinto elemento era el abastecimiento al por mayor que se fortaleció tras el shock, antes solían hacer actividades pro fondos para imprevistos. Cuando yo me enteré que el shock sería de 300% les sugerí que invirtieran todo su dinero en productos. Lo hicieron y pudieron soportar el golpe que fue por encima del 400%[3]. Eso les enseñó a tener proyección y respaldo. Pero mantuvieron su sistema de ahorro para imprevistos solidarios.

Y lo más importante, el poder y rendimiento de cuentas se hallaba bajo control social permanente y espacios de decisión como las asambleas que eran resolutivas, acumulativas y poco a poco ejecutivas. Al punto que una asamble de emergencia resolvía un impase o imprevisto en menos de media hora, se probaba que funcionaba y sumaba al reglamento.  

La alternancia se hizo norma, pasando por la junta directiva todas las asociadas, cuando alguien tenía temor se le recordaba que era al igual que cumplir los turnos de cocina, almacén, abastecimiento y que antes que un beneficio era un doble trabajo sin sueldo, proporcionaba solo honor, por eso nadie debía quedarse más de un periodo. Todo se aprendía, anotaba y rendía cuentas, claras y transparentes. El empoderamiento no era un discurso sino una práctica desde inicios de los noventa, siempre las recuerdo a todas capaces y competentes. Una de las dirigentes de la central distrital solía decirme que Las Revolucionarias eran para mí el paradigma de los comedores autogestionarios, pueda que tenga razón, pues fue referente e inspiración de muchos, incluyendo de su comedor en aquel tiempo.

Porque no sólo crecieron en la dimensión alimentaria que era su ser y hacer, sino que la práctica y dinámica de compartir un hacer aparentemente sin poder como la cocina, se había transformado en una fuente inspiradora para cambiar sus otras dimensiones de vida. No sólo se llamaban Revolucionarias sino que revolucionaron su vida personal, familiar y barrial. Una de las mujeres, increíblemente delgada, manejaba la carretilla de cargadores de los mayoristas como si fuera un coche de bebé, trasladando sacos y sacos de alimentos desde un centro de acopio. La mas tímida, aprendió a tomar la palabra y no permitir que hablen en nombre de ella y la más habladora a escuchar. La más individualista a ser solidaria y compartir. La más iracunda a pedir la palabra y mediar.

En tiempos donde no existían programas para erradicar la violencia contra las mujeres, ellas lo hicieron a su modo con resultados sostenibles. Una de las parejas jóvenes solía tener frecuentes problemas económicos, que ella resolvía con muchas estrategias, pese a ello el marido le decía que no trabajaba y se la pasaba chismoseando en el comedor. Ellas decidieron darle una lección. Le dijo que como no tenían dinero y ella estaba enferma, él fuera a realizar su turno en la cocina o no habría comida para la familia, el resto de compañeras se encargaron de coincidir ese día con todas las tareas. El marido retornó cansado y buscando la cama, ella le dijo: “No mi amor, todavía falta que laves la ropa, limpies la casa y ayudes en la tarea a nuestro hijo”. El nunca más la devaluó y siempre que tenía un tiempo libre era voluntario en el trabajo extra del comedor.

Aquella que el marido la golpeaba,  primero fue conminada a revelarse, cuando vieron que le hizo frente y estaban seguras que no saldría a favor del marido, fueron todas a la casa en el momento donde se producía la violencia y el abuso, lo cogieron y amarraron en un poste  con un cartel que decía: “Soy un cobarde golpeador de mi mujer, las mujeres del comedor me han castigado por eso”. El tipo nunca más volvió a golpear a su mujer ni hijos y los otros aprendieron la lección.

Inclusive incursionaron en la junta directiva de pueblo, logrando lo que por muchos años la junta directiva de varones no pudo, techar su local comunal donde funcionaba el comedor, proyectando una guardería comunal en el segundo piso, para las parejas que trabajaban fuera de la comunidad, sanearon y pavimentar sus calles. Los Revolucionarios pasó de ser un reducto de A.H. detrás de la urbanización Mercurio Alto, a ser  un pueblo de referencia y orgullo, sus casas se afirmaron y sus vidas cambiaron.

Y la muerte, la única que no olvida ni pierde paciencia,  llegó en plena crisis, la casa de una de las asociadas había sido invadida por sancudos en tiempos del cólera de modo que había un doble temor, así que usaron el espiral contra mosquitos en el dormitorio de la pareja y cerraron todo bien para que haga efecto.

Amaneció, ella cadáver y él en coma. Los/as hijos/as aun pequeños/as y adolescentes lo primero que hicieron fue ir al comedor a pedir ayuda. Movilizando a las asociadas y sus dirigentes en la provisión de primeros auxilios, traslado, gestión de hospitalización del esposo, cuidado de niños/as, tramite de fallecimiento, contacto con parientes,  detalles del sepelio y entierro. Más adelante  acompañando y fidelizando al viudo, impidiendo que se entregara a la tristeza  y dejara de lado su responsabilidad de padre.

En medio de todo ese modo de vivir y sobrevivir a la muerte una de las mujeres dijo mientras me narraban los hechos: “El comedor es esa familia solvente  que no tenemos, es como los parientes que nos sostienen en tiempos de carencia y son con quienes compartimos las bendiciones y los beneficios en tiempos de bonanza”.

Una siguiente dijo, “Como tratamos nos tratan en justicia, porque aquí todo es rotativo como el trabajo en la cocina, la riqueza, la pobreza, la enfermedad, la muerte, la vida. Hoy se ha ido nuestra socia, que era familia, hermana, pero no sólo debemos llorar, nos tenemos que hacer cargo.”

Otra mujer mayor añadió: “Nosotras no tenemos seguro, ella menos, pero a sus hijos/as no les faltará un plato de comida, mientras el comedor funcione. Por turno tendrán cuidado, control y aprendizaje. Como todos/as nos mojamos con el trabajo, los/as niños/as no pueden hacer su turno de cocina, pero pueden barrer, limpiar y escoger también por turnos hasta que el padre se restablezca, no porque no lo podemos hacerlo gratis, sino porque así aprenden a valorar lo que tienen”.

Una de las dirigentes dijo: “Cuando una compañera muere no muere sola, una parte de nosotras muere un poco con ella, pero otra parte nace y vive, por eso nunca muere totalmente como algo inerte. Todas nos remecemos como ramas de un mismo árbol soplado por la tormenta, pero nos vuelven  a crecer nuevas ramas, más fuertes, sabias y firmes”.

Y habló la dirigente a quien llamaban Husein, por su carácter fuerte, firme, lúcido, quien evitaba privilegios y excepciones: “Catalina, a todas nos va a llegar el momento de partir, lo único que esperamos es que sea cuando nuestros hijos sean autosuficientes. La compañera se ha ido por una negligencia, por la ignorancia de usar un producto sin saber sus consecuencias. Pudieron morir todos. Pero en adelante esto nos sirve de lección iniciaremos un programa de prevención y cuidado de la salud, especialmente el mental ahora que tendremos a un viudo si sobrevive y cinco niños/as en orfandad. Nuestra compañera tendrá el entierro que cada una de nosotras quisiéramos tener, de esta saldremos más fuertes y habremos aprendido algo más.”

Ahora que recordé esta primera muerte, puedo decir al igual que las mujeres fuertes que han sacado al país de sus peores momentos. Cuando una dirigente de comedor popular realmente autogestionario muere, hay cientos iniciando y siguiendo sus pasos, mientras ella y su recuerdo permanece en la vida de todas las familias que son su familia.

Descansen en paz Marcela CerdaJosefa Sosa y Jacinta Machado que hay historia de su hacer tanto en Ate como Santa Anita, Comas, Independencia, Los Olivos, San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres, Villa el Salvador, Puente Piedra y cada distrito de los cuatro conos, así como al interior del país.