Tomado del muro de Chery Raguz |
Conocí a César, como parte del florecimiento y expansión de la
teología de la liberación de los setenta, donde jóvenes
estudiantes ad portas de hacerse profesionales o recién graduados/as asumían la
labor de formación y concientización de sus pares jóvenes en zonas populares de
la Lima. Una ciudad cuasi colonial y semi moderna, que empezaba a crecer como urbe hacia
sus conos, con sus problemas de sobrepoblación, pobreza y desigualdad. Algunos de
esos jóvenes estudiantes trenzaron su opción por los pobres inspirados en la
teología de la liberación con su incursión y/o militancia en los partidos de
izquierda que en aquel tiempo iniciaron su trabajo político también en las
zonas periféricas in crescendo.
Lo hicieron como estrategia para superar la derrota política de las elecciones de 1979, donde las izquierdas obtuvieron una escuálida representación, sus lideres decidieron “bajar a las bases”, un discurso que en parte graficaba su lectura de aquel tiempo[1], donde adjudicaron el escaso respaldo electoral al desconocimiento de la ideología que estaba en la base de su propuesta: comunista sobre una base proletaria, que hasta ese momento era notable, cuyo manejo era principalmente en las universidades y sindicatos.
Las grandes arterias de la capital del país en sus cuatro costados,
estaban sembradas de industrias de todos los tamaños. A lo largo de la Panamericana Norte desde el
Río Chillón hasta Fiori, se apreciaba tanto la planta nuclear del Perú, algunos
laboratorios y cuasi todas las empresas automotrices, no en vano el paradero donde
cruza la Av. Izaguirre hasta hoy es conocida como “La Volvo”,
aun cuando su lugar es ocupado por el Centro Comercial Metro. En el caso de la Panamericana
Sur desde la refinería la Pampilla hasta Chorrillos compartían espacio granjas,
fábrica de construcción y viñedos.
Hacia el este se hallaban las principales fábricas textiles y
laboratorios a lo largo de la carretera central. Por el oeste en sus dos venas
hacia el mar: la Av. Argentina y Av. Colonial, partiendo la primera desde la
plaza Unión y la segunda desde la plaza Dos de Mayo hasta el
Callao hacían gala de diversos tipos de industria. En el puerto del Callao y el
aeropuerto, los principales del país, el movimiento de entrada y salida de productos
estaba a cargo de obreros/as y empleados/as. El sector de comercio y servicios
era apenas el necesario, no existían vendedores ambulantes, sólo pregoneros/as
y tamaleros.
Muchos de los futuros profesionales de los setenta que
conocí, con el transcurrir del tiempo, abrazaron la política desde los diversos partidos de izquierda, que
fueron desmembrándose algunos/as colocándose al extremo de la misma. Otros dejaron
su opción por los pobres y de igualdad como sueños de opio juvenil,
acomodándose a la derecha adoptando el rol que en su juventud pretendieron
cambiar. También hubo quienes usaron sus oportunidades y aprendizajes acumulados
en sus años febriles y en alguna de las izquierdas, para colocar/se al servicio
de la extrema derecha. Para identificarlo/as, basta mira en el pasado de
expertos/as, políticos/as y opinólogos/as por encima de los 65
años.
A diferencia de la tendencia general, Cesar Pezo
se hizo de profesión psicólogo[2],
coherente con su discurso y opción por los pobres, colocó su saber y
hacer al servicio de los sectores populares. Su labor combinó durante mucho
tiempo la formación de conciencia y convivencia colectiva con la terapia psicológica individual, en un tiempo donde hablar de salud mental era poco
menos que una mala palabra.
La escasa distinción entre psicología y psiquiatría, para el sector principalmente popular era un factor disuasivo para personas con problemas de conducta alterada, psicótica, traumas, fobias, etc. no sólo se resistieran a reconocer su padecimiento sino a negar toda posibilidad de consulta psicológica porque argumentaban “no estar loco/a”. En ese contexto César atrajo a muchos casos de jóvenes en crisis ganando su confianza, ayudándolos/as real y efectivamente, logrando un gran prestigio como psicoterapeuta y demanda siempre al alcance de los pobres.
Tanto ayer como hoy el acceso a salud mental es un privilegio para sectores medios y altos, que podría graficarse en la ironía de un sociólogo crítico al feminismo de clase media durante los ochenta que hablaba de la mujer y no de las mujeres. Comparando algunos padecimientos de mujeres diferenciadas por clase: "las mujeres aristocráticas de la clase alta, sufren de migrañas porque pueden recostarse a oscuras independiente del día o la noche; las burguesas de clase media pueden refugiarse en jaquecas para huir de sus obligaciones maritales; las proletarias o esposas de proletarios, que tienen asegurado sus necesidades básicas tienen dolor de cabeza de lidiar con el presupuesto. Pero las de extrema pobreza, que no saben si mañana comerán sus hijos, esas, no tienen tiempo de sentir o reconocer dolor alguno sobre sus hombros, están ocupadas en sobrevivir".
Mientras tanto César, no sólo puso en práctica una psicología comunitaria preventiva y sanadoras, con sus cursos para la comprensión de la dinámica grupal, liderazgo y relación
interpersonal. Él, abrió la veta para acercar al individuo/a y la familia,
hacia la necesidad, posibilidad y efectividad de una terapia psicológica para
superar traumas a población sin recursos, rompiendo con una percepción y práctica privilegiada por mucho tiempo para sectores con poder adquisitivo. Muchas de las familias que apoyó lograron superar sus carencias,
toxicidad, crecer individual y conjuntamente.
César creció en su ser y hacer al servicio de los/as jóvenes
de sectores populares desde su consultorio en San Juan de Lurigancho, el
Instituto de Inter-Cambio[3] y un pie en la docencia de la PUCP[4]. Su partida es una gran pérdida para los/as centennials o generación Z que no beberán de su conocimiento,
como su vida fue la gran ganancia para la generación X de los setenta hasta la generación
Y, de los/as Millennials.
Fue una gran ganancia, porque quienes lo conocimos, aprendimos de él
colectivamente a estar, partir, compartir, creernos, sentir y ser. Y/o para reintegrar las
partes desconectadas y/o conflictuadas de quienes tuvieron el privilegio de sus terapias individuales como familiares hasta alcanzar un buen vivir.
Descansa en paz César, tu misión en esta dimensión y tiempo
fue asumida como sólo los grandes seres logran hacerlo con entrega, desprendimiento
y discreción.
[1] A partir del segundo quinquenio de los 80 esta frase se puso en cuestión, porque el término "bajar" aludía a quién lo hacía estar arriba, siendo cuestionado por las "bases".