“Valois querida allí donde te encuentres, se queda
conmigo tu sonrisa, gentileza, cariño, ánimo y entusiasmo de siempre, ante mis
horarios extensos de lectura o cuando buceaba por los libros aun no
disponibles.
Fue tu sabiduría aquella que me hizo comprender la
dinámica inadvertida detrás de los anaqueles o a la siniestra del ambiente de
la biblioteca de sociales.
Añoro nuestras coincidencias en cierre de largas
jornadas invernales donde nuestros pasos acompasados y brazos unidos evitaban
que el viento de la avenida central nos elevara.
Confió en que cuando vuelva a caminar en esas
condiciones, si bien no me tomarás del brazo, te sentiré en la brisa de la
tarde, la fuerza del viento de invierno o quizás en la bruma que suele
envolvernos a quienes acostumbramos abandonar el campus cuasi a media noche.
Valois querida jamás pensé que te irías sin volver
a verte luego de este largo periodo de detenimiento y pasos lentos que
restringió mi desplazamiento al ala norte de la PUCP, tampoco que te irías en
tiempos de descanso institucional con discreción como fue siempre tu ser, por
eso comparto con las amigas y amigos de tu partida pueda ser que coincidamos en
tu despedida “.
Puedo añadir después de haber asimilado el golpe y
estado con ella en el tiempo de las despedida, que se fue como vivió amada,
celebrada y reconocida por quién era. Rodeada por quienes compartió su vida, a
l@s que hoy sin duda nos duele su partida, pero al mismo tiempo se instala en
nuestro corazón lo mejor de su recuerdo. Aun estoy conmovida por la afirmación
de uno de los hijos que la vida le dio a nombre de de tod@s: “Como todos ustedes saben mi tía fue
soltera, pero aquí estamos todos sus sobrinos, sus hijos, para hacer su voluntad y despedirla…”.
De Jacinto Herrera Trujillo, son escasos los
recuerdos de niña y cortos los de adulta. Lo que sé de él es a través de la
narrativa de Tía Juana, Margarita y mi madre. Ahora que lo pienso debió ser
difícil forjarse una personalidad masculina y mantener armonía parental en
medio de matriarcas a toda prueba. Ello explica en parte que la adultez se
concentrara en su familia nuclear, para aproximarse a la relación fraternal en
la madurez y post viudez. En la narrativa de las hermanas se asoma la imagen
del hijo único, engreído por la madre y hermanas, algo contenido por el padre,
destino de amor y cuidado parental, retornando a cambio de él una sutil
distancia e indiferencia.
En cambio será recordado por ser un
hombre profundamente enamorado de su mujer hasta el último de los días de ella
(11 enero 1995) y más allá de su presencia corpórea, dispuesto a satisfacer
todas sus exigencias con una sonrisa en los labios, al punto que fue su deseo
colocaran en su féretro, los vestidos más bellos que aun quedaban de la difunta
para que llegara a “la otra vida” con ellos para cambiar aquellos con los que
partió. No sé cómo fue en el papel de
padre, sólo sé que a diferencia de muchos andinos de su tiempo no usó la
violencia como recurso de formación para sus hijas e hijos, todos se
emanciparon jóvenes, sea migrando a la capital de provincia o del país. Pero sé
de su ternura con los infantes, viene a mi memoria su canto y baile para
entretener con dedicación a mi hermana Lucy de apenas dos años, durante una
estadía en casa, será por ello que en los pocos encuentros que tuve con él a lo
largo de nuestra vida solía preguntarme sólo por ella "Cómo está niña Lucy", luego por mi madre y padre.
Pueda que los hombres andinos de su
época –quien sabe si también los actuales y no andinos- recubrieran sus
afectos, vínculos parentales y comunicación, con lenguajes, actitudes y
posturas más simbólicas e implícitas que explícitas para dejarlos fluir sólo
ante seres preferenciales, no amenazantes o altamente sensible, como suele ser pareja
amada y l@s niñ@s. Mi tío solía ser
discreto con sus gestos y mensajes, a diferencia de las mujeres que todo lo
expresan, difunden, confunden, perdonan, olvidan y aman sin esperar retorno.
Valois y Jacinto se fueron de esta
vida con pocos días de diferencia, dos seres que nunca se conocieron se
conectaron en la muerte, enlazados a mi
dolor por su partida, haciéndose parte de mi historia sin aun adivinarse. Pero,
también compartieron durante sus últimos días la misma fiereza y letalidad que
día a día aqueja a más mujeres y hombres en el país y el mundo, me refiero al
cáncer. El cáncer, que hasta hoy poco o casi nada se sabe sobre su origen y
curación pero sí se tiene mucho registro de sus diversidades, procesos y no
discriminación.
Hoy sé, por todo lo que investigué y
compartí luego de que partiera mi padre, que el cáncer es una enfermedad a la
que tod@s estamos expuestos, somos potenciales candidatos sino portadores, por
una y mil razones, pese a su dureza y exigencia puede ser cruel/generoso según
como se asuma su presencia en nuestras vidas y en las vidas de aquell@s con
quienes está entretejida nuestra vida.
Nuestra actitud ante su presencia,
bien puede derivar en
la impotencia e incremento de su agresividad, independiente de si
la lucha es fiera para contenerla o rendición
total. Está la posibilidad de, asumir el peso de su presencia, tomamos el
tiempo que queda para ordenar, disponer y resolver, cerrar pendientes,
recanalizar energías obstruidas, disponernos, abrirnos al amor, perdón y
esperanza en el terreno que va más allá de la muerte para llegar al fin de
nuestra vida en paz y plenitud.
Con papá viví esta experiencia –en
dos días serán 17 años de ello- al igual que sus lecciones de valores en mi
infancia, hablando de la vida y la muerte metafóricamente volviendo a los
cuentos de niña, donde se producía el sincretismo de la religiosidad
andino/occidental. Si existiría Shanshamarca
(Infierno), allí donde el alma ha de purgar sus culpas hasta gastar sus
ojotas de acero. O si habrá que atravesar yawarmayu
(rio de sangre) nadando sin saber hacerlo, quién sabe si se logre atravezar
descalzo el cashanani (camino de
espinas), gracias al auxilio del fiel
perro, quien despejaría las espinas con la cola, si se ha sido bondadoso en vida con
un este animal. O si sería cierto que el purgatorio
consistiría en construir todos los días un
templo que se
derrumbaría a penas culminada la primera misa luego de su construcción.
A veces con posturas más occidentales
hablábamos si todos los justos en verdad estarían al lado Dios, y medio en
broma él decía: “A mí como santo varón me tocará el lado de San Pedro”, pero
nunca tocamos abiertamente, que en verdad se estaba muriendo, al punto que cada
capsula de morfina era ingerida por él, pidiendo a Dios que pusiera su mano en
ella para curarse.
Si de algo me arrepentí en su momento fue haberme dejado vencer por esa
irracional idea que nos hace creer que un enfermo adquiere también incapacidad
mental y emocional con la postración, al punto que nos da derecho a expropiarle su derecho a vivir el tiempo de descuento a su
modo y antojo. Este tiempo fue para mi padre ocho meses clavados, tal como
pronosticó Ciro Maguiña, mi compañero y amigo, mi médico, mi
ángel en ese entonces hoy sin duda de muchos otras personas, quien hizo menos penoso ese trance, por eso y muchas
otros gestos estaré en eterna gratitud con él.
Once años después de mi padre, llegó
la experiencia con Carlos, produciéndose mi maestría acelerada
de relación con un enfermo terminal. Con él sólo tuvimos un mes, así que pese
al resquemor del resto hablamos detallada y detenidamente sobre su estado,
significado y proceso. Vivimos día y noche, haciendo de ese mes toda una vida,
al punto que mi insomnio instalado permitió aliviar las noches a quien le
dedicó cada minuto del día, su hermana/madre. Mientras nos reencontrábamos,
reconciliábamos, hurgamos en el fondo de cada uno, aceptando aquello que persistía,
cambiando aquello que permitía el espíritu e intacto aquello que fue declarado
inamovible. Pueda que fueran sus cuarenta años, su modo de haber vivido,
nuestra conexión/desconexión lo cierto es que aprendí la lección
de mirarle a la enfermedad y la muerte a los ojos, sin que ello signifique que
me haya despojado del dolor.
El dolor por humano es un sentimiento
que nos recuerda de qué estamos hechos al igual que nuestra finitud. Cercana a
él suele asomarse la tristeza, que antes que un sentimiento, es una actitud que
suele colarse o asentarse en nuestro ser, dependiendo de cuando sea nuestra
necesidad de ella. Algun@s pensamos que estamos preparad@s puesto que somos
fuertes, vibrantes como un cascabel que todo lo espanta o imbuidos en aceite
donde todo nos resbala. Pero la verdad, no siempre sucede así, yo descubrí que
se coló bien al fondo, en algún momento de descuido y se instaló por más de una
década, hasta cuando Rosa Rivero la develó y me apoyo a desprenderme de ella.
Dejé partir a la tristeza cuando asumí
que no estaba vacunada contra el dolor y asumí su valor e importancia, la
necesidad de expresarlo. Ahora estoy convencida que esta es una buena vía para
descubrir la reserva de resistencia que poseemos y de cuanto espacio nos queda
para el crecimiento de la voluntad, la fuerza y el alma. Al mismo tiempo que
aprendemos día a día a hallar las conexiones para procesarlo y dejar que fluya
sin morir en el intento.
Escribir es para mí una de las
conexiones, otra encender una vela y orar, por quienes con su partida me
recuerdan mi propia finitud, temporalidad, donde cada minuto cuenta para seguir
esforzándome en ser mejor persona, sé que esto es más fácil pensarlo, decirlo y
escribirlo que hacerlo, pero sé también, que no estoy sola en ese propósito,
que los seres de luz de esta y otra dimensiones me acompañan en ese esfuerzo, a
cada momento de mi tiempo, adquiriendo las voces y rostros precisos.