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lunes, 2 de octubre de 2023

RESPUESTAS SOBRE ¿A DÓNDE VAN?

  

Hay días de esos no programados, donde se vive intensamente, sumando decisiones al hilo. Es lo que viví durante 25 horas, incluyendo el momento que decidí compartir una jornada que bien podría ser un thriller cuya cúspide fue toparme con una niña perdida y llegar a casa dentro de un patrullero. 

Mi viaje interprovincial del primero de octubre, está llegando a su fin, de camino a casa veo que Domy, mi amiga cosmetóloga tiene su salón abierto y sólo dos clientes. Me animo a reducir el volumen y los tres colores de mi cabello, puesto que, al blanco y castaño medio, el sol le ha añadido el tono claro de antaño. Puedo con el bicolor, pero me parece mucho el tricolor.

Efecto Mariposa por respuesta

Tenemos tiempo para contarnos de nuestras historias entre no vernos, las ganancias, pérdidas y cambios. Recordamos como hace treinta años peinaba a todas en casa ad portas del matrimonio de mi hermana Lucy, descubriéndonos que hoy, ya somos abuelas. Entre habla y habla, no me percato que cambió mi corte de cabello, en otro tiempo me hubiera frustrado y hasta malogrado mi noche, ahora me veo y digo que no importa, ya volverá a crecer, sin duda esta es una nueva yo. Es noche entrada, nos despedimos cargándonos y encargándonos saludos para nuestras familias

Sigo mi rumbo, al terminar la cuadra, me encuentro con un cuadro de varias personas con rostros alarmados. Me abro camino para continuar, cuando llama mi atención la mirada de un hombre que tiene de la mano a un niño, pregunto: ¿Qué sucede?, él me responde: “Esta niña está perdida y no quiere despegarse de mí”. Varias voces dicen muchas cosas que no escucho, puesto que se alejan.

Le digo: “Si está perdida, llévela a la comisaria que está cerca”, el padre y el niño me mira azorados. Contemplo a la niña de unos 70 centímetros, ojos grandes y cabello negro corto, vestida alegremente como si fuera media mañana de primavera, con polo de manga corta y un globo en la mano, recordándome a mis dos nietas, mientras se mueve nerviosa. Me doy cuenta que el hombre, al igual que las personas que se esfumaron, no quieren involucrarse.

La niña me mira y dice que su casa está muy lejos, que no tiene mamá, la tomo de la mano y pregunto sobre su nombre, ella apenas puede pronunciarlo. En adelante la nombraré Vanessa para protejer su identidad. 

Es grande de tamaño, pero aún muy joven en el lenguaje, no entiendo su media lengua o quizás yo esté sorda con el bendito dolor de oido. Indago su edad y me muestra cuatro dedos. Pregunto por su mamá, vuelve a decir que no tiene, insisto por su papá me dice un nombre.

Animo al señor, “tiene que llevarla con la policía para indicar cómo la halló”, yo lo puedo acompañar para apoyarlo. Cuando menciono policía, Vanessa empieza a llorar. La calmo, le pregunto por qué no quiere a la policía, nos cuenta que la policía le sacó sangre de la cabeza a su tío. Le digo,  “entonces no iremos con el policía, sino con una señora oficial que te llevará con tu mamá”.

Accede, la tomo de la mano y los cuatro vamos camino a la comisaría. Durante el trayecto sigo preguntándole donde estaba, ella dice que estuvo jugando, que quería irse a su casa, pero que es lejos. Hace frío, pero no parece sentirlo, la abrazo. Llegamos a la comisaria, aquella que yo conocía como “comisaría de mujeres”, que nos costó tantas gestiones conseguir. Descubriendo que ya no lo es en nombre, función y hasta composición, sino un centro logístico de la policía.

Al policía de guardia, le pido que llame a una oficial mujer para que se haga cargo de la niña, porque ella teme al policía varón, me dice que no hay ninguna, añade que el señor ni yo podemos irnos hasta que envíen a una patrulla de la comisaría de la Huayrona, seguidamente registran nuestros datos. El niño del señor, que debe tener unos 6 años está inquieto y quiere irse a su casa, el hombre no sabe que hacer, decide llamar a su esposa.

Llega la patrulla, insisto en la necesidad de una mujer policía, me dicen nuevamente que no hay, le digo que la niña teme a los policías hombres y narro nuevamente lo que contó, los dos policías se miran. 

El señor, ya  más calmado explica el punto donde halló a la niña, una avenida grande donde pidió ayuda para cruzar, el parque desde donde supuestamente  podría haber venido estaba lejos del lugar. La niña llora, me abraza y no quiere soltarse, los policías me dicen que debo ir con ella hasta la comisaría que queda a kilómetros. Yo respondo, “sólo si me retornan hasta mi casa”. Los policías están de acuerdo.

En este punto el señor con el niño, ya se han esfumado, subo a la 4x4 negra, Vanessa, sigue aferrada a mí, la acaricio, hablo y la calmo, huele a polvo, sudor y miedo. Pienso en la última vez que me subí a un vehículo similar, un 6 de abril 2001, franqueada con un convoy de tres vehículos de resguardo desde Huari a Suhuas, para resolver las últimas contingencias electorales en el Callejón de Conchucos. Durante el trayecto, cuando estuvimos a la altura de la casa de MamaJuana, no pude resistirme en pedir nos detuviéramos cinco minutos, para abrazarla al igual que este día. El Comandante accedió, ella como siempre la recuerdo toda una matriarca estaba horneando al igual que su amor, me regaló sendas bolsas de pan caliente que todos los soldados y policías devoraron con alegría, mientras comentaban que si hay más casas así se detendrían en cada lugar. Nada es casual todo tienes sentido y contenido, cada acción provoca otra acción.  

Dejo ese recuerdo, cuando el patrullero encendió el vehículo. Le pido por favor, vayamos al parque donde el señor suponía estuvo la niña. La madre, el padre o quien la cuidaba debía estar loca o loco buscándola, imaginando lo peor con tantos niños/as extraviados. Sugiero que si no encontramos a nadie buscándola, vamos a la comisaria. El policía me dice, que depende de mi tiempo, le digo que no hay problema. Vanessa está fundida a mí. Vuelvo preguntar por su mamá, es cuando ella dice un nombre, estoy más tranquila, tiene una madre pero algo pasa entre ellas, que la negó como Pedro hasta tres veces.

Le digo que vamos a ir al parque, que vea por la ventana para que me cuente si es donde estuvo jugando. Cuando llegamos, ella dice: “yo jugaba con juegos”. Vemos luces y juegos mecánicos, allí se desprende y pone en pie, reconoce el lugar, con alegría y seguridad, dice que allí jugaba.

Ya es oscuro, hemos rodeado la tercera parte del parque, se nos acerca un hombre joven pidiendo ayuda al patrullero, porque hay una madre que ha perdido una niña. El policía le pide que llame a la mamá, mientras comenta a su compañero: “seguro ha estado mirando el celular y no a su hija”. Vanessa está inquieta, quiere bajarse, es una niña muy despierta e incontenible me recuerda a Mayu y Puñuy de pequeñas.

Luego de un rato, aparece la madre bañada en llanto, cuenta que fue un minuto de descuido, que tiene tres niños, que la esperemos porque los ha dejado encargados, teme también perderlos. Los policías se miran y me dicen, “señora llámele la atención para que no se vuelva a descuidar”. Les digo tres niños en medio de muchos otros es demasiado y que Vanessa demuestra ser una niña sumamente inquieta, puesto que ya abrió la puerta del carro y se bajó.

Esperamos otros 15 minutos, Vanessa es incontenible, quiere ir a los juegos, aun cuando no ve a su madre. Al final aparece la madre que debe haber bajado al Infierno de Dante una y otra vez en este tiempo. Sigue llorando, la abrazo y tranquilizo. Me besa y agradece, le digo que la halló un señor con su hijo, que no vuelva a salir sola con tres niños a un lugar donde es posible perderlos, que tiene una niña muy saludable e inquieta. En adelante, se ponga de acuerdo con alguien para compartir el cuidado, recordándole que cada día se pierden miles de niñas y niños sin dejar rastro.

Así es como constato, que el rol del cuidado, sigue siendo de un sólo género, desde que somos capaces de cuidar del otro, que no tiene edad, día, ni horario; tampoco cuenta la condición, clase o estado civil; siempre habrá de quien las mujeres nos hagamos cargo, con riesgo que al menor descuido, ser sujeto de sospecha, dolor y sanción social. Hasta cuando aprendamos, enseñemos y compartamos socialmente esta responsabilidad, felizmente son tiempos de cambio.

Al final de esta historia, todas y todos nos sentimos mejor. Valió la pena detenerme y postergar mi sueño, Vanessa halló y retornó con su madre, a quien  le ha retornado el alma. Ambas podrán recuperarse y quizás esta experiencia las proteja de futuros riesgos de perderse. El Patrullero me deja en la puerta de mi casa, todos los que están fuera de la cuadra nos miran, asustados. Es raro que el la policía aparezca sin que lo llamen, y mucho más, que yo, me despida alegremente.

José me abre la puerta, Lucy está angustiada por mi tardanza, mi hija hace fiesta, les cuento y las emociones vuelven a su cauce. Otro es el cuento en mi cuarto, mis dos nietas han tomado mi cama por asalto, una recién convaleciente de un virus no identificado, ergo volveré a cambiar la ropa de cama que ayer mudé. Y rescataré a Mía que ha sido espantada de su reino.

Pero ese ya es otro cuento, sólo diré que mi necesidad de dormir sigue postergándose, el premio al final de la jornada fueron los besos, abrazos, cuentos y engreimientos de mis nietas, el calor de mi familia. Esta madrugada del segundo día de octubre, cuidando de mi madre que aún está lúcida, le cuento sobre su hermana, dice que rezará para que Dios alivie su estado. Entre el ir y venir en su ayuda escribo en compañía y abrigo de Mía, mi hija gatuna que vive a mi ritmo. 

Cierro, enlazando mis cuatro decisiones del primer día de octubre, cuyo milagro unió dos días y tres noches sin agotamiento, nada extraño en si ser y hacer, sólo que antes era de fiesta, viaje y trabajo remunerado. Hoy el universo me permitió, compartir con otras vidas y eventos que fueron entretejiéndose para revelarme parte de la respuesta a una de mis reiteradas interrogantes:

¿A dónde van las niñas y niños cuando se pierden?

Pueda que al igual que esta niña de 4 años a la que he nombrado Vanessa, durante mi narrativa, se encontró por designios del universo con alguien que se ocupe de ella, la calme, movilice la solidaridad, el sistema y la retorne a donde pertenece, esté segura y protegida.  

En caso contrario la niña o niño perdido, primero deambulará, hallándose con muchas  personas indiferentes que apuran el paso, porque ocuparse es invertir su tiempo, priorizando lo "urgente e impostergable" en épocas de inseguridad, profundo egoísmo y mayor infelicidad. Seguramente en estas condiciones una niña o niño perdido se confunda y extravíe más, asustada/o se oculte, sufra un accidente y hasta  muera

Podría ser que la niña o niño, al hallarse en un lugar y momento equivocado, se tope con algún ser monstruoso, quien aprovechando de su miedo e ingenuidad la engañe,  atrape y dañe; haciendo de ella y con ella lo inimaginable.

Lo cierto es que reduciremos estos riesgos, si estamos alertas como padre, madre, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuela, vecina,vecino, advirtiendo más el cuidado de niñas y niños a su ritmo y velocidad. Quizás más de uno de ellas/os haran de este mundo mejor, de aquello que hemos logrado hasta hoy, con tanta violencia, consumismo y egoísmo.

Y cuando nos hallemos con una niña o niño perdido, cada ciudadana y ciudadano, independiente de lo que tengamos entre manos y cómo nos hallemos en primera persona, nos ocupemos solidariamente, teniendo a cambio la recompensa de paz en el alma, habiendo retornado el regalo de amor y sinergia que el universo suele darnos cuando menos lo esperamos.


martes, 28 de julio de 2020

PATRIOTAS SI, COMPROMETIDOS/AS TAMBIÉN: DÍA 135

Tengo sentimientos encontrados por mi país y por mí que soy la expresión encarnada del Perú que cumple 199 años de nacer como tal.
En esto días he revisado cada uno de sus dones, virtudes, bienes y magia que posee, en cada corazón que se sientes y es peruano/a, descubriendo cuanto vale y la bendición de serlo.
Soy testigo del esfuerzo de muchos/as por hallar lo mejor en cada uno/a de nosotros/as, sus agrupaciones, pueblos, espacios, cultura, pensamiento, obra y aporte, que me hace sentir agradecimiento de ser una más.
Si es el universo quien nos privilegió en permitirnos elegir y quedarnos en este espacio del tiempo y lugar, ha sigo magnánimo y generoso, porque no pudimos elegir nada más bello, bondadoso y variado para todos los gustos y preferencias que son fuente de felicidad que nace de la sorpresa y maravilla de poseer una raíz compartida.
Si es algún Dios nos colocó en él, hemos sido bendecidos/as con un edén por territorio, calor y solidaridad humana siempre suficiente para no aniquilarnos, gran dosis de libre albedrío para hacer de nuestra existencia testimonio de amor y gratitud, sin haber hecho mérito alguno antes de nacer y crecer.
Pero también hay quienes se creen un hongo, bacteria o un virus, que no fue creado por nada ni nadie, pudiendo ser parte de un meteorito o una estrella que explotó y tras ser polvo por azar una partícula de su gen de vida cayó por accidente en este territorio, porque si le hubiera tocado elegir, hubiera buscado otra dimensión o territorio, por cuanto siempre será extraña/o sin pertinencia ni pertenencia.

Independiente de cual sea nuestro credo, explicación o negación de ser y estar aquí, somos la expresión de este país, con el reto cotidiano de luchar y dar contenido a ese libre albedrío que poseemos los seres humanos, conquistando día a día nuestra libertad de la prisión que traemos con nosotros/as de muchas vidas, de esta vida como nos la construyeron nuestros padres, el medio donde crecimos o ser herederos/as de historias ancestrales de abuso, sometimiento, negación, humillación y privación que se transformaron en nuestra prisión externa. Y desde la otra orilla de privilegios, estamos quienes supieron hacerla, acumular mediante la apropiación, enriquecimiento, explotación, aprovechamiento y enriquecimiento a costa de.

Muchas mujeres y hombres que fueron nuestras ancestras/os, tomaron el reto y lo transformaron en su misión la libertad y construcción como nación mientras otros/a se lo impedían, logrando liberarnos de las barreras visibles, de esos barrotes, garrotes y cadenas externas; quizás sin exigirnos tanto al punto de hacernos partícipes a todos/as. De modo que en la mayoría permaneció en nuestro interior el gusto masoquista de seguir viviendo esclavizados/as de modo mas profundo como sutil y perverso, como sucede en muchos esa vocación por la mendicidad y necesidad de ser gobernados autoritariamente.

Estamos ad portas de cumplir dos décadas cronológicas de vida, y parece ser, que recién hemos nacido en medio del estertor de la muerte del patrón y amo, mientras también moría nuestra madre cuyo vientre cautivo abandonamos para ser libres sin entender completamente el significado y las exigencias de serlo, porque nos embriagamos con la bocanada de esa libertad desconocida.

Seguimos viviendo y permitiendo ser colonizados/as en la mente, el territorio y hasta nuestro modo de imaginar, ser y actuar, mientras declaramos que somos libres al mismo tiempo que nos comportamos suicidamente y aplaudimos a quien se coloca unas botas, pisa firme y sanciona.

Elegimos como nuestro representante a quien nos coloca en condición de discapacitado/a mental y físico haciéndonos objetos de caridad y populismo. Entre nos y casi en susurro, inclusive aplaudimos a quienes roban, engañan, manipulan y estafan, haciéndolos/as nuestros/as representantes, de modo que justifique nuestro modo de actuar cuando también los imitamos a nuestro modo: rompiendo la cola, adulterando un producto, un comprobante, eludiendo impuestos y compromiso.
Si hay alguien que nos recuerda que la discapacidad es nuestra imaginación, que necesitamos crecer, pensar, decidir, elegir y hacernos responsable por los resultado nos obstinamos en aniquilarlo/a buscando en él o ella nuestros propios defectos, porque tememos dejar nuestro confort por muy miserable que sea puesto que el cambio pese a ser prometedor nos inmoviliza.
Hoy siento tanto dolor que me defragmenta en partes como amores han partido y están a punto de hacerlo sin despedirse, impidiéndome ser festiva, más allá de abrazar a mi madre, hermana y sobrino, animar a mi cuñado. Agradecer a la vida, por ver a mi hijo putatitivo que me regaló su imagen, la de su hija con su esposa a tres metros de distancia mientras se encargaba de resolverme problemas.
Siento esperanza y angustia por los amores que aun siguen dando la lucha para volvernos a ver mañana, mientras tengo incertidumbre por ese mañana, del cual no hay que ser adivina sino solo algo lógica para saber que será peor que al día siguiente del 8 de agosto 1990 o al día siguiente de culminada la guerra con Chile, solo que ahora no tendremos un día siguiente, sino muchos días de deterioro inadvertido, sino tenemos la sabiduría para enfrentarlo a tiempo.
Asumo mi tristeza, porque a pesar de todo mis hermanas y hermanos peruanos vienen padeciendo, por lo que me tocará en primera persona cuando sea mi momento, mientras agradezco por un día más de vida, con sentido y contenido.
Ayer y hoy no tengo nada que celebrar, sólo agradecer, hacerme firme, fuerte y absorber todo el amor y la esperanza que es el motor que nos ha permitido ser hasta hoy mar grande que nuestros problemas y no habernos extinguido como cultura.
Porque estamos hoy aquí siendo testimonio de quienes somos andinos/as, costeños/as, de la selva, caminantes que nos hemos detenido y quedado en él.
Seguimos dándonos la mano y sincretizando nuestro ser y saber y hacer negros/as, blancos/as, mulatos/as, mestizos/as, indígenas amazónicos/as y andinos/as, asiáticos/as, nórdicos/as, europeos/as y todas las sangres que hemos nacido o abrazado el Perú para ser.
¡A seguir construyendo patria, porque nos queda mucho por hacer hermas y hermanos!
Un abrazo remoto a cada una/o como el que hoy vivimos.

miércoles, 8 de julio de 2020

IN MEMORIAM ANA TERESA MOLINA Y SU LISURA

Estoy triste profundamente triste, desde hace muchos días,  cuando volvió a mi ser ese sentir que me sucede cuando tengo cerca, durante o alrededor de una pérdida, me ha pasado una y otra vez desde niña, enlazándose con todo aquello importante en cada ciclo: personas, seres, relaciones, acciones, posesiones, proyecciones. Sólo cuando aprendí a respetarme inclusive en mis sentimientos y emociones sin negarlo más, es cuando lo hice parte de mi, confiando de ello a muy pocas personas. Esta vez, fue tan fuerte la sensación entre viernes y sábado, que domingo llamé y escribía para saber que estaban bien, quienes sabía  podían correr riesgo. Luego me dije a mi misma, estás siendo obsesiva. Casi nunca suelo llamar, desde que hay este medio virtual o las redes por donde escribo para ser menos invasiva, porque pienso que cada quien tiene sus propias agendas y urgencias que prefiero no distraer. Y en este tiempo, sus rutinas donde se corre el riesgo de ser inoportuna.

Cuando tuve reacciones de quienes no  pude comunicarme, pensé que mi angustia se disfrazaba de tristeza, porque a pesar de tener sol estos días, las tardes y madrugadas se habían tornado profundamente frías. No sé si a otra persona, pero a mí el frío suele entristecerme y desvelarme, cosa que me pasó de  ayer para hoy. No pude conciliar el sueño tanto que respondí a las cuatro de la madrugada, un post de mi amigo Javier quejándose también de su estado insomne. Finalmente me dormí a las media mañana, luego de tomar un desinflamante para el dolor y un antialérgico.

Hace un momento desperté y  me enteré, descubriendo que mi tristeza tiene un nombre AnaT, pero que no se trata de un sentimiento aislado sino que hoy compartimos de tres a cinco veces multiplicados quienes son cercanos a  más de  12 millones de personas diagnosticado/a con  Covid 19 en el planeta. Tristeza  que se expande y despliega cuando se trata de la partida de seres a quienes prescindiendo del linaje, nos vinculamos atando nuestras almas y ser etéreo, una relación que nace de la amistad, se transforma en ese amor gratuito que fluye y deja fluir, que lo tomas en cada encuentro para dejarlo hasta el próximo contacto, impregnado de lo mucho o poco que puedas alimentarlo.

AnaT forma parte de la constelación de seres, con quienes nos hemos elegido mutuamente, desde el momento que nos hallamos, con libre albedrío, por empatía, coincidencia, comunión y el placer de estar y compartir determinada dimensión de nuestro ser y hacer en este tiempo, espacio y dimensión. 
A eso suelo llamar felicidad con sentido y contenido de la vida. Ella solía decir: “Es porque tenía que ser querida, nos hemos esforzado todo los días de nuestra puta vida, para ser lo que decidimos ser, porque nadie nos ha regalado nada, todo lo hemos tenido que obtener, allá los imbéciles que creen que porque vienes de buena  familia, tienes un nombre lo tienes todo. Y están los peores esos machos alfa, que creen que porque eres mujer y tienes buen poto todo te llega fácil. Todo en esta vida nos cuesta, por eso cuando tenemos las amigas/os que queremos es por que hemos elegido con olfato, corazón y lógica de pensamiento, a mí que no me vengan que es sólo por coincidencia”.  Y luego me abrazaba con ese cariño y amor que sólo encuentras en las amigas de bien, que no temen al contacto ni la expresión de afecto, porque han exorcizado a sus propios demonios.

AnaT, era uno de esos seres con quien me unía la irreverencia, la capacidad y posibilidad de llamar a las cosas por su nombre sin temor a las convenciones, reírnos a carcajadas, hablábamos por horas con sabrosura, lindura y lisura con esa capacidad de decir palabras mayores 'con estilo', de todo un poco, de todos/as un poco. Para terminar hablando de nosotras mismas hasta percatarnos -por el frío si era invierno o cuando oscureció si era verano-,  que el tiempo voló sin darnos cuenta, prometiendo volvernos a ver en breve, porque siempre quedaba  una lista de cosas por tocar. 

Nos conocimos a mediados de los noventa, en tiempos donde cada una de las mujeres de distintas vertientes, historias y prácticas  buscábamos algún dique para encauzar toda la indignación, energía y rebeldía que nos invadía vivir en silencio, reprimidas y amordazadas real y simbólicamente bajo un régimen de gobierno seudo democrático, ya no bordeando sino instalado en el centro de una dictadura encubierta. Ella lo sentía y vivía intensamente por ser periodista forjada en las aulas sanmarquinas en tiempos de ser y hacer periodismo era cosa seria, de profunda sapiencia, habilidad y agilidad en una danza simultánea entre pensamiento, palabra y registro.  Un terreno principalmente masculino, donde ella vivió, venció y posicionó,  sin morir en el intento.

Solía contarme lo tirano y a su vez gran maestro del periodismo que era Enrique Zileri Gibson, bajo cuyas órdenes trabajó un buen tiempo y fue en ese terreno del periodismo  de investigación donde se forjó como una de las mejores. Como periodista no tranzó ni se vendió por un plato de lentejas, como muchos periodistas lo hicieron con Fujimori y lo hacen hoy, en tiempos leoninos del neoliberalismo achorado y lumpen que invade nuestra sociedad, sólo miremos hoy como se trata las principales agendas sociales, políticas, económicas e inclusive culturales.

Nos hicimos amigas en el centro de un escenario y espacio de ebullición de nuestras emociones, rabia y rebeldía. Eramos tan diversas como diferentes de todos los colores y etnias: chinas, negras, cholas, mestizas, blancas, andinas, amazónicas, occidentales. De todas las preferencias sexuales: lesbianas, bisexuales, heterosexuales y hasta asexuadas. Con diferentes prácticas religiosas: protestantes, budistas, hinduistas, judías, católicas, atea, agnóstica, monoteísta, politeistas, henoteistas. Diversas tendencias políticas: derecha, izquierda, centro, partidarizadas, no partidarizadas. Diversas posiciones: con poder, sin poder, deseosas de poder abierta o soterradamente, cuestionando todo poder o  negociando siempre, con posibilidad y capacidad para arrancar algo y hacerse de él con un buen pedazo o la suma de migajas. 

Diversas situaciones: creyentes, no creyentes, mujeres casadas, viudas, divorciadas, separadas, distanciadas, solteras por elección y contentas de serlo; también las resignadas de tanto intento sin éxito. Madres con hijos/as biológicos/as, adoptivos/as o putativos/as, madres solteras por elección o abandonadas. Feministas, no feministas, católicas, protestantes, ateas; populares, impopulares, líderes, dirigentes o levadura en la masa; de clases bajas, medias y altas, sector A,B, C y D.  Académicas, comerciantes, empleadas, freelance, trabajadoras del hogar, amas de casa, desempleadas, etc. La mayoría principalmente mujeres -porque hubo uno que otro hombre atraído por las mismas agendas o aliados apoyando-, pero desde que coincidimos y nos reconocimos mutuamente, sin que nadie fuera mediador, no hicimos migas, siendo tan diferentes. Otro tanto me pasó con Carmen Ureta, ella siempre me lo recuerda.

A AnaT como la llamaba, la gocé  en el fragor del activismo político, la pugna por colocar nuestra opinión personal, confrontando todo y en ese debate ella era sencillamente certera y  profunda, mandaba a todas al mismísimo carajo o más lejos, sólo con pasaje de ida, cuando se ponían exquisitas, logrando centrar la discusión y avanzar en los acuerdos, siempre asumiendo responsabilidades concretas, pese  a que disponía de poco tiempo por su trabajo freelance, madre por elección y “N” compromisos amicales y de linaje. Muchas tareas las hicimos juntas a veces a gritos, otros en complicidad y las más con placer de tomarnos una cerveza al final de la jornada.

Solía reírse mucho de  mi intolerancia al humo del cigarro, diciéndome, lo mismo que solía decir  mi tía Silveria (ex monja), AnaT sentenciaba: “No hay nada peor que una fumadora arrepentida, al igual que una monja o un cura arrepentido, se vuelven intolerantes y cucufatos”. Yo le decía a mi favor: “Nada de cucufatería, he fumado no una cajetilla sino un ruedo, amanecido “N” veces bajo la niebla de cigarrillos: Lo cierto es que agoté mi necesidad y tolerancia al tabaco que venían conmigo de otras vidas, así que ya cerré esa parte de mi karma, allá tú que quieres llevarlo a tu próxima vida, sabiendo hoy lo que no sabíamos antes que tiene siete mil componentes y setenta (70) sustancias1 tóxicas cancerígenas como: amoniaco, monóxido de carbono, nicotina, óxido nitroso,cianuro de hidrógeno, mercurio,  alquitrán, níquel, plomo, cadmio, cromo, arsénico, selenio, etc”.
Me respondía: “Chasa, la señorita ahorita es química, déjame el placer de morirme por elección al igual que he vivido, por elección y con decisión, no me traumes con tus fórmulas, después de esto nos tomamos una cerveza”. Yo insistía: “Siempre que sea el último cigarro del día”. Ella moría de la risa y me decía: “Nadie te gana, no se te escapa una”. 

Hoy, sé que hace unas horas te fuiste AnaT, tu último post de hace quince días anunciaba que  era tu quinta gripe en 120 días de aislamiento voluntario, donde tú y el pijama se habían integrado. Ya no disfrutaré ni reproduciré tus artículos irreverentes. Amiga de mi alma, compañera de rebeldías en tiempos de ostracismo, te has ido tras 135 días de aislamiento, insuficientes para protegerte de un mal que nos invade por todos los costados y contigo se ha ido nuestra promesa de volvernos a ver para hablar hasta agotarnos, habiendo concertado que no tendríamos por agenda al Covid 19, nuestras enfermedades, ni de nietas/os; sino de nosotras, de lo que sentimos, pensamos, planeamos y decretamos. Porque en nuestro tiempo no cabe más el deseo  sino el hecho.

Estoy triste, porque el dolor se me ha instalado en el alma, al igual que a las millones de personas que son las/os dolientes por la partida de 540 mil 341 2 de quienes se ha registrado su partida sin despedirse, de los muchos/as más que siguen partiendo, unos/as sin compañía y los/as más sin registro alguno.  Porque este dolor me atraviesa todos los costados siendo mayor que los físicos, prendí una vela, busqué nuestras fotos de los noventa  y me puse a escribirte, porque no sé al igual que tú, otro modo de vivir el dolor y despedirme para dejarte partir  a ese espacio etéreo, donde no hay lugar para los dolores y pesares encarnados que vivimos hoy. Amiga de tantas vidas, ve y prepara el lugar para quienes te seguimos y quién sabe, allí tendremos toda la eternidad para bebernos y disfrutarnos de todo lo que somos y podemos ser si decidimos que así será. 

Habrá un mañana para quienes aún estemos aquí cuando esto pase, pueda ser que tampoco yo esté  más, pero quienes nos sobrevivan seguro hallarán la forma de descubrir la realidad que hoy está desperdigada, a pesar de ser un hecho, ha logrado recubrirse como el virus allí donde la soberbia o la irracionalidad le hace un espacio y crea  condiciones para hacerlo fuerte, movilizar y desperdigar.

El Covid 19 no tiene pies, no tiene manos, no tiene alas ni movilidad alguna, si se queda detenido por más de 15 días en un solo lugar, sin que nadie se acerque se desintegra, descompone, desaparece, aun cuando no muera. Tú lo entendiste, por eso te aislaste voluntariamente, pero bastó un pequeño asomo, un  resquicio en la puerta y la ventana, para que se deslizara.

Ve AnaT de mi vida y alma, vuela libre por el universo, sin nada que te toque ni te alcance, sin nada que te provoque sufrimiento; mi dolor es sólo el tributo a este modo de amar que tenemos los seres humanos mientras estemos aquí, apreciando y viviendo la vida que elegimos, mientras llegue nuestro turno.

Querida AnaT va mi amor de amiga irreverente e infinito hasta donde estés.


domingo, 4 de agosto de 2019

CELEBRANDO LA VIDA DE MAMÁ


Acabo de contarle mi día a mi madre, esta noche que cierra sus ocho décadas. Ella a su vez me contó, que estaba feliz, por tener oportunidad de celebrar su cumpleaños durante tres días, ver crecer a sus bisnietas(os), tener sobrinas y sobrinos que la recuerdan y visita, tener hijos(as) que la vida le regalo además de los que ella procreó, tener amigas como Lourdes, Juanita y Balvina... que siempre la visitan. 

Celebró que su único hijo mayor, cada día sea más bondadoso, abriendo el primero de tres días de celebración; le haya regalado una nuera que resultó siendo la indicada tras cinco nietos(as) y cuatro bisnietas(o), a su segundo nieto quien le consiguió una nieta silenciosa y ambos le han dado a su sexta bisnieta de diez, con quienes celebró su segundo día.

Hoy que fue su cumpleaños y el tercero de celebración ungió de caballero a mi primo Lolino, que le trajo paz y consuelo porque le narró los últimos días de su amiga Mercedes que falleció sin volver a encontrarse, pero que el recuerdo de los tiempos compartidos, hacía que el dolor por su partida sin despedida no amenguara. A Roberto lo nombró de buen hijo, fiel y constante, por estar siempre con ella desde cuando decidieron y prometieron ser hijo y madre. Recordó una a una cada llamada y agradeció de corazón por la atención.

Estaba contenta que su hija mayor llegara aun cuando sea a vuelo de pájaro, su primera nieta la colme de atenciones y a quien ella asume como última hija junto al buen hombre que es su compañero. Celebró que Mayu se despidió hasta dos veces, diciéndole que la quería mucho, que se cuide y abrigue, en tanto que Puñuy le acomodó el edredón y la llenó de besos.

Le mencioné que cuando Puñuy le pida un cuento, le narre aquellos que ella me contaba de niña. Ella a su vez me preguntó por mi amiga y su dolor tras la partida del hijo amado. Le conté que era indescifrable e inexplicable, lo leve que es la vida y trascendente como es la muerte.

Mi madre me miró y dijo, sabes te contaré un cuento para que le cuentes a tus nietas, este es uno que tu abuelo -mi padre-, vivió en su tiempo y recuerdo claramente que nos contó en una noche de luna llena. Había un señor que vivía alejado de todos, un día ya de noche se puso mal, cuando no podía más con el dolor, salió buscando a alguien que lo ayude.

Mientras esto pasaba con aquel señor, tu abuelo sintió el deseo de caminar hacia la ruta por donde aquel vivía, pese a ser de noche. En ese tiempo no había electricidad, si era una noche de luna llena, se alumbraban por ella; cuando no, se usaba mechero de aceite, porque tampoco había linterna de mano.

Dice que tu abuelo, sintió un frío profundo que reconoció como miedo, en el momento que estaba a punto de salir de su casa, así que llamó a su perro rocinante y se fue en su compañía. Habían avanzado una cuadra, cuando vieron aproximarse a un hombre vestido de una larga sotana con capucha y atado su cintura con un cordón y no una faja o correa. De lejos se lo veía muy alto y a medida que se aproximaba, no se le notaba el rostro ni los pies. 

Tu abuelo,  sintió un nuevo estremecimiento mientras su perro aullaba y se metía entre sus piernas, venciendo su miedo y apartando a su perro, avanzó hacia el hombre y cuando estaban a punto de encontrase, él se desvió del camino raudamente como si flotara.

Tu abuelo llegó a la altura de la casa del señor que sintió aquel malestar y lo halló muerto en el sendero que salía de su casa, no había logrado ir más allá de sus tierras, siendo sorprendido por la muerte en soledad. Entonces entendió que el hombre con el que se cruzó en el camino era su alma que lo había animado para que descubriera su cuerpo y avisara a todo el pueblo.

Mi madre añadió que en tiempos de mi abuelo aun cuando vivías alejado y solo(a), no te quedabas solo(a) cuando morías, porque era posible que el alma que va a partir se comunicara con los vivos. Los vivos, podían ver al alma de alguien que estaba a punto de morir o había muerto, todo dependía de ser buen cristiano en vida y muerte. Para el mundo andino ser buen cristiano significa: honradez, trabajo, veracidad, solidaridad, piedad y espiritualidad.

Mi madre me coge la mano y añade, hoy he cumplido 89 años cuando Charly me preguntó qué es lo que más quisiera resolver, le dije que mis ojos, no importa que no escuche, mi presión está controlada, el dolor de mis rodillas ha descendido. Ahora que me cuentas de tu amiga, tengo que agradecer a Dios porque ha sido bueno conmigo no necesito nada más, te tengo a ti, a tu hermana Lucy, Rodrigo, Pancho y Rufo, estoy acompañada, comprendida y cuidada siempre hasta que Dios me llame.

Recemos por David, el hijo de tu amiga, sus amigas y amigos. Recemos por tu amiga, sus hijos y marido para que sus almas se conforten. Recemos por quienes hoy no son buenos cristianos. Recemos por todos los que no rezan, por quienes están tristes, quienes a veces nos olvidamos de vivir y agradecer por cada día. Recemos también por quienes son buenos(as) cristianos(as), buenas personas y por todos(as) con quienes hemos celebrado mi vida.


martes, 16 de abril de 2019

ENTRE EL CELIBATO Y PEDERASTIA


Tras mi peregrinar por credos y religiones a lo largo de mi segunda vida -considerando que cada una de ellas tiene ciclos de siete años-,  me detuve en ese entonces en aquella que  mis padres me heredaban, donde fui bautizada y encomendada a la santa de mi madrina, en la semana que siguió a mi nacimiento, porque no pasaría de ella.  Por cuanto soy Católica por opción, convicción e iniciativa de mis catorce años, donde hice simultáneamente mi primera comunión y confirmación, eligiendo la iglesia, el proceso de preparación y la madrina, sin ocupación ni presión de mis padres o inversión de conversión de la iglesia como institución.

A diferencia de muchas personas que buscan su espiritualidad cercano a la muerte y por temor a ella o sólo por el peso de sus “pecados” y las  ganas de depositarlo en algún lugar o responsabilizar a un  ser supremo de su destino,  yo lo inicié aproximadamente alrededor de mis seis años, tomada de la mano de mi tía abuela Rosa Herrera.

En aquel entonces,  mi posición de exclusividad como ombligo del mundo fue trastocado, había nacido mi hermana Lucy,  por tanto dejé de ser el centro en la vida de mis padres, así que mi abuela Rosa era mi refugio, especialmente los fines de semana. Por su lado,  ella había iniciado el proceso usual, tras la búsqueda de su espiritualidad, así que por esos abismos y puentes de encuentro intergeneracional, recorrimos juntas las iglesias protestantes, nos asomamos a las sectas y hasta los círculos de oración.

Mi abuela se detuvo en la biblia, cuando bordeando los setenta años aprendió a leer. Pienso que se habría agitado y conflictuado menos, si hubiera decido aprender a leer antes de su incursión por todos los credos, hasta que finalmente se libró de todas las religiones, siguió a su propio corazón y divinidad. Mientras esto sucedía con mi compañera de viaje espiritual, yo seguí en mi búsqueda, inclusive después de declararme católica. Hoy estoy cercana a mi abuela, gracias a ella, requerí menos de la mitad de su tiempo para comprenderlo.

Cuando alguien me dicen lee la palabra de Dios, suelo mirarla con conmiseración pienso y me digo en silencio: “Si supieras que he leído desde mis seis años, todas las traducciones, incluyendo las apócrifas”. Sucede que durante el peregrinar de mi abuela, me pedían leer por ser la única de mi edad que lo hacía con propiedad y también porque muchos de los(as) participantes no sabían leer tal y como mi abuela. En tanto que yo aprendí a los cinco, al igual que mi niña Puñuy, luego  leería con avidez la biblia, y más adelante, participaría de muchos curso de teología.

Un tema que he discutido largo, con más de un amigo sacerdote y monja, especialmente entre mi adolescencia y juventud, fue el cuestionamiento a sus votos de castidad y/o sometimiento al celibato,  sobre esa renuncia “voluntaria” a ejercer su sexualidad. Lo hice gracias a mi privilegiada cercanía y posición irreverente,  mi observación de hechos,  vidas y haceres compartidos. 

Solía preguntaba porqué y cómo canalizaban su  natural  y humano líbido. Hoy debo reconocer que sólo debía pensaren aquello que sucede en la convivencia militar allí donde los hombres se juntan poniendo siempre a prueba su virilidad y estereotipo, abusando del más débil, aquel que no cubría los atributos del macho fuerte.
La pederastía(1) como práctica sistemática al interior de la Iglesia Católica (IC)  nos mueve y remueve, por su implicancias y significado, su desborde es cual huayco que arrasa con todo,  sea por el lado personal de los(as) involucrados(as), como por el colectivo, social e institucional. Mostrándonos cómo se entronca la subordinación de la sexualidad al poder de la religión, en manos de una secta, alta y efectivamente organizada para la satisfacción de sus fines.

Ese binomio poder  y sexualidad, puede crear y recrear monstruos aberrantes, en las instituciones religiosas encerrarlos bajo siete llaves, encubrir y tolerar monstruosidades de la puerta para adentro, en tanto que desde un púlpito o la puerta para afuera, se condena el ejercicio sexual libre y diversa como seres humanos que existen en la tierra.

Casi adolescente me di cuenta de la humanidad de mujeres y hombres tras los hábitos. Sólo tenía 10 años cuando un monje franciscano fue a realizar su labor de profeta a mi colegio, era muy  joven posiblemente alrededor de los 25 años; pronto fue rodeado y acosado por las chicas de quinto,  el pobre no sabía cómo sortear esos momentos mostrando en el rostro el cambio de colores igual que un camaleón.  En casa me habían enseñado que los curas eran santos varones a los que se debía respeto y obediencia que constataba en la realidad que no era así, para mí  un monje era igual que un cura u obispo, porque todavía no diferenciaba un hábito de otro ni jerarquía alguna. 

Observar el comportamiento de aquel fraile y mis compañeras mayores, unido a mi mirada deambulante por otros credos me hizo suspicaz y menos crédula, aterrizando pronto en el convencimiento que no eran santos ni diferentes a todos(as), salvo sus trajes incómodos hasta los pies. No terminaba de comprender, porqué  si tanto criticaban que las niñas usáramos pantalones (en aquel entonces), los curas usaran sotanas cual vestido largos de mujeres  y los tomaban por santos. Tiempo después, lo poco que quedaba de la aureola mística de los curas, se me diluyó cuando leí la anticlerical novela Flor del Fango del José María Vargas Vila (1895)[2], que hallé en la basura sin pasta y faltando algunas hojas iniciales.

Más adelante cuando me hice  parte de la gran comunidad cristiana de San Cristóbal que en ese entonces  involucraba todo San Juan de Lurigancho y parte del Rímac,  donde Gustavo Gutiérrez y compañía desarrollarían la Teología de la Liberación,  observé como los curas  entre broma y broma se toqueteaban con algunas laicas y monjas, pareciéndome cada vez más humanos y menos alados. 

A ello se sumó que en cuarto y quinto de secundaria, nos enseñó el curso de religión una monja, que era mejor artista cantando y bailando el flamenco que profesora de religión. Cuando tenía oportunidad le preguntaba por qué  seguía de monja, ella respondía: “Porque amo a Dios y estoy casada con él”, yo insistía: “¿Lo has visto o sentido alguna vez?”, ella decía: “Todos los minutos de mi vida”, sonreía y se alejaba, en tanto yo me seguía preguntando cómo sería eso de amarse sin tocarse. Aun hoy me sigo preguntando, respecto a los casos de amores virtuales.

En la parroquia discutía con los seminaristas, diáconos y curas, cómo se sentían con su voto de castidad, por qué los hermanos nunca llegarían a ser sacerdotes, las monjas no podían hacer misa, porqué se tenían que ir de un lugar a otro y no tenían idea de dónde envejecería. Algunos me eludían con evasivas, otros me sonreían  y muchos se refugiaban bajo el concepto de vocación y también había quienes sólo me miraban con sospecha.

Cuando conocía Rosa Dominga en su trabajo con las prostitutas, declarada feminista y me asomó a los primeros escritos colocando el dedo sobre la llaga; junto a la masiva fuga de los seminaristas  jesuitas, curas que hacían misa y algunas monjas  entre 1978 a 1985, para sumarse a los partidos de izquierda, la educación popular, fundar o cofundar  las primeras ONG, estuve convencida que la enajenación de la vida sexual, familiar  de monjas y sacerdotes era insostenible.

Hasta inicios  de los noventa, insistí en aplicar el análisis social a las instituciones entre ellas la iglesia católica, y por ende, la necesidad del cambio en sus políticas, estaba convencida de la impostergable su democratización. Mi convencimiento creció, cuando fue esclareciéndose el papel de la Iglesia Católica en la vida política y el poder con la actitud, opinión y práctica del ex Cardenal Cipriani[3], se me antojaba cada día más castrense, más hipócrita e incoherente en su cúpula, mientras los de abajo tenían vidas uniformes, de privaciones y parecían mitad monje, mitad soldado,  despojados principalmente de su libertad de elegir, hacer, estar, con  quien y como vivir.

La castración simbólica de hombres y mujeres al  servicio de la Iglesia Católica aparecía desde mi infancia como  insostenible, porque era negar una condición humana a veces profundamente compleja  e impredecible, como sucedió con una pareja que ha quedado en nuestra historia, nos guste o disguste. 

Me refiero al caso del ex sacerdote Carlos Álvarez Calderón Ayulo quién renunció a sus votos  y se casó con la ex monja que se convirtió en Nelly Marión Evans Risco de Álvarez Calderón. El murió abrazando la educación popular que fue a lo largo de su vida su vocación y refugio[4]. Ella  lo abandonó junto a sus hijos para ser parte de Sendero Luminoso, transformándose en un hilo de la madeja que  hizo caer a Abimaél Guzmán[5], fue encarcelada y sobrevivió a la matanza del penal Castro Castro bajo el régimen de Fujimori y vivió para contarlo[6], pago su deuda social con 15 años de encierro y hoy está libertad[7].

Me asomé a las implicancias de las condiciones de vida de las monjas y sacerdotes,  fuera de la iglesia es decir la comunidad donde actuaban, cuando comprendí aquel viejo dicho: "Y por qué  que no a mí, ¡Acaso soy hijo del cura!", descubriendo el contenido simbólico del mismo. Pese a la presión del celibato, los curas de ayer como hoy tienen familia e hijos(as) gracias al amparo  de la distancia entre las zonas alejadas de un país y su capital, menos por rebeldía que flexibilidad institucional.

Allí donde no llega el Estado se diluye tanto el derecho como la norma y sólo se impone la costumbre, los códigos, pactos y poderes locales. Allí tampoco llega las manos de las autoridades eclesiales ni los "pecados sancionados por Dios", la presión institucional y/o sanción, pueda que por ello que sólo se expresa complicidad, tal como se grafica dos siglos atrás en la novela  Aves sin Nido de Clorinda Matto de Turner (1889)[8]  ambientada en el Cusco o en la Distancia que nos Separa de Renato Cisneros (2015)[9]  cuya historia se inicia en un pueblito de Huánuco y discurre hasta nuestras vidas contemporáneas.  

Fue alucinante en mis primeros viajes hacia el interior del país conocer  por ejemplo, las leyendas del convento de Santa Catalina en Arequipa (1975)   y luego de Santa Rosa de Ocopa en Concepción (1983)  donde todo  lo asociado con fetos enterrado parecía sólo superstición y maldad pura de ateos.  La cúspide fue cuando haciendo turismo con mi hija (1993)  conocí a Santa Fortunata, (momia a la que le crecía el cabello y las uñas) en el convento de Moquegua,  supe de la historia de la niña milagrosa,  que al poco tiempo aparecería como  contenido en la obra "Del Amor y Otros Demonios" de Gabriel García Márquez (1994)[10].

Allí me convencí entre la realidad y ficción que el sufrimiento humano de los seres alrededor y dentro de los claustros de la iglesia católica desbordaba mi argumento de democracia y derechos personales para situarse en el centro de los derechos humanos. Será por eso que la obra de Gabo me dolió hasta las lágrimas, en tiempo que estas no existían en mi vida, siendo desde ese entonces el regalo predilecto para mis sobrinas(os), junto con el Profeta de Khalil Gibran (1896) [11], Carta al Padre de Franz Kafka (1919)[12], las poesías de Ernesto Cardenal (1966)[13], 20 poemas de amor y una canción de Pablo Neruda [14]

Los casos de pederastia y abuso sexual, de niños(as), al cuidado de sacerdotes y también monjas, que  desde inicios de este nuevo siglo sacude a la Iglesia Católica, en lo personal afirma mis percepciones de adolescente, cuando observaba incoherencia entre discurso y práctica, como aquello que se decía en voz baja, que no quita la coexistencia de seres excepcionales con tanta devoción, gratuidad, entrega y servicio que conmueven en su ser y hacer. Aceptar esto último es también tolerancia y reconocer la diversidad en la sexualidad y la práctica de vida de seres humanos.

De allí atribuir  que el problema de los abusos y violaciones sexuales al interior de la iglesia católica  sea producto de algunos pocos "desviados(as)" es ocultar el sol con un dedo, negar la responsabilidad política de los jerarcas en una institución jerárquica y vertical, es no asumir con responsabilidad la atención y solución del problema.

Sigo creyendo como en mis 18 años, que la  decisión de castración simbólica  tanto de mujeres como hombres que son parte de la iglesia católica,  por obra y gracia de la  jerarquía eclesial, no anula su humanidad, sus tensiones, pulsiones y lívido, sólo se contienen hasta desembalsar en aquello que justamente condenan, abuso, felonía, en sus términos pecado.

Hoy estoy  más convencida que ayer, que tanto la estructura y dinámica de una iglesia jerarquía, dogmática de poder absoluto y cuasi divina que se instauró en la Iglesia Católica y que perdura hasta nuestros días, es aquello que se transformó en caldo de cultivo para el refugio de  pederastas, violadores, abusadores. Jamás sabremos la dimensión histórica, porque se remota a muchos siglos. 

Denunciar, buscar justicia y reparación, no sólo es la recuperación en parte de las víctimas, es ante todo despojar de divinidad los desaciertos humanos, así como la posibilidad de cambiar el sistema patriarcal y despótico instalada en las instituciones centrales de nuestras sociedades como suelen ser las iglesias, sus autoridades y el uso de sus religiones.



[6] Ver lo asociado con su relación de pareja, maternidad y familia ver pp. 8-11https://es.scribd.com/doc/163551000/Testimonio-de-Nelly-Evans-a-la-CVR