En el día del maestro del 2020, como homenaje a maestros, maestras y mi propia práctica, escribí diez de sus lecciones en mi muro del Facebook.
Hoy que ha partido al infinito, intentaré contextualizarlas en homenaje a la gran mujer feminista, profesional, maestra, madre, esposa, colega y mujer con poder entre dos siglos, a quien tuve el privilegio de conocer, ser su estudiante, aproximarse a su ser y hacer, sin llegar ser confidente, sólo una entusiasta seguidora. Mi maestra, a quien admiré desde sus primeras lecciones y permanecí admirando en su hibernación, al mostrarme hasta
sus últimos días que una familia es aquella donde te dan alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarte, retroalimentando el amor aprehendido, renovado y afirmado.
Familias sí, pero no todas son claves ni
necesarias
Conocí a Violeta
mi maestra en 1981, un verano que se despedía y asomaba el otoño, en un
campus universitario con escasos edificios, mucho verdor y árboles por donde el
viento corría sin contención ni discreción. De día era hermoso y cálido lleno
de verdor, amapolas, geranios, margaritas. Con mucho espacio para el descanso,
la lectura, el trabajo de grupo al aire libre, sólo interrumpido por los
obsequios de las aves en vuelo, el furtivo paso de las ardillas o la mirada
inquieta y fija de venados. Al atardecer el frío abrazaba con fuerza.
Cuando Violeta
ingresó por primera vez al aula de clase, tenía cabello negro, corto tipo afro
(muy próximo al mío), porte seguro, voz dulce y tono suave, una sonrisa afable
y elegancia en sus gestos como ademanes durante su discurso. Vestía una falda
azul, una blusa blanca y una chompa que le hacía juego, la traía puesta a modo
de capa, la cual se quitó para desarrollar el sílabo del curso de Sociología
de La Familia.
En su contenido,
aprenderíamos la importancia de la familia en la formación de la conducta, moral,
valores y práctica de los seres humanos para ser felices, vivir en sociedad o
rechazar a la misma. Desmitificó la familia nuclear, heterosexual y estándar
como era nuestro imaginario cultural citadino, mostrándonos el producto de
estudios confiables que en ese entonces graficaba la presencia de tres tipos: despótica,
autoritaria y compañera, cuya estructura impactaba de diferente modo en
cada uno de sus integrantes y la sociedad, al respecto ella nos invitaba a
apostar por la familia compañera.
Nos habló del papel
de la mujer y el hombre en la estructura de poder y dinámica familiar como
pareja, en su rol de madre y padre, reproductora socio-cultural y reproductor
de la fuerza de trabajo, sea como ama de casa o proveedor. Con ella
aprendimos unas más, otras menos y quizás muchas nada sobre patriarcado,
machismo, sometimiento, discriminación, pobreza. El valor del trabajo doméstico
e invisible. Cómo se sublima el papel
del padre, cuando este es ausente física o simbólicamente, de modo que
contradictoriamente algunas madres solteras o jefas de familia, crean las bases
para que sus hijos(as) fueran tan o más machistas y patriarcales que su padre
ausente, pese a no haber contado con su modelo mientras se hacía hombre o mujer.
Según Violeta, la
familia era clave para el desarrollo de una sociedad, pero no cualquiera sino
aquella del tipo compañera donde los roles fueran compartidos, complementarios
redistribuidos y valorados por todas(os) sus integrantes según su composición: nuclear,
extendida, agregada. De modo que los socializadores secundarios como la
escuela, iglesia, el mercado, la plaza, el club y el partido político
cumplieran su rol de convivencia social en diferencia, respeto, seguridad y
protección. Decía sin titubeos:
“Si la familia
no cumple su rol de proveer entre sus miembros amor, respeto, protección,
refugio, identidad, amor propio y cuidado del otro; poco o nada pueden hacer
las instituciones de segunda socialización como la escuela.”
Siendo así, los
tipos de familia despótica y autoritaria eran un problema tanto para sus integrantes
como para la sociedad. En ambos casos la mujer madre e hijas eran sometidas,
subordinadas y devaluadas. Llegando en el extremo a ser abusadas, violentadas y
violadas, ante ello recomendaba: “Sin duda la familia es lo más importante
de la sociedad, pero cuando a nombre de ella se atropella y viola derechos, hay
que alejarse y protegerse, porque es tóxica.”
Para vivir con dignidad, no se requiere de suntuosidad
Habíamos ingresado
por examen directo especializado y no por Estudios Generales a la Facultad
de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en
mi caso no porque la hubiera elegido al Trabajo Social (TS) como carrera
profesional, sino porque ella me había elegido a mí. Desde hacía un quinquenio era
Contadora Comercial por calificación y desempeño laboral, porque
terminando la primaria, elegí la secundaria comercial, puesto que ni en sueños
podría solventar una carrera universitaria.
Trabajar desde
antes de egresar de la secundaria (1976) me había permitido, ahorrar para
realizar una especialización en contabilidad, aun cuando descubrí que no estaba
hecha para sentarme ante un escritorio a seleccionar comprobantes de pago,
elaborar libros contables, archivos y más mientras miraba a mis jefes
frustrados que quisieron tener otra carrera y las secretarias deseando que los
jefes no existieran.
El TS como carrera
me eligió a mí, porque antes de pensar
en él, me dedicaba al trabajo voluntario de asistencia social
desde la Parroquia de San Pablo en Canto Chico con las hermanas de la
Congregación de Asistentes Sociales, que tenían un programa de
rehabilitación con presos del Penal de Lurigancho. Realizaba la visita e
informe social a las familias de los mismos, debido a que las religiosas extranjeras
no lograban identificar con precisión los elementos detrás de los casos sociales,
por la gran habilidad limeña para la práctica cultural de “pepe el vivo”,
que yo solía identificar con cierta facilidad, al ser peruana, mi trabajo barrial y parte del sector popular.
Habíamos ingresado
40, en algunos cursos como matemáticas se duplicaba, con quienes estaba por
bica o trica y con un pie fuera de la universidad. Así que pese a ser una
facultad pequeña en contraste con derecho, era mayor que sociología,
antropología, economía o psicología individuamente. A momentos se expandía y en
otros se contraía a medida que avanzábamos en ciclos al punto que sólo 5 de 40
egresamos al quinto año, sumando a muchas de promociones previas.
El primer año fue
memorable, en tanto nos juntó a todas las sangres: orígenes, clases, culturas,
motivaciones e historias, siendo notable los segmentos que se fueron agrupando
“selectiva y naturalmente”, formando a momentos grupos inexpugnables con muros
invisibles.
En términos de mi
amiga Luz, “quienes tenían clase y le chorreaba la plata”, sólo se
dedicaba a estudiar, porque le costaba nueve veces más de las que estábamos en
la primera escala de pago. También estaban las de clase medieras y arribistas con
diversas conductas y poses. Un caso notable era una joven cuyo nombre en verdad
no recuerdo y la perdí en el tercer ciclo, era pequeña de estatura, pero
gigante en ego, se sentaba en primera fila y nos barría con la mirada a cada
una que entraba al aula sin exceptuar a los/as profesores. Recuerdo a otra, con
pose de modelo de una revista de los cincuenta, que durante el primer semestre
no usó la misma ropa dos veces, más adelante supe que tenía la misma talla que
su hermana y madre, estrenando el guardarropa de las tres para recubrir su
inseguridad. En el otro extremo estábamos las que por uniforme teníamos un
jeans, zapatillas, blusa o polo.
Mi experiencia
tanto laboral como de edad intermedia entre Mariza que tenía 15 y Luz que me
llevaba algunos años, me colocaba en una posición que nunca me intimidó como a
algunas compañeras, porque había conocido y compartido espacio con todo tipo
personas y prácticas de poder inimaginados.
Un día cerrando la clase con Violeta donde se había producido mayor confianza,
tratamos temas de discriminación y segmentación entre mujeres.
Preguntándole a propósito de nuestra convivencia ¿Por qué a algunas mujeres nos
costaba tanto ser, accesible, disponible, compañera y unidad? Tantos sub grupos como culturas en una
promoción pequeña en una facultad que preparaba profesionales para trabajar con
los sectores más vulnerables nos preocupaba.
Ella nos miró y
dijo: “Las conductas humanas son complejas, responden a muchas motivaciones
y factores a los que estamos expuestas, desde el tipo de familia, como hemos
visto en clase y el sexo, pasando por los socializadores secundarios como la escuela, la
iglesia, el club. También está la identidad, psicología, privilegios y cultura
que se adopte. Pero la ostentación o concentración de la atención en la
superficialidad de la persona como el atuendo, posesión o posición revela
inseguridad personal, social y miedo a perder poder de quien lo hace. Para quien se incomode por ello otro tanto, sumado a la autopercepción de minusvalía. Son los que no sobreviven al rigor
académico. Cuando enfrenten una situación de este tipo, sólo recuerden que lo
más importante en la persona es la dignidad. Y para vivir en dignidad no se requiere
de suntuosidad”.
Rigurosidad, consistencia y
coherencia
Una década y media
después (1995), volví a disfrutar de las clases de Violeta durante el Diploma
de Estudios de Género PUCP. Una de las líneas asociados con mi interés fue
él desarrollo del papel doméstico privado de las mujeres, extendido al espacio
público como parte de la sobrevivencia familiar y el movimiento popular.
Durante el paréntesis
de nuestro reencuentro académico, yo había transitado de mis prácticas de
asistencia al trabajo de la promoción social, desarrollo urbano e
investigación. A momentos muy cerca y otros muy lejos de mis intenciones de
cambiar el mundo sin morir en el intento, porque ya había descubierto que la
revolución no estaba a la vuelta de la esquina como me creía en los setenta o
en la reconceptualización del TS.
Por cuanto mi
trabajo para su curso se desarrolló alrededor de la organización/
desorganización de mujeres en torno a la sobrevivencia que había
acompañado entre 1984 y 1995. Ella tenía hasta ese momento una mirada entusiasta
de los comedores populares a los que conceptualmente definía como cocina
familiar colectiva, producto del estudio que había realizado sobre
los mismos antes de los noventa, en un tiempo donde eran estrategias de
sobrevivencia dependiendo principalmente de la organización y labor de las
mujeres populares apoyado o subvencionados puntualmente por instituciones
principalmente privadas, por cuanto pesaba el nivel de organización y participación
de sus socias.
Yo tenía una
lectura distinta, debido al proceso experimentado por las organizaciones de
mujeres a partir de 1990. Si bien estaba de acuerdo con ella respecto a las
características entre 1979-89, su transformación en programa social desde el
fujimorismo, las había trastocado como base social del oficialismo a la mayoría, alejándolas de sus
dinámicas originarias, diversificándola hasta cuasi transformarlas en un
restaurant popular subvencionado por el Estado.
Es cuando Violeta me
dijo: "Sí afirmas algo que sea con sustento, si no, deja espacio para
la duda o pregunta”. Refiriéndose a la necesidad de contar con data que
sostenga alguna de mis afirmaciones. Yo poseía información primaria desde 1984
a 1995 a nivel de varios distritos del cono norte de Lima, de agosto 1990 a
diciembre 1991 a nivel metropolitano y a nivel de Ilo Moquegua 1993 -95. En base a ello y el contraste con otros estudios aprendí a hablar de tendencias,
probabilidades y supuestos a partir de algunos casos, puesto que no
respondían a muestra alguna. Las certezas, afirmaciones y aseveraciones, debían derivar de un estudio representativo, que es más numeroso cuanto más grande es el universo, por eso no creo en las encuestas de opinión, estadísticamente no son representativas ni confiables.
Entendí en este
proceso, que la preocupación de Violeta era la rigurosidad metodológica en
sociología, pero su interés mayor era la consistencia de nuestras afirmaciones,
por las responsabilidades que lleva tener el privilegio de leer de los hechos o
eventos sociales, más allá del pensamiento común. Solía decirme que si no
podemos sustentar nuestras afirmaciones con el debido hecho fáctico éramos
inconsistentes como irresponsables académicamente, colocándonos al filo o
centro de la incoherencia, que en la práctica de vida podría fácilmente
perdernos:
“El objetivo es
la coherencia entre pensamiento, palabra y acción, lo que no es fácil. Cada día
cuesta más en un mundo mercantilista, por eso hay que intentar una y otra vez.”
Feminismo como práctica de vida
Más adelante, solía
tener reuniones de trabajo académico de género y feminismo con Violeta, que matizábamos con temas
de nuestra practica de vida, porque no es posible hablar de género sin mirar
nuestra experiencia en primera persona y de la cotidianeidad que nos sorprendía,
como el asomarse de Max para preguntarle con amor de enamorado continuo “Viole almorzamos
juntos”. Así es como me asomé a su experiencia de vida.
Solía contarme cómo
y por qué se hizo especialista en sociología de la familia, argumentando que a
diferencia de otras mujeres ella tuvo el privilegio de un posgrado en la Universidad
Católica de Lovaina por un encargo colectivo y compromiso social de su práctica
de fe, en ese tiempo se halló en el centro del proceso de revisión de
percepción de la sociología, familia, el papel de la mujer, el poder y el
feminismo de Europa y Estados Unidos.
Argumentaba que, a diferencia de otras militantes
feministas, ella no se vio enfrentada a la necesidad de romper con un
patriarcado ni su religión sino modificarlo viviendo y construyendo otro modo
de relación en pareja, maternidad, paternidad y académico. Vivir su fe, vocación, voluntad, pensamiento y
proyecto de vida de un modo diferente coherente con su ser feminista, en el
sentido de respeto y ejercicio de derechos. Al punto que pese a estar casada
por las leyes y la religión, nunca se registró ni fue necesario titulase de Violeta
Sara-Lafosse Valderrama de Vega-Centeno, rompiendo con los símbolos del
patriarcado y la tradición, porque no era necesario como poco práctico: “Como
vez todos me llaman Violeta Sara-Lafosse y omiten el apellido de mi madre cuando
para mí ser feminista significa mucho, porque soy su continuum con mi propio
ser”.
Solía decir que
ella y Max tuvieron mucha suerte, porque empezaron su vida y familia
emparejados, siendo iguales en lo social, económico, cultural y religión.
Compartiendo el mismo proyecto de vida, amor y compromiso social. “Sonreía
cuando me narraba, “Vivíamos compartiendo y extendiendo una beca de
estudiantes en un piso modesto, esforzándonos por hacer bien el trabajo de cada
quien y disfrutando la mutua compañía en un país nuevo, tenernos uno al otro
fue un valor agregado, creo que fue una bendición”.
Decía que ninguna
relación de pareja es lineal, fácil ni a un solo ritmo, tenía altas y bajas,
donde lo central es sincerar el punto de partida y establecer de común acuerdo
el punto de llegada, cómo se haría era un misterio, pero el acuerdo compartido
era el diálogo, sereno, respetuoso y oportuno, jamás el silencio.
Ella había aprendido
que en el proceso ambos debían aceptar con sinceridad percepciones,
sentimientos, emociones, proyectos de sí y respecto al otro como era y no como
cada quien deseara. Una pareja no es tu enemigo ni competencia, sino tu
compañero la persona que amas, admiras y respetas. Quien, a su vez, te ama,
admira y respeta. “Sin los tres ingredientes de amor, respeto y admiración es compartido,
de uno respecto al otro, es muy difícil subir la cuesta de la pareja, transitar
por la familia y formar hijos. La relación de igualdad no se conquista, se
construye entre dos, con renuncias compartidas y apuestas sostenidas
rotativamente como en los comedores.”
Cuando le
preguntaba a cerca de su feminismo, respondía: “Sin duda no fui parte del
movimiento feminista de los sesenta en Perú porque estaba viviendo otra cosa, tampoco
me hice ni quise ser parte del movimiento feminista de los setenta ni ochenta,
porque de lejos aparecía sospechosa. Mientras todas las feministas se habían
divorciado, ponían en cuestión la maternidad, familia y exploraban su sexualidad. Yo no
sólo me había casado, permanecía unida al mismo hombre, había optado y
construido familia con hijos de los cuales nos ocupamos ambos y me había
especializado en sociología de la familia, mientras Max era economista. Fácilmente
podía ser acusada de traidora al movimiento y sostenedora del patriarcado”.
Le pregunté más de
una vez cómo había hecho para criar a dos hijos, porque yo con una, en la
universidad, el trabajo y siendo aun hija, sentía que lo hacía a medias y a
momentos me perdía en mi laberinto. Ella sonreía, respondiéndome: “No te
apures, lo haces bien porque te interrogas al respecto y no te consuelas con
que creerte que eres la mejor madre. Cuando con Max decidimos tener hijos fue planificado y mutuo acuerdo, recuerda que ya existía la píldora. En ese tiempo, ambos bajamos a la mitad
nuestra dedicación laboral y proyectos profesionales. Acordamos que
compartiríamos paternidad y maternidad por turnos a cincuenta por ciento cada
uno y así lo hicimos, si yo trabajaba en la mañana él era en la tarde, los
primeros años de nuestros hijos. No fue fácil pero sí hermoso y gratificante.”
Yo le decía, sabes
Violeta les funcionó bien, tú eres buena en lo tuyo y Max otro tanto, tienen
autoridad y poder en la comunidad universitaria sin haber sacrificado tu maternidad
y paternidad, ambos son felices siguen juntos y amándose. Tienen hijos buenos,
conozco más a uno que al otro y su esposa, es una nuera linda y tu nieta la
continuidad de ese amor.
Ella me miraba y apretaba la mano mientras decía. “Sabes
Catalina, para Max ni yo fue fácil, veníamos de una familia conservadora con
roles tradicionalmente adjudicados a mujeres y hombres, pero nos aventuramos en
hacer posible la utopía de una familia compañera. Día a día, sin detenernos con
nuestros aciertos errores y aprendizajes”.
Durante nuestros
últimos encuentros, hablábamos sobre el feminismo, yo le preguntaba por las
diversas formas de ser percibida, expresarse y sentirse feminista, así como por
las percepciones de “las feministas” respecto a las “no feminista” ¿Qué es ser
feminista?
Ella sentenciaba, “Más
allá de los distintivos y autodenominaciones que seguirá produciéndose a medida
que el tiempo pase, las generaciones que se apropien del conocimiento,
pensamiento crítico, cuestionaran aquello que las incomoda y decidan cambiarlo
ellas, es cuando se harán feministas. No por un título, ni porque las otras y
otros las reconozcan o desconozcan. Catalina, ser feminista no es una pose sino
opción de vida que te incomoda, incomoda a otros y te saca de tu confort”.
Para Violeta el
feminismo como movimiento no era título ni propiedad de nadie, tampoco estático,
sino algo vivo que está en permanente resignificación, un proyecto inacabado,
donde cada rebeldía de las mujeres por apropiarse de su vida, construir su
destino y ejercer sus derechos, trascendía al empoderamiento para ser un modo
de vida real como ser humano, en igualdad
de derechos propios y ajenos, donde las agendas podían cambiar en cada tiempo, pero lo que no
cambiaría era la incomodidad sentida por las mujeres viviendo una situación u
ocupando una posición que las haría feministas. El acento con otra tendencia
eran interconexiones privilegiadas o enlazadas con sus luchas, lo central era defender, ejercer sus derechos y vivir ese derecho en relación coherente con otras(os).
Sexualidad, sexo y reproducción
En más de una clase
y exposición, Violeta solía decir que la mayor revolución del siglo XX en la
vida de las mujeres y la sociedad, fue la creación de la píldora. Permitiéndole
a la mujer decidir si quería o no tener hijos(as),
el número y espacio entre uno(a) y otro(a).
Afirmaba “El sexo es la dimensión más maravillosa del ser humano que
le recuerda, que él y ella está al control de sus pulsiones; no necesita estar
en celo como los animales para desear y realizarlo, te hace responsable de
decidir y espaciar la reproducción.” Siempre que recuerdo el tratamiento de
los temas de sexualidad, sexo y reproducción, en manos de Violeta, evoco la
fluidez, claridad, sencillez y profundidad del mismo.
Hablar de la
sexualidad de las mujeres y hombres, no sueles ser un tema usual, salvo que se
produzca en un contexto reproductivo, académico, médico o pornográfico y de
violencia contra la mujer. En cualquiera de los campos suele estar teñido de
mitos, medias verdades, medias palabras y clichés.
Con Violeta en
cambio, estaba lleno de información, formación y simbolismo que transformaba lo
grotesco en conocimiento sabio. Solía decir, “La conquista del poder a
través de la guerra entre hombres, fue trasladado a la relación entre hombres y
mujeres, impregnado al sexo de significados y significantes de batalla entre
enemigos y conquista del más fuerte. Creándose prohibiciones para las mujeres y
licencias para los hombres que asegure el triunfo de los segundos”.
Afirmaba que lo más
grotesco y lejos de la verdad era la alusión de la posesión sexual de un hombre
respecto a una mujer con quien no tenía vínculo afectivo solo sexual,
expresando que se la “comerían”, cuando en realidad el coito literalmente era
de una práctica totalmente inversa.
Decía que de tanto
atribuir, ansiedad, egoísmo, poder y posesión al sexo, había distorsionado un
acto de dos en la búsqueda o persecución de uno(a), así como manipulación y
desencanto del otro(a). Dejando de lado la condición de intercambio mutuo con
calidez, placer, goce y entrega. Independiente de que se trate sólo de sexo o
sexo con amor. Sostenía que el respeto entre dos personas que deciden tener
sexo involucra expresión clara de libre consentimiento y responsabilidad, donde
el intercambio permita acoger y ser acogido plena y gratificantemente.
Yo solía decirle
que me gustaba el amor entre ella y Max, donde el tiempo había mantenido la
magia, extendiéndose a sus dos hijos, nuera y nieta. Que su historia de vida, generaba
esperanza para construir una familia donde sus integrantes crezcan en dignidad,
condición humana, social y políticamente correctos(as) en el sentido de estar
al servicio de otros(as), asumiendo que se tiene capacidades para hacerlo y no
hacerse servir por otros(as).
Ella solía anotar, “El
amor nos hace dignos y libres como el pensamiento y la fe, un amor
incomprendido y cautivo nos hace esclavas(os).”
Maestría en la docencia de vida
Solía comentarle,
que una cosa era hablar de la familia en sentido figurado, aun cuando los datos
se sostuvieran en estudios confiables y otra mostrar que era posible, como en
su caso el éxito y sostenibilidad de la familia compañera. Que era
tiempo de escribir sus memorias en primera persona. Ella me miraba, sonreía y
decía: “Mira Catalina, no lo he pensado hasta este momento que lo mencionas,
porque siempre he creído que nuestro aporte es de conocimiento social”.
Yo argumentaba que el
valor de la memoria personal, donde una mujer académica formada en los sesenta,
se hizo feminista desde la práctica, pensamiento y el día a día,
sin renunciar a una apuesta y puesta en escena una familia donde sus
integrantes fueran fuente y destino de amor, seguridad emocional, respeto,
soporte, apoyo y estímulo hacia los proyectos de vida concebidos. Con capacidad
para compartir y partir el amor en mil pedazos sin que nadie se quejara de
tener una menor porción que otro(a) o sentir que se había dado de más.
Ella se quedaba en
silencio pensando, yo aprovechaba para insistir sociológicamente y desde los estudios
de género. Violeta, la historia de vida, es una vertiente de rescate de la
historia no escrita de las mujeres, tu historia por ser singular requería ser
contada. Ella respondía: “Lo pensaré Catalina, ten la seguridad que, si
decido hacerlo, será con tu apoyo, exploraremos esa nueva línea metodológica.”
Cerrábamos nuestras
conversas, recordándole que se trataba de escribir para las mujeres y hombres
del futuro que aprenden de registros, con oportunidad para conocer la validez
de las teorías de género desde la práctica, como toda buena maestra sabe.
Violeta Sara-Lafosse
Valderrama, mi maestra que
demostró en vida la coherencia entre su curso y discurso de mujer, feminista,
madre, esposa y que fue parte de una familia compañera. Se jubiló, aun así,
siguió dictando cátedra ad honorem porque ser maestra es lo que amaba tanto
como a Max, sus hijos, nuera, nietos y Cecilia su cuñada, porque estaba
convencida que:
“Cualquiera
puede enseñar, porque todas y todos sabemos algo que otros no, sólo nos hacemos
maestras y maestros, cuando ayudamos a develar la capacidad crítica y el
pensamiento analítico de cada estudiante, para que se explique y responda a sus
propias interrogantes, y nos asombre con su ingenio, aprendiendo nosotras(os)
con ellas(os).”
Violeta sé que
muchos(as) escribirán más de un artículo sobre tu saber y hacer, como
distinciones tuviste en vida por tu ser. Yo he querido en este momento de tu despedida
ausente, escribir aquello que compartimos en un tiempo donde tuve el privilegio
de ser tu aprendiz, tu oyente e interlocutora, mientras decidías que hacer con
tus recuerdos hasta cuando tu memoria prefirió guardarse.
Ya eres parte del
infinito de este tiempo y dimensión como aquel donde hoy estás. Ve en paz hacia
el amor del Dios en quien creías, honrabas y cuyas enseñanzas practicaste amando
a tu prójima(o) como a ti misma.