jueves, 8 de julio de 2021

IN MEMORIAM VIOLETA SARA-LAFOSSE VALDERRAMA

En el día del maestro del 2020, como homenaje a maestros, maestras y mi propia práctica, escribí diez de sus lecciones en mi muro del Facebook. 
Hoy que ha partido al infinito, intentaré contextualizarlas en homenaje a la gran mujer feminista, profesional, maestra, madre, esposa, colega y mujer con poder entre dos siglos, a quien tuve el privilegio de conocer, ser su estudiante, aproximarse a su ser y hacer, sin llegar ser confidente, sólo una entusiasta seguidora. Mi maestra, a quien admiré desde sus primeras lecciones y permanecí admirando en su hibernación, al mostrarme hasta sus últimos días que una familia es aquella donde te dan alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarte, retroalimentando el amor aprehendido, renovado y afirmado.

Familias sí, pero no todas son claves ni necesarias

Conocí a Violeta mi maestra en 1981, un verano que se despedía y asomaba el otoño, en un campus universitario con escasos edificios, mucho verdor y árboles por donde el viento corría sin contención ni discreción. De día era hermoso y cálido lleno de verdor, amapolas, geranios, margaritas. Con mucho espacio para el descanso, la lectura, el trabajo de grupo al aire libre, sólo interrumpido por los obsequios de las aves en vuelo, el furtivo paso de las ardillas o la mirada inquieta y fija de venados. Al atardecer el frío abrazaba con fuerza.

Cuando Violeta ingresó por primera vez al aula de clase, tenía cabello negro, corto tipo afro (muy próximo al mío), porte seguro, voz dulce y tono suave, una sonrisa afable y elegancia en sus gestos como ademanes durante su discurso. Vestía una falda azul, una blusa blanca y una chompa que le hacía juego, la traía puesta a modo de capa, la cual se quitó para desarrollar el sílabo del curso de Sociología de La Familia.

En su contenido, aprenderíamos la importancia de la familia en la formación de la conducta, moral, valores y práctica de los seres humanos para ser felices, vivir en sociedad o rechazar a la misma. Desmitificó la familia nuclear, heterosexual y estándar como era nuestro imaginario cultural citadino, mostrándonos el producto de estudios confiables que en ese entonces graficaba la presencia de tres tipos: despótica, autoritaria y compañera, cuya estructura impactaba de diferente modo en cada uno de sus integrantes y la sociedad, al respecto ella nos invitaba a apostar por la familia compañera.

Nos habló del papel de la mujer y el hombre en la estructura de poder y dinámica familiar como pareja, en su rol de madre y padre, reproductora socio-cultural y reproductor de la fuerza de trabajo, sea como ama de casa o proveedor. Con ella aprendimos unas más, otras menos y quizás muchas nada sobre patriarcado, machismo, sometimiento, discriminación, pobreza. El valor del trabajo doméstico e invisible.  Cómo se sublima el papel del padre, cuando este es ausente física o simbólicamente, de modo que contradictoriamente algunas madres solteras o jefas de familia, crean las bases para que sus hijos(as) fueran tan o más machistas y patriarcales que su padre ausente, pese a no haber contado con su modelo mientras se hacía hombre o mujer.

Según Violeta, la familia era clave para el desarrollo de una sociedad, pero no cualquiera sino aquella del tipo compañera donde los roles fueran compartidos, complementarios redistribuidos y valorados por todas(os) sus integrantes según su composición: nuclear, extendida, agregada. De modo que los socializadores secundarios como la escuela, iglesia, el mercado, la plaza, el club y el partido político cumplieran su rol de convivencia social en diferencia, respeto, seguridad y protección. Decía sin titubeos:

“Si la familia no cumple su rol de proveer entre sus miembros amor, respeto, protección, refugio, identidad, amor propio y cuidado del otro; poco o nada pueden hacer las instituciones de segunda socialización como la escuela.”

Siendo así, los tipos de familia despótica y autoritaria eran un problema tanto para sus integrantes como para la sociedad. En ambos casos la mujer madre e hijas eran sometidas, subordinadas y devaluadas. Llegando en el extremo a ser abusadas, violentadas y violadas, ante ello recomendaba: “Sin duda la familia es lo más importante de la sociedad, pero cuando a nombre de ella se atropella y viola derechos, hay que alejarse y protegerse, porque es tóxica.”

Para vivir con dignidad, no se requiere de suntuosidad

Habíamos ingresado por examen directo especializado y no por Estudios Generales a la Facultad de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en mi caso no porque la hubiera elegido al Trabajo Social (TS) como carrera profesional, sino porque ella me había elegido a mí. Desde hacía un quinquenio era Contadora Comercial por calificación y desempeño laboral, porque terminando la primaria, elegí la secundaria comercial, puesto que ni en sueños podría solventar una carrera universitaria.

Trabajar desde antes de egresar de la secundaria (1976) me había permitido, ahorrar para realizar una especialización en contabilidad, aun cuando descubrí que no estaba hecha para sentarme ante un escritorio a seleccionar comprobantes de pago, elaborar libros contables, archivos y más mientras miraba a mis jefes frustrados que quisieron tener otra carrera y las secretarias deseando que los jefes no existieran.

El TS como carrera me eligió a  mí, porque antes de pensar en él, me dedicaba al trabajo voluntario de asistencia social desde la Parroquia de San Pablo en Canto Chico con las hermanas de la Congregación de Asistentes Sociales, que tenían un programa de rehabilitación con presos del Penal de Lurigancho.  Realizaba la visita e informe social a las familias de los mismos, debido a que las religiosas extranjeras no lograban identificar con precisión los elementos detrás de los casos sociales, por la gran habilidad limeña para la práctica cultural de “pepe el vivo”, que yo solía identificar con cierta facilidad, al  ser peruana, mi trabajo barrial y  parte del sector popular.

Habíamos ingresado 40, en algunos cursos como matemáticas se duplicaba, con quienes estaba por bica o trica y con un pie fuera de la universidad. Así que pese a ser una facultad pequeña en contraste con derecho, era mayor que sociología, antropología, economía o psicología individuamente. A momentos se expandía y en otros se contraía a medida que avanzábamos en ciclos al punto que sólo 5 de 40 egresamos al quinto año, sumando a muchas de promociones previas.

El primer año fue memorable, en tanto nos juntó a todas las sangres: orígenes, clases, culturas, motivaciones e historias, siendo notable los segmentos que se fueron agrupando “selectiva y naturalmente”, formando a momentos grupos inexpugnables con muros invisibles.

En términos de mi amiga Luz, quienes tenían clase y le chorreaba la plata”, sólo se dedicaba a estudiar, porque le costaba nueve veces más de las que estábamos en la primera escala de pago. También estaban las de clase medieras y arribistas con diversas conductas y poses. Un caso notable era una joven cuyo nombre en verdad no recuerdo y la perdí en el tercer ciclo, era pequeña de estatura, pero gigante en ego, se sentaba en primera fila y nos barría con la mirada a cada una que entraba al aula sin exceptuar a los/as profesores. Recuerdo a otra, con pose de modelo de una revista de los cincuenta, que durante el primer semestre no usó la misma ropa dos veces, más adelante supe que tenía la misma talla que su hermana y madre, estrenando el guardarropa de las tres para recubrir su inseguridad. En el otro extremo estábamos las que por uniforme teníamos un jeans, zapatillas, blusa o polo.

Mi experiencia tanto laboral como de edad intermedia entre Mariza que tenía 15 y Luz que me llevaba algunos años, me colocaba en una posición que nunca me intimidó como a algunas compañeras, porque había conocido y compartido espacio con todo tipo personas y prácticas de poder inimaginados.
Un día cerrando la clase con Violeta donde se había producido mayor confianza, tratamos temas de discriminación y segmentación entre mujeres. Preguntándole a propósito de nuestra convivencia ¿Por qué a algunas mujeres nos costaba tanto ser, accesible, disponible, compañera y unidad?  Tantos sub grupos como culturas en una promoción pequeña en una facultad que preparaba profesionales para trabajar con los sectores más vulnerables nos preocupaba.

Ella nos miró y dijo: “Las conductas humanas son complejas, responden a muchas motivaciones y factores a los que estamos expuestas, desde el tipo de familia, como hemos visto en clase y el sexo, pasando por los socializadores secundarios como la escuela, la iglesia, el club. También está la identidad, psicología, privilegios y cultura que se adopte. Pero la ostentación o concentración de la atención en la superficialidad de la persona como el atuendo, posesión o posición revela inseguridad personal, social y miedo a perder poder de quien lo hace.  Para quien se incomode por ello otro tanto, sumado a la autopercepción de minusvalía. Son los que no sobreviven al rigor académico. Cuando enfrenten una situación de este tipo, sólo recuerden que lo más importante en la persona es la dignidad. Y para vivir en dignidad no se requiere de suntuosidad”.

Rigurosidad, consistencia y coherencia

Una década y media después (1995), volví a disfrutar de las clases de Violeta durante el Diploma de Estudios de Género PUCP. Una de las líneas asociados con mi interés fue él desarrollo del papel doméstico privado de las mujeres, extendido al espacio público como parte de la sobrevivencia familiar y el movimiento popular.

Durante el paréntesis de nuestro reencuentro académico, yo había transitado de mis prácticas de asistencia al trabajo de la promoción social, desarrollo urbano  e investigación. A momentos muy cerca y otros muy lejos de mis intenciones de cambiar el mundo sin morir en el intento, porque ya había descubierto que la revolución no estaba a la vuelta de la esquina como me creía en los setenta o en la reconceptualización del TS.

Por cuanto mi trabajo para su curso se desarrolló alrededor de la organización/ desorganización de mujeres en torno a la sobrevivencia que había acompañado entre 1984 y 1995. Ella tenía hasta ese momento una mirada entusiasta de los comedores populares a los que conceptualmente definía como cocina familiar colectiva, producto del estudio que había realizado sobre los mismos antes de los noventa, en un tiempo donde eran estrategias de sobrevivencia dependiendo principalmente de la organización y labor de las mujeres populares apoyado o subvencionados puntualmente por instituciones principalmente privadas, por cuanto pesaba el nivel de organización y participación de sus socias.

Yo tenía una lectura distinta, debido al proceso experimentado por las organizaciones de mujeres a partir de 1990. Si bien estaba de acuerdo con ella respecto a las características entre 1979-89, su transformación en programa social desde el fujimorismo, las había trastocado como base social  del oficialismo a la mayoría, alejándolas de sus dinámicas originarias, diversificándola hasta cuasi transformarlas en un restaurant popular subvencionado por el Estado.  

Es cuando Violeta me dijo: "Sí afirmas algo que sea con sustento, si no, deja espacio para la duda o pregunta”. Refiriéndose a la necesidad de contar con data que sostenga alguna de mis afirmaciones. Yo poseía información primaria desde 1984 a 1995 a nivel de varios distritos del cono norte de Lima, de agosto 1990 a diciembre 1991 a nivel metropolitano y a nivel de Ilo Moquegua 1993 -95. En base a ello y el contraste con otros estudios aprendí a hablar de tendencias, probabilidades y supuestos a partir de algunos casos, puesto que no respondían a muestra alguna. Las certezas, afirmaciones y aseveraciones,  debían derivar de un estudio representativo, que es más numeroso cuanto más grande es el universo, por eso no creo en las encuestas de opinión, estadísticamente no son representativas ni confiables. 

Entendí en este proceso, que la preocupación de Violeta era la rigurosidad metodológica en sociología, pero su interés mayor era la consistencia de nuestras afirmaciones, por las responsabilidades que lleva tener el privilegio de leer de los hechos o eventos sociales, más allá del pensamiento común. Solía decirme que si no podemos sustentar nuestras afirmaciones con el debido hecho fáctico éramos inconsistentes como irresponsables académicamente, colocándonos al filo o centro de la incoherencia, que en la práctica de vida podría fácilmente perdernos:

“El objetivo es la coherencia entre pensamiento, palabra y acción, lo que no es fácil. Cada día cuesta más en un mundo mercantilista, por eso hay que intentar una y otra vez.”

Feminismo como práctica de vida

Más adelante, solía tener reuniones de trabajo académico de género y feminismo con Violeta, que matizábamos con temas de nuestra practica de vida, porque no es posible hablar de género sin mirar nuestra experiencia en primera persona y de la cotidianeidad que nos sorprendía, como el asomarse de Max para preguntarle con amor de enamorado continuo “Viole almorzamos juntos”. Así es como me asomé a su experiencia de vida.

Solía contarme cómo y por qué se hizo especialista en sociología de la familia, argumentando que a diferencia de otras mujeres ella tuvo el privilegio de un posgrado en la Universidad Católica de Lovaina por un encargo colectivo y compromiso social de su práctica de fe, en ese tiempo se halló en el centro del proceso de revisión de percepción de la sociología, familia, el papel de la mujer, el poder y el feminismo de Europa y Estados Unidos.

Argumentaba que, a diferencia de otras militantes feministas, ella no se vio enfrentada a la necesidad de romper con un patriarcado ni su religión sino modificarlo viviendo y construyendo otro modo de relación en pareja, maternidad, paternidad y académico.  Vivir su fe, vocación, voluntad, pensamiento y proyecto de vida de un modo diferente coherente con su ser feminista, en el sentido de respeto y ejercicio de derechos.  Al punto que pese a estar casada por las leyes y la religión, nunca se registró ni fue necesario titulase de Violeta Sara-Lafosse Valderrama de Vega-Centeno, rompiendo con los símbolos del patriarcado y la tradición, porque no era necesario como poco práctico: “Como vez todos me llaman Violeta Sara-Lafosse y omiten el apellido de mi madre cuando para mí ser feminista significa mucho, porque soy su continuum con mi propio ser”.

Solía decir que ella y Max tuvieron mucha suerte, porque empezaron su vida y familia emparejados, siendo iguales en lo social, económico, cultural y religión. Compartiendo el mismo proyecto de vida, amor y compromiso social. “Sonreía cuando me narraba, “Vivíamos compartiendo y extendiendo una beca de estudiantes en un piso modesto, esforzándonos por hacer bien el trabajo de cada quien y disfrutando la mutua compañía en un país nuevo, tenernos uno al otro fue un valor agregado, creo que fue una bendición”.

Decía que ninguna relación de pareja es lineal, fácil ni a un solo ritmo, tenía altas y bajas, donde lo central es sincerar el punto de partida y establecer de común acuerdo el punto de llegada, cómo se haría era un misterio, pero el acuerdo compartido era el diálogo, sereno, respetuoso y oportuno, jamás el silencio.

Ella había aprendido que en el proceso ambos debían aceptar con sinceridad percepciones, sentimientos, emociones, proyectos de sí y respecto al otro como era y no como cada quien deseara. Una pareja no es tu enemigo ni competencia, sino tu compañero la persona que amas, admiras y respetas. Quien, a su vez, te ama, admira y respeta. “Sin los tres ingredientes de amor, respeto y admiración es compartido, de uno respecto al otro, es muy difícil subir la cuesta de la pareja, transitar por la familia y formar hijos. La relación de igualdad no se conquista, se construye entre dos, con renuncias compartidas y apuestas sostenidas rotativamente como en los comedores.”

Cuando le preguntaba a cerca de su feminismo, respondía: “Sin duda no fui parte del movimiento feminista de los sesenta en Perú porque estaba viviendo otra cosa, tampoco me hice ni quise ser parte del movimiento feminista de los setenta ni ochenta, porque de lejos aparecía sospechosa. Mientras todas las feministas se habían divorciado, ponían en cuestión la maternidad, familia y exploraban su sexualidad. Yo no sólo me había casado, permanecía unida al mismo hombre, había optado y construido familia con hijos de los cuales nos ocupamos ambos y me había especializado en sociología de la familia, mientras Max era economista. Fácilmente podía ser acusada de traidora al movimiento y sostenedora del patriarcado”.

Le pregunté más de una vez cómo había hecho para criar a dos hijos, porque yo con una, en la universidad, el trabajo y siendo aun hija, sentía que lo hacía a medias y a momentos me perdía en mi laberinto. Ella sonreía, respondiéndome: “No te apures, lo haces bien porque te interrogas al respecto y no te consuelas con que creerte que eres la mejor madre. Cuando con Max decidimos tener hijos fue planificado y mutuo acuerdo, recuerda que ya existía la píldora.  En ese tiempo, ambos bajamos a la mitad nuestra dedicación laboral y proyectos profesionales. Acordamos que compartiríamos paternidad y maternidad por turnos a cincuenta por ciento cada uno y así lo hicimos, si yo trabajaba en la mañana él era en la tarde, los primeros años de nuestros hijos. No fue fácil pero sí hermoso y gratificante.”

Yo le decía, sabes Violeta les funcionó bien, tú eres buena en lo tuyo y Max otro tanto, tienen autoridad y poder en la comunidad universitaria sin haber sacrificado tu maternidad y paternidad, ambos son felices siguen juntos y amándose. Tienen hijos buenos, conozco más a uno que al otro y su esposa, es una nuera linda y tu nieta la continuidad de ese amor. 

Ella me miraba y apretaba la mano mientras decía. “Sabes Catalina, para Max ni yo fue fácil, veníamos de una familia conservadora con roles tradicionalmente adjudicados a mujeres y hombres, pero nos aventuramos en hacer posible la utopía de una familia compañera. Día a día, sin detenernos con nuestros aciertos errores y aprendizajes”.

Durante nuestros últimos encuentros, hablábamos sobre el feminismo, yo le preguntaba por las diversas formas de ser percibida, expresarse y sentirse feminista, así como por las percepciones de “las feministas” respecto a las “no feminista” ¿Qué es ser feminista?

Ella sentenciaba, “Más allá de los distintivos y autodenominaciones que seguirá produciéndose a medida que el tiempo pase, las generaciones que se apropien del conocimiento, pensamiento crítico, cuestionaran aquello que las incomoda y decidan cambiarlo ellas, es cuando se harán feministas. No por un título, ni porque las otras y otros las reconozcan o desconozcan.  Catalina, ser feminista no es una pose sino opción de vida que te incomoda, incomoda a otros y te saca de tu confort”.

Para Violeta el feminismo como movimiento no era título ni propiedad de nadie, tampoco estático, sino algo vivo que está en permanente resignificación, un proyecto inacabado, donde cada rebeldía de las mujeres por apropiarse de su vida, construir su destino y ejercer sus derechos, trascendía al empoderamiento para ser un modo de vida real como ser humano, en  igualdad de derechos propios y ajenos, donde las agendas podían cambiar en cada tiempo, pero lo que no cambiaría era la incomodidad sentida por las mujeres viviendo una situación u ocupando una posición que las haría feministas. El acento con otra tendencia eran interconexiones privilegiadas o enlazadas con sus luchas, lo central era   defender, ejercer sus derechos  y vivir ese derecho en relación coherente con otras(os).

Sexualidad, sexo y reproducción

En más de una clase y exposición, Violeta solía decir que la mayor revolución del siglo XX en la vida de las mujeres y la sociedad, fue la creación de la píldora. Permitiéndole a la mujer decidir si quería o no tener hijos(as), el número y espacio entre uno(a) y otro(a).  Afirmaba “El sexo es la dimensión más maravillosa del ser humano que le recuerda, que él y ella está al control de sus pulsiones; no necesita estar en celo como los animales para desear y realizarlo, te hace responsable de decidir y espaciar la reproducción.” Siempre que recuerdo el tratamiento de los temas de sexualidad, sexo y reproducción, en manos de Violeta, evoco la fluidez, claridad, sencillez y profundidad del mismo.

Hablar de la sexualidad de las mujeres y hombres, no sueles ser un tema usual, salvo que se produzca en un contexto reproductivo, académico, médico o pornográfico y de violencia contra la mujer. En cualquiera de los campos suele estar teñido de mitos, medias verdades, medias palabras y clichés.

Con Violeta en cambio, estaba lleno de información, formación y simbolismo que transformaba lo grotesco en conocimiento sabio. Solía decir, “La conquista del poder a través de la guerra entre hombres, fue trasladado a la relación entre hombres y mujeres, impregnado al sexo de significados y significantes de batalla entre enemigos y conquista del más fuerte. Creándose prohibiciones para las mujeres y licencias para los hombres que asegure el triunfo de los segundos”.

Afirmaba que lo más grotesco y lejos de la verdad era la alusión de la posesión sexual de un hombre respecto a una mujer con quien no tenía vínculo afectivo solo sexual, expresando que se la “comerían”, cuando en realidad el coito literalmente era de una práctica totalmente inversa.

Decía que de tanto atribuir, ansiedad, egoísmo, poder y posesión al sexo, había distorsionado un acto de dos en la búsqueda o persecución de uno(a), así como manipulación y desencanto del otro(a). Dejando de lado la condición de intercambio mutuo con calidez, placer, goce y entrega. Independiente de que se trate sólo de sexo o sexo con amor. Sostenía que el respeto entre dos personas que deciden tener sexo involucra expresión clara de libre consentimiento y responsabilidad, donde el intercambio permita acoger y ser acogido plena y gratificantemente. 

Yo solía decirle que me gustaba el amor entre ella y Max, donde el tiempo había mantenido la magia, extendiéndose a sus dos hijos, nuera y nieta. Que su historia de vida, generaba esperanza para construir una familia donde sus integrantes crezcan en dignidad, condición humana, social y políticamente correctos(as) en el sentido de estar al servicio de otros(as), asumiendo que se tiene capacidades para hacerlo y no hacerse servir por otros(as).

Ella solía anotar, “El amor nos hace dignos y libres como el pensamiento y la fe, un amor incomprendido y cautivo nos hace esclavas(os).”

Maestría en la docencia de vida

Solía comentarle, que una cosa era hablar de la familia en sentido figurado, aun cuando los datos se sostuvieran en estudios confiables y otra mostrar que era posible, como en su caso el éxito y sostenibilidad de la familia compañera. Que era tiempo de escribir sus memorias en primera persona. Ella me miraba, sonreía y decía: “Mira Catalina, no lo he pensado hasta este momento que lo mencionas, porque siempre he creído que nuestro aporte es de conocimiento social”.

Yo argumentaba que el valor de la memoria personal, donde una mujer académica formada en los sesenta, se hizo feminista desde la práctica, pensamiento y el día a día, sin renunciar a una apuesta y puesta en escena una familia donde sus integrantes fueran fuente y destino de amor, seguridad emocional, respeto, soporte, apoyo y estímulo hacia los proyectos de vida concebidos. Con capacidad para compartir y partir el amor en mil pedazos sin que nadie se quejara de tener una menor porción que otro(a) o sentir que se había dado de más. 

Ella se quedaba en silencio pensando, yo aprovechaba para insistir sociológicamente y desde los estudios de género. Violeta, la historia de vida, es una vertiente de rescate de la historia no escrita de las mujeres, tu historia por ser singular requería ser contada. Ella respondía: “Lo pensaré Catalina, ten la seguridad que, si decido hacerlo, será con tu apoyo, exploraremos esa nueva línea metodológica.”

Cerrábamos nuestras conversas, recordándole que se trataba de escribir para las mujeres y hombres del futuro que aprenden de registros, con oportunidad para conocer la validez de las teorías de género desde la práctica, como toda buena maestra sabe.

Violeta Sara-Lafosse Valderrama, mi maestra que demostró en vida la coherencia entre su curso y discurso de mujer, feminista, madre, esposa y que fue parte de una familia compañera. Se jubiló, aun así, siguió dictando cátedra ad honorem porque ser maestra es lo que amaba tanto como a Max, sus hijos, nuera, nietos y Cecilia su cuñada, porque estaba convencida que:

“Cualquiera puede enseñar, porque todas y todos sabemos algo que otros no, sólo nos hacemos maestras y maestros, cuando ayudamos a develar la capacidad crítica y el pensamiento analítico de cada estudiante, para que se explique y responda a sus propias interrogantes, y nos asombre con su ingenio, aprendiendo nosotras(os) con ellas(os).”

Violeta sé que muchos(as) escribirán más de un artículo sobre tu saber y hacer, como distinciones tuviste en vida por tu ser. Yo he querido en este momento de tu despedida ausente, escribir aquello que compartimos en un tiempo donde tuve el privilegio de ser tu aprendiz, tu oyente e interlocutora, mientras decidías que hacer con tus recuerdos hasta cuando tu memoria prefirió guardarse.

Ya eres parte del infinito de este tiempo y dimensión como aquel donde hoy estás. Ve en paz hacia el amor del Dios en quien creías, honrabas y cuyas enseñanzas practicaste amando a tu prójima(o) como a ti misma.

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