domingo, 17 de junio de 2012

IN MEMORIAM MARGARITA SEGURA SALAZAR, amiga inextinguible por un mundo mejor

Es la una del día del domingo 17 de junio del 2012, ingreso a la red porque una cita prevista   que culminaba a esta hora, no se concretó, el celular estaba silencioso y necesitaba conocer sus razones por esta vía. 
La pantalla me golpeó, con tres mensajes  de tres amigas. La primera lanzando un SOS desde la profundidad de su dolor que se torna tristeza, la segunda desde su dolor que se expande hasta situarse en el centro de mi ser y la tercera  emergiendo de su dolor y urgencia para anunciarme que optó por abandonar a su tristeza  disfrazada de angustia, sumándole nuevos aciertos a su esfuerzo por  ponerse al día, disfrutando lo que la vida le da a borbotones amor, seres de luz y sapiensa.
Los tres mensajes me provocaron una serie de sentimientos, pero una vez mas el sentimiento de vacio que provoca la pérdidame ha llevado tres horas para asimilarlo.  En este momento,  decido primero procesar mi dolor para acercarme al dolor de quien me ha enviado un SOS, porque la vida me ha enseñado que no puedes ofrecer a otr@, aquello que no posees ni eres capaz de  hacer contigo mism@, tampoco puedes transmitir el contenido de aquello que no estás profundamente convencid@, ergo dispuesto a hacerlo, en una palabra coherencia de sentimiento, pensamiento, acción, fe y espíritu, de donde emerge la esperanza con el que espero llenar a mi bote salva vida hasta el Brasil. Mientras  tanto, dejo ser feliz a quien me ha postergado sabiamente.
Mi dolor suelo procesarlo del único modo que sé hacerlo, sacándolo de adentro para afuera para exorcizarlo. Esta práctica me permite aceptarlo, reconocerlo y liberarme. Suelo liberar mi dolor, reconociendo su existencia y dándole  forma mediante el registro y cuando lo comparto, adquiere libre albedrio en la red. Me libero liberándolo. He descubierto sentimiento tras sentimiento, este modo de registro, que desde mi perspectiva en una vertiente enervada de la escritura, aquella que ayuda a distanciarnos de nuestros sentimientos  para aceptarlos, comprenderlos, volver a ellos con serenidad,  evitando nos estrangule  o hunda en la tristeza hasta inmovilizarnos de espanto. Suelo recuperar de este modo mi SER para seguir siendo fuente y destino de amor.   
Aún me cuesta expresar mi sentimiento de este momento respecto a  Margarita Segura Salazar, mi amiga con quien me unió  la coincidencia de un apellido, que no alcanzó la trama del parentesco consanguíneo ni de origen. Ella heredó el Salazar de su madre y yo de mi padre, un Salazar de sexta generación carente de hermanas.   Ella nació en Lima un 14 de Septiembre, en mi caso fue cerrando el verano,  en el ombligo del Callejón de Conchucos. La vida nos acercó en nuestra alma mater (PUCP), pisamos los mismos ambientes y debatimos con los mismos interlocutores de Ciencias Sociales sin importar los tiempos. Nos reencontramos y unimos desde nuestra condición de mujeres en la calle, las plazas, hasta hacer de lo público privado y viceversa.
“El día sábado, Margarita Segura Salazar ha muerto de paro cardiaco...”, me dice el mensaje breve de Juanita, produciéndome primero incredulidad. La negación, es el recurso que  emerge de mi subconsciente, como  primer recurso de defensa frente al dolor.  Mi segundo sentimiento es el silencio y la nada. La culminación de la vida de un ser amado, genera dolor en quien sobrevive por el sentimiento de pérdida que es lo primero que se impone. Los pensamientos se agolpan, mientras traduzco la pérdida. No volveré a escuchar su voz, ni su  tacto me animará a tomar la siguiente calle durante una marcha, no volveré a escuchar el sonido de su risa tampoco la fuerza de su grito. Mi detenimiento de hoy impedirá que sea su “amiga hasta la muerte”, porque no la acompañaré en su última instancia, el dolor es lacerante y mi quebranto me acoge. Mientras escribo viene a mi recuerdo diversos momentos compartidos, mensajes y agendas intercambiadas, sueños coincidentes.
Margarita se fue de esta dimensión, por una afección que proviene de vivir como ella lo hizo, con intensidad, vehemencia, entrega  y sin respiro. Colocando en cada uno de sus actos no sólo conciencia, práctica y  compromiso que acompaña al activismo, sino eso que nos aproximó: amor, pasión, sentimiento y esperanza por cambiar una realidad que desde su mirar y nuestra lectura compartida era y sigue siendo inaceptable, injusta y contradictoria con la condición del ser humano. Una situación de   negación y degradación intolerable de derechos de la mayoría, en una sociedad y   tiempo donde nada nos fue ni sigue siendo fácil, especialmente para la mayoría de mujeres. Más cruel e innegable cuando se entrelaza con factores  de género,  edad, historia, raza, etnia, clase, idioma, preferencia sexual y religiosa.
Situación que atraviesa y se reproduce en todos los espacios y escenarios, incluyendo aquellos construidos por nosotras mismas en un terco intento por ejercer el poder y el derecho como aspiramos. Empeñadas en hacer la diferencia de la práctica política sustrayéndonos a la condena de ser mujeres en un país profundamente inequitativo, excluyente, discriminador, indiferente e injusto. Pais que aun en esas condiciones no podemos negar ni desprendernos, al ser parte de quienes somos, igual lo amamos en una relación de amor odio cuasi melodramático. Al que trascendemos con nuestro convencimiento que es posible el cambio a partir de nuestro cambio.
Mi dolor se instala en el palco, mientras la imagen de Margarita   toma el escenario, allí se reedita nuestras coincidencias y discrepancias, las frecuentes conversas  de apuestas, los referentes colectivos, los cuestionamientos que  solas y en compañía solíamos tener a cerca de cómo cambiar el mundo sin perdernos y sin morir en el intento.  Cómo desprendernos de viejas prácticas socio-culturales-politicas que cuestionábamos, pero que antes de contar tres reproducíamos cuasi inconscientemente, recordándonos que sólo poseíamos el privilegio del cuestionamiento,  puesto que eramos parte de lo innegaable,  nuestra condición de  sujeto social, impregnando  nuestro ADN social con todas sus herencias, sean estas como dones o taras nos condenaban hasta la quinta generación,  con el cual debíamos batallar cotidianamente. Por ello la importancia de andar juntas, para advertimos oportunamente  una a otra el riesgo de los retornos,  estancamientos, desviaciones y/o reproducción de  prácticas históricas bajo nuevas denominaciones.
Con Margarita nos unió un café al paso, mucho mejor si era un huarique. La calle durante innumerables marchas, compartiendo un escalón o confundidas con tod@s. Los colectivos uniendo o confrontando miradas opuestas. Y en cada caso con suficiente espacio, para  cerrarlo con conversas  esperanzadoras,  cuyo pacto implícito derivaba en que cada uno de nuestros actos personales y colectivos, compartidos o independientes los dirigiéramos a cambiar el mundo. Soñábamos y continuaré con ese sueño, de que siempre habrá esperanza mientras en nuestras vidas asumamos el compromiso consciente y subconsciente de hacer la diferencia y asumir el costo de nuestros actos y silencios.
La partida de Margarita, vuelve a colocarme ante mi propia agenda advertida desde el 14 febrero. Una agenda  que parte de la necesidad de  un tiempo para vivir y cerrar pendientes, insistir en sueños, continuar haciéndome cargo de aquello que me toca hacer  en este mi tiempo en la tierra, mientras viajo hacia adentro y aprendo las lecciones.
Una de ellas que se ata a la muerte, es  la fragilidad de la vida. La  vida  que hoy poseemos,  si bien es lo más fuerte y valioso, al punto que da origen al único instinto humano que es la sobrevivencia, al mismo tiempo  es leve y fugaz con una finitud impredecible.
Saber que no podré volveré  a sentir  ni abrazar  con todos mis sentidos vivos a Margarita, me recuerda la segunda lección, El cuerpo es el único medio a través del cual podemos interactuar profundamente,  expresar sentimientos y emociones. Un milagro y misterio de la vida, que pocas veces cuidamos, comprendemos  y valoramos, salvo para revestirlo del modo que se nos antoja para satisfacer el ego o las exigencias del poder  coyuntural. Olvidamos neciamente que el soplo de vida puede abandonar  en cualquier momento a nuestro cuerpo estresado,  devaluado, explotado,  adornado  y a veces torturado según nuestro capricho. Para ello basta sólo unos segundos, es suficiente con dejar de respirar voluntaria o involuntariamente.
El tiempo de Margarita en la tierra llegó a su fin,  ha trascendido a una dimensión escasamente conocida por cada uno  de nosotr@s aun cuando sea pre-sentida. Aquello que compartimos ambas, pertenecerá conmigo, lo vivido como colectivo  forma parte de una historia que habla o calla de un  nosotr@s y cada caso tiene su propio significado y significante.  
Cuando cada acto personal y del ‘nosotr@s’  que permitió reconocernos y vivirnos, re- inspirado en la esencia de Margarita, sea compartido con  otr@s  y las nuevas generaciones,  fluirá su energía para inspirar nuevas vidas y práctica mientras permanezcamos en la tierra, impidiendo que su SER fenezca,  permitiéndole la eternidad etérea.
Hasta siempre Margarita Segura Salazar, amiga, confidente, compañera y semejante de este nuestro tiempo en la tierra, estoy segura que desde donde hoy te encuentras, percibes los  sentimientos que alimentaron este escrito a modo de homenaje  personal a tu partida,  que me antecede. Estoy segura que cuando me llegue mi propia finitud, sentiré  menos incierto la siguiente dimensión,   porque  sé que estarás preparando la acogida como solías hacerlo,  para retomar nuestras conversas de a dos,  no sé bajo que contexto ni ambiente, eso te lo dejo a ti en tu condición de anfitriona.

Con amor que enjuga al dolor Catalina

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario, aliciente a continuar dialogando