Se sumó a la ola de migrantes andinos en 1944, llegando con su primera incursión hasta
Supe, al Pueblo de San Nicolás, allí se hizo peón siendo sólo un adolescente,
por ese modo de ser que lo acompañaría toda su vida, dijo haber sido prácticamente adoptado
por los dueños de la hacienda que daba nombre al pueblo, retomó sus estudios
truncos, hasta cuando fue descubierto por su madre, quien no sólo amenazó con
denunciar a los dueños de la hacienda por rapto sino, trato inhumano y esclavitud. Así es como, desprendiéndose de su
nueva familia, con la retribución por años de servicio, retornó a su pueblo
bajo la atenta y severa mirada de su madre.
Doña Mercedes, fue siempre de temer, al frente de cuasi media
docena de hijos, peones y acogidos/as, con una pareja ausente que solía ser parte
de la migración golondrina, quedaba buena parte del año al frente de la
familia, conduciendo a cinco hijos varones lejos de las tentaciones que afrentara
su nombre, las buenas costumbres y la moral ancestral, sin que ello los vacunara
de ser machos, enamorados y con hijos en más de una mujer. Cosa que no sucedió
con Juan Salazar, porque él se socializó por negación, haciendo que se
sintiera con mayor moral que sus hermanos y siempre anotara con orgullo, que con
una mujer se casó y ella es la única madre de sus hijos.
El retorno a su pueblo no duró por mucho tiempo, esta vez
planificó detenida y profundamente su siguiente incursión, migrando sobre un
camión para nunca más volver, salvo que no sea mostrar su éxito migrante asumiendo
la mayordomía de su pueblo, las obras sociales, el compartir de su bienes
populistamente, como suele hacer todo andino conquistador de la ciudad, a 'Lima
la horrible' para unos o 'jardín' para otros.
Esta vez se situó en el centro de Lima, trabajó en muchas
cosas, en una ciudad que crecía y se extendía hacia sus costados, tenía 20 años y
muchos sueños por delante, hasta que un día al retornar de misa, una adolescente
de 14 años bien vestida se le acercó, no habían intercambiado más allá del saludo,
cuando apareció el padre, grande sería su sorpresa de reconocer en él a su
nuevo jefe.
El padre se puso en sus trece y por el honor de la familia, los casó en un santiamén, sin apenas conocerse. El debió esperar algunos años antes de ser en verdad pareja, porque ella era una niña. La última ves que viajamos juntos a su pueblo me mostraba, la casa de sus padres y recordaba con mucho amor a su suegra: “Sabes hija, en realidad ella fue la madre que no tuve, cuando nos casamos con Yolanda, venimos a ver a mi madre con mi suegra Manuela, antes de viajar me mandó a preparar media docena de ternos, a Yolanda muchos vestidos, cuando llegamos todos se admiraban de mi porte y que estuviera casado. Yolanda era muy joven y tierna, sólo pensaba en jugar, fue su mamá quien nos ayudó a ser pareja. Ahora que vuelva a Lima haré su misa”.
Ciertamente la abuela Manuela era de otro mundo, la conocí
en los ochenta, era una limeña mazamorrera de esas que ya no hay, bien puesta, tan
linda y bella, llena de amor y aromas, te recibía con calidez en su casa de Breña y servía esos camotes fritos en cuadrado que nunca he vuelto a comer,
pero aquello que más admiraba en ella, era ese amor con el que protegió a nieta
y nieto en doble orfandad ciertamente muy distante de mi abuela que expresaba
su amor de otro modo, aún conservo de la abuela Mercedes, la colcha blanca tejida a crochet,
ese era su modo de amar una mujer hecha a prueba de rigores.
Juan creció y se hizo de profesión negociante y negociador, tuvo
todas las empresas habidas y por haber, codeándose con la crema y nata de los
poderes públicos y privados de este país. Tenía gran olfato para los negocios,
pasión por los carros y la buena mesa. Después de los carros fueron los bienes
raíces y la venta de tierra. De pronto tenía la propiedad de hectáreas en Chuquitanta
que las revendía o transformaba en asociación de vivienda; en Naranjal compraría
oportunamente al japonés que tiró la toalla con la crisis de los noventa y bueno
para un vivo, hay otro vivo y medio. Fue su peor negocio, al punto que debió recuperar
parte de su terreno, comprando nuevamente a su propio abogado, ratificándole en que dinero y riqueza no hay que confiar en nadie, menos en "profesionales". Luego vendría, Trapiche, Puente
Piedra. No conforme con ello retornó a su tierra para recuperar los terrenos de
sus ancestros comprando aquí y allá. Poco a poco comprendí su apego a la
tierra, al cual se relacionó en sus diversas formas.
Inclusive, Gramadal, es el recuerdo simbólico de su relación
con la segunda familia que tuvo en lvida, si bien él no compró esa propiedad
sino su esposa, los dueños de las 10 hectáreas eran los hijos de la hacienda
San Nicolás, quienes lo buscaron, cuando decidieron vender la propiedad porque
lo consideraban el hermano menor de la familia. Desde la perspectiva de Robin
Norwood en “Dime qué, por qué así, por qué ahora”, sin duda el se ubicaría en uno de los niveles iniciales de nuestro tránsito por esta vida.
En septiembre del 2019, cuando viajamos a su pueblo, descubrí que era ese niño de 12 años, todavía asustado, dolido
y traumatizado, que justificó y se identificó con un padre ausente, sin haberse
reconciliado con su madre que hizo el doble papel, con mucho rigor, abuso y
violencia. Un modo de compensar ese vacío era la posesión de todo aquello que
pudiera hacerse, conversamos mucho sobre el camino del desapego y el perdón,
quedamos que esta vez dejaría de delegar y financiar, inclusive sus sentimientos, que no sólo
visitaría a doña Manuela, sino iría a la tumba de su madre Mercedes a perdonarla
y despedirse.
No sé si lo hizo, porque no volvimos a vernos después. El
Covid 19 nos encerró. En marzo se fue su penúltimo hermano el
tío Oswaldo Salazar, a quien vi con dolor en su estado ausente, a cuyo
funeral no pude ir, al igual que hoy no lo haré al funeral del tío Juan, una vez más
estoy en cuarentena tras mi incursión sucesiva a la pandemia. Pueda que su
partida, en verdad sea el inicio de nuestras propias partidas o reencuentros, lo siento profundamente por mi tío Vicente, el último de los Salazar de su generación, el más sensible y amoroso pese a ser castrense, le ha tocado la peor parte, como es sobrevivir a los amores que parten, su madre y sus hermanos, él se salvó de una, Vilma lo llama desde entonces el Spaiderman o Superman Salazar.
Juan Salazar es el único tío paterno, con quien adquirí
licencia para ser, hacer y decir lo que pienso sin temor de ser incomprendida e
impertinente. Nos adoptamos mutuamente cerrando los setenta, mientras
recuperaba su vida desperdigada por ese entonces, en tanto yo construía la mía.
Llegué a sus vidas de mano del menor de los Salazar, mientras él y ella estaban ausentes, hallando en sus siete hijos los hermanos y hermanas con quienes partir y compartir. Tiempo en que sus mellizos, Vilma y Manuel se tornaban en mi hermana y hermano menor, la pequeña Sonia en mi consentida, pugnando más de una vez su lugar con mi hija. El inquieto Walter, dejaba la calle para buscar mi cariño cada vez que llegaba a su casa y me mostraba su nuevo proyecto, el arisco Carlos se me acercaba y colocaba su rostro en el brazo, ambos hoy en algún lugar donde harán el recibimiento a su padre.
Yo sólo viví mi único parentesco paterno fluido , sin percatarme que marqué sus vidas, hasta que hace un tiempo la pequeña Sonia que vive en California me dijo: “En verdad tú eres la responsable de que haya querido tenerlo todo, cuando venías los domingos, entrabamos a la tienda y me decías: ‘elije lo que quieras’, yo pensaba, ‘quiero ser grande como ella’ y no pedirle permiso a nadie para regalar lo que yo quiera y a quien quiera”.
Y Carlos con 40 años, mientras lo sostenía entre mis piernas para calmar
su dolor y dificultad de respirar en tanto se le agotaba la vida -como aprendí
de mi prima Margot Trujillo que calmaba a su madre del cáncer al útero-, me
contaba que solía esperar mi llegada los domingos, porque era como fiesta porque
preparábamos lo que ellos querían. Durante las noches en vela yo intentaba eludir
el dolor sin hablar de él, pero era tan fuerte que me decía: “Caty, yo sé lo
que tengo, sé que voy a morirme, lo único que lamento es que dejé de hacer y
pasar muchas cosas por miedo, no dejes nunca que el miedo te detenga, has lo
que debas hacer”.
Con Walter nuestra relación siempre fue fluida y a la vez compleja, le
preguntaba a cerca de su vida, sus elecciones, decisiones, sus riesgos, solía
decirme: “Caty no te preocupes, yo sé cuidarme, cuando me vaya será bajo mi
ley.” Lo miraba en toda su humanidad y siempre descubría detrás de aquel
rostro marcado por la vida, al niño terrible que conocí, hasta que comprendí
que todo lo que le dijera o hiciera por él no contaba sino su propia decisión y
elección.
Mi tío Juan era de esos hombres que inclusive en domingo siguen
trabajando, porque para él y los negocios, nunca era feriado. Recuerdo aquel verano de
los setenta, que prometió llevarnos a la playa de Ventanilla, a la que yo jamás
había ido, nos llevó muy temprano era entonces una playa hermosa pero difícil de disfrutar
por sus olas altas. Tras asegurarse que
tendríamos de todo, dijo que iría a resolver un asunto y no volvió hasta cuando
el sol se ocultó en el horizonte, nosotros/as
tiritábamos solo con ropa de baño y toallas porque en la maletera dejamos
nuestros cambios.
Yo impresionada, porque mi papá Félix, jamás hubiera hecho eso, le
pregunté: “tío que pasó”, y él solo respondió: “son los negocios
hija, a veces se dilatan y estaba seguro que ustedes se estaban divirtiendo”.
Nos subimos al carro y mi olfato inequívoco, sintió a licor, nuevamente le dije,
tío vas a conducir ebrio, se río a carcajadas y respondió: “Hija cuando
estoy tomado, tengo mejores reflejos, soy mejor que meteoro”. Por su puesto
que yo me callé y recé todas las oraciones que conocía. Mis primos me calmaban diciendo que era cierto, el manejaba muy bien y nunca había tenido un accidente.
Al día siguiente me levanté temprano, le pedí conversar con
él. Yo tenía 18 años. Le dije lo que pensaba, mi preocupación y temor, cerrando
con la frase: “Tío si tú eres un suicida, es tu decisión, pero lo que no
entiendo es el siguiente paso a ser homicida, son tus hijos/as a quienes tiene
que cuidar y proteger”. El se quedó callado y luego, me respondió: “Hija,
sabes que eres la hija mayor, que hubiera querido tener, no lo había visto de
esa forma, siempre he estado seguro de ser un buen chofer y no me importaba
más, ahora me haces comprender que no basta ser bueno sino responsable”. Me
abrazó, fue a buscar un lechón para el desayuno.
No sé si lo cumplió en la vida cotidiana, porque yo iba de tiempo
en tiempo, lo cierto es que nunca más lo volví a ver manejando ebrio, cuando el
tiempo avanzó siempre contó con un chofer sea este hombre o mujer, las veces que nos veíamos era para
conversar de sus planes y proyectos. Jamás se detuvo ni cuando perdió una vista
por una mala intervención o cuando su audición descendió, me decía siéntate a
mi izquierda, por aquí si escucho y conversemos.
Le encantaba contarme la historia de nuestros ancestros, por
él me enteré que nuestra tatara-tatara- abuelo fue un español Ignacio Salazar y
su esposa una mora alta de ojos verdes de quien no recordaba el nombre, de donde nos viene la sangre negra que
corre por nuestras venas y los ojos pardos del verde desteñido. Quienes
tuvieron dos hijos Rosa y Feliciano Salazar. Rosa sólo tuvo una hija y allí
quedó, Feliciano tuvo también dos hijos: Carmina y Samuel Salazar Hidalgo,
Carmina sólo tuvo una hijas y Samuel ocho, cuatro hombre y cuatro mujeres. El
mayor fue su padre Francisco.
Se le iluminaba el rostro cuando contaba sobre su abuelo Samuel
Salazar, de cómo se construyó de la nada un lugar en su pueblo y país. Porque fue
al igual que él un visionario emprendedor. Solía decir que la universidad
pierde el ingenio, él se sentía agrónomo, arquitecto, ingeniero civil, abogado,
contador y hasta hechicero. Yo solía decirle "eres un tinterillo" o un hacedor de sueños.
Era un hombre de los años treinta del siglo XX que se hizo a pulso, transitó
por esta vida lleno de proyectos y a sus 88 años, deja en proceso un centro
comercial en construcción en la zona de Naranjal, otro campo deportivo por Pan
de Azúcar, su edificio de Tanta Mayo donde soñaba instalar un complejo de restaurante, gimnasio y sauna. Un centro de productos orgánicos sostenible con
energía solar en Gramadal, la tierra de sus ancestros unificada en Colcas, donde haría un
centro de acogida con sauna, el resto ya tiene nombre propio para sus hijas e hijos, y como
le dije en septiembre, "sólo te llevas lo vivido y bebido, nada de lo que te
quita el sueño se irá contigo". Quedan sus huellas por las iglesias del cono
norte, el centro de Lima y Colcas, así como las comisarías donde aportó generosamente
como ciudadano solidario.
Juan Salazar Cadillo, ha partido el día de hoy, en brazos de
su siempre hijo, chofer, enfermero, consejero, cómplice y mandadero Juan Manuel, mi querido primo Mañuco, su melliza Vilma está llegando de Gramadal donde ha pasado todo este tiempo de inmovilidad, seguro que Richard se sumará a ellos y Sonia debe estar viviendo un profundo dolor, siento no estar con ustedes como siempre, haciéndonos juntos fuertes ante la partida y compartiendo el dolor.
Juan Salazar va a encontrarse con su madre, yo decreto que sea para saldar sus deudas de amor desconectado; reconciliarse
con su hermano mayor Moisés y decirle que lo perdoné. A abrazar a su consentido
hermano Esteban y su hermano Oswaldo que se adelantó en el verano. A rendirse
cuentas con sus dos hijos: Carlos y Walter.
Y como el universo es generoso a
abrazar a su suegra a quien respetó y amó mucho, al igual que su suegro, sus
padres y hermanos de San Nicolás, para decirle que Gramadal sigue en buenas
manos.
Descansa en paz tío Juan, ya nos encontraremos para que me
cuentes tus nuevos proyectos.
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