miércoles, 26 de agosto de 2020

IN MEMORIAM JUAN CAPISTRANO SALAZAR CADILLO

Nació en marzo de 1932 en el pueblo de Colcas de la Provincia de Huari del Departamento de Ancash, a 3,800 m.s.n.m., fue el segundo hijo de cinco varones de Francisco Salazar Parada y Mercedes Cadillo Huerta, transformándose en el primer fugitivo a los 12 años, huyendo de la rigurosa presión de la madre y el severo control del hermano mayor que fue mi progenitor.

Se sumó a la ola de migrantes andinos en 1944, llegando con su primera incursión hasta Supe, al Pueblo de San Nicolás, allí se hizo  peón siendo sólo un adolescente, por ese modo de ser que lo acompañaría toda su vida, dijo haber sido prácticamente adoptado por los dueños de la hacienda que daba nombre al pueblo, retomó sus estudios truncos, hasta cuando fue descubierto por su madre, quien no sólo amenazó con denunciar a los dueños de la hacienda por rapto sino, trato inhumano y esclavitud. Así es como, desprendiéndose de su nueva familia, con la retribución por años de servicio, retornó a su pueblo bajo la atenta y severa mirada de su madre.

Doña Mercedes, fue siempre de temer, al frente de cuasi media docena de hijos, peones y acogidos/as, con una pareja ausente que solía ser parte de la migración golondrina, quedaba buena parte del año al frente de la familia, conduciendo a cinco hijos varones lejos de las tentaciones que afrentara su nombre, las buenas costumbres y la moral ancestral, sin que ello los vacunara de ser machos, enamorados y con hijos en más de una mujer. Cosa que no sucedió con Juan Salazar, porque él se socializó por negación, haciendo que se sintiera con mayor moral que sus hermanos y siempre anotara con orgullo, que con una mujer se casó y ella es la única madre de sus hijos.

El retorno a su pueblo no duró por mucho tiempo, esta vez planificó detenida y profundamente su siguiente incursión, migrando sobre un camión para nunca más volver, salvo que no sea mostrar su éxito migrante asumiendo la mayordomía de su pueblo, las obras sociales, el compartir de su bienes populistamente, como suele hacer todo andino conquistador de la ciudad, a 'Lima la horrible' para unos o 'jardín' para otros.

Esta vez se situó en el centro de Lima, trabajó en muchas cosas, en una ciudad que crecía y se extendía hacia sus costados, tenía 20 años y muchos sueños por delante, hasta que un día al retornar de misa, una adolescente de 14 años bien vestida se le acercó, no habían intercambiado más allá del saludo, cuando apareció el padre, grande sería su sorpresa de reconocer en él a su nuevo jefe.

El padre se puso en sus trece y por el honor de la familia, los casó en un santiamén, sin apenas conocerse. El debió esperar algunos años antes de ser en verdad pareja, porque ella era una niña. La última ves que viajamos juntos a su pueblo me mostraba, la casa de sus padres y recordaba con mucho amor a su suegra: “Sabes hija, en realidad ella fue la madre que no tuve, cuando nos casamos con Yolanda, venimos a ver a mi madre con mi suegra Manuela, antes de viajar me mandó a preparar media docena de ternos, a Yolanda muchos vestidos, cuando llegamos todos se admiraban de mi porte y que estuviera casado. Yolanda era muy joven y tierna, sólo pensaba en jugar, fue su mamá quien nos ayudó a ser pareja. Ahora que vuelva a Lima haré su misa”.

Ciertamente la abuela Manuela era de otro mundo, la conocí en los ochenta, era una limeña mazamorrera de esas que ya no hay, bien puesta, tan linda y bella, llena de amor y aromas, te recibía con calidez en su casa de Breña y servía esos camotes fritos en cuadrado que nunca he vuelto a comer, pero aquello que más admiraba en ella, era ese amor con el que protegió a nieta y nieto en doble orfandad ciertamente muy distante de mi abuela que expresaba su amor de otro modo, aún conservo de la abuela Mercedes, la colcha blanca tejida a crochet, ese era su modo de amar una mujer hecha a prueba de rigores.

Juan creció y se hizo de profesión negociante y negociador, tuvo todas las empresas habidas y por haber, codeándose con la crema y nata de los poderes públicos y privados de este país. Tenía gran olfato para los negocios, pasión por los carros y la buena mesa. Después de los carros fueron los bienes raíces y la venta de tierra. De pronto tenía la propiedad de hectáreas en Chuquitanta que las revendía o transformaba en asociación de vivienda; en Naranjal compraría oportunamente al japonés que tiró la toalla con la crisis de los noventa y bueno para un vivo, hay otro vivo y medio. Fue su peor negocio, al punto que debió recuperar parte de su terreno, comprando nuevamente a su propio abogado, ratificándole en que dinero y riqueza no hay que confiar en nadie, menos en "profesionales". Luego vendría, Trapiche, Puente Piedra. No conforme con ello retornó a su tierra para recuperar los terrenos de sus ancestros comprando aquí y allá. Poco a poco comprendí su apego a la tierra, al cual se relacionó en sus diversas formas.

Inclusive, Gramadal, es el recuerdo simbólico de su relación con la segunda familia que tuvo en lvida, si bien él no compró esa propiedad sino su esposa, los dueños de las 10 hectáreas eran los hijos de la hacienda San Nicolás, quienes lo buscaron, cuando decidieron vender la propiedad porque lo consideraban el hermano menor de la familia. Desde la perspectiva de Robin Norwood en “Dime qué, por qué así, por qué ahora”, sin duda el se ubicaría en uno de los niveles iniciales de nuestro tránsito por esta vida.


Hasta el año pasado solía conversar con él preguntándole hacia donde iba con tantas propiedades, las que a medida que pasaban los años crecían en vez de reducirse, con el costo y el peso de su administración como gestión, cada vez más agobiante que implicaba su sustento. Cuando sus dos hijas estaban fuera del país, solía llamarme para resolver sus preocupaciones económicas -a mí que era una neófita en el asunto- y ante los impases de pareja -siempre en el terreno económico e inversiones-. Cuando algo sucedía me llamaba él o ella, así que yo terminaba siendo la mediadora para que la sangre no llegue al río. Finalmente, con el tiempo se equilibraron y aprendieron a vivir en familia, sociedad  y buena vecindad.

En septiembre del 2019, cuando viajamos a su pueblo, descubrí que era ese niño de 12 años, todavía asustado, dolido y traumatizado, que justificó y se identificó con un padre ausente, sin haberse reconciliado con su madre que hizo el doble papel, con mucho rigor, abuso y violencia. Un modo de compensar ese vacío era la posesión de todo aquello que pudiera hacerse, conversamos mucho  sobre el camino del desapego y el perdón, quedamos que esta vez dejaría de delegar y financiar, inclusive sus sentimientos, que no sólo visitaría a doña Manuela, sino iría a la tumba de su madre Mercedes a perdonarla y despedirse.

No sé si lo hizo, porque no volvimos a vernos después. El Covid 19 nos encerró. En marzo se fue su  penúltimo hermano el tío Oswaldo Salazar, a quien vi con dolor en su estado ausente, a cuyo funeral no pude ir, al igual que hoy no lo haré al  funeral del tío Juan, una vez más estoy en cuarentena tras mi incursión sucesiva a la pandemia. Pueda que su partida, en verdad sea el inicio de nuestras propias partidas o reencuentros, lo siento profundamente por mi tío Vicente, el último de los Salazar de su generación, el más sensible y amoroso pese a ser castrense, le ha tocado la peor parte, como es sobrevivir a los amores que parten, su madre y sus hermanos, él se salvó de una, Vilma lo llama desde entonces el Spaiderman o Superman Salazar.

Juan Salazar es el único tío paterno, con quien adquirí licencia para ser, hacer y decir lo que pienso sin temor de ser incomprendida e impertinente. Nos adoptamos mutuamente cerrando los setenta, mientras recuperaba su vida desperdigada por ese entonces, en tanto yo construía la mía.

Llegué a sus vidas de mano del menor de los Salazar, mientras él y ella estaban ausentes, hallando en sus siete hijos los hermanos y hermanas con quienes partir y compartir. Tiempo en que sus mellizos, Vilma y Manuel se tornaban en mi hermana y hermano menor, la pequeña Sonia en mi consentida, pugnando más de una vez su lugar con mi hija. El inquieto Walter, dejaba la calle para buscar mi cariño cada vez que llegaba a su casa y me mostraba su nuevo proyecto, el arisco Carlos se me acercaba y colocaba su rostro en el brazo, ambos hoy en algún lugar donde harán el recibimiento a su padre.

Yo sólo viví mi único parentesco paterno fluido , sin  percatarme que marqué sus vidas, hasta que hace un tiempo la pequeña Sonia que vive en California me dijo: “En verdad tú eres la responsable de que haya querido tenerlo todo, cuando venías los domingos, entrabamos a la tienda y me decías: ‘elije lo que quieras’, yo pensaba, ‘quiero ser grande como ella’ y no pedirle permiso a nadie para regalar lo que yo quiera y a quien quiera”.

Y Carlos con 40 años, mientras lo sostenía entre mis piernas para calmar su dolor y dificultad de respirar en tanto se le agotaba la vida -como aprendí de mi prima Margot Trujillo que calmaba a su madre del cáncer al útero-, me contaba que solía esperar mi llegada los domingos, porque era como fiesta porque preparábamos lo que ellos querían. Durante las noches en vela yo intentaba eludir el dolor sin hablar de él, pero era tan fuerte que me decía: “Caty, yo sé lo que tengo, sé que voy a morirme, lo único que lamento es que dejé de hacer y pasar muchas cosas por miedo, no dejes nunca que el miedo te detenga, has lo que debas hacer”.

Con Walter nuestra relación siempre fue fluida y a la vez compleja, le preguntaba a cerca de su vida, sus elecciones, decisiones, sus riesgos, solía decirme: “Caty no te preocupes, yo sé cuidarme, cuando me vaya será bajo mi ley.” Lo miraba en toda su humanidad y siempre descubría detrás de aquel rostro marcado por la vida, al niño terrible que conocí, hasta que comprendí que todo lo que le dijera o hiciera por él no contaba sino su propia decisión y elección.

Mi tío Juan era de esos hombres que inclusive en domingo siguen trabajando, porque para  él y los negocios, nunca era feriado. Recuerdo aquel verano de los setenta, que prometió llevarnos a la playa de Ventanilla, a la que yo  jamás había ido, nos llevó muy temprano era entonces una playa hermosa pero difícil de disfrutar por sus olas altas. Tras asegurarse que tendríamos de todo, dijo que iría a resolver un asunto y no volvió hasta cuando el sol se ocultó en el horizonte,  nosotros/as tiritábamos solo con ropa de baño y toallas porque en la maletera dejamos nuestros cambios.

Yo impresionada, porque mi papá Félix, jamás hubiera hecho eso, le pregunté: “tío que pasó”, y él solo respondió: “son los negocios hija, a veces se dilatan y estaba seguro que ustedes se estaban divirtiendo”. Nos subimos al carro y mi olfato inequívoco, sintió a licor, nuevamente le dije, tío vas a conducir ebrio, se río a carcajadas y respondió: “Hija cuando estoy tomado, tengo mejores reflejos, soy mejor que meteoro”. Por su puesto que yo me callé y recé todas las oraciones que conocía. Mis primos me calmaban diciendo que era cierto, el manejaba muy bien y nunca había tenido un accidente.

Al día siguiente me levanté temprano, le pedí conversar con él. Yo tenía 18 años. Le dije lo que pensaba, mi preocupación y temor, cerrando con la frase: “Tío si tú eres un suicida, es tu decisión, pero lo que no entiendo es el siguiente paso a ser homicida, son tus hijos/as a quienes tiene que cuidar y proteger”. El se quedó callado y luego, me respondió: “Hija, sabes que eres la hija mayor, que hubiera querido tener, no lo había visto de esa forma, siempre he estado seguro de ser un buen chofer y no me importaba más, ahora me haces comprender que no basta ser bueno sino responsable”. Me abrazó, fue a buscar un lechón para el desayuno.

No sé si lo cumplió en la vida cotidiana, porque yo iba de tiempo en tiempo, lo cierto es que nunca más lo volví a ver manejando ebrio, cuando el tiempo avanzó siempre contó con un chofer sea este hombre o mujer, las veces que nos veíamos era para conversar de sus planes y proyectos. Jamás se detuvo ni cuando perdió una vista por una mala intervención o cuando su audición descendió, me decía siéntate a mi izquierda, por aquí si escucho y conversemos.

Le encantaba contarme la historia de nuestros ancestros, por él me enteré que nuestra tatara-tatara- abuelo fue un español Ignacio Salazar y su esposa una mora alta de ojos verdes de quien no recordaba el nombre,  de donde nos viene la sangre negra que corre por nuestras venas y los ojos pardos del verde desteñido. Quienes tuvieron dos hijos Rosa y Feliciano Salazar. Rosa sólo tuvo una hija y allí quedó, Feliciano tuvo también dos hijos: Carmina y Samuel Salazar Hidalgo, Carmina sólo tuvo una hijas y Samuel ocho, cuatro hombre y cuatro mujeres. El mayor fue su padre Francisco.

Se le iluminaba el rostro cuando contaba sobre su abuelo Samuel Salazar, de cómo se construyó de la nada un lugar en su pueblo y país. Porque fue al igual que él un visionario emprendedor. Solía decir que la universidad pierde el ingenio, él se sentía agrónomo, arquitecto, ingeniero civil, abogado, contador y hasta hechicero. Yo solía decirle "eres un tinterillo"  o un hacedor de sueños.

Era un hombre de los años treinta del siglo XX que se hizo a pulso, transitó por esta vida lleno de proyectos y a sus 88 años, deja en proceso un centro comercial en construcción en la zona de Naranjal, otro campo deportivo por Pan de Azúcar, su edificio de Tanta Mayo donde soñaba instalar un complejo de restaurante, gimnasio y sauna. Un centro de productos orgánicos sostenible con energía solar en Gramadal, la tierra de sus ancestros unificada en Colcas, donde haría un centro de acogida con sauna, el resto ya tiene nombre propio para sus hijas e hijos, y como le dije en septiembre, "sólo te llevas lo vivido y bebido, nada de lo que te quita el sueño se irá contigo". Quedan sus huellas por las iglesias del cono norte, el centro de Lima y Colcas, así como las comisarías donde aportó generosamente como ciudadano solidario.

Juan Salazar Cadillo, ha partido el día de hoy, en brazos de su siempre hijo, chofer, enfermero, consejero, cómplice y mandadero Juan Manuel, mi querido primo Mañuco, su melliza Vilma está llegando de Gramadal donde ha pasado todo este tiempo de inmovilidad,  seguro que Richard se sumará a ellos y Sonia debe estar viviendo un profundo dolor, siento no estar con ustedes como siempre, haciéndonos juntos fuertes ante la partida y compartiendo el dolor.  

Juan Salazar va a encontrarse con su madre, yo decreto que sea para saldar sus deudas de amor desconectado; reconciliarse con su hermano mayor Moisés y decirle que lo perdoné. A abrazar a su consentido hermano Esteban y su hermano Oswaldo que se adelantó en el verano. A rendirse cuentas con sus dos hijos: Carlos y Walter.
Y como el universo es generoso a abrazar a su suegra a quien respetó y amó mucho, al igual que su suegro, sus padres y hermanos de San Nicolás, para decirle que Gramadal sigue en buenas manos. 

Descansa en paz tío Juan, ya nos encontraremos para que me cuentes tus nuevos proyectos.

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