domingo, 11 de mayo de 2014

LOS ROSTROS DE LA MATERNIDAD

Es un viernes nueve de otoño,   dos de la tarde, en dirección  a mi última sesión del “Taller de Enfoques y Estrategias para la Investigación Académica”, cuando el vehículo bordeaba  la Plaza  la Bandera  y toma la avenida Sucre,  de pronto veo casi sin mirar una escena desgarradora.
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Un niño de probables siete años de edad tiraba de una maleta con ruedas más grade que él -como aquella de mano que usamos para viajar en aviones-, una mujer que parecía ser su madre,   caminaba paralelo a él  como a un metros de distancia, de pronto  se acercó,  le tiró de las orejas y le  dio una bofetada  ubicándose nuevamente a la distancia inicial entre los segundos que va del golpe  a que el niño rompió en llanto desconsolado.
A su lado aquella maleta pareció crecer, su brazo cedió por el dolor o quizás   la impotencia. Mientras aquella mujer  recriminaba a gritos al niño que seguro no escucho entre su llanto y el ruido del tránsito.

La escena quedó suspendida en  mi recuerdo, la imagen de aquella mujer desgreñada, con su cuerpo contraído por la ira.

Me preguntaba: ¿Qué habría transformado a esa mujer en el rostro de madre castigadora? 
Imaginé que habría ido a la celebración del Día de las Madres en el colegio del  niño, donde por extraña ironía,  habría recibido una amonestación en el colegio o una queja por la conducta del niño. O quizás se habría frustrado porque su hijo no destacó en la actuación, y hasta  pueda ser, que no se sacó la ansiada canasta de víveres que todas las madres esperan obtener. Quién sabe, si como todo niño inquieto, aquel cometió alguna inconducta censurada por ella que desde su perspectiva requería de su autoridad  sancionadora y control que linda en el abuso.

Recordé   aquel ensayo a fines de los noventa, donde intenté rastrear los orígenes de la violencia juvenil, en  el abuso infantil por sus progenitores y los socializadores secundarios. Willy Rochabrún en aquel entonces hizo trizas a mis hipótesis, asomándome a la Teoría de la Resiliencia1.

Ahora que lo pienso ante los sucesos, me digo que si la resiliencia puede ser una esperanza para una proporción de niñas(os) maltratados, que no se transforman en abusadores  o abusados(as) del futuro2Deja de ser la vía  para  quienes mantendrán tal condición hasta  tornarse en tan o más violentos que su padre o madre. En estas disquisiciones llegué a mi destino y tuve una larga jornada que hizo dejar atrás mis reflexiones de la maternidad y abuso infantil.


Al cerrar la noche, tras una larga jornada y boemia en compañía de Cynthia Tellez, me dirigí a casa. Mientras esperaba mi transporte, me hallé ante  un segundo  evento que nuevamente me conmovió. Una hermosa niña de aproximadamente siete años,  venía brincando al compás de del ritmo de sus pasos, de pronto tropezó y cayó, mi susto se desvaneció cuando ella se levantó riéndose. Su madre angustiada soltó la mochila de la niña y su bolso que traía a cuestas, la revisó con rapidez  por si se había hecho daño, luego la besó y acarició, mientras la niña seguía riendo y celebrando. Cuando la  madre se aseguró que no fue más que un susto,  ambas me sonrieron por ser silenciosa espectadora de los hechos, recogió la mochila, su bolso y  la mano de su hija, retomando su camino. 

Cuando se perdieron en la noche, me dije que todas las cosas que nos suceden tiene un sentido si destinamos el  tiempo para detenernos en ello. Recordé el evento anterior de aquel niño llorando desconsoladamente por el abuso de la madre, en contraste con la risa de una niña  golpeada por la vida, animada  y amada   por la madre, así es como me di de bruces con las distintos rostros de la maternidad.

Allí es donde mi pensamiento se concentró en los matices del ejercicio de la maternidad de lo que somos testigos(as) cotidianamente y que deja de asombrarnos,  transformándose en el paisaje  inadvertido que nos rodea, sin detenernos a pensar  y preguntarnos: ¿Por qué?, ¿Para qué? y ¿Cuáles  son sus implicancias?

Y si algo nos  incómoda dejamos de ocuparnos diciendo que unas cosas cambian y otras no, que cada madre y padre educa a sus hijos(as) como quiere y puede, hasta cuando a la vuelta de la esquina ese niño(a) por imitación, se  ha transformado en amenaza social tocándonos como espiral  de violencia   cotidiana hasta tornarse en pandemia ocupando el  el rubro de inseguridad ciudadana que hoy sacude los cimientos de nuestra mega-ciudad al "profesionalizarse y venderse" bajo el rubro de sicariato.

Sin lugar a dudas es en el cuidado,  aprendizaje y  protección   donde niños(as) aprenden y desarrollan la conducta social del futuro. Son los(as) adultos o mayores  los responsables de cómo será su relación con el otro. Es su  madre, padre, hermano(a), tía(o), abuela(o), maestra(o), sacerdote(tisa), pastor(ra), etc. quienes  cooperan con  las bases de cada identidad y la canalización de las pulsaciones individuales, creando condiciones para distinguir y optar por el bien o el mal, deteniendo los  deseos allí donde empieza el derecho del otro.

¿Cómo  dejamos de ser conscientes de ello?, ¿Cómo dejamos de asumir tal responsabilidad dejando que dos tipos de tendencias se acentúen?
Generalmente en  nuestro país por las características históricas y especiales de ser madre, se adoptan la vía más “sencilla y eficaz”  la dureza,  para amoldar a hijos(as) según  mandatos de la sociedad bajo el mismo principio que hemos aprendido a convivir,  sin revisión alguno de su significado en nuestra propia vida,  así es como ejercen el  poder y autoridad se instrumentaliza a través de la imposición, monólogo, manipulación, voluntad desmedida, vaciado de información en la mente infantil.
El poder se ejerce mediante la fuerza, abuso, agresión psicológica, simbólica, verbal y física, del subordinado(a). Al igual que los eventos del día me revelaron con la escena del  niño golpeado por  una mujer  mayor que fungían de su protectora y la niña golpeada por la vida.

La primera madre representaría a aquellos adultos socializadores que perciben como más costoso en tiempo, imaginación, innovación, crecimiento personal optar por una maternidad estimulara del desarrollo de la inteligencia emocional, orientar, educar, socializar horizontalmente, ejercer la  democracia a través del diálogo, el argumento, hacer de cada evento el referente para cimentar valores, conductas, prácticas de convivencia sana,  de confianza, respeto y amor entre seres. Al que se aproximaba la segunda madre  en la noche de ese mismo  día.

No es difícil imaginar que la relación de aquel niño golpeado será de sometimiento ante otros golpeadores hasta transformarse en “lorna”3o abusador para quien esté por debajo de la escala de la ley del más fuerte, con muchas dificultades para superar los fracasos. En tanto que aquella niña que se ríe de las caídas a las  que la vida le enfrente, seguirá riéndose y lo  superará porque tiene la protección  y el respaldo de los mayores en los que confía y ninguna frustración la detendrá para alcanzar sus metas y lograr el éxito4.

Este sábado que acaba de transitar,  vi en familia la película “Asu Mare” en un canal de televisión  y entendí el marco de estos eventos y  ¿Por qué ha sido la película más taquillera? Un monólogo llevado a la pantalla que narra principalmente el rol represor, manipulador, mágico y visionario de una madre castigadora. Seguramente  que muchos hijos(as) y madres se identifican con esta forma de educar y ser educados, justificar el abuso como los límites y la condición previa de encausar a sobreponerse a la condena del fracaso.

Una versión llevada a la cinta de la madre castigadora y el padre ausente, que termina siendo asertivo y exitoso por el modo pícaro que Machín  ha encontrado de exorcizar caricaturizando su relación de abuso con la madre. Aquella que es elevada hasta casi la santidad por ser una madre de “raza pitbull que clava el palo de la escoba como jabalina pero calculado en velocidad y fuerza”.  

Machín muestra en su narrativa a pepe el vivo que termina perdiendo todas sus jugadas. Un muchacho de barrio alienado que toca fondo después de los “N” fracasos al no saber que hacer con su vida. Un drogadicto que es salvado por la campana cuando un ángel de la calle le regala su futuro, “la nariz de payaso” y produce una parodia machista. 


Sin embargo no todos los machín del país son tocados por un ángel. En el peor de los casos, son quienes  asesinan a su  congénere por una zapatilla, un celular o diez soles, o sólo porque le paró el macho. Y están los otros machín que matan a su madre, su tía, su padre, porque no hay otro modo de satisfacer su dependencia, ese fondo que han tocado y del que no pueden salir si no es en la cárcel o la muerte. Y están aquellos que recubren su ira, se transforman en galantes conquistadores y hasta se casan hasta cuando pueden ejercer control y abuso reproduciendo el círculo de violencia que han heredado.


Y como en todas las cosas socialmente aprendidas elaboramos conceptos absolutos en momentos de sublimación de un rol como suele ser cuando se conmemora el día del maestro, el padre  y la madre. De todas las conmemoraciones, en la que más se inyecta de sublimación y homogeneidad es la maternidad, sea para esteriotipar la conducta matermal de “la mujer” omitiendo a las mujeres y sus diferencias.

O para proveerle de atributos a su rol de madre  hasta naturalizar y adjudicarle un “instinto materno” omitiendo que en la base misma del concepto de instinto está la ausencia de excepciones, es decir, que se no varía y se da en todas y cada una de las mujeres. 
Si las mujeres madres lo fueran por instinto,    entonces no habrían mujeres que aborten, den en adopción formal sin volver a saber de él o  ella- aun cuando en el futuro los escudriñe en la búsqueda de su identidad-, o bien  lo más común de nuestra sociedad, la adopción informal o encubierta, cuando la madre y el padre dejan o se truecan los(as) hijos(as) con los pariente. Otras matan a sus infantes o hijos(os) en todo el planeta.

Y como si todo esto no fuera suficiente la maternalidad de la mujer es extendida  hacia el mundo público y político para condicionar su conducta bajo las pautas de su rol de cuidado y reproducción, ya no sólo biológico y fuerza de trabajo  en la familia, sino de la mayor moral, ocupación de puestos secundarios y de servicios en los partidos y una mayor exigencia  de su conducta política que la del varón y hay de aquella que quiera ocupar  o competir un puesto de poder.

Del mismo modo olvidamos el origen del día de la madre de nuestro tiempo que fue una medida norteamericana (1914)5  que de una protesta contra la guerra, avanzó hacia la reivindicación de las mujeres por el trabajo remunerado6 que luego fue contrarrestado con la sublimación de la maternidad para su comprometido el retorno incondicional al  papel de “ama de casa”, ama, dueña y señora del trabajo doméstico. Más adelante sublimación explotada  por el mercado en su rol de reproductora biológica independiente de si está preparada o no para asumir la maternidad. Sin negar otros contenidos y valores de las diversas culturas desde la perspectiva interculturalista7.


Hoy que una vez más se celebra el Día de las Madres, va mi reconocimiento y abrazo, a mis amigas y lectoras madres que además de parir a un hijo(a), invierten su esfuerzo cotidiano por hacer de cada uno ellas(os) buenas personas, tan buenas, como los son ellas y por eso mismo no han renunciado a  ser seres libres e independientes.  
A mis amigas mujeres que no parieron, pero que han asumido la maternalidad, haciendo de muchos seres humanos que se han cruzado por su vida, tan buenas personas como ellas, va mi abrazo.
Gracias a ellas y a esa opción de tomar el camino más largo, está asegurada  la reproducción social, en cada minuto de cada día para hacer de este mundo más acogedor y humano.