Mi viaje interprovincial del primero de octubre, está llegando a su fin, de camino a casa veo que Domy, mi amiga cosmetóloga tiene su salón abierto y sólo dos clientes. Me animo a reducir el volumen y los tres colores de mi cabello, puesto que, al blanco y castaño medio, el sol le ha añadido el tono claro de antaño. Puedo con el bicolor, pero me parece mucho el tricolor.
Efecto Mariposa por respuesta
Tenemos tiempo para contarnos de nuestras historias entre no vernos, las ganancias, pérdidas y cambios. Recordamos como hace treinta años peinaba a todas en casa ad portas del matrimonio de mi hermana Lucy, descubriéndonos que hoy, ya somos abuelas. Entre habla y habla, no me percato que cambió mi corte de cabello, en otro tiempo me hubiera frustrado y hasta malogrado mi noche, ahora me veo y digo que no importa, ya volverá a crecer, sin duda esta es una nueva yo. Es noche entrada, nos despedimos cargándonos y encargándonos saludos para nuestras familias
Sigo mi rumbo, al
terminar la cuadra, me encuentro con un cuadro de varias personas con rostros
alarmados. Me abro camino para continuar, cuando llama mi atención la mirada de un
hombre que tiene de la mano a un niño, pregunto: ¿Qué sucede?,
él me responde: “Esta niña está perdida y no quiere despegarse de mí”.
Varias voces dicen muchas cosas que no escucho, puesto que se alejan.
Le digo: “Si
está perdida, llévela a la comisaria que está cerca”, el padre y el niño
me mira azorados. Contemplo a la niña de unos 70 centímetros, ojos grandes y cabello negro corto, vestida alegremente como si fuera media
mañana de primavera, con polo de manga corta y un globo en la mano, recordándome
a mis dos nietas, mientras se mueve nerviosa. Me doy cuenta que el hombre, al
igual que las personas que se esfumaron, no quieren involucrarse.
La niña me mira y dice que su casa está muy lejos, que no tiene mamá, la tomo de la mano y pregunto sobre su nombre, ella apenas puede pronunciarlo. En adelante la nombraré Vanessa para protejer su identidad.
Es grande de tamaño, pero aún
muy joven en el lenguaje, no entiendo su media lengua o quizás yo esté
sorda con el bendito dolor de oido. Indago su edad y me muestra cuatro dedos. Pregunto por su mamá, vuelve a
decir que no tiene, insisto por su papá me dice un nombre.
Animo al señor,
“tiene que llevarla con la policía para indicar cómo la halló”, yo lo puedo
acompañar para apoyarlo. Cuando menciono policía, Vanessa empieza
a llorar. La calmo, le pregunto por qué no quiere a la policía, nos cuenta que
la policía le sacó sangre de la cabeza a su tío. Le digo, “entonces no
iremos con el policía, sino con una señora oficial que te llevará con tu mamá”.
Accede, la tomo
de la mano y los cuatro vamos camino a la comisaría. Durante el trayecto sigo
preguntándole donde estaba, ella dice que estuvo jugando, que quería irse a su
casa, pero que es lejos. Hace frío, pero no parece sentirlo, la abrazo. Llegamos a la
comisaria, aquella que yo conocía como “comisaría de mujeres”, que nos costó tantas gestiones conseguir. Descubriendo que ya no lo es en nombre, función y hasta composición, sino un
centro logístico de la policía.
Al policía de
guardia, le pido que llame a una oficial mujer para que se haga cargo de la
niña, porque ella teme al policía varón, me dice que no hay ninguna, añade que el
señor ni yo podemos irnos hasta que envíen a una patrulla de la comisaría de la Huayrona,
seguidamente registran nuestros datos. El niño del señor, que debe tener unos 6
años está inquieto y quiere irse a su casa, el hombre no sabe que hacer, decide
llamar a su esposa.
Llega la patrulla, insisto en la necesidad de una mujer policía, me dicen nuevamente que no hay, le digo que la niña teme a los policías hombres y narro nuevamente lo que contó, los dos policías se miran.
El señor, ya más calmado
explica el punto donde halló a la niña, una avenida grande donde pidió ayuda
para cruzar, el parque desde donde supuestamente podría haber venido estaba
lejos del lugar. La niña llora, me abraza y no quiere soltarse, los policías me
dicen que debo ir con ella hasta la comisaría que queda a kilómetros. Yo respondo, “sólo si me retornan hasta mi casa”. Los policías están de acuerdo.
En este punto el
señor con el niño, ya se han esfumado, subo a la 4x4 negra, Vanessa, sigue
aferrada a mí, la acaricio, hablo y la calmo, huele a polvo, sudor y miedo. Pienso en la última vez
que me subí a un vehículo similar, un 6 de abril 2001, franqueada con un convoy
de tres vehículos de resguardo desde Huari a Suhuas, para resolver las últimas
contingencias electorales en el Callejón de Conchucos. Durante el trayecto, cuando
estuvimos a la altura de la casa de MamaJuana, no pude
resistirme en pedir nos detuviéramos cinco minutos, para abrazarla al igual que
este día. El Comandante accedió, ella como siempre la recuerdo toda una
matriarca estaba horneando al igual que su amor, me regaló sendas bolsas de pan
caliente que todos los soldados y policías devoraron con alegría, mientras comentaban
que si hay más casas así se detendrían en cada lugar. Nada es casual todo
tienes sentido y contenido, cada acción provoca otra acción.
Dejo ese recuerdo,
cuando el patrullero encendió el vehículo. Le pido por favor, vayamos al parque donde el
señor suponía estuvo la niña. La madre, el padre o quien la cuidaba debía estar
loca o loco buscándola, imaginando lo peor con tantos niños/as extraviados. Sugiero
que si no encontramos a nadie buscándola, vamos a la comisaria. El policía me
dice, que depende de mi tiempo, le digo que no hay problema. Vanessa
está fundida a mí. Vuelvo preguntar por su mamá, es cuando ella dice un nombre,
estoy más tranquila, tiene una madre pero algo pasa entre ellas, que la negó como Pedro hasta tres veces.
Le digo que vamos
a ir al parque, que vea por la ventana para que me cuente si es donde estuvo
jugando. Cuando llegamos, ella dice: “yo jugaba con juegos”. Vemos luces y juegos
mecánicos, allí se desprende y pone en pie, reconoce el lugar, con alegría y
seguridad, dice que allí jugaba.
Ya es oscuro, hemos
rodeado la tercera parte del parque, se nos acerca un hombre joven pidiendo ayuda al
patrullero, porque hay una madre que ha perdido una niña. El policía le pide
que llame a la mamá, mientras comenta a su compañero: “seguro ha estado mirando el celular
y no a su hija”. Vanessa está inquieta, quiere bajarse, es una niña muy
despierta e incontenible me recuerda a Mayu y Puñuy de pequeñas.
Luego de un rato,
aparece la madre bañada en llanto, cuenta que fue un minuto de descuido, que
tiene tres niños, que la esperemos porque los ha dejado encargados, teme
también perderlos. Los policías se miran y me dicen, “señora llámele la
atención para que no se vuelva a descuidar”. Les digo tres niños en
medio de muchos otros es demasiado y que Vanessa demuestra ser una niña sumamente
inquieta, puesto que ya abrió la puerta del carro y se bajó.
Esperamos otros
15 minutos, Vanessa es incontenible, quiere ir a los juegos, aun cuando
no ve a su madre. Al final aparece la madre que debe haber bajado al Infierno
de Dante una y otra vez en este tiempo. Sigue llorando, la abrazo y tranquilizo.
Me besa y agradece, le digo que la halló un señor con su hijo, que no vuelva a
salir sola con tres niños a un lugar donde es posible perderlos, que tiene una
niña muy saludable e inquieta. En adelante, se ponga de acuerdo con alguien
para compartir el cuidado, recordándole que cada día se pierden miles de niñas
y niños sin dejar rastro.
Así es como constato, que el rol del cuidado, sigue siendo de un sólo género, desde que somos capaces de cuidar del otro, que no tiene edad, día, ni horario; tampoco cuenta la condición, clase o estado civil; siempre habrá de quien las mujeres nos hagamos cargo, con riesgo que al menor descuido, ser sujeto de sospecha, dolor y sanción social. Hasta cuando aprendamos, enseñemos y compartamos socialmente esta responsabilidad, felizmente son tiempos de cambio.
Al final de esta historia, todas y
todos nos sentimos mejor. Valió la pena detenerme y postergar mi sueño, Vanessa
halló y retornó con su madre, a quien le ha retornado el alma. Ambas podrán
recuperarse y quizás esta experiencia las proteja de futuros riesgos de
perderse. El Patrullero me deja en la puerta de mi casa, todos los que están
fuera de la cuadra nos miran, asustados. Es raro que el la policía aparezca sin
que lo llamen, y mucho más, que yo, me despida alegremente.
José me abre la
puerta, Lucy está angustiada por mi tardanza, mi hija hace fiesta, les cuento y las emociones
vuelven a su cauce. Otro es el cuento en mi cuarto, mis dos nietas han tomado
mi cama por asalto, una recién convaleciente de un virus no identificado, ergo volveré a cambiar la ropa de
cama que ayer mudé. Y rescataré a Mía que ha sido espantada de su reino.
Pero ese ya es
otro cuento, sólo diré que mi necesidad de dormir sigue postergándose, el premio al final de la jornada fueron los besos,
abrazos, cuentos y engreimientos de mis nietas, el calor de mi familia. Esta
madrugada del segundo día de octubre, cuidando de mi madre que aún está lúcida, le cuento sobre su hermana, dice que rezará para que Dios alivie su estado. Entre el ir y venir en su ayuda escribo en compañía y
abrigo de Mía, mi hija gatuna que vive a mi ritmo.
Cierro, enlazando mis cuatro decisiones del primer día de octubre,
cuyo milagro unió dos días y tres noches sin agotamiento, nada extraño en si ser y hacer, sólo que antes era de fiesta, viaje y trabajo remunerado. Hoy el universo me permitió, compartir con otras vidas y eventos que fueron entretejiéndose para
revelarme parte de la respuesta a una de mis reiteradas interrogantes:
¿A dónde van
las niñas y niños cuando se pierden?
Pueda que al
igual que esta niña de 4 años a la que he nombrado Vanessa, durante
mi narrativa, se encontró por designios del universo con alguien que se ocupe
de ella, la calme, movilice la solidaridad, el sistema y la retorne a donde
pertenece, esté segura y protegida.
En caso contrario
la niña o niño perdido, primero deambulará, hallándose con muchas personas indiferentes que
apuran el paso, porque ocuparse es invertir su tiempo, priorizando lo "urgente e impostergable" en épocas de inseguridad, profundo egoísmo y mayor infelicidad. Seguramente en
estas condiciones una niña o niño perdido se confunda y extravíe más, asustada/o
se oculte, sufra un accidente y hasta muera
Podría ser que la niña o niño, al hallarse en un lugar y momento equivocado, se tope con algún ser monstruoso, quien aprovechando de su miedo e ingenuidad la engañe, atrape y dañe; haciendo de ella y con ella lo inimaginable.
Lo cierto es que
reduciremos estos riesgos, si estamos alertas como padre, madre, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuela, vecina,vecino, advirtiendo más el cuidado de niñas y niños a su ritmo y velocidad. Quizás más de uno de ellas/os haran de este mundo mejor, de aquello que hemos logrado hasta hoy, con tanta violencia, consumismo y egoísmo.
Y cuando nos
hallemos con una niña o niño perdido, cada ciudadana y ciudadano, independiente
de lo que tengamos entre manos y cómo nos hallemos en primera persona, nos ocupemos
solidariamente, teniendo a cambio la recompensa de paz en el alma, habiendo
retornado el regalo de amor y sinergia que el universo suele darnos cuando
menos lo esperamos.
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