Chaquinani de Cementerio a Pomacancha |
En esa nueva dimensión, te acogerán los amores que te esperan
y tú deseaste tanto. Tu tránsito fue acompañada y rodeada de amor en tu lecho,
como tantas veces tú lo hiciste con quienes antecedieron. A unos(as) sosteniendo
sus manos misericordiosamente, animándolas a superar su temor para “pasar de
esta a otra vida”. Aquellos(as) que no lograban desprenderse de su apego a
la tierra, sus posesiones y aceptación de su finitud, orabas en silencio,
mientras aliviabas su sufrimiento con tu magia. A quienes, pese a tus esfuerzos
y amor, debías dejar partir, bañada en llanto, orabas por su alma de rodillas,
asida de tu fe, amor y esperanza de hallarlos en esa “otra vida”, acallando
el dolor devoraba tus entrañas.
Camino de Capilla Jirka |
Siempre me asombró tu modo de transitar por la vida y encuentro
de cara con la muerte, dialogar y contarlo. Cuando era adolescente, eras mi tía
mágica, sin miedo y poderosa; pasabas de la narrativa del día, al
cuento de tu último avistar o encuentro con espectros, sea al atardecer, la noche
previa o sólo hace unos minutos.
A veces con “un alma en pena” de quién había muerto y
aún andaba tras sus pendientes, a él o ella no los interrumpías, te santiguabas
y dedicabas una oración para que encuentre su camino a la luz. Cuando se
trataba de un alma que “andaba recogiendo sus pasos, porque pronto
partiría”, cargabas con tu fe y sabiduría para acompañar su tránsito y
animar a la familia doliente, advirtiendo del tiempo que tenían para prepararse
con sólo con tocar la muñeca del moribundo(a).
Coherente con tu ser y hacer, en tu trato con
la vida y la muerte, reeditaste la preparación de tu hermana Mayor Francisca,
para recibir con respeto, dignidad y suntuosidad a la muerte tras una
vida tomada, aquella que nunca te regaló nada, por lo que le arrebataste cada parte
de ella con coraje, decisión y perseverancia.
Tras el entierro de “capulina” (Pedro), nos quedamos
solas cuando todas(os) retornaron a lo suyo, ese fue el tiempo donde ambas
pudimos vivirnos en conciencia e intimidad profunda, de diálogo, escucha
y comprensión, enjugando nuestros dolores, animando nuestro ser, sentir, vivir,
pensar, querer, saber y asumir nuestra finitud.
Tú me miraste profundo, tomaste mi mano y dijiste “Hay
Pichu Chanca, desde cuando naciste con siete meses, luego te salvaste con mis
remedios de morir a las dos semanas de esa infección estomacal. Hasta te
bautizamos de emergencia en la prelatura de Huari, con mi cuñada Deufilia Peña
Espinoza como tu
madrina, envuelta en una tela de colores, que compró de la única tienda en ese
tiempo. Y cuando te fuiste a tierras extrañas, con pocos meses pegada al pecho
de tu madre, supe que vivirías y serías fuerte, nada te tendría, porque siendo
tan pequeña habías vencido a la muerte, fuiste a la escuela y te has hecho más sabía
que todas en esta vida”.
Luego te quedaste en silencio, mirando tus maíces que
crecían erguidos como tú. Respeté ese momento porque sentí que mirabas hacia
adentro, en tanto yo recordaba que era la misma historia, que mi madre me contó
desde niña cuando me ponía en riesgo por ‘traviesa, incansable y caerme
tanto’, pero esta vez en voz de la actriz que sembró su
fuerza y fe en mí. Tu voz volvió a sonar y añadiste: “Hija es bueno
que estés preparada ante la muerte, pero no la desees, porque parece que cuando
es así se tarda más. Desde que murió Allma le he pedido a Dios que me lleve con
ella, he preparado todo y no sucede. Sabes que mi cajón lo he prestado tantas
veces a quienes se van antes, y sigo estando aquí, hasta que papa Dios lo
decida”.
En aquel tiempo, me mostraste tu alma para admirar no sólo
tu espera, sino esa capacidad de prepararte espiritual, material y conscientemente
que permitió comprobar mis lecturas y conocimiento de la cultura andina en mi
quehacer por el país (sobre los ritos de muerte en el mundo andino escribí en este mismo blog en el siguiente enlace[1]).
Cuando murió tu hija Allma, creíste que no soportarías el dolor, porque sentías que tus entrañas estallaban y una parte de tu alma se iba con ella. Con desesperación rogaste a Dios se apiade de tu sufrimiento, esperando que así sea compraste tu féretro, mortaja y dispusiste los animales que se sacrificarían para dar de comer y beber a quienes te acompañarían. Esperando que todo el Callejón de Conchucos acudiría a despedirte, eran más de 200 ahijadas(os) de nacimiento por tu hacer de partera sin incluir, madrinazgo de bautizos, matrimonios, confirmaciones y a quienes arrebataste de las manos de la muerte tanto niñas(os), mujeres y hombres, sin discriminar animales.
En tu banca de descanso para el caminante |
Atardecer desde de Huamantanga |
Viajaste por todo el Callejón de Conchucos desde Huari a
Sihuas, de Chavín a Huaraz y Chimbote, para ti fue ampliar tu territorio y la
variedad de su belleza, pero igual de pobre y olvidado.
En Barranca te enamoraste nuevamente del amor, descubriste
otras posibilidades de vida y las ventajas del idioma español, los trabajos
temporales en la Fábrica San José, los campos de Pativilca y Medio Mundo, la
pesca en Supe y Huacho. De Caral tomaste el ganado caprino, para mejorar los
que había en tu pueblo.
Fue Lima de los 40 del siglo XX que cerró tu aventura
migratoria y decidiste retornar y quedarte en tu pueblo. Lima la horrible, te mostró, que no era para ti, vivir entre paredes de 120 m2, ser sierva uniformada
para distinguirte de un igual; ganar con esfuerzo un sueldo mensual que desaparecía
en dos días, comprar por kilos los alimentos con precios según tu cara y color,
ser burla del acento andino, fustigándote a dominar el castellano, pero abrazar
más el quechua.
Fuente: Anselmo Reynoso Herrera |
Ennumeraste tus múltiples oficios, cómo te hiciste comerciante, tejedora de sombrero, telar, ganchillo y palitos, mientras me heredabas el crochet que guardabas de mi madre, porque el resto que pasó a ser propiedad de Allma, lo quemaste creyendo que así exorcizarías el dolor de su muerte.
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Nos asomamos a tus amores, cómo los elegiste,
conquistaste y los sacaste de tu vida. Tus aciertos y desaciertos como madre de
tus hijas(os) y aquellos otro(as) elegidos, sus parejas, sus hijos(as). Y las razones por las
que te quedaste, como matriarca amada y temida de Huamantanga, aún me
parece escucharte alto y fuerte mostándome tus manos: “Con estas manos he
labrado la tierra, sin necesidad de un hombre que me ayude, con ellas he
recibido con vida a un nuevo ser, así como he hecho justicia contra todo hombre
malo, abusador y ruin. Ellos han probado esta mano negra, incluso delante del
Juez, claro que con respeto a la autoridad. Antes de pegar al sinvergüenza de
turno, le decía «Con su permiso
y perdón señor juez». Con estas mismas manos que he hecho justicia, le
pido a Dios por todas las almas y la mía”.
Mamajuana fue la cuarta
de seis hermanos(as) nacidos vivos: Francisca, Felipe, Jacinto, Juana,
Margarita y Dominga. Tercera que creció con vida y segunda de cuatro hijas
mujeres, de Toribio Herrera muñoz y Zaragoza Trujillo Aguirre. Nació
en el día antepenúltimo, del quinto mes, en el año 22 del siglo XX, cuando la
familia Herrera Trujillo vivía en Pariaucro, Huari.
Fuente: Anselmo Reynoso Herrera |
De su segundo
matrimonio tuvo tres hijos y dos hijas: LLuntu (Francisco), Allma
(Armandina), Chuschu (Marcelino), Dici (Diciderio) y Teo
(Teófila). La mayor de las mujeres, murió a inicios del siglo XX, su adorada Allma
quien se había hecho a su imagen y semejanza, al punto que dominaba todo los
saberes y haceres de la su madre, siendo una gran pérdida para ella, su pueblo
y comunidad religiosa.
De izquierda a derecha, Roberto, Mamajuana, Allma y Pedro detrás sonriendo, durante la fista patronal de los 70, (Fuente: Anselmo Reynoso Herrera). |
En primera persona,
la incursión inicial a Lima como bebé de pecho, evitó que murieran antes de cumplir tres años de vida por mi vulnerabilidad de
nacimiento prematuro, debido a la
precariedad y carencias de servicios de salud, condiciones familiares, sociales
y económicas en un caserío perdido de los andes, como sucede hasta hoy
con muchas(os) niñas(o)s peruanos, donde el Estado está ausente y la pobreza se
acentúa.
Con la segunda migración, me liberó de la confusión espacial, los problemas de comunicación y cultura de mi socialización primaria de un mundo urbano al rural, en un contexto de grandes brechas entre dos mundos. Una Lima con rezagos virreinales y un ande feudal, dentro de una república que se debatía entre la herencia colonial y los intereses oligárquicos, con anhelos europeos, mientras transitaba a una tímida industrialización, cargado de prejuicios, explotación, discriminación y exclusión por clase, origen, raza, sexo, lengua, credo y cultura.
La educación, salud y calidad de vida en el mundo andino brillaban y
aún brillan por su ausencia, sólo basta mirar la morbi-mortalidad de niñas(os)
antes de 3 años, la desnutrición en menores de 6, el retrazo y deserción escolar, y sin ir muy lejos, los rigores de la pandemia entre 2020-2023, aderezado por instituciones tomadas por la delicuenci y corrupción.
Mi primera
imagen simbólica sobre tía Juana, era una suerte de hechicera/ heroína/gigante, como los seres
mágicos de mis cuentos y novelas. Construidos a través de la narrativa de mi
madre, en su condición de hermana agradecida y recíproca, pues mamá cuidaba y
apoyaba a los primogénitos Pedro y Roberto en Lima (quienes fueron mis
hermanos mayores); mientras su hermana apoyaba a la abuela Zara, con mi hermano
Moisés y hermana Vilma en Huamantanga.
Luego que todas(os)
concretamos el proceso migratorio y el asentamiento familiar, tenía hasta tres
leyendas claras sobre la tía Juana: a) humana, amada, buena, solidaria,
inteligente y sabía para un(os). b) temida, evitada, odiada y envidiada,
por su lisura y temeridad para otras(os). c) intrépida, incontenible, fiera,
fuerte, firme, justiciera y bella para muchas(os).
Fuente: Anselmo Reynoso Herrera |
La realidad de su
ser y hacer, me mostró su grandeza, lo maravillosa, inteligente,
estratégica y táctica que era. Careciendo de herramientas de lecto-escritura,
tenía la seguridad, aplomo, confianza e interlocución necesaria para moverse al
interior de un sistema social, cultural, legal, burocrático, discriminador,
masculinizado y autoritario como eran las instituciones públicas y los actores
de una provincia aun feudal en los años setenta del siglo XX. Transformándose en
mi inspiración sobre demanda, negociación y conquista de derechos.
Si las leyendas
sobre ella me cautivaron con su imagen simbólica, tenerla como mi abogada
y protectora en primera persona, moviéndose con éxito y sin
aspavientos en el mundo de adultos, me hizo percibirla como poderosa,
invencible, incontenible. Imitándola en su habilidad para relacionarse
con tirios y troyanos sin bajar la cerviz. Siendo notable, su práctica para desprenderse
del estrés, al renombrar a las personas por su
particularidad indiscutible, unido a la narrativa fuerte y clara.
Una segunda
dimensión que descubrí en ese tiempo, fue su capacidad de gerencia y docencia.
Realizaba más de una tarea simultáneamente, mientras que con fluidez y firmeza
te hacia parte, delegando una actividad acorde a tu edad y capacidad,
mostrándote el proceso, sosteniéndote en el aprendizaje, animándote y
destinando para ti el producto de tu trabajo.
Para quienes no
comprenden la educación del niño(a) en el mundo andino, en contraste con
niñas(os) de cristal de este tiempo que sólo usan sus dedos en la pantalla, sería escandaloso. Para mí y tal
vez, para quienes tuvimos oportunidad de vivirla y aprender de ella, fue docencia.
En el contexto y la
cultura andina bajo la filosofía de “ama kella, ama llulla, ama sua”
(no seas ocioso(a), no seas mentiroso(a), no seas ladrón(a); se trata de una
educación donde se aprende haciendo, descubriendo el mecanismo, siendo parte activa del proceso y dominando cada actividad. Simultáneamente descubres el valor de ser útil, partícipe y aporte, mientras desarrollas habilidades, en un ambiente aderezado de diálogo, cuento, canto y risa.
Al final de la jornada, gratificado el trabajo
compartido y comunitario, con alimentos bien ganados alrededor del
fogón, recordando la historia de nuestros antepasados(as), intercambiando novedades
del día, contrastado con anécdotas de cada etapa del ciclo de vida. Comprendiendo
poco a poco el contenido de comunidad, como unidad colectiva, en sus
particularidades y continuidades.
Mi segunda
experiencia de convivencia con Mamajuana, fue después de dos años de la primera, durante las vacaciones
escolares, en compañía de mi hermana mayor. Era febrero y fiesta de
carnavales, celebrado distintamente a la zona urbana, donde la yunza, el baile,
canto, serpentina y la machka (harina o talco) eran instrumento de
aproximación entre hombres y mujeres para el intercambio, juego y
enamoramiento. Que en otros momentos estaba mediado por la distancia.
Allí descubrí en
primera persona la magia sanadora de Mamajuana, pese a todo el
largo tratamiento médico, de una afección que tuve ese año, no lograba curarme. Ella
volcó su sabiduría, aliviando mi salud y transformándome en su fiel creyente,
lo que ella tocaba se sanaba.
También descubrí, su
gran habilidad para la adivinación y el rastreo, a propósito del
extravío de dos ovejas bebés. Fue de película, primero leyó la coca, luego
preguntó al cigarro, cerrando con la lectura de maíz, para saber si
estaban cerca o fueron llevados a otro pueblo, obteniendo por respuesta que
estaban cerca y escondidos. Y si los hallaría, con repuesta positiva.
Tras la lluvia,
pensé que no habría huellas, pero fui curiosa junto a ella, descubriendo como
identificaba los pasos y los signos de la ruta, hacia el destino de sus ovejitas,
hasta encontrarlas. A modo de broma solía decir que ella tenía un acuerdo con
Dios, “Si alguien me hace daño a mí, a mis animales o mis seres queridos, beso mi cruz tres veces y recibirá su castigo”, nosotras moríamos de la risa
junto con ella.
Luego venía el
cuento próximo a la realidad, “A veces Dios está tan ocupado, ahí tengo
permiso para hacer justicia con mis manos. Hace poco el Señor X, me
insultó a propósito de los problemas de senderos, lo he cogido y puñeteado
diciendo esta por decirme negra, esto por bruja, esto por tu falta de respeto,
se ha ido escapándose de cuatro. Al día siguiente, nos encontramos cara a cara,
tenía el ojo morado; pero se ha sacado el sombrero y con mucho respeto me ha
saludado.”
Reía con esa risa
cantarina de quien no tiene sentimiento de culpa, sino convencimiento de defensa
de sí misma y sus derechos, solía decir: “Yo no he necesitado nunca que
nadie me haga respetar, yo me he hecho respetar a las buenas o a las malas. Y
cuando he visto algún abuso, no he visto a otro lado ni me he callado, nadie se
ha salvado de mi mano, ni siquiera mi compadre. Cuando X le pegó
a mi comadre, agarré el soplador [un tubo generalmente de fierro], puse el
compadrazgo a un costado diciendo: «con su permiso compadre, a una mujer no se
la toca, se la respeta», le he dado duro. Al día siguiente ha venido a pedirme
perdón y besar mi mano, diciendo que no sabía lo que hacía”.
Su narrativa era tan fluida, gráfica y clara, que fue la gran cuentista, te atrapaba al punto de introducirte en ellos a sus escuchas. Una de esas noches que compartimos, nos contó sobre las almas, mientras su hija Allma le frotaba la espalda, para aliviar en sus músculos, el rigor del trabajo tras la extenuante jornada.
Su puerta del dormitorio, era de dos hojas con ventanas a mitad de ellas, la noche cerró y acentuó el frío, un viento helado ingresó por la ventana abierta amenazando con apagar las velas. Sin dejar de narrar le indicó a mi hermana, que cerrara la ventana, ella obedeció sin perder la concentración en el cuento.
Mamajuana, interrumpió su narración, para indicar a su hija el punto del masaje: “¡Cchay, cchay! (¡ahí, ahí!)”. Mi hermana creyó que le advertía a ella de la presencia de un alma. Dio un grito y salto de gacela, lanzándose sobre la cama. Mientas todas reíamos a carcajadas. Quedando el hecho esculpido en mi recuerdo, riendo nuevamente mientras escribo, espantando en algo mi dolor.
Una muestra pequeña de la narrativa de Mamajuana va adjunto, contando a mi madre sobre sí misma durante una de sus visitas a Lima.
En esa segunda estadía, uno de esos días nos
dirigimos hacia Jato, una zona ubicada en la puna entre 4,500 a 5,000
m.s.n.m., donde tía Pancha (Francisca) era dueña y señora absoluta,
cuyos límites aparecían incalculables en mi visión adolescente. Allí vivía a veces
sola con sus perros, cuando su hija bajaba a estudiar.
Comprobamos en esa
visita que era ganadera de equinos, ovinos, caprinos y vacunos que sumaban una
gran manada, además de la abundante agricultura de oca, papa, olluco, mashua, linaza,
quinua, tawri, habas, y más. Con los que comerciaba y la hacía autosuficiente.
Tía Pancha era una
mujer hermosa, corajuda y libre, la mayor de la hermana Herrera Trujillo,
cubierto hasta sus ojos por un sombrero blanco de lana, ocultando el brillo de
sus hermosos ojos azules y protegiendo su piel nívea del inclemente sol. Con ella descubrí siendo adolescente, que el poder de la fuerza no era atributo
sólo del hombre, porque levantaba como si fuera una bolsa, los sacos de
alimentos. Enlazaba, mataba y trozaba el ganado en un dos por tres. Sirviéndote
un “mate” (plato hondo, de calabaza más grande que el parrillero) lleno de
papas, habas y ocas, con un molde de queso, otro de cordero frito y un tercero de cuy
entero, que sólo ver te quitaba el hambre.
A propósito de esa
visita descubrí, la gran capacidad de clarividencia y premonición de
Mamajuana, justo cuando nos dirigíamos a casa de tía Pancha, nos
detuvo a ambas hermanas, para advertirnos tratar con cuidado a los caballos sin
aflojar las riendas para no terminar entre sus patas, al igual que caminar y no
correr por la ladera resbaladiza y traidora, para volver enteras.
Nosotras
emocionadas, regias amazonas cruzábamos la llanura de Corral Pampa hacía la puna, mientras nos jactábamos a quién le tocó el mejor
caballo. De pronto, el mío tomó la delantera, en seguida el suyo, de trote pasó al galope a
punto de derribarla, en medio del susto sólo atiné a gritar, recuerda lo que
dijo Mamajuana, ella reaccionó agarrándose como pudo y tensando las riendas,
evitando que la primera premonición se concretara. Luego
descubrimos que el suyo era caballo y jefe de manada, por eso la resistencia a que la mula que yo motaba le llevara la delantera.
Ya en Jato,
extasiadas por el paisaje olvidamos todo, tras empacharnos de las bondades de la tía Pancha. Fuimos hacia la ladera verde, bella y traicionera, nuevamente fue mi hermana
quien resbaló y cayó sentada, cual tobogán rodó un largo trecho, que felizmente
no provocó rotura alguna (como aquella que hoy sí, supera), sólo un gran susto. Al
retorno, fue curada, sanada y bendecida por las manos y magia de Mamajuana, del
golpe, susto y corazón desbocado de ese tiempo. Ambas aprendimos queen
adelante, lo que ella anunciara era mandamiento.
Ya adulta a
mediados de los ochenta, durante mis vacaciones universitarias, retorné con mi
madre a casa de Mamajuana, siendo testigo del amor de hermanas, sus
reclamos sutiles, esclarecimientos, confidencias, cómo revivían sus tiempos,
sus parecidos, diferencias, altas y bajas. Descubriendo que más allá de la vida
elegida por cada una y sus posturas respecto a la misma, su modo de expresar
felicidad siendo distintos, se conjugaban y acomodaban sin colisionar.
Mientras Mamajuana expelía satisfacción, felicidad y alegría por cada día, independiente de las carencias, exigencias y rigores de la ruralidad, mi madre optaba por los lamentos de la distancia, la fraternidad mediada y la insatisfacción de sentirse extraña en su tierra y desterrada en la ciudad. Ambas a momentos expresaban sus emociones con risas cantarinas y en otros con llanto que enjugaba una de la otra.
Con Mamá y Mamajuana en su cumpleaños |
Tía Margarita y Mamajuana 1992 |
Yo era exigente,
me gustaban los hombres más guapos, como el papá de Roberto y luego mi esposo.
Con el segundo, tuve suerte los primeros años de enamoramiento, todos me
envidiaban porque nos amábamos y cuidábamos mucho como cuculis [palomas]. Quizás
el error fue casarme con un hombre de la costa, mientras yo amaba la sierra. Él
nunca entendió mi amor por la tierra, el trabajo y los hijos, tampoco yo, su
deseo por una costa ajena, desolada, pobre y abusiva. Me hice viuda antes que
muera, y cuando lo hizo, abracé mi libertad, me buscaron muchos hombres, no
más, mis manos son suficientes.
Margarita
siempre fue la más sumisa de todas, quiso mucho a su marido, fue detrás de él
por todos lados y le perdonó todo hasta el final. Tu madre que es la menor, su belleza
y nuestro cariño la hizo presa de sufrimiento en estas tierras, Dios la premió lejos,
con un buen hombre como don Felli [Felix], hasta el último de sus días. Tuve a
mi hermano Felipe, seguido de Pancha, que murió siendo niño, mi madre no se
recuperó. Jacinto mi único hermano hombre vivo, quizás porque éramos todas
mujeres, apenas se casó, se alejó de nosotras y nuestra madre”.
Mamajuana, Mamá, Teo y tía Margarita |
Fui a visitarla
allí más de una vez. La primera fue en abril, al poco tiempo de su llegada ,
allí me dijo: “Hay niña Catalina, llegas como el pájaro al vuelo con tu
cashpi chaki (pie delgado), te dije que moriría en mi casa
mirando mi cielo, chacra, gente y animales, pero no es así, me trajeron con
engaños por unos días y no me dejan volver. Ayúdame a subirme al carro y de ahí,
todo corre por mi cuenta, todos me conocen”. La consolé, diciendo que
estaba cuidada y acompañada, más cerca para que sus hijos, la familia y yo la visitemos.
Fue cerrando agosto del
2021, durante la pandemia del covid19, que su salud se resquebrajó, siendo
trasladada de Supe al Callao en Lima. Al cuidado de su sobrina Nelva, la
hija mayor de su hermana Margarita, siendo sostenida en todo este tiempo por
los hijos paridos en sus extremos. Su primogénito Roberto en Lima, entre
su ser y hacer de hijo, padre y abuelo. Y Teófila, la última hija desde
el extranjero, que en sus facciones se parece más a mi madre, heredado esta
condición a su única hija. Contando con el apoyo sostenido de Miguel, quizás en
agradecimiento al modo como Mamajuana lo hizo con él y hermanas(os) de niño
cuando primero su padre y luego su madre enfermó, dejándolos(as) muy jóvenes en
orfandad.
A ellos se han sumado el apoyo de sobrinas(os) que en tiempos de su poder y hacer fueron a su vez beneficiadas(os), sostenidas(os) y protegidas(os) por su amor, fortaleza y valentía. Mostrando la efectividad de la reciprocidad andina, en una sociedad que no se hace cargo de la tercera edad, ocupada en ser corrupta y expoliar los bienes de todas(os) los(as) peruanas(os).
Fuente: Anselmo Reynoso Herrera |
La vez que pude
verla, me despedí, descubriendo que pese a su avanzada inmovilidad, falta de
visión y escasa escucha, estaba consciente y lúcida, porque no sólo me
reconoció atada a sus recuerdos, también me nombró, escribí detalles al respeto
en[2].
El transitar y últimos
días de cuidado de Mamajuana, me han permitido, constatar que la vida es
un sueño, de idas y retornos, un pañuelo que al doblarse sus puntas suelen
encontrarse. Como bien me dijo ella “Una propone y Dios dispone”, más
cuando descansa la fuerza, los sentidos levantan vuelo y el poder se diluye,
para mostrarnos que tal como nacemos dependientes, una larga vida deseada por
muchos(as), nos hace nuevamente dependientes.
En el anverso de la moneda, de una larga vida, se requiere de cuidado y calidad, fruto de un buen vivir y ser, puede tornarse o no amoroso con cargo y encargo. A Mamajuana la vida le retornó en reciprocidad su bondad y amor, con el cuidado, la compañía y amor de manos de Nelva, la mirada constante de Roberto, el monitoreo de su hija por sobre la distancia, la generosidad sostenida de su sobrino Miguel, así como visitas y apoyos de muchos amores.
El reverso de la
misma moneda, muestra que el cambio, la calidad de vida social y económicamente
establecida, no necesariamente conjuga con nuestro espíritu y alma,
transformándonos nuevamente en recién llegadas(os) ad portas de
irnos de esta vida. A veces desarraigadas(os) de aquello que fue el sentido de nuestra vida, independiente de haberse tomado medidas seguras durante
el ejercicio del pleno uso de conciencia, la voluntad y decisión propia, en
nuestras manos.
Mamajuana no se murió en su tierra santa como pronosticó, pero se enterró en ella, gracias a la generosidad de su sobrino, Miguel que la llevó y forma parte de su rito de despedida con la misma picardía y alegría que Mamajuana. Quedan seguro muchos registros, el siguiente es compartido por Anselmo Reynoso Herrera.
Escribí mi memoria
de Mamajuana, desde nuestra historia compartida, que es un pequeño trozo de la larga,
fructífera, aleccionadora y humana vida. Mi percepción sobre su ser, pensar, saber
y hacer, que deja huella, de quien podría ser la última matriarca de Huamantanga
que perteneció y talló la estirpe de mis ancestras, mujeres que su medio, clase,
género, cultura, política, religión y rigores de la vida, no pudieron
doblegarla, porque ella con su espíritu libre y alma firme, supo hacer
sincretismo con poder, toma de decisiones y voluntad, hasta cuando las fuerzas
fueron suyas. Aún tras la muerte, el descanso de su cuerpo en su tierra natal y
según sus pautas, es su voluntad y se
respeta (sobre el duelo andino hay un escrito previo en un artículo 3).
¡Descansa en paz de una larga vida y misión cumplida Mamajuana!
¡Ve a hallarte
con nuestros antepasados!
¡Tus seres de
luz y ascendidos te acogerán como bien amada!
¡Ve ante ese
Dios humano que bien te conoce!
Pueda que no dejes
pendiente alguno y saldada tus deudas, cerrando tu ciclo encarnado, para ser un
espíritu ascendido, siendo así, espero tu acogida cuando me toque.
Yo me quedo cantando tu canto que es oración y esperanza en medio de la desesperanza de nuestro tiempo y aquello que nos toca después de tí.
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