martes, 25 de febrero de 2014

RECOLOCANDO UN MUNDO EN OTRO



Conocí a las hermanas Mitu y Misu a inicios  del nuevo siglo, atraída por un vestido negro tejido en algodón, escaso en nuestro medio, en un pequeño puesto del vestíbulo cuasi desierto en una de tantas galerías que se habían inaugurado en ese tiempo. Mientras revisaba el vestido en detalle, observé que las dos jóvenes dependientes,  se habían ingeniado para ofrecer simultáneamente   servicios de embellecimiento que hasta entonces sólo se obtenían en grandes salones de belleza: limpieza de cutis,  manicure, depilación de rostro   y tatuaje ecológico. Los dos últimos nuevos para mí, en la depilación de cejas, bozo y rostro usaban un hilo con gran habilidad y para el tatuaje que yo llamo ecológico por su temporalidad, usaban henna.

Miré con atención los rostros jóvenes y bellos de ambas mujeres hindúes  que apenas hablaban español y se habían asentado en la casi desierta segunda planta de esa galería a la que rebauticé como mercado persa, a donde incursioné atraída mi olfato seducido por el sándalo, rosa, pachuli, mirra que impregnaba cada rincón de su ambiente, creando un ambiente propicio para el expendió de aceites, sedas, cristales,  colores, brillo y  magia que te trasladaba hacia oriente con sus misterios.

Tenían por compañía a una distribuidora de productos deportivos y algunas tiendas de depósitos,  otras de joyería en pata y fantasía. Al este contaba con un ambiente amplio   que fungía de comedor de última generación, donde la cocina  era una extensión permitiendo ver la manipulación de los alimentos,  hecho inaugural hace poco más de una década. Ahora que caigo en cuenta, la galería durante sus inicios intentó sintetizar la dinámica de espacio dedicado a la comida como era tradicional incursionando tentativamente en el comercio de productos  para el disfrute de todos los sentidos.

Mientras revisaba los productos  y contemplaba su arte en el cuerpo de sus ocasionales clientas, pensé en las razones que las había impulsado a migrar tan lejos, de un continente a otro, en su caso  por su cultura, con el peso que implicaba desprenderse  de la familia, parientes y cultura. Me preguntaba qué las animó para hacerlo a un país como el nuestro. Imaginé sus sueños de libertad, progreso y quizás alejarse de las tradiciones donde las mujeres tenían menos oportunidades que las mujeres peruanas, hasta ser   emprendedoras no bien  pisaron suelo peruano.

No pude dejar de mirar tras la historia de estas mujeres jóvenes la historia de millones de sus compatriotas femeninas que según su casta y  lugar seguían experimentando, condiciones que negaban sus derechos humanos y sus derechos como mujeres. Recordé casi con escalofrío el rito del Sati o “viuda ardiente”, que hasta hace  más de un siglo era práctica principal de las castas altas  con extensión a las bajas, consistente en la inmolación de la  viuda se quemaban viva junto a su difunto marido, inspirada  en su religión y acicateadas por su cultura al creer que: “Hay tres millones y medio de pelos en el cuerpo humano, y cada mujer que se quema con el cuerpo de su esposo, vivirá con él en el cielo durante igual número de años” [1]

Cuando conocí este rito durante mis estudios de género, me preguntaba más allá de las teorías  antropológicas, el modo en que la sociedad hindú  construiría en el imaginario de las niñas la preparación para afrontar este momento en su condición de mujer y esposa. De ser voluntario el sacrificio, como muchos argumentaban, ¿Cómo debe  haber sido su vida? ¿De qué modo su percepción las había enfrentado  y convencido de la crueldad de su vida en la tierra para aspirar a vivir en el cielo por tres millones y medio de años   antes de reencarnar y volver a la tierra con la posibilidad de ser nuevamente mujer?

Una de las jóvenes me rescató de mis pensamientos, preguntándome  si me animaba por un tatuaje con Henna.  Pregunté por el origen y calidad de los productos que usaban y me dijo que todos eran de la India, los habían traído con ellas. Me animé por una manicura, que en realidad era un diseño en mis uñas porque hacía unos días que me había hecho el tratamiento. Mientras conversaba con ellas, descubrí las razones de su migración, sus  tristezas sus sueños y esperanzas, mostrándome que estaban hechas de gran energía. El modo como había descubierto en medio de ese contexto de ser mujer en la India tan compleja, la posibilidad de sobrevivir a través del manejo del cuerpo y rostro  que transcurre de soltera virgen a fuente de erotismo ya casada: “Desde un punto de vista antropológico, el maquillaje posee dos funciones esenciales. Por un lado, es una forma de adornar el rostro u otras partes del cuerpo para identificar al individuo como miembro de un grupo o tribu”. [2]

Cuando terminó de ornamentar mis uñas me quedé  contemplando las diez mariposas que se aprestaban a volar, me salió de muy adentro. Decreté  con total convicción al igual que en tiempo  se lo había dicho a María Luisa que se había iniciado en estos menesteres en otro punto de la ciudad: “Saben, creo que tendrán que hacer un giro en su  negocio, me gusta el vestido, pero si se dedican a lo que mejor saben hacer como mujeres de la India, como son estas formas de trabajar la belleza, no sólo tendrán una, sino muchas tiendas, recuerden siempre ser como son y  mantener la calidad de su trabajo, de ser así no hay  competencia que las gane”.

De este modo me hice amiga de ambas jóvenes y a lo largo de este tiempo siempre que tengo oportunidad de ir por su zona las visito, no necesité de mis poderes para visualizar en lo que hoy se han convertido luego de ver la belleza de los decorados en mis uñas, sólo me quedé corta. En poco más de una década, han logrado ser empresarias exitosas, al mismo tiempo que han definido  la línea de servicios que se ofrece en toda la segunda  planta de la galería donde se ubican: cuidados de pies, manos, rostro, más aun el éxito de la galería en su conjunto, que es notable por su desarrollo en los servicios. Ya no existe ese amplio ambiente de comedor, se ha subdividido en tantas tiendas como puede albergar.

Ellas son dueñas de casi toda el ala izquierda de su ubicación que suman aproximadamente una decena. Se han casado una tras otra, tienen sus hijos, han ido y venido a la india periódicamente, más de lo que suelo viajar a Huari.  Cada tienda es un mini salón de belleza, ocupa a  un promedio de  cuatro trabajadoras entre manicuristas, pedicuristas y cosmetólogas. Su crecimiento empresarial ha  generado puestos de trabajo para jóvenes mujeres con sueños semejantes al ellas al iniciarse –los únicos hombres son sus parientes que administran tiendas de provisiones de sus materias primas-. Provienen de  los diferentes conos de Lima, señalando que ya no  es problema, tanto por el horario como los servicios de transporte, las que vienen del sur dicen que el tren les ha cambiado la vida y que trabajar con Mitu y Misu es gratificante.

Luego de más de dos años sin asomarme por ese lado de Lima, en Enero,   fui de compras por la galería persa, descubriendo que tenía escalera eléctrica, nuevos productos,  todo bien cuidado y mantenido. Pereciera que experimento eventos circularmente -algunos dirían deyavú-. Nuevamente un vestido, esta vez verde llamó mi atención, pregunté por él, me atendió con mucha amabilidad una mujer hindú adulta mayor que apenas hablaba español asistida por una joven peruana, hubiera jurado que se parecía a Mitu y Misu aun cuando ellas son diferentes están mujer adulta parecía sintetizar ambos rostros. Compré el vestido y estimulada por la escalera eléctrica fui a visitar a mis amigas para saber en qué estaban.

Sólo encontré a Misu, allí me enteré que se turnan para cuidar de sus hijos, se extrañó de verme luego de mucho tiempo, le conté de mis razones y ella de lo vivido en el tiempo que dejamos de vernos, así como las nuevas líneas de producto que estaba ofreciendo, tomé uno  recomendado por ella.  Supe que lograron  traer al Perú a toda su familia, su padre había fallecido aquí el año pasado y   la señora  amable que me había atendido antes, era su madre, todo vuelve pareciera decirme los hechos. Nos despedimos como siempre con un abrazo, buenos deseos y pronto retorno.
 
Cuando me alejé del lugar agradecía a la vida por sus misterios, sonreí y le di gracias a Dios, porque  estas dos mujeres  con las que me topé un día, no sólo habían tomado en sus manos, sino ejercido su libre albedrio, plasmando sus sueños y por efecto de arrastre de adentro para afuera, junto a ellas, de otras mujeres  y hombres que las circundan, se acercan, benefician y las benefician. Sin duda que aun tienen mucho porque luchar, pues su día a día es de trabajo sostenido, sin embargo  descubro en ambas a diferencia de otras mujeres emprendedoras, respeto para con su equipo de trabajadoras, atención  y gentileza  para sus clientas, en su rostro sus bellos ojos brillantes siempre suelen estar acompañados de una sonrisa y paz en el ambiente donde están sus tiendas de belleza.

La India del siglo XXI ha cambiado mucho respecto a hace dos siglos, sin embargo la velocidad de los cambios en la vida de las mujeres es un proceso lento, su ingreso a la modernidad y el ensanchamiento de su perspectiva de sujeto de derecho tiene como barrera  principal su condición de mujer. El caso de Mukherjee[3] es uno de los tantos que grafica no sólo su exposición al feminicidio como el que se vive en América Latina –donde el principal perpetrador es la pareja o alguien próximo-, sino que en el caso de ella y sus congéneres   se extiende al espacio público, donde hombres con escasa capacidad para asumir los cambios en tanto el cambio cultural es lento en contraste al económico, social y político,  ven a las mujeres no como sujeto de competencia abierta sino amenaza de un enemigo despreciable que históricamente estuvo sometida a él.

La agresión que desfiguró y trastocó la vida de  Mukherjee, es un referente que puso en agenda el endurecimiento de la pena por un delito semejante   que rige  desde  abril (2013)  castigando a los perpetradores de los ataques con ácido a cadena perpetua en la cárcel, junto con una multa, un comentario al artículo advierte lo frecuente que debe ser el hecho para radicalizar la sanción.

Que en la India cada  veinte minutos una mujer es violada y el incremento alarmante  de las cifras de feminicidios[4] es   el artículo que motivo este escrito, buscando alimentar una dinámica universal de apuesta porque crezcan las condiciones para liberar del sufrimiento a mis congéneres no por distantes menos dolorosos, sino más impotentes. Y antes de adentrarme en la frustración por la impotencia, quiero dibujar con la historia de Mitu y Misu,  que para muchas mujeres de la India como ellas hay un mañana diferente, que la  luchan  por hacerse otro mundo este es posible, aun cuando eso signifique trasladar su mundo al interior de otro. Está la esperanza de que en algún momento esa fuerza personal y nuestra conciencia colectiva se revierta en la liberación de  mujeres abusadas y sometidas en el planeta.




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