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Hoy me descubrí paciente,
sofocando a la urgencia y atención de
prioridades, que en perspectiva
quedan desnudas, sin ese ropaje abstracto con el que recubrimos todos los haceres,
dejando que copen nuestro tiempo, hasta secuestrarnos como Ser, al punto que enajena creyéndonos lo importante que somos para perder el tiempo bajo una
garúa de octubre .
Los primeros quince minutos coincidí
con dos semejantes, cobijándonos bajo cornisas inexistentes de esta ciudad
desprovista de espacios para acoger, permitir el respiro, aliviar el cansancio,
animar el intercambio, la relación humana, menos proteger de los embates de la
naturaleza. Diseñada sólo para el tránsito, si a
pesar de ello, te detienes caes bajo sospecha.
Aun así estábamos detenidas, tres mujeres de mediana edad, riéndonos de los apuros que impulsan otros pasos y burlándonos de la garúa sobre cada una, mirando de tanto en tanto hacia la perspectiva por donde asomaría la figura del ser amado(a) con quienes cada quien proyectaba el encuentro que espantara a la humedad que calaba los huesos y animara el alma. Acostumbrada con mis congéneres, a la puntualidad o llamada tranquilizadora ante la demora me percaté que me había detenido en la parada errada porque los buses estaban desbordando. Era Carabaya, el paradero del metropolitano que va hacia el norte. Mi amiga vendría del norte, que se detiene en Camaná.
Aun así estábamos detenidas, tres mujeres de mediana edad, riéndonos de los apuros que impulsan otros pasos y burlándonos de la garúa sobre cada una, mirando de tanto en tanto hacia la perspectiva por donde asomaría la figura del ser amado(a) con quienes cada quien proyectaba el encuentro que espantara a la humedad que calaba los huesos y animara el alma. Acostumbrada con mis congéneres, a la puntualidad o llamada tranquilizadora ante la demora me percaté que me había detenido en la parada errada porque los buses estaban desbordando. Era Carabaya, el paradero del metropolitano que va hacia el norte. Mi amiga vendría del norte, que se detiene en Camaná.
Me despedí de mis compañeras de
espera, caminé a prisa para absolver mi error temiendo ser yo quien se hiciera
esperar. Me animé pensando que tenía a favor un día tan complicado como este, donde
todo está de cabeza,debido a la
inaugural reunión de quienes deciden como se gobierna en un país que no es el
suyo, pese a que nadie lo conoce, tampoco ha elegido y menos se hará
responsable de lo que pase después. Es
más, deciden como se gobierna en el planeta, especialmente en zonas de mayor
vulnerabilidad, calculando cuantos mueren y de qué forma bajo el rubro costo social. Como decía mi amigo
Jhony Juarez: “¡Quien tiene plata puede y hace lo que quiere!, y quien no,
aplaude o sólo mira”. Para simples mortales, sólo nos toca saber porque
no podemos sustraernos de los indicios y su lógica e indignarnos. Así como, envidiar a quienes no saben y sólo se
topan con sus secuelas como el tránsito infernal.
Caminé un trecho, descubriendo
entre el gentío a una anciana de pasos
lentos y cortos, que tenía un ramo de flores en los brazos, deslizándose dueña
del tiempo y el espacio, casi sin tocar la acera. Me dije: “Si llego a esta
edad, espero tener tanta fuerza como ella y caminar sin que nada más importe”.
La rebasé y llegué a mi destino. La llovizna acentuaba, me sentía huérfana de
cobijo, sólo postes de luz, farolas con tendencia regresiva y semáforos. Me
resigné, adoptando una postura contemplativa.
Las siete menos cuarto, en la
estación del Metropolitano que va del centro al sur, se reproduce la misma
imagen anterior, con algunas particularidades, aquí nadie conversa, no hay
murmullos, todos están en otro lugar a través de sus máquinas comunicantes.
Hombres y mujeres jóvenes que a diferencia de la anterior parada, visten con
formalidad, elegancia y moda, sin duda se trata de ejecutivos(as) de mando
medio que agotada la jornada en los ministerios y empresas de Lima cuadrada
retornan a lo suyo y la vía más rápida es el Metropolitano, hacía el sur oeste, zona de confort de la Lima tan diáspora.
Me percato que cada tres a cuatro minutos son tres a cuatro buses “A y C” que vienen del norte, con asientos libres de pasajeros, mientras que en el andén una veintena aborda cada autobús, en tanto descienden de él, de tres a cuatro personas. Lo que no comprendo es por qué, la fila de ingreso al andén tiene hasta cuatro espirales de su mismo tamaño replegada en sí en el exterior.
Me percato que cada tres a cuatro minutos son tres a cuatro buses “A y C” que vienen del norte, con asientos libres de pasajeros, mientras que en el andén una veintena aborda cada autobús, en tanto descienden de él, de tres a cuatro personas. Lo que no comprendo es por qué, la fila de ingreso al andén tiene hasta cuatro espirales de su mismo tamaño replegada en sí en el exterior.
La anciana me alcanzó me mira y sonríe
como diciéndome: “Ilusa vez no por caminar ligera llegas más lejos, te alcancé”.
Se ha sumado media hora a la prevista y no puedo creer que esté parada en una esquina sin noticia alguna de quien espero. Me alarmo, llamo para saber si ha sucedido algo, como respuesta el re-direccionamiento del aparato me pide dejar un mensaje, sin reconocerme señalo mi preocupación y disposición de seguir esperando. Cuelgo y me descubro sorprendida de mi misma, en otro tiempo u otra espera, simplemente hubiera señalado que no espero tanto y anotado inmediatamente que me iba, nos veríamos otro día, total la trascendencia no era mía, aun cuando me atravesaba. Me descubro, menos egoísta bajo la garúa, más humana y consecuentemente más disponible.
Se ha sumado media hora a la prevista y no puedo creer que esté parada en una esquina sin noticia alguna de quien espero. Me alarmo, llamo para saber si ha sucedido algo, como respuesta el re-direccionamiento del aparato me pide dejar un mensaje, sin reconocerme señalo mi preocupación y disposición de seguir esperando. Cuelgo y me descubro sorprendida de mi misma, en otro tiempo u otra espera, simplemente hubiera señalado que no espero tanto y anotado inmediatamente que me iba, nos veríamos otro día, total la trascendencia no era mía, aun cuando me atravesaba. Me descubro, menos egoísta bajo la garúa, más humana y consecuentemente más disponible.
Tengo frío pese al gran abrigo,
tomo un segundo emoliente, mirando a través de
las ventanas de los buses que se detienen uno a uno, si mi amiga se asoma. De pronto me invade esa sensación de inseguridad que se suma a la incertidumbre, que estimula nuestra imaginación y empuja a prácticas irracionales. Advierto que estoy
al otro lado de la salida de pasajeros, que no me ubicará al bajar.
He cruzado al frente, me confundo con el gentío que se agolpa hacia la parada. Tengo otro panorama los buses que van al norte siguen desbordados, son los viajeros que van a domicilios con mediano o ningún confort, este se revela desde el apiñamiento de pasajeros hasta sus oscos rostros. El olor a palomitas de maíz me invade y esa la larga cola de quienes van al sur, atrapa nuevamente mi atención.
Un bus totalmente vacío aparece, la reacción de hombres y mujeres es ,a pugna por ingresar, esfuerzo detenido por el mecanismo de ingreso, que permite logren su cometido sólo una espiral de la cola antes que el bus parta. Todo vuelve a la “normalidad” mil preguntas se me agolpan: ¿Cuál es la racionalidad por el que pasajeros(as) hacen una larga cola para ingresar a un andén apenas ocupado perdiendo la oportunidad de un bus vacío? ¿Cómo está planificado para agilizar el transporte en horas punta en una zona con escasa demanda, y otra, que si lo está? ¿Por qué los buses van de tres en tres y paran en todos los paraderos? ¿Por qué no es posible que unos paren en uno, y otros, en la siguiente parada, para que todo fluya? ¿Es así todos los días? ¿Alguien monitorea o vigila para introducir cambios y mejoras? ¿Cuánto tiempo llevará modernizar el transporte? ¿Estaremos condenados(as) a un servicio irracional, miserable y disuasivo? ¿Por qué todos se someten? ¿El atropello y la deficiencia es sinónimo de servicio público masivo? ¿O en realidad lo único que importa es la rentabilidad por sobre la racionalidad del servicio?
He cruzado al frente, me confundo con el gentío que se agolpa hacia la parada. Tengo otro panorama los buses que van al norte siguen desbordados, son los viajeros que van a domicilios con mediano o ningún confort, este se revela desde el apiñamiento de pasajeros hasta sus oscos rostros. El olor a palomitas de maíz me invade y esa la larga cola de quienes van al sur, atrapa nuevamente mi atención.
Un bus totalmente vacío aparece, la reacción de hombres y mujeres es ,a pugna por ingresar, esfuerzo detenido por el mecanismo de ingreso, que permite logren su cometido sólo una espiral de la cola antes que el bus parta. Todo vuelve a la “normalidad” mil preguntas se me agolpan: ¿Cuál es la racionalidad por el que pasajeros(as) hacen una larga cola para ingresar a un andén apenas ocupado perdiendo la oportunidad de un bus vacío? ¿Cómo está planificado para agilizar el transporte en horas punta en una zona con escasa demanda, y otra, que si lo está? ¿Por qué los buses van de tres en tres y paran en todos los paraderos? ¿Por qué no es posible que unos paren en uno, y otros, en la siguiente parada, para que todo fluya? ¿Es así todos los días? ¿Alguien monitorea o vigila para introducir cambios y mejoras? ¿Cuánto tiempo llevará modernizar el transporte? ¿Estaremos condenados(as) a un servicio irracional, miserable y disuasivo? ¿Por qué todos se someten? ¿El atropello y la deficiencia es sinónimo de servicio público masivo? ¿O en realidad lo único que importa es la rentabilidad por sobre la racionalidad del servicio?
La vibración del celular me
rescata, es mi amiga diciéndome una serie de explicaciones que no entiendo, le
digo donde estoy. La espero está vez
tratado de descubrir su rostro entre el gentío de todos los lados, porque
en verdad no imagino por donde aparecerá, mientras me prometo que es la última vez
que tengo la genial idea de esperar a alguien en un paradero para decidir de a
dos dónde vamos, ergo sin planes, porque lo más importante es la agenda y la
improvisación suele ser una aventura que te recuerda que la vida también requiere una dosis de espontaneidad o
medios planes de tanto en tanto. Similar a la silueta de aquella anciana que ha agotado cuatro cuadras en tres cuartos de hora, su silueta parece despedirse saludando a mi espera, dos cuadras hacia el oeste.
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Llegó mi amiga y tras mutuas
explicaciones y disculpas, decidimos cobijarnos en el Queirolo, no sin antes
preguntarnos si era seguro, mientras nos reímos de la pregunta irónica, porque
nada en esta gran ciudad es seguro, sólo ese momento de nuestro encuentro. Nos tomamos del brazo, hacia
el Queirolo que a la distancia parece cerrado, pero a medida que nos aproximamos se revela… Caminamos ignorando los hedores que emergen de las penumbras, la soledad y abandono de aquellas calles,
antes tomadas por pensadores, bohemios, poetas… guardamos silencio, quizás con la esperanza de hallarnos con los
fantasmas de quienes en noches como esta, se juntaban a bosquejar este país.
Nos acogió el solícito servicio
de siempre, ubicándonos en una mesa para
dos, en el salón de ingreso, porque los
siguientes habían sido tomados sólo por bebedores frecuentes, nos sentamos, advertimos algunas mujeres
salpicadas, aun en este tiempo sigue siendo un lugar masculino a esas horas, una vez mas, me siento tan a gusto de invadir un lugar seudo segmentario, semi pacato y tan libre. Pedimos un vino y piqueo mientras la noche se viste de fiesta y el telón corre… abrimos nuestra agenda y corazón, pero ese es otro cuento.
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