sábado, 29 de marzo de 2014

VIOLACIÓN, EMBARAZO Y MATERNIDAD FORZADA: ESTIGMA Y SUFRIMIENTO

Muchas veces me preguntaba: ¿Cómo habrán hecho las madres violadas que no abortaron para gestar, parir, cuidar y ser madre del producto de ese salvajismo, vejación y atrocidad, en sus cuerpos y con perpetuidad en sus vidas?

Y claro cuando era adolescente siempre me asaltaba el temor de hallarme en tal situación por los casos que circundaban mi mundo, a veces cubierto por el velo del silencio otros por las narrativas literarias  y las más por la angustia de mujeres mayores respecto a menores, hasta cuando mi madre me explicó el riesgo al que estaba expuesto nuestros cuerpos por el hacho de ser mujeres.

Poco a poco  fui comprendiendo que esos seres fascinantes, los hombres, con quien nos gustaba tanto compartir. Esos seres semejantes a nosotras pero a la vez tan diferentes  que nos seducían, halagaban, deseaban, decían  amarnos también eran potenciales amenazas a nuestra voluntad, cuerpo y vida. No tardé mucho en comprender que   la violación sexual contra las mujeres se ha producido  en la historia humana, desde el instante en que otro ser decidió imponerse por la fuerza, ejerciendo ventaja y poder.

En uno de mis primeros viajes, estuve enfrentada a un evento del cual me sacó a flote mi serenidad, agilidad, gran fortaleza y voz. Confirmándome el hecho en primera persona, que todas  las mujeres, en algún momento de nuestra vida estamos expuestas a ser violadas y embarazadas forzadamente por el sólo hecho de ser mujeres, y de parir al producto de la violación, vivir con el estigma invisible marcado en la mente, ante los ojos  y el sufrimiento, a lo largo de la vida.

Suelo decir, que en momentos extremos de nuestras vidas, junto  a  la adrenalina uno piensa a mil. Inmediatamente a aquella experiencia, aun  en shock y en tiempos de escasa información (1974)  pensé que de ser violada y producto de ello embarazada, no hubiera dudado un segundo en optar por el aborto. Ese pensamiento en medio de  una crisis,  se fue acentuando a medida que conocí el dolor de los seres que son engullidos por el impacto de la violación sexual, primero través de mi voluntariado por el trabajo social,  más adelante en el desempeño profesional  con mujeres de todos los sectores, edades, procedencias, idiomas, credos. Incluyendo este tiempo  como   docente,  investigadora y mujer que se aproximado a los problemas de las mujeres,  me enfrento día a día con nuevas historias, otra narrativa y el mismo argumento sobre el peso de las secuelas de la violación sexual de mujeres.

Cuando conocí a  más de una mujer violada y fui testigo de su  relación con   la hija o el hijo producto de una violación, y de ella o él  con su madre, realmente entendí el contenido de ese insulto que suele esgrimirse ante una mala persona "mal nacido(a)". 

Hallé desde el lado de la madre para con su hija(o)  un trato agresivo, frío, rígido y exigente; o  por el contrario otro aséptico,  sobre protector, enajenante y dislocado. Desde la hija  o el hijo -posiblemente por el énfasis del trato de la madre-, hallé  a niñas(os) con problemas de conducta. A adolecentes y  jóvenes   extremando notablemente las tendencias y prácticas adolescentes de rebeldía, furia, agresividad y abandono. A mujeres  y hombres  adultas(os) carcomidos por el pesar, el sufrimiento y la culpa. Como gritándole al mundo la convicción de SER  producto de la violencia y desamor condenados a transitar en medio del dolor. Recordándonos a cada instante que el acto de la violación es la negación más  profunda y extrema de amor.

Algunas  madres o quienes asumen ese rol,  ciertamente han sublimado y dicen amar a su hijo/a pero no pueden negar que su relación es diferente con otros(as) hijos(as). Llamaré José1  al primer caso  y José2 al segundo que  conocí por la década de los setenta del siglo XX, ambos grafican esta relación.

José1 no entendía por qué su madre nunca lo abrazaba, tampoco tenía recuerdo de sus besos, a pesar que él se esforzaba  en hacer mérito a su condición de primogénito, era el primero de cinco. Más tarde descubrió que se debía a que su madre no se casó por amor y que él fue producto de una violación y que su padre no sólo era un mal padre sino también, un mal hombre. El buen hijo que ansiaba el amor de su madre para compensar desamor y  abuso de su padre, al descubrir que era producto de un no amor  de ambos, se entregó al sufrimiento, alcohol y drogas, hasta cuando falleció. Su madre se sentía culpable y decía que si hubiera tenido coraje para abortarlo, no lo hubiera traído a este mundo  para sufrir, tampoco se hubiera casado con su marido para sufrir hasta el fin de sus días. 

José2, siempre estaba furioso, quería darle a todo, al jugar el futbol su estilo era la del “machetero” ese que entra al campo decidido a “bajarse” al mejor jugador. Al terminar un partido, pregunté si alguna vez sentía pena por el jugador a quien golpeaba y lo dejaba en malas condiciones. Me miró extrañamente, me dijo: “Así es el juego, así juego yo y a quien no le guste que no juegue o no vea”. Éramos jóvenes también yo jugaba fútbol, todos los chicos mostraban ser muy cuidadosos, yo era quien a veces los pateaba en el fragor del partido. Pero en ese momento me di cuenta que José2 era muy diferente a  los otros. Más adelante cuando murió su abuela, con quien vivía,  me enteré que era un joven a quien la vida le había quitado todo. Su madre murió al nacer, su abuelo fue a la cárcel donde también murió,  porque mató al hijo único que tuvo debido a que éste violó a su hermana. José2 vivió desde que tuvo conciencia de existir sabiéndose producto de un incesto rodeado de tragedia, impregnado del dolor de su abuela y el propio ocultando con la agresividad y la fuerza esa condición.

Muchas mujeres violadas hasta no hace mucho, no sólo tenían al hijo de su(s) violador(es), sino se casaban o convivían con él o uno de ellos para "reparar su honor", de esos sin duda  hemos conocido en rededor. ¿Y cómo será convivir con tu violador? ¿Cómo tener sus hijos/as? ¿Cómo cuidarlos/as, protegerlos/as? ¿Será posible amarlos/as y hacer de ellos/as seres felices, amorosos?  Dos casos vienen a mi mente de los tanto que conozco, aquí llamare María1  y María2 a cada caso.

María1, era  una hermosa mujer proveniente del ombligo del mundo.  Tenía la piel tersa de canela intenso, hermosos ojos negros rasgados, una perfecta nariz inca y un rostro ovalado cubierto por un sedoso y brillante cabello lacio de un negro azabache que me hacia sentir estar cerca a una  princesa ñusta. En aquel entonces tendría  alrededor de 23  años, iletrada, con un español dificultoso,  una hija y dos hijos varones muy pequeños. Al principio no comprendí el rechazo que tenía a su marido, quien se desvivía por proveerla y “hacerla feliz”, tampoco entendí  la dureza que ella tenía con su hija(os) a quienes golpeaba frecuentemente.  Eran tiempos donde  cuasi era normal ver que los padres golpearan a su  hija(o), los(as) profesores a los(as) estudiantes y hasta el sacramento de la  confirmación de la iglesia católica se impartía con una cachetada. El cuidado y la enseñanza estaban concebidos como rigor, disciplina y sufrimiento. Pese a ello el nivel de violencia de María1 llamaba la atención por su intensidad y continuidad.
Fue apropósito de este hecho  que hablé con ella, para hacerla pensar en el daño que producía. Descubriendo  que su pareja era un primo, quien la secuestró, encerró  en un cuarto y  no la dejó salir  sola hasta que tuvo  a su primera hija siendo el su partero. Entendí entonces del cuadro tan desgarrador  e  intenté ayudar –era mi época de líder  catequista y evangelizadora- y mis pininos de seudo Trabajadora Social. Al poco tiempo su marido perdió el trabajo, ella se dedicó a la venta ambulatoria, y finalmente, se enamoró de alguien que la prostituyó. El marido aceptó esta situación acomodándose,  cuando me contó llorando me dijo: “Es un maldito, no le importa que me venda siempre que  lo mantenga a él y sus hijos, mejor  si le conseguía un trabajo”.
Cuando ella alcanzó fuerza  y pudo sacarlo de su vida, el  marido se llevó a los hijos varones aun pequeños, como un modo de castigarla, luego los regaló a sus parientes en su lugar de origen ella decía: “A veces los extraño, pero más tarde serán tan perros como su padre”. La hija que quedó con ella, por los golpes y la nueva forma de vida de su madre se sumó a los numerosos niños de la calle, ascendiendo en la  rueda delictiva hasta ir presa por la muerte de un parroquiano, no sin antes tener cinco hijo/as que fueron a sumar los albergues de la capital.

María2, venía del oriente con el sueño de servir y ser alguien más. Al igual que la María1  fue secuestrada, doblegada y violada. Su historia fue compartida en más de una  sesión  colectiva de liderazgo y autoestima, de mujeres organizadas, donde narró  cómo peleó  tres días y sus noches para no ser violada. Cuando finalmente no tuvo más fuerza sucedió, él  le dijo que estaba en un lugar donde corría peligro porque era salvaje, y que como había sido su mujer le pertenecía, que no se preocupara  por la plata porque no le faltaría nada.
Ella decía  que no lo quería, que cada hijo había sido una nueva violación,  todos los vecinos sabían como ella y el tenían peleas intensas. El era mucho mayor, cada día era poco lo que podía aportar, ella terminó en el comedor, donde creció, se hizo líder, se enamoró. Dejó atrás su historia y a sus hijos. A quienes decía no querer  porque cada uno era producto de un dolor sobre otro.

Otras mujeres tuvieron  a l@s hij@s  de  la violación y heredaron -a sus padres, tíos, abuelos- un modo más sutil de darlo en adopción por la vía informal, todo con tal de alejarse y no cometer el "pecado de odiar", independiente de que el violador fuera en el futuro su pareja o no. Al ser seres y no objetos  sienten,  crecen se hacen,  deconstruyen  o reconstruyen sus historias, plagados de sentimientos humanos que a más de uno produciría escalofríos.

María3, es una joven de la era digital, a quien conocí en un evento público con familiares de presos. Me dijo estaba buscando el mecanismo de sacar a su esposo de la cárcel a donde había caído injustamente, dejándola sola con su hijo pequeño, pero que gracias a Dios tenía el apoyo de sus padres para cuidarlo. Mucho tiempo después la volvía a ver con un nuevo bebé en sus brazos, le pregunté si logró la liberación de su pareja,  me dijo: “¡Que se pudra, porque en verdad había violado a una niña!”. Lo dijo con tanto odio que me sorprendió. Pregunté  si estaba probado y condenado por  violación. Dijo que sí, que no le extrañaba, porque todos los hombres eran igual, inclusive su padre y se le crispó el rostro y temí perdiera la serenidad.
Comenté que hacía mucho calor y mejor tomáramos un refresco -para calmarla-, aceptó. Ya sentadas en un lugar acogedor, me miró detenidamente y preguntó “¿Tú siempre has estado a salvo?” Pregunté  de qué, y me dijo: “De los hombres”. Le dije que ninguna mujer incluyéndome está a salvo si se trata de violencia y/o violación sexual y que todas éramos sobrevivientes en una lucha constante.
Guardó silencio, y casi como quien se desgarra,  me narró que odiaba a su padre y su madre, o quien creía que era su madre, pues en verdad era su abuela, porque su madre era quien creía que era su hermana, a la que juzgó siempre como mala, porque nunca la vio por casa sólo sabía que existía y punto. Y en realidad su  madre-hermana había sido violada por su padre-abuelo. Se había enterado a raíz de su segundo embarazo, cuando su padre quiso golpearla por golfa y su madre-hermana la protegió, diciendo que ella podía parir de todo el mundo menos de su padre-abuelo, que ella no lo permitiría y que ahí estaba para defenderla.

El daño colateral de la violación sexual de una mujer, no sólo es el  producto de esa afrenta, sino, la vida que depara a ese nuevo ser que nace marcado por el sufrimiento, es un tema que merece una exploración detenida, la misma que  trasciende  a este escrito, alguien experto debiera trabajarlo con detenimiento. Lo que he visto y he sido testigo de excepción me muestra que el dolor y sufrimiento se expande, abarcando  muchas vidas  reproduciéndose exponencialmente.

Mi siguiente caso  se trata de una mujer mayor  María4,  con ella descubrí que el dolor a medida que pasa el tiempo se acrecienta, diversifica y captura, construyendo una cárcel de sufrimiento a la medida, al punto que la lleva a cuestas  a donde se vayas, flexibilizándose a momentos cuando el poder  se apropia de ella, embriagándola  y haciendo que olvide su historia encarnando la historia de muchas mujeres. Pero que a solas siente sus garras en las entrañas, cuyo dolor  reparte generosamente entre los suyos haciendo de su familia un espacio irrespirable e insano.

Ella fue “regalada” a una tía con muchos hijos varones, por cuanto creció como la “sirvienta”, para sobrevivir tuvo que defenderse y aprendió a pelear a puño limpio como ya no lo hace cualquier varón.  Cuando la conocí,  lo primero que destacó fue su agresividad y autoritarismo contrastante con su frágil y delicada figura.
Cuando aprendimos a respetarnos y alcanzamos la confidencia, descubrí que era una nutricionista frustrada, de clase media en crisis, con una segunda pareja. La primera según decía fue un desastre, un golpeador que terminó golpeado y humillado por ella, de quien se separó cuando conoció al segundo. Nuestra conversa  se centraba siempre en sus diez hijos/as con quienes tenía fuerte conflicto, luego descubrí que era mamá gallina y  castradora, impidiendo la madurez y autonomía de cada uno de sus hijos/as con quienes se hundía en inagotables conflictos que se extendía hasta sus parejas.
A raíz de la reinstalación  de su madre en su  vida, entendí el trasfondo de su comportamiento. Me dijo a su estilo “L@s hij@s de mi madre la han depositado en mi casa, ahora que ella no les sirve y que a  mí nunca me quiso, ¿Qué voy a hacer con ella?”,  una noticia con todo el peso de su significado.  Me pidió  no la viera como un monstruo, y  confesó, que odiaba a  su madre porque la abandonó, nunca la quiso y peor aun nunca le dijo que fue producto de una violación.
Culpaba a su madre porque ella en situaciones similares se había defendido y no comprendía que haya sucedido si ella era más grande y fuerte. Peor aun que a ella no la protegiera, no estuviera de su lado cuando se divorció, a cambio la cuestionó. Aquella mujer tan fuerte lloró como una niña de cinco años mientras yo la abrazaba.  Acompañé a María4 hasta la muerte de su madre, apoyándola a desprenderse  de su sufrimiento, descubriendo de cómo el odio cuándo llega al límite, si bien no da paso al amor, si alcanza el perdón y la liberación con la muerte.

Y cuando ese ser nacido de una violación va por el mundo, cargando el peso “del pecado original” sobre sus hombros, aprende a  decretar y vivir una infelicidad anunciada, sintiéndose que es el precio que tiene que pagar por haber nacido, así se torna  presa fácil de quien se aprovecha de ella, incrementando  su auto-percepción no amada,  alimentando una relación de parasitaria  y miserable que mantiene su infelicidad.

A  María5, la conocí en este nuevo siglo, cuando fui al dentista. Una bella joven migrante del norte con grandes ojos pardos, mestiza con las huellas de la conquista en su piel y el color del trigo en el cabello lacio. A los veinticinco años ya estaba divorciada, porque según ella se había casado con un vividor al que mantenía, y la presionaba a tener un hijo, ella se resistió porque  no podría mantener a los tres con su sueldo. Luego de divorciarse eran amigos, porque era lo único familiar que tenía. Estaba convencida que no se merecía que nadie la quisiera.
Cita a cita coincidente en el dentista, durante un año, fue desanudando su historia, tenía tres nombres, el de su hermana, de su madre  y abuela. Al principio  me pareció  anecdótico. A medida que me tuvo confianza contó  que en realidad su hermana era su madre, pero que su madre legal era su abuela y la  había criado su bisabuela. Y que su padre era también su abuelo, el hijo de su bisabuela. Cuando me lo dijo, lo hizo lentamente atenta a mi rostro, a  descubrir algún gesto. Y como mantuve silencio sereno me dijo: “No te  parece horroroso, soy un engendro del mal, por eso no soy feliz, todo  me sale mal, estoy condenada a pagar la culpa de mis padres”.  De eso hace más de cinco  años, ha pasado por un largo proceso de terapia y pronto será una mujer profesional de éxito.

Muchas mujeres violadas que  a consecuencia de ello  tienen un hijo(a), han optado por olvidar literalmente que es suyo aun cuando lo tengan presente, cuando alguien le pregunta: ¿Cuántos hijos tiene?, suele contar a los que nacieron del amor y olvidar al fruto de la violencia, puede ser que este sea un modo de seguir viviendo y nadie puede ni debe juzgarla por ello. Excepto el hijo o la hija ignorada, invisibilizada, excluida.

Hay otras  que tuvieron sus hijos se desprendieron de ellos: “Donándolos, heredándolos, abandonándolos”, rehicieron sus vidas y no supieron más de él o ella, quién se atreve a juzgar el modo en que decidieron sobrevivir, salvo aquel ser que creció y experimentó la orfandad, murió en el intentó o sobrevivió para contarlo.

Sin duda hay otras tantas mujeres que renunciaron al amor, porque  su experiencia fue nefasta y se quedaron a cuidar de ese niño(a). O quienes a pesar de ello siguieron viviendo encontraron al amor y cuidaron juntos de ese niño(a) borrando en todos ellos el estigma y sufrimiento.

Y están quienes que no tuvieron al fruto de la violación, porque  decidieron sobrevivir y olvidar completamente la brutalidad de la que fue objeto ¿Quién puede condenarla por ello, sin antes asumir la responsabilidad de ser parte de una sociedad que al desproteger a sus mujeres las empuja al aborto?

De todas estas historias, la del hijo(a) de una violación, sin duda es inenarrable en el  percibir y asumirse como secuela de la violación de una mujer. Independiente de cómo reelaboró o mantuvo su historia, son los(as) más vulnerables, en quienes persiste el estigma  invisible y sufrimiento de la violación, de ello nadie se ocupa, porque ya nacieron, no vende ni da rédito político. ¡Hay que ocuparse de los que aun no han nacido, de los futuros hijos(as) de  la violación...!, para asegurarles una vida de espectros y sufrimiento, así estaremos en paz y habremos celebrado a la vida, por supuesto no del otro sino la nuestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario, aliciente a continuar dialogando