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viernes, 30 de mayo de 2025

CAMINANTE QUE HACES CAMINO AL ANDAR

El impacto de la pandemia, ha cambiado nuestras vidas, prácticas y haceres, sino para todas(os), si para la mayoría. En mi caso se ha producido un cambio procesual que longitudinalmente se inició en febrero del 2012, a causa de un accidente que primero me detuvo por cuasi dos años, sin impedir que continuara con mi labor cotidiana de tutoría online que ya en ese tiempo me había incursionado en la docencia virtual, paralelo a otros haceres. Luego de ello, reorienté mis actividades a la focalización de la investigación, evaluación y sistematización hacia la academia y asesoría en el terreno internacional.

A partir del 2020, enlacé el terreno internacional con el nacional, sistematizando y evaluando proyectos implementados en el país con impacto planetario, como sucede con la reducción de la delincuencia transnacional entre las que destacan la violencia contra la mujer, la niña y niño; la violación y el embarazo involuntario, la delincuencia organizada, el sicariato, el tráfico humano, estupefacientes y de armas. Atentados contra la ecología, los factores que aceleran el cambio climático, los derechos de los pueblos indígenas y la conservación de las reservas de oxígeno para el planeta.

En medio del entrelazamiento temático y análisis, para hallar la punta de la madeja que permitiera valorar lo avanzado y proyectar los futuros escenarios, nos halló el contexto a quienes estábamos embarcadas(os) de esos haceres. El mandato de aislamiento como única medida ante el desconocimiento del combate al covid19, por la ciencia y los Estados del globo. En nuestro caso con mayor rigurosidad, en contraste con muchos otros, sólo contábamos con 250 camas UCI (MINSA, 2021, 13)[1] para más de 33 millones de peruanos.

En estas condiciones mi hacer se concentró en investigación, orientación vocacional, apoyo académico virtual, unido a otras labores asociadas a mis especializaciones y experiencia profesional, con menos presencialidad de la necesaria. A medida que ha pasado el tiempo, otras prioridades ha generado espacio para mirar hacia adentro y fuera con distinta perspectiva. Contemplar en rededor, el horizonte, hacia abajo y arriba, con más detenimiento y mayores interrogantes. Apreciando lo bello y sabio que puedes descubrir en el momento y lugar menos imaginado y disfrutar del andar, mientras en mi mente resuenan temas como “Cantares”[2] de Joan Manuel Serrat, que llena de música al gran poema de Antonio Machado[3]:

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar

(extracto Proverbios y Cantares de Machado)[4].

Uno de esos descubrimientos, fue Rosa, una anciana detenida en una silla de ruedas debido a un derrame cerebral que la dejó paralizada del lado derecho de su cuerpo. Me demostró en acto y palabra que estaba paralizada pero no contenida. Ella había descubierto una ocupación cotidiana que la hacía vivir, como era alimentar a las aves que sobrevolaban su calle día a día, las que nunca faltaban independiente de la estación, era como una cita entre ella y las aves prestas a su salida de casa.

Le pregunté si no temía que esas pequeñas aves se quedaran en su casa o alrededores, invadiéndola. Ella me respondió que no, desde el tiempo que las alimenta y de eso hacía más de tres años. Al principio temía que sucediera así, porque cuando caminaba por la plaza de San Francisco, pensaba que dar de comer a las aves era invitarlas a quedarse en casa o la calle donde uno vive, al igual que a cualquier animal doméstico: perro, gato, conejo, gallinas, etc. Pero es desde su ubicación en la silla de ruedas, que descubrió el modus vivendi de las aves y su particularidad. Desde hace más de tres años me revelaron que son seres libres, puntuales y frugales. Sus alas las llevan a donde quieren y hacen que retornen puntualmente a donde hallan comida, la cual toman hasta donde necesita y no más. En cambio, las personas, son todo lo contrario.

Respondí a su confidencia, que yo al igual que ella, tenía ese temor, hasta la fecha tenía depositado alpiste en casa, tras mi frustrada experiencia de cuidado de un ave pequeña que hallé en el camino. En espera de la oportunidad para llevarlo, justamente a la Plaza San Francisco. Conocer su experiencia me animaba a entregarlo a las aves que suelen pasar por mi casa, sin ese temor de invitarlas a quedarse, porque comprendo hoy que no son ni quieren ser domesticadas.

Así es como aprendí de Rosa el modo de desprenderme de algo estancado por temor al apego, pero principalmente, que el cambio en nuestras condiciones de vida, no significan obstáculo, sino oportunidad para hallar nuevas modalidades como experiencias de vida manteniendo relación de convivencia e intercambio con otros seres. Me despedí de Rosa, capturando una foto con su permiso, que hoy comparto.

En este tiempo que me cuesta más la caminata, por la falta de energía que antes me desbordaba, lo hago a un menor ritmo, pero con más atención a mis pasos y el trayecto. Hecho que me permite identificar situaciones que en otro momento pasaría desapercibido ante mis ojos. Como la composición de los parques, tan distintos y semejantes en su uso entre unos y otros, donde la conducta de las personas es de escaso cuidado y máximo disfrute. En cambio, los árboles, suelen ser generosos proporcionando todo aquello que les corresponde. En la zona, son, además, testigos silentes de un pasado que cuenta de los usos que tuvieron esos espacios.

Están los imponentes ficus, que, en el caso de un parque, casi lo cubre todo, dejando apenas pasar la luz. No menos notables son los N arbustos frutales de higos, pacay, moras, guanábana, etc. que crecen en línea recta dibujando el canal de regadío extinto. El limonero al que nadie plantó ni ha tratado de eliminar, tampoco abonar, sólo de tanto en tanto el dueño de la vivienda que colinda le provee un poco de agua. Seres siempre bondadosos proporcionando sus frutos a otros seres que habitan la zona como ardillas, aves, lagartijas, etc. Sobreviviendo a los ataques periódicos de leñadores con uniforme de jardineros municipales[5], que no tienen idea de cómo ni cuándo podarlos.


Ayer que retornaba a casa, cuasi al medio día, en una calle de esas calles y bajo un árbol de Pacay, descubrí muchas pepas esparcidas, pensé cuánto pacay han cosechado y devorado, dejado con descuido las pepas por doquier en pista y vereda, colocando en riesgo el tránsito y al transeúnte por su ser resbaladizo y duro.

Avancé sumergida en estos pensamientos, cuando advierto la caída de más pepas, miro en rededor sin descubrir a nadie, levanto la mirada, el follaje tupido que no me permite distinguir a quien con irresponsabilidad arroja las pepas. Es cuando descubro a los pillos, eran tres pájaros que devoraban con placer y gran apetito la deliciosa pulpa madura de pacay, con envidiable habilidad en sus picos para abrir las vainas, extraer uno a uno los frutos, separando con destreza la pepa de la pulpa. Evidentemente, sin el cuidado de no regar las pepas descartadas por toda la radio donde alcanzan la copa del Pacay.

Me detuve a contemplar con ternura y maravilla la magia e interacción de la naturaleza, cuando no hay seres que atenten contra ninguno de ellos. En este punto me asaltó la idea, que el dueño de la vivienda cercana no atribuya su trabajo de limpieza al árbol y las aves, y en su intento de controlarlos, termine por cortar el árbol como ha sucedido en una de las avenidas donde las moras eran copiosas y generosas. Le pido al universo que ejerza su poder y enternezca el corazón humano para que esto no suceda.




 

martes, 18 de junio de 2019

MAS BLACK & WHITE MENOS MONKY MAN

Tarzán era una de mis historietas favoritas entre los seis y ocho años, cada fin de semana mi padre me proveía número a número todas sus secuencias. Yo esperaba con ansias el sábado, encantada por saber más de cómo sobrevivía un bebé dentro de una selva inhóspita, al cuidado de una tribu de gorilas, hasta hacerse más fuerte y poderoso que un gorila e inclusive que el rey león. Eso no me quedaba tan claro, de cómo un rey de la selva, se somete a un seudo gorila. 


Imaginaba que todo podía ser posible, en un lugar oscuro, descocido, tétrico, espantoso y amenazante, como debía ser la selva, mi ignorancia de la misma y las revistas en blanco y negro acrecentaban mi temor imaginario, al mismo tiempo que agigantaban la valentía de Tarzán.


Cuando tuve la primera obra en mis manos, supe que no fue su mamá gorila quien lo nombró Tarzán, sino Edgar Rice Burroughs (1912) y que no significaba hombre mono (Monky Man) sino hombre blanco. Mi segunda sorpresa fue que era un autor de origen norteamericano y no inglés, en tercer lugar que nunca conoció Inglaterra ni el continente africano. Así que me quedé con la interrogante de cómo alguien que no era inglés nos contaba una historia inglesa y mostraba una selva que desconocía, allí es donde caí en el contenido del concepto historieta, que de ningún modo era historia (registros de un pasado que existió), sino el remedo de ella, con espacio para graficar y escribir nuestra imaginación, una magia que algún día yo haría. 

No sé si por este descubrimiento o porque fue mi lectura de niña que se agotó en ella, ya no me atrajo más la obra de Tarzán quedándome sólo en la primera de cuatro novelas “Tarzán de los Monos” (1914). Cuando vi la primera película con James Pearce, sentí que se aproximaba a la imagen que guardé de niña, sin la magia de entonces, seguramente porque la lectura hace que nuestra imaginación supere a la del productor de cine. 

Me dije que mucho de aquello no debía ser ni ligeramente posible. Pensé que el autor seguramente sustituyó a la soga por lianas como medio de incrementar la velocidad de Tarzán por toda la selva, tomando ventaja a animales más veloces que él, que en verdad no podía nadar sin ahogarse en ríos tan caudalos. Al conocer la selva, lo que menos pude hallar fueron lianas, facilidad para caminar en zonas vírgenes sin un machete y mucho menos atravesar a nado el Huallaga, Río Negro o Amazonas. 

Cuando comprendí las historias de colonización americana, entre ellos el nuestro y los EE.UU., recordé nuevamente a Tarzán, para ilustrar el sentimiento de los descendientes de colonizadores que se siente migrantes permanentemente, de paso en su país origen, esperando el tiempo suficiente de enriquecimiento para el retorno, teniendo como ilusión de alcanzar la gloria y reconocimiento futuro, mientras insistían afirmar las costumbres del país que expectoró a sus ancestros, aquellos que no tuvieron posibilidades ni oportunidad para sobrevivir en su tiempo.

Por eso, antes de construir y valorar quien eran en realidad, Edgar Rice atribuía a Inglaterra -país que añoraba-,  todo el heroísmo, valentía y valores que probablemente no percibía o subvaluaba en sí mismo y los norteamericanos de inicios de siglo XX, dejando de pincelar en sus narrativa, la cultura mestiza de norteamericana de migrantes ingleses pobres y  colonizadores de indios americanos, para centrarse en aquella oficial, la de aristócratas y académicos ingleses hechos exploradores y "estudiosos" de otros hombres  junto a sus pueblos a ser esclavizados, con sus altas y bajas internas. Con sus ambiciones de colonización y sobrevivencia en nuevos habitad al igual que Tarzán, un hombre mono que no dejó de ser nombrado hombre blanco encubiertamente, porque muy en el fondo pueda que inconscientemente  filtraba en su historia aquel sentir de mestizo inglés, de quien nació norteamericano, sintiéndose migrante, sobreviviente y lleno de melancolía por aquella madre patria que lo expatrió

Este fin de semana vi la última versión “La Leyenda de Tarzán”, producida por David Yates (2016), me percaté que había perdido el cincuenta por ciento de aquel enfoque inglés impregnado por Rice y cuasi dos tercios de su historieta. Si bien Tarzán seguía asociado a la condición de sobreviviente inglés, era encarnado por el sueco Alexander Skarsgård, aun atrapado en el papel de vampiro con su elevación cuasi mágica hacia la rama de un árbol con capa y botas (Tarzán lo habría trepado), su coprotagonista Margot Robbie (Jane), era el prototipo norteamericano en femenino, al igual que el negro  doctor George Washington Williams, encarnado por Samuel Leroy Jackson. 

En la trama Jane pierde su extracción inglesa original, apareciendo como la hija de un educador norteamericano cuyo recuerdo del encuentro con Tarzán se muestra en formato  cuento de hadas en medio de la selva. El villano Capitán Rom (Christoph Waltz) representa la maldad asociada con la ambición proyectada, esta vez, más belga que inglés o norteamericano, triangulando al hombre blanco por todos los lados. La ambición de ayer como hoy, es el poder y apropiarse de los diamantes, símbolo de la riqueza africana y el sometimiento de su población, sea esta humana o animal, que si bien es la mayor amenaza queda de lado, por el truculento rescate romántico de Jane. 

Ver a un Tarzán, en la imagen simbólica de la raza aria tan valorada por Hitler que justificó su xenofobia, excepcionalmente alto, esbelto y vestido de lord, a momentos desnudo y muy lejos del Tarzán que James Pearce hizo leyenda. Junto a una Jane revestida de blanco desde el inicio hasta el final de la película, variando en tonos hasta el percudido, en su papel de damisela en peligro. Apoyado por la sabiduría y manejo bélico de un negro culto y persistente como George. Pasando por el rito de acogida de la tribu de referencia en blanco y negro; el desenlace de una deuda ancestral entre tribus de humanoides gorilas y humanos en lucha salvaje de blanco y negro, hasta un final con abrazo entre el lord blanco y doctor negro. 

Me deja la sensación, del alejamiento definitivo de sus orígenes en la forma, pero explícitamente lejos de la historia y realidad de un país norteamericano actual y de inicios del siglo XX, es decir, la historieta persistentemente enajenada en el fondo, no asumiéndose como migrante, colonizador, hoy aquejado de amnesia histórica, construye muros buscando sentirse a salvo de sí mismo, bajo su nueva idea de raza y sociedad predominante, impone sanciones y vetos comerciales de todo que nos sea Made In USA, mientras implanta libre mercado mediante TLC y condena la exigencia mínima de pasaporte en otras fronteras. 

La Leyenda de Tarzán, me deja esa sensación de una película más a lo black & white y menos monky man, no por la ausencia de colores o gorilas en escena, sino la secuencia recurrente entre lo blanco y negro como continuum, más próximo a aquellas fiestas de clase media jugando a ser aristocrática, que nunca llegarán a serlo –salvo en el cuento de la cenicienta-, no sólo por falta de abolengo de sus protagonistas, sino porque en un mundo global de una era digital, son cuasi extintos. 

Revelándome hoy como ayer, la melancolía con su toque holiwoodense de David Yates por lo inexistente y su auto enajenado en versión digital, como aquella que inspiró a Edgar Rice hace más de un siglo, cuando empezó a elaborar las historietas de Tarzán en papel amarillento pensado y dirigido al consumo masivo.

sábado, 29 de noviembre de 2014

UNA TARDE FELINA

Hay un tiempo para cada quien,
hoy fue el mío dejando fluir a mi ser,
cavilando al rededor de días idos y por venir,
de seres que llegan a mi vida como las olas del mar,
a la par de un atardecer brillante e inesperado,
ahuyentando otros con polución de micro seres que luchan denodadamente para asentarse en mis sentidos.

Concebí una nueva estrategia, cero lucha, más comprensión,
anunciándoles que tenían libre el fin de semana y partieron raudos,
sea porque estaban tan agotados como yo en esta lucha estéril de desalojo e invasion,  
o por que se creyeron  realmente su erradicación con solidaridad de otro paciente para extinguir mi llanto alérgico por aquel ambiente. 



Para mi sacerdotisa será que hallé el punto de equilibrio en las dimensiones de mi ser acrecentando mi darma,
alejando a todo lo que mortifica sin aniquilarme
por esa necesidad mutua como infame  de sobrevivir conjuntamente, sin importar que yo sea organismo complejo y ellos unicelulares. 



Prefiero creer que fue la atención a mi laxitud ya cerrando la tarde con un banquete majestuoso de almuerzo-lonche y el deleite de combinar sabores de tres dulce limeños que reconectaron mi energía, sentidos, sensaciones y pensamiento, 
para apreciar en detalle lo bello que es la vida.



Atrayéndome una escena en medio del mágico crepúsculo, descubrí en mi perspectiva 
aquel encuentro, comunicación, intercambio y goce en la relación misteriosa y cuasi alegórica de seres felinos/humanos, conmovida pedí consentimiento para capturar ese momento de entrega terciopelada
entre felinos, mujer y hombre.




Mis sentidos apenas liberados se embebieron de escenas, cuasi celestiales de amor tangible, convivencia, intercambio y confianza,
discutible para algunos/as por transgresor de espacios,censurando aquello que muchos practican en privado pero que en público se censura porque sabe a amenaza.


Asido de la idea de que somos y tenemos diferente valor, donde unos son dueños y otros advenedizos,
los primeros con derecho de uso y ningunos los segundos, en un balance próximo a la creación de un nuevo teorema los menos en valor se constituyen en  peligro de los más valiosos.


Más allá de estas disquisiciones que persistirá,
hoy disfruté profundamente de esa realidad que se impone, la combinación de bellezas felinas libres y misteriosas, con gestos de amor a veces esquivo de humanos/as entre sí, con combinaciones cautivantes, reconfortantes y conmovedoras.




Como narraba a la familia mía, el gesto no distinguía edad, sexo, rol, condición,  posición, pertenencia o pertinencia al espacio.
Bastaba con volver la mirada para dulcificar el rostro, sentarse al disfrute compartido sea del adulto mayor o la niña, los celos se esfumaban entre las parejas dejando espacio a otro ser.


Los seres que esta tarde me abrieron y mostraron sus sentimientos en un templo de convivencia de dos especies libres, impregnando a mi alma de paz, felicidad y alegría que animó este escrito cuasi alegórico para animarlos/as a visitar el parque felino/humano
quise decir el parque Kennedy de Miraflores.

viernes, 10 de junio de 2011

MEDIDAS DE SEGURIDAD O RENUNCIA A LA CONVIVENCIA

Medidas de seguridad le llamamos al modo de reducir cada vez más el espacio para la confianza, la libre circulación, convivencia, la civilidad, el intercambio, la interacción, el cuidado del otro, el reconocimiento y valoración de la diferencia, las opciones y prácticas, por las cuales dejamos de vivir en cuevas y ermitas.

Me resisto cada vez más a enmurallar, enhalambrar, enrejar, los espacios donde habitamos para dormir tranquilas/os.

Me resisto a que las veredas sean invadidas por cocheras y sólo dejen el espacio para transitar a vehículos.

Me resisto a pensar que no hay otro modo de vivir este tiempo que no sea, ocultándome, encubriéndome, protegiéndome, siempre en riesgo, mientras crece y se expande el estrés.

Me resisto a no contemplar un atardecer y caminar por la calzada cuando la noche crece, las luces se encienden y disfrutar de esa vida nocturna con sus misterios y promesas de confidencia de amigas/os que dejaste de ver, luego del cual caminar sola/o, tomar un taxi, un bus o un colectivo y llegar sin novedad a tu destino.

Me resisto a que mi hija/o, mi nieta/o, el hijo/a de mi hija/o, no pueda experimentar la vida de día y de noche, confiando en que vive entre seres humanos con similares valores que le dé espacio para ocuparse de imaginar y construir nuevos sueños, al estar liberada de miedos, desconfianzas, riesgos y tragedias.

Me resisto a creer que la delincuencia tenga capacidad de organizarse, mientras cada una/o inventamos nuevas formas de protección y restricción individual, logrando sentirnos seguros/as sólo mientras validamos nueva forma de seguridad.

Me revela que nuestra perspectiva de relacionarnos en el futuro sea solo virtual, porque cada quien se parapetó en su bunker mientras la calle se transformó en tierra de nadie.

Me duele profundamente que mientras el mundo evoluciona, donde el tiempo y la distancia empequeñece, nuestra capacidad de protección comunitaria y de convivencia saludable se difumine.

Parece un sueño que hasta fines de los ochenta, viajaba no muy lejos, para hallar sitios como Végüeta en Huacho, Canta, Santa Clara, el pueblo Surco (Matucana) donde las puertas eran abiertas y acogían al forastero y qué decir del Perú profundo. Cuánto queda de ello... pueda que solo mis recuerdos porque la delincuencia se instaló en nuestras vidas, lenta, efectiva e inadvertidamente.

Primero se perdió el pan y la leche de nuestra puerta y crecieron las compras semanales, la necesidad de una refrigeradora más grande, mientras menos numerosas eran nuestras familias y más pequeñas las viviendas al punto que hoy son una caja que va de 50 a 90 metros, a muchos metros del piso con unas macetas de bonsái como jardín.

Luego desaparecieron los maceteros y las plantas que mas queríamos, cercamos el jardín y en el caso más drástico extendimos la vivienda hacia la vereda, llenamos de cemento, construimos un espacio comercial o simplemente nada sólo paisaje gris y de desprotección al transeúnte.

En el mercado se evaporó nuestra bolsa de compras o alguien nos golpeó la mano para llevarse el monedero del diario, mientras todos miraban sin hacer o decir nada, provocándonos sentimiento de orfandad y desprotección antes que de pérdida y robo. Dejámos de ir al mercado del barrio, para usar autoservicios, renunciando a la calidez de la sonrisa, el intercambio, la familiaridad y relación humana con nuestra casera/o, el regateo y la yapa, a cambio de una máquina o un expendedor uniformado, adusto/a, agotado/a por horas de trabajo ingrato y un incremento en nuestro presupuesto.

Poco tiempo después nuestro perro consentido desapareció, sufrimos tanto que no conseguimos otro sustituto y nos quedamos con el nido abandonado cuando hjos/as se fueron, sin poder comunicarnos con vecinos cuyas paredes eran tan altas o gruesas como las nuestras.

Algunos/as insistimos en convivir con un nuevo perro, pero cuando lo hicimos, tomamos nuestras precauciones para no perderlo y sufrir nuevamente. Dejamos de darle amor, fuimos severos y agresivos hasta lograr que fuera rabioso, se defendiera y nos defendiera, no contentos con ello dejamos de preferir al perro común y creamos un mercado para el Pitbull y Doberman. Si nuestro entrenamiento fue perfecto, ellos cumplieron su cometido, se transformaron en fieras salvajes que no sólo atacó a un vecino/a independiente de su edad sino también se volvió en contra nuestra.

Algunos/as aprendimos la lección, reconocimos que nuestro error fue la fuente del entrenamiento basado en el dolor y la presión despertó la fiereza animal y desistimos. Otros descubrieron en ese proceso su propia dimensión perversa e hicieron de esa práctica un producto comercial del cual usufructuar, se crearon los centros prohibidos que alimentan y acrecientan los bajos instintos de seres que desplazan su propia rabia hacia animales que no eligieron ser en lo que fueron convertido, mientras otros pagan y disfrutan, anidando en su alma nuevas formas de relaciones violentas.

Un día despertamos y el carro que siempre quedó en la acera, perdió sus llantas, construimos o buscamos una cochera. Pero cuando el carro del vecino y todo aquel que se quedaba en la calle desaparecía, contratamos un vigilante. Y cuando esto fue insuficiente, vendimos la casa y nos mudamos a un condominio completamente cerrado con cochera, vigilante, jardín, sala y parque compartido por cuanto nuestra vivienda a penas tenía espacio para comer, asearnos y dormir.

Una de esas tantas veces que fuimos de visita larga a amigos o parientes, al retornar nuestra puerta principal había sido violentada y se habían hurtado el televisor y uno que otro artefacto. Colocamos una sobrepuerta, nueva chapa, cuatro seguros y un cantor, no volvimos a salir por mucho tiempo toda la familia y por más de dos horas.

A pesar de ello un día despertamos y nuestra casa estaba vacía, allí construimos un muro que mató el jardín, colocamos circuitos cerrados, enhalambramos o enrejamos. Y cuando dejó de ser solo nuestro caso cerramos la calle, luego la avenida y terminamos enrejando toda la urbanización, el barrio. Cuando se complicó nuestro propio tránsito fue necesario contratar a quienes velen nuestras noches y cuiden nuestros días, conviviendo grotescamente, dos mundos de suficiencia y cuidado y otro de carencias, servicio y sin vidas familiares puesto que perdieron los sábados y domingos. Aun así sufrimos ya no robos sino asaltos con víctimas y dolor nuestro o vecino.

Un día descubrimos consumiendo marihuana a nuestro hijo/a, hablamos con él o ella mientras culpábamos a sus amigos. Lo cambiamos de colegio, reducimos contactos con sus amigos. Cuando menos lo esperábamos, fueron desapareciendo las cosas de la casa una plancha, una licuadora, un reloj. Pensamos que fue la última visita. Cuando volvió a suceder creímos que era la trabajadora del hogar pese al tiempo que mostró su honradez, total uno nunca deja de conocer a las personas. La despedimos llena de sospechas y sin certificado de trabajo que alivie su desempleo, consiguiendo a otra con medidas de seguridad y recomendación intachable. Aun así se perdió nuestro dinero y las cosas del vecino. Y cuando nos dimos cuenta, era nuestro hijo/a que había fugado con la hija/o del vecino. Intentamos rescatarlo/a, tuvo éxito el vecino, el o la nuestra desapareció en los brazos de la noche y la droga hasta que lo detuvieron asaltando. Aun así lo o la apoyamos moviendo todos nuestros contactos, sobornando a policías, jueces y todos los involucrados en su sanción. Hasta lograr su libertad, momento desde el cual no hemos vuelto a saber de él o ella. Mientras nos resistimos a pensar que su dependencia y habilidad lo haya transformado en jefe/a de una banda, sólo el tiempo despejará nuestra incertidumbre.

Cuando secuestraron al hijo/a del vecino, a un pariente y vimos que era inseguro el barrio e insuficiente nuestros esfuerzos por auto protegernos, ahorrar y pagar seguros para cuando nos tocara lo mismo –con más horas de trabajo y menos tiempo en nuestra casa y familia-. Nos cambiamos de barrio, pensando que la vulnerabilidad era personal y familiar, poco duró la sensación de seguridad, cuando una mañana una banda ingreso a la casa nueva y secuestro a toda la familia. Nadie pudo ayudarnos, porque estaban todos a su vez preocupados de autoprotegerse, y porque en zonas residenciales no es de buen gusto tampoco inteligente, saber que le pasa al vecino.

Más adelante dejamos de transitar calles peligrosas, horas peligrosas, lugares peligrosos, amigos sospechosos, prácticas riesgosas... y fuimos cediendo palmo a palmo la ciudad al peligro, la amenaza, inseguridad, al monstruo que devora insaciable nuestros miedos y se agiganta, hasta moverse con total impunidad y descaro, mientras miramos y rogamos aterrados que no seamos nosotros/as sino el otro la víctima.

¿Cuánto más debemos ceder para sentirnos seguros por esfuerzo propio, hasta descubrir que es un problema de toda/os, que si dejamos de crear mitos, temer a ejercer prácticas solidarias y de reacción colectiva contra el hurto, abuso, violación de las leyes, a establecer redes de confianza y creer en otra/o, que podremos recuperar nuestra calle, barrio, distrito y país si así lo decidimos poniéndonos de pie y somos más defendiendo el cuerpo y la vida, haciendo cumplir las reglas y velando por el cumplimiento de las leyes?

¿Cuándo comprenderemos que nuestra tendencia a creer que sólo nuestra seguridad y bienestar importa. Que está en manos de otros crear las condiciones y una ciudad segura, mientras ellos descubren que nuestros miedos y pusilanimidad es buena fuente de poder y corrupción?

Cuando asumiremos un compromiso activo de todas y todos como uno de los caminos para contrarrestar la inteligencia, estrategia e incremento de la delincuencia. Que si lo descubrieron otros hermanos y hermanas del Perú profundo?

¿Cuándo nos asumiremos sujetos sociales con responsabilidades colectivas que aseguren convivencias seguras, amigables y humanas, ejerciendo responsabilidades y derechos para que se cumplan las convenciones y pactos de iguales que rompemos cada vez que nos conviene, creando el cultivo para la reproducción y profundización de esas violaciones hasta el desprecio por la vida humana?

¿Cuándo usaremos las herramientas que tenemos a disposición para incluir a todas y todos mientras nos despojamos de nuestro nuevo revestimiento de fieras urbanas, parapetadas en la búsqueda individual de seguridad, placer extremo?

¿Tendremos capacidad y oportunidad de reaccionar a tiempo antes de extinguirnos fruto de nuestras medidas de aislamiento y seguridad individual o involucionar y alejarnos de todo para habitar la tierra lejos de todo y todos con el único propósito de vivir sin vivir?