viernes, 10 de junio de 2011

MEDIDAS DE SEGURIDAD O RENUNCIA A LA CONVIVENCIA

Medidas de seguridad le llamamos al modo de reducir cada vez más el espacio para la confianza, la libre circulación, convivencia, la civilidad, el intercambio, la interacción, el cuidado del otro, el reconocimiento y valoración de la diferencia, las opciones y prácticas, por las cuales dejamos de vivir en cuevas y ermitas.

Me resisto cada vez más a enmurallar, enhalambrar, enrejar, los espacios donde habitamos para dormir tranquilas/os.

Me resisto a que las veredas sean invadidas por cocheras y sólo dejen el espacio para transitar a vehículos.

Me resisto a pensar que no hay otro modo de vivir este tiempo que no sea, ocultándome, encubriéndome, protegiéndome, siempre en riesgo, mientras crece y se expande el estrés.

Me resisto a no contemplar un atardecer y caminar por la calzada cuando la noche crece, las luces se encienden y disfrutar de esa vida nocturna con sus misterios y promesas de confidencia de amigas/os que dejaste de ver, luego del cual caminar sola/o, tomar un taxi, un bus o un colectivo y llegar sin novedad a tu destino.

Me resisto a que mi hija/o, mi nieta/o, el hijo/a de mi hija/o, no pueda experimentar la vida de día y de noche, confiando en que vive entre seres humanos con similares valores que le dé espacio para ocuparse de imaginar y construir nuevos sueños, al estar liberada de miedos, desconfianzas, riesgos y tragedias.

Me resisto a creer que la delincuencia tenga capacidad de organizarse, mientras cada una/o inventamos nuevas formas de protección y restricción individual, logrando sentirnos seguros/as sólo mientras validamos nueva forma de seguridad.

Me revela que nuestra perspectiva de relacionarnos en el futuro sea solo virtual, porque cada quien se parapetó en su bunker mientras la calle se transformó en tierra de nadie.

Me duele profundamente que mientras el mundo evoluciona, donde el tiempo y la distancia empequeñece, nuestra capacidad de protección comunitaria y de convivencia saludable se difumine.

Parece un sueño que hasta fines de los ochenta, viajaba no muy lejos, para hallar sitios como Végüeta en Huacho, Canta, Santa Clara, el pueblo Surco (Matucana) donde las puertas eran abiertas y acogían al forastero y qué decir del Perú profundo. Cuánto queda de ello... pueda que solo mis recuerdos porque la delincuencia se instaló en nuestras vidas, lenta, efectiva e inadvertidamente.

Primero se perdió el pan y la leche de nuestra puerta y crecieron las compras semanales, la necesidad de una refrigeradora más grande, mientras menos numerosas eran nuestras familias y más pequeñas las viviendas al punto que hoy son una caja que va de 50 a 90 metros, a muchos metros del piso con unas macetas de bonsái como jardín.

Luego desaparecieron los maceteros y las plantas que mas queríamos, cercamos el jardín y en el caso más drástico extendimos la vivienda hacia la vereda, llenamos de cemento, construimos un espacio comercial o simplemente nada sólo paisaje gris y de desprotección al transeúnte.

En el mercado se evaporó nuestra bolsa de compras o alguien nos golpeó la mano para llevarse el monedero del diario, mientras todos miraban sin hacer o decir nada, provocándonos sentimiento de orfandad y desprotección antes que de pérdida y robo. Dejámos de ir al mercado del barrio, para usar autoservicios, renunciando a la calidez de la sonrisa, el intercambio, la familiaridad y relación humana con nuestra casera/o, el regateo y la yapa, a cambio de una máquina o un expendedor uniformado, adusto/a, agotado/a por horas de trabajo ingrato y un incremento en nuestro presupuesto.

Poco tiempo después nuestro perro consentido desapareció, sufrimos tanto que no conseguimos otro sustituto y nos quedamos con el nido abandonado cuando hjos/as se fueron, sin poder comunicarnos con vecinos cuyas paredes eran tan altas o gruesas como las nuestras.

Algunos/as insistimos en convivir con un nuevo perro, pero cuando lo hicimos, tomamos nuestras precauciones para no perderlo y sufrir nuevamente. Dejamos de darle amor, fuimos severos y agresivos hasta lograr que fuera rabioso, se defendiera y nos defendiera, no contentos con ello dejamos de preferir al perro común y creamos un mercado para el Pitbull y Doberman. Si nuestro entrenamiento fue perfecto, ellos cumplieron su cometido, se transformaron en fieras salvajes que no sólo atacó a un vecino/a independiente de su edad sino también se volvió en contra nuestra.

Algunos/as aprendimos la lección, reconocimos que nuestro error fue la fuente del entrenamiento basado en el dolor y la presión despertó la fiereza animal y desistimos. Otros descubrieron en ese proceso su propia dimensión perversa e hicieron de esa práctica un producto comercial del cual usufructuar, se crearon los centros prohibidos que alimentan y acrecientan los bajos instintos de seres que desplazan su propia rabia hacia animales que no eligieron ser en lo que fueron convertido, mientras otros pagan y disfrutan, anidando en su alma nuevas formas de relaciones violentas.

Un día despertamos y el carro que siempre quedó en la acera, perdió sus llantas, construimos o buscamos una cochera. Pero cuando el carro del vecino y todo aquel que se quedaba en la calle desaparecía, contratamos un vigilante. Y cuando esto fue insuficiente, vendimos la casa y nos mudamos a un condominio completamente cerrado con cochera, vigilante, jardín, sala y parque compartido por cuanto nuestra vivienda a penas tenía espacio para comer, asearnos y dormir.

Una de esas tantas veces que fuimos de visita larga a amigos o parientes, al retornar nuestra puerta principal había sido violentada y se habían hurtado el televisor y uno que otro artefacto. Colocamos una sobrepuerta, nueva chapa, cuatro seguros y un cantor, no volvimos a salir por mucho tiempo toda la familia y por más de dos horas.

A pesar de ello un día despertamos y nuestra casa estaba vacía, allí construimos un muro que mató el jardín, colocamos circuitos cerrados, enhalambramos o enrejamos. Y cuando dejó de ser solo nuestro caso cerramos la calle, luego la avenida y terminamos enrejando toda la urbanización, el barrio. Cuando se complicó nuestro propio tránsito fue necesario contratar a quienes velen nuestras noches y cuiden nuestros días, conviviendo grotescamente, dos mundos de suficiencia y cuidado y otro de carencias, servicio y sin vidas familiares puesto que perdieron los sábados y domingos. Aun así sufrimos ya no robos sino asaltos con víctimas y dolor nuestro o vecino.

Un día descubrimos consumiendo marihuana a nuestro hijo/a, hablamos con él o ella mientras culpábamos a sus amigos. Lo cambiamos de colegio, reducimos contactos con sus amigos. Cuando menos lo esperábamos, fueron desapareciendo las cosas de la casa una plancha, una licuadora, un reloj. Pensamos que fue la última visita. Cuando volvió a suceder creímos que era la trabajadora del hogar pese al tiempo que mostró su honradez, total uno nunca deja de conocer a las personas. La despedimos llena de sospechas y sin certificado de trabajo que alivie su desempleo, consiguiendo a otra con medidas de seguridad y recomendación intachable. Aun así se perdió nuestro dinero y las cosas del vecino. Y cuando nos dimos cuenta, era nuestro hijo/a que había fugado con la hija/o del vecino. Intentamos rescatarlo/a, tuvo éxito el vecino, el o la nuestra desapareció en los brazos de la noche y la droga hasta que lo detuvieron asaltando. Aun así lo o la apoyamos moviendo todos nuestros contactos, sobornando a policías, jueces y todos los involucrados en su sanción. Hasta lograr su libertad, momento desde el cual no hemos vuelto a saber de él o ella. Mientras nos resistimos a pensar que su dependencia y habilidad lo haya transformado en jefe/a de una banda, sólo el tiempo despejará nuestra incertidumbre.

Cuando secuestraron al hijo/a del vecino, a un pariente y vimos que era inseguro el barrio e insuficiente nuestros esfuerzos por auto protegernos, ahorrar y pagar seguros para cuando nos tocara lo mismo –con más horas de trabajo y menos tiempo en nuestra casa y familia-. Nos cambiamos de barrio, pensando que la vulnerabilidad era personal y familiar, poco duró la sensación de seguridad, cuando una mañana una banda ingreso a la casa nueva y secuestro a toda la familia. Nadie pudo ayudarnos, porque estaban todos a su vez preocupados de autoprotegerse, y porque en zonas residenciales no es de buen gusto tampoco inteligente, saber que le pasa al vecino.

Más adelante dejamos de transitar calles peligrosas, horas peligrosas, lugares peligrosos, amigos sospechosos, prácticas riesgosas... y fuimos cediendo palmo a palmo la ciudad al peligro, la amenaza, inseguridad, al monstruo que devora insaciable nuestros miedos y se agiganta, hasta moverse con total impunidad y descaro, mientras miramos y rogamos aterrados que no seamos nosotros/as sino el otro la víctima.

¿Cuánto más debemos ceder para sentirnos seguros por esfuerzo propio, hasta descubrir que es un problema de toda/os, que si dejamos de crear mitos, temer a ejercer prácticas solidarias y de reacción colectiva contra el hurto, abuso, violación de las leyes, a establecer redes de confianza y creer en otra/o, que podremos recuperar nuestra calle, barrio, distrito y país si así lo decidimos poniéndonos de pie y somos más defendiendo el cuerpo y la vida, haciendo cumplir las reglas y velando por el cumplimiento de las leyes?

¿Cuándo comprenderemos que nuestra tendencia a creer que sólo nuestra seguridad y bienestar importa. Que está en manos de otros crear las condiciones y una ciudad segura, mientras ellos descubren que nuestros miedos y pusilanimidad es buena fuente de poder y corrupción?

Cuando asumiremos un compromiso activo de todas y todos como uno de los caminos para contrarrestar la inteligencia, estrategia e incremento de la delincuencia. Que si lo descubrieron otros hermanos y hermanas del Perú profundo?

¿Cuándo nos asumiremos sujetos sociales con responsabilidades colectivas que aseguren convivencias seguras, amigables y humanas, ejerciendo responsabilidades y derechos para que se cumplan las convenciones y pactos de iguales que rompemos cada vez que nos conviene, creando el cultivo para la reproducción y profundización de esas violaciones hasta el desprecio por la vida humana?

¿Cuándo usaremos las herramientas que tenemos a disposición para incluir a todas y todos mientras nos despojamos de nuestro nuevo revestimiento de fieras urbanas, parapetadas en la búsqueda individual de seguridad, placer extremo?

¿Tendremos capacidad y oportunidad de reaccionar a tiempo antes de extinguirnos fruto de nuestras medidas de aislamiento y seguridad individual o involucionar y alejarnos de todo para habitar la tierra lejos de todo y todos con el único propósito de vivir sin vivir?

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