sábado, 9 de mayo de 2015

DIA DE MI MADRE

Cerrando el mes de febrero, 
celebran estar juntos los hombres de la familia mía,
y deciden enunciar fechas simbólicas como:
matrimonio, bautizo, aniversario, el dial del amor, navidad.

Abriéndose a la noche  José sentencia: “¡El día de la madre!
fecha inconfundible con mis intereses y de los otros,
para mí es el día de la madre, no de la abuela, 
esposa, hija, hermana, tía, amiga u otras madres. Es día de mi madre”.

Cerrando mis contradicciones y sentimientos encontrados, 
la enajenación social de la relación hijo(a) madre hacia el mercado,
la naturalización  del rol del cuidado y perpetuación de la especie,
la confrontación femenina madre Vs. no madre para explotarla.

Abriendo el cofre de recuerdos adolescentes sobre mis días de la madre. 
Papá colocaba  en cada  pecho una rosa roja por nuestra madre viva,
una rosa blanca en el suyo y mi madre  por su madre muerta,
los abrazábamos por ello  y agradecíamos a Dios por nuestra madre viva.

Cerrando mi resistencia a la subordinación  y abriéndome a la vida, 
José tocó  la oportunidad del hijo(a) para mostrar el amor a su madre,
agradeciendo explícitamente al ser por  cuyo medio fue posible el milagro 
de su vida,   cuidado, enseñanza de ser,  hasta elegir imitarla o no hacerlo.

Abriendo mi satisfacción de celebración cotidiana a mi madre,
tan cerca aun cuando agote o nuestros papeles se intercambien,
al punto de olvidarnos que todos  los días y de diversas formas,
celebro el día de mi madre cuando estoy con ella. 

Cerrando esta tarde, salí con mi madre tras persuadirla,
me ayude a no reiterar mis desaciertos en su talla que cambia día a día,
ella que se agota  una cuadra, quiso caminar mientras el sol calienta, 
y caminamos lento  deteniéndonos a momentos en cada descanso.

Abriéndonos a las transformaciones de nuestro espacio,
riéndonos de las piruetas de amantes en bancos vecinos, 
o descubriendo  como crecía  el barrio hacia arriba,
identificado   a vecinos de alquiler por sus cortinas.

Cerramos nuestra tarde de madre e hija devorando a mitades,
chocolates de corazón obsequiados por ser  madre y abuela,     
e intercambiando los últimos hechos del país mientras pintaba sus uñas,
mañana vendrían por un día a celebrarle ser madre, abuela y bisabuela. 

viernes, 27 de marzo de 2015

DUALIDAD VIDA MUERTE

Compartí hace poco un artículo sobre: ¿Por qué enfermamos? ¿Qué es envejecer bien? y ¿Qué es envejecer patológicamente?1 


La reacción de amigas y amigos ante el mensaje que acompañé al artículo, así como una detenida reflexión de quien inicia anotando que: “Me encanto la dulzura con que tratas el tema de la muerte y de la vida.” (MEY). Me ha animado a elaborar una primera aproximación a cerca de mis propias impresiones a cerca de la vida y la muerte desde mi experiencia personal, al mismo tiempo que concreto las premoniciones de Carmen Luz  que en algún momento escribiría sobre el tema.

Cuando tenía seis años, vi una película que en ese tiempo era terror y hoy es chancay de a medio en contraste con lo que se exhibe por TV. La trama era alrededor de un padre que intentaba resucitar a su hijo a través de un traje especial, que debía elaborarse bajo determinadas instrucciones, cuando estuvo concluido, no pudo pagar el trabajo y en un forcejeo fue asesinado por el sastre. Ante lo sucedido, el sastre aterrado retorna a su taller con el traje bajo el brazo y ordena a su hija que se deshaga de él. Su hija una mujer profundamente sola que mantenía frecuente soliloquio con un maniquí, lo viste con el traje, el maniquí adquiere vida similar a la de los zombis. Después de esa película dormí entre mi madre y padre por una semana aterrada con la muerte y resurrección sin vida.
Más adelante, murió mi tío abuelo Zacarías, -tío de mi madre-, quien me engrió y amo mucho, con dolor por su muerte llegué rauda del colegio a la casa de su hija donde era el funeral y de puntillas vi su rostro bajo el vidrio del féretro, mostrándose ante mis ojos de niña un cuerpo inerte totalmente ajeno a ese hombre que llenó mi vida de dulces, globos y alegrías. Comprendí que ese cuerpo no era mi tío, no tenía caso quedarme junto a él, porque  ya no estaba.  
Allí con ocho años de edad, decidí que no volvería a ver nunca más al interior de un féretro. Desde ese momento me convencí que un cadáver, ya no es quien fue, porque ya no guarda en sí el soplo de vida, no existe. Mas adelante, entendí  que la vida es el instante donde el alma llena de contenido al cuerpo, interactuando  con el mundo a través suyo. Por eso cuando se va, sólo queda un despojo, un cuerpo a veces aun sin uso, otros con abuso y algunos con las huellas de una plenitud de su tiempo en cada surco. 

En quienes lo aman,   quien se va, se hace parte de sí en quien se queda, reeditándose todo lo mejor de quien fue en el mismo plano, siempre que se haya producido una interacción de ambos lados, si sólo fue de un lado, el sentimiento de culpa del doliente lo transforma en tristeza. Por ello la importancia de construir con atención y amor nuestras relaciones, porque quien se va generalmente no podrá manifestarnos que siente -salvo excepciones de conexión desarrollada-, además tiene a favor lo que mi padre siempre decía "No hay difunto malo", así que la culpa es mayor en quien lo sobrevive.  

Mi padre murió cuando yo tenía 37 años, llegué a su lado antes del rigor mortis, para decirle que se fuera en paz que todo estaba bien, lo abracé, besé y quedé un momento recostada a su lado, sin sentir que ya no estaba, así es como entendí el apego al cuerpo de quien se ama. Al cabo de algunas horas, cuando vino la funeraria para embalsamarlo quise ponerle las zapatillas, allí comprobé que la muerte no sólo es inerte sino profundamente helada, así que no resistí,  descubrí que no tengo pasta para interactuar con los signos de la muerte, con dolor dejé que otros cumplieran con el rito de calzarlo con aquellas zapatillas cumpliendo su deseo de que fuera así.  
En el 2010, tuve mi cuarta experiencia con la muerte, esta vez a distancia, Pedro el primogénito de los Herrera, mi hermano mayor por elección,  me permitió  descubrir que al morir no nos vamos inmediatamente, que si hay amor este trasciende espacios y planos, haciendo posible que otros sentidos no convencionales permiten que vivos y no vivos,  nos conectemos, se que puede sonar a esotérico, pero lo único que queda claro en mi vida es que cada tiempo es un momento nuevo para abrirse a nuevos saberes.
Estos cuatro episodios que me colocaron de cara a la muerte, han permitido aproximarme a su significado y como en él se inspira la vida. Por estas razones, he aprendido a poner atención en algunas prácticas de la vida que suelen realizarse sin pensar en la muerte  y también en otros donde se vive plena y conscientemente sabiendo que es finito. En uno y otro caso cuando  se aproxima la muerte son diversas las reacciones de quien se va y se queda, para unos y otros cuesta más o menos, pero finalmente se acepta que la muerte se instala sin excepciones, sin concesiones y nos hace radicalmente iguales.
Mis padres nacieron en los andes de allí mi fe y prácticas heredadas ante la vida y la muerte. Personalmente he visitado casi todo el Perú con excepción de Madre de Dios y Huancavelica. Siendo testigo en más de una ocasión del modo como cada pueblo se relacionan con la vida y la muerte, afirmando mi percepción de cuánta construcción cultural hemos debido invertir en las grandes ciudades, para despojarnos de todos los rituales y modos de vivir la muerte, que nos deja en orfandad para aprender a tener una vida buena y esforzarnos día a día por ser una buena persona. Frecuentemente vivimos creyéndonos inmortales y haciendo cuánto está en nuestras manos por extinguir y corromper todo a nuestro rededor desde lo inmaterial hasta lo material, y en ese esfuerzo, dejamos a tiras nuestra propia alma.
A diferencia de las grandes ciudades, en los andes,  casi todo sucede a través de una relación fluida, pueda que se deba a una menor complejidad comunitaria o a una mayor relación cara a cara. Y no se trata de proximidad necesariamente, porque a diferencia de las zonas urbanas la vecindad de los andes está mediada por las extensiones de tierra que va de una hectárea a más. En medio de esa vastedad, la vida y muerte discurren acompasadamente, tiene sus ritos, símbolos y prácticas. Haciendo que cada momento y festividad sea trascendente en sus vidas.   
Uno de ellos es la semana santa, que si institucionalmente celebra la resurrección de Cristo como triunfo sobre la muerte. En su estructura y detalles, reedita el padecimiento y ocurrencia de una muerte  históricamente doliente e injusta "por nuestra culpa" -que se representa con dedicación-. La muerte cobra centralidad, podría decirse que adquiere vida plena sin levantar resistencia alguna de vivos y muertos al respecto. Toda la semana santa implica luto, ergo dolor y recogimiento, no solo por la conmemoración de la muerte de Cristo en la cruz, sino por los pecados individuales y la certeza de la propia muerte que se refleja  en cada acto. 

La semana santa culmina con la resurrección, a excepción de la misa de la luz,  pareciera ser que ya no hay nada que celebrar -en la iglesia católica que es la mayoritaria en el país-, En algunos escenarios, el dolor de reconocerse finito se reedita con actos de contrición y deseos de cambio no importa si dura un segundo o hacia adelante. Otros beben hasta perder la conciencia para desprenderse del dolor o sumirse en la nada, de ello pude apreciar cerrando semana santa en: Tarma, Huancayo, Ayacucho y otros. A lo largo de  más de tres décadas atrás, donde el fervor religioso era más sólido que en este tiempo.
¿Y cómo se trata la muerte entre los ciclos de edad? Me escandalicé la primera vez que fui testigo de la muerte de un bebé en los andes, la gente celebró, compartió, danzó y brindó en medio del dolor de los padres, que también danzaron. Luego me explicaron y entendí que celebraban no la muerte, sino la liberación de aquella  alma que retornaba prontamente al lado de Dios, sin haber perdido su condición angelical. Celebraban que no se quedase en la tierra para vivir y corromperse con las tentaciones y pecados de  una vida de miseria, carencias y sufrimiento, por ello todos bailan y celebran sin negar el dolor de la partida.  
Esa visión de la vida sin esperanza, que lleva al punto de celebrar la muerte me mostró que para algunos peruanos y peruanas faltaba tanto para estar en condiciones de apostar por la vida, conquistar el contenido del derecho y su belleza aun en medio de la exigencia. Habían perdido la fe de cambiar la condición histórica del pobre, la muerte era un consuelo y una resignación para los padres que perdían sistemáticamente a niños y niñas antes de alcanzar los tres años de edad, debido a un país profundamente desigual y excluyente. Son escenas que vienen a mi desde los años ochenta del siglo pasado, que aun recuerdo como si fuera ayer, hoy no sé cuanto se reedita este drama en diferentes pueblos del país.
También he sido testigo de cómo ancianos y ancianas, se preparan así mismo para el tránsito, haciendo que su dimensión espiritual sea central en sus vidas, independiente de lo que creen, realizan su ritual con disciplina, entrega y persistencia. Paralelamente preparan sus funerales, porque son conscientes que ingresaron al tiempo del descuento por milagro y sabiduría. Eligen a la mejor representación de su ganado y lo destinan para ser sacrificado en sus funerales, de modo que alimente a todo el pueblo que espera será su compañía, puesto que su muerte ha de ser un gran acontecimiento como lo fue su vida o compensarlo si no fue así. Si el anciano o la anciana no muere en el tiempo para el que se ha preparado, el ganado es prestado a algún vecino o familiar, bajo la condición de ser retornado cuando sucedan los funerales para ese fin, nadie se atreve a romper este compromiso porque existe la presión social, se trata de una decisión personal privada, publicitada y posicionada como medida pública dentro de la comunidad, todos conocen del acto de compromiso.
Las personas ancianas con conciencia de sus bienes materiales, se esfuerzan porque su muerte sea justa, mucho más si su vida ha tenido vacíos, en uso de sus facultades y voluntad, convocan a los notables del pueblo o la comunidad, que no necesariamente son autoridades, se trata de personajes que con su vida y práctica han logrado ser reconocidos(as), respetados(as) y transformados(as) en personas confiables, son ellos quienes sirven de garantía para hacer cumplir la voluntad del difunto, no porque alguien dejen de cumplirlo, sino porque el rito es ese, que existan testigos en una sociedad donde las decisiones se transmiten de generación en generación, una sociedad hasta no hace mucho principalmente era oral. Para quienes toman esta decisión no hay nada como el desapego a lo materia, la avaricia, la mezquindad o el abuso de poder, porque su apego es la forma mas segura de condenar al alma de quien muerto está, al eterno sufrimiento. 

Será por eso, que pese a la disconformidad de una herencia, son muy escasos los casos que los parientes sobrevivientes cuestionen, enjuicien o terminen por matarse por los bienes, como sí sucede en las grandes ciudades. O bien  dilapidarlos, devaluando el esfuerzo y trabajo con el que fue construido por quien ya partió, hecho de los que he sido testigo en mas de un caso. Cuando se presentan casos contrarios a la práctica de respeto a la voluntad de quien fue, la gente suele decir: “Pobre hombre (mujer), como se condena en vida, porque todo lo que hoy tiene, quiere, por lo que hace daño y se hace daño, va en contra de la voluntad del difunto(a), quien luego de muerto puede decidir llevárselo al poco tiempo. Y cuando muera  pronto o más tarde, no podrá llevarse con él o ella nada, allá a donde todos iremos.”
Quienes cuidan de cada detalle, lo prepara todo,  incluido el féretro que encargan para ser construido a medida del candidato a difunto. Es otro acontecimiento que todo el pueblo conoce y valora, el o la anciano es admirado y tratado con más distinción, porque quien pone cuidado para su muerte como lo hizo con su vida es alguien con dignidad y merece el respeto de todos, así es como se construyen nuevas leyendas de quien es  con su participación, se le presta atención a los cuentos de su tiempo. Y se torna en  detonante para que  en las tardes los/as vecinos y/o parientes se junten con hijos/as para narrar los cuentos de quienes murieron antes o de aquellos que retornaron de la muerte, de cómo surgió el pueblo, de los grandes hombres y mujeres que lo construyeron, de sus sueños y deseos para cuando ellos se vayan.  
Y están aquellas(os) que  preparan con detenimiento su ajuar, como el de la novia y el novio cuidando todo detalle, eligiendo a quien ha de bañar el cuerpo sin vida y revestirlo. Mi tía Juana que hoy tiene 92 años, ya me lo dijo en el 2010, a propósito de la muerte de Pedro. Ha decretado  que viaje desde donde esté, a vestirla. Le he dicho que me esforzaré por ir pero que no prometo vestirla, ella con su lógica directa y profunda me ha argumentado: “Entonces quieres que me vaya como vine desnuda. No niña Catalina, se que tienes miedo pero hallaras la fuerza para vestirme”, no sé si eso será posible, pero estoy segura que el universo hará que esté con ella para despedirla.
En un país sin seguridad social ni derechos, cada poblador(a) andino que cree en otra vida después de la muerte, se prepara tal como tuvo  vida buena (aun cuando careció de buena vida respecto a condiciones materiales) para tener digna muerte, para no temer ni titubear en ese tránsito. Para algunos(as) todo lo señalado puede ser religiosidad popular o sincretismo andino occidental, para mí son fuentes de información, contrastación,  análisis, reflexión y estudio de mis propias percepciones.
Detenerme a observar estos hechos y en sus detalles, me permite  superar mis propias limitaciones de ver y no entender desde mi perspectiva, habiendo avanzado ese pequeño paso de colocarme en la perspectiva del otro para comprenderlo y comprenderme, sólo así ha sido posible sumar al conocimiento teórico, el hecho empírico concreto de nuestra relación con la muerte en las diversas experiencias cercanas o ajenas.  
En lo personal  aprendo día a día aceptar que mi vida sea suficientemente clara como para inspirarme, saciar mi sed de vida, advertir con serenidad  y prepararme ante mi propia muerte. Cada día estoy más convencida, que tarde o temprano volveré al lugar de donde vine y que esta dimensión tiene un sentido en tanto me ocupe de ello. Este es sólo un momento de tránsito  pueda que lo experimente largo y exigente o sólo como un suspiro.
Por ello creo que necesario liberarnos de todo tipo de deudas, en el sentido que luego creemos hemos dejado de hacer algo importante: estar junto a quien amamos, apreciamos; callar lo que sentimos en su momento o dejar de expresar cuanto amamos y admiramos al otro/a. Al punto que cuando nos toque,  no recurramos a la vieja práctica de pedir un minuto más, pues todo lo que se ha dejado de hacer en una vida no ha de lograrse absolver en un minuto. Sin duda habrá otra vida para quienes creemos en ello, más allá de cuan cierto o falso sea, lo real es que estamos en esta vida. Si de ello nos damos cuenta a tiempo, aun tenemos oportunidad de revisar y tomar decisiones sobre nuestro modo de vivir y aportar a la vida.

domingo, 8 de marzo de 2015

DEL MAL AMADO AL MAL AMOR

Es la mañana de un día cualquiera, debo cruzar la ciudad de nor-este a sur-oeste implica alrededor de 20 kilómetros, que   por vía convencional: automóvil o bus me lleva más de dos horas. Perspectiva que desde fines del 2014 eludo, usando el metro que recorre 16 km. en 24 minutos. De allí, con suerte, me desplazo unos 4 Km. en otros 30 a 45 minutos hasta mi destino ¿Cómo me demoro más del doble de tiempo en la cuarta parte de la distancia recorrida por el metro? Sencillo, gracias al corredor azul que entre el cruce de las avenidas Arequipa y Angamos, marca 90 segundos a favor del primero y 15 para el segundo.


Los 24 minutos de viaje en metro, compartido con mujeres y hombres -dependiendo del horario-, me permite contemplar el modo como evoluciona e involucionan las prácticas de relaciones de convivencia en un medio de transporte donde el ensordecedor y numeroso clacson de micros, gritos de cobradores y llenadores, así como la mentada de madre de choferes entre sí, ha sido sustituido por una grabación con voz de mujer, recordándonos las buenas costumbres, estaciones y un silbato que anuncia detenimiento y partida en cada uno de  12 paraderos de los que soy observadora participante.

Sin duda el mejor horario es el tren de las 9:21, en él todos/as están acicalados, es notable el aroma a jabón, las colonias de hombres y mujeres se confunden. La mayoría se dirige a trabajos de oficina o comercio  donde  el  ingreso es alrededor de las 10:00 a.m. Hay espacio para viajar con comodidad, buen ambiente y temperatura gracias al aire acondicionado. Las escasas ocasiones que están ausentes mujeres con bebés o niños/as pequeños, puedo sentarme y abstraerme en la lectura, en el resto de tiempo contemplo la ruta que cada día tiene algo nuevo  o me detengo a observar la conducta de viajeros(as) que suelen ser una fuente inagotable de conocimiento.
El viernes 6 marzo fue uno de esos días desbordantes de madres y niños, me coloqué al lado de una pareja joven. Cuando apenas se movió el tren, al instante me atrajo el sonido de un golpe, sorprendida miré hacia el punto del ruido. La mujer joven, había propinado una sonora y “cariñosa” bofetada a su pareja, él sonreía en el límite de la ira, mientras imitaba el gesto deteniendo su propio golpe a milímetros del rostro de ella, mientras afirmaba que algún día le “estamparía la cara”,  ella sonreía retadoramente.

Pensé en ese momento "sadomasoquismo público" y hundí la mirada en la ruta. La joven volvió a golpear a su pareja por segunda vez. Me volví al tercer golpe para interferir en el acto,   pero algo en mi interior me detuvo, pueda que sea la voz de Chachi diciéndome: "No es contigo deja que fluya". Simultáneamente   mi dimensión analítica y reflexiva tomaba primera fila. Tomé conciencia que estaba ante un escenario donde se desplegaba la gestación de una relación de pareja que a lo largo del tiempo se traduciría en violencia contra la mujer o quizá contra el hombre. Estaba ante una de las escenas pretéritas de violencia entre la pareja. Era el tiempo de  cortejo, seducción, medición poder a través de la atracción entre “enamorados”, donde se apelaba al golpe tolerado, provocado y animado como instrumento de seducción y persuasión.

Contemplé detenida y abiertamente a la pareja –ellos no se inmutaron, mantuvieron el intercambio de gestos y actos como si estuvieran completamente solos-. Ambos no pasarían de los veinte años, ella tenía un hermoso rostro ovalado donde resaltaban sus ojos negros acentuados por el único maquillaje de líneas negras y firmes sobre el párpado superior, que creaban profundidad a esa fulgurante mirada colmada de deseo, control y posesión. La amplia sonrisa mostraba una perfecta y gran dentadura blanca. De nariz pequeña y pómulos armoniosos a momentos cubierto por su cabello  brillante de negro azabache que le llegaba hasta el nacimiento del busto. Tenía la piel canela, contrastante con un hermoso vestido de varias tonalidades con énfasis en el naranja, cuyo material de encaje elastificado modelaba sus hombros descubierto,   profundo escote y ceñido hasta la cintura cual segunda piel, liberándose hacia los muslos en una amplia media campana.

Llevaba una pequeña cartera blanca y sandalias del mismo color, con  taco muy alto y gran plataforma, que la elevaban algunos centímetros de su mal amado. A diferencia del rostro cuasi libre de maquillaje, eran notable sus aderezos: una medalla desgastada que revelaba su condición de cualquier metal no precioso, manos  con  anillos  varios y brazos desbordantes de pulseras, brazaletes y un reloj. Todos   tan brillantes como sucede con la fantasía.   Sus dedos castigadores terminaba en largas uñas barnizadas de color blanco iridiscente.     
Él era un contraste notable a su lado,  estaba hacia mi lado derecho, permitiéndome apreciar su perfil aguileño, una piel grisácea donde las huellas del acné habían dejado marcas de su paso y aun persistían. De ojos pequeños y huidizos, una media sonrisa   en labios tan delgados que   apenas dejaba entrever sus dientes irregulares y apretujados.  De cabello desordenado y opaco, hasta casi perder la intensidad de su  color oscuro.


Ella dice algo mientras pellizca el rostro de él y tira de su nariz, extrayendo entre sus dedos restos de grasa bajo la piel. Hace una impostura de asco exagerado: “Mira cuanta grasa”. Él velozmente coloca su índice entre los dedos de ella arrebatando  la grasa y casi simultáneamente traza una línea en los labios de ella, mientras sonríe sarcásticamente. Ella lo mira con ira, a punto de golpearlo una vez más, él la ignora mientras acaricia el  vientre de ella, ironizando con un imaginario embarazo. Despectiva ella anota: "No sea malo, porque sería terrible que se pareciera a ti”, esta vez lo golpea  en la autoestima, él se dobla hacia ella.

Repentinam,entebe adopta postura de niña engreída y pregunta “¿Irás al cumpleaños de mi madre?”. El responde: “Aun no sé”. Ella insiste: “Tienes que ir, aunque ella no sabe que estoy contigo, tienes que   llevarle un buen regalo, después de todo es tu suegra”. Él la mira indescifrablemente, en silencio. Ella arremete: “¡Y el regalo para mi mamá! debe costarte más o igual al celular que le has regalado a tu hermanito”. Mientras sus manos palmotean el rostro joven del enamorado. Él se resiste apenas y termina  aceptando la demanda.

Ha quedado un asiento libre, lo tomo y desde allí, puedo apreciar con más detenimiento la imagen de él. Tiene puesto un polo desgastado, vestido de revés, unas botas de vigilante sucio y envejecido, un buzo azul, con restos de pegamento, pintura y algo más. Advierto que la mochila inclina su hombro hacia el lado derecho por el peso que anuncia.  Imagino que está vestido de faena y dirigiéndose hacia algún punto de la ciudad para realizar alguna labor por ingresos, que le permita satisfacer las demandas de ella y también de su familia. 

Es la estación de Miguel Grau, vuelven a la realidad. Me miran, miran a todos quienes les rodean, sonríen algo nerviosos y con complicidad mientras se aproximan a la puerta, el tren se detiene y ellos bajan. Sus imágenes y actuación se sitúan en mi recuerdo tras  ser observadora a lo largo de seis estaciones ante una escena de 12 minutos.
Usualmente, en el diálogo con una mujer violentada, ella suele decirme que no siempre fue así, que él la quería, que no recuerda cuando ni por qué cambio transformando ese amor y pasión en temor, luego en rechazo y más tarde en odio. Algunas aventuran explicaciones en las influencias de la droga o el alcohol, para superar su vida triste antes de ella. Otras afirman que es por culpa de su madre, sus hermanas/os y amigos que influyen negativamente en él hasta hacer que muestre lo peor que tiene. Muchas señalan los celos, la pobreza, la pérdida de su belleza. Y contrariamente, el desmedido dinero, las infidelidades de él, esforzándose por explicaciones donde ellas carecen del poder para cambiarlo. 

Se requiere mucho tiempo -que a veces nunca llega-, para abrirse a la sinceridad consigo misma, la recuperación de la propia autoestima, y sobre todo, aceptar que ella es parte del problema. Aceptar que la violencia es experimentada por ambos a través de intercambios de roles que van de agresor-victima-agresora-victima. Reconocer  que la violencia al interior de la pareja, no se produce como la erupción inesperada de un volcán, sino que es resultado de un proceso de pequeños desaires, desplantes, devaluaciones, agresiones verbales, gestuales que se entreteje lenta, minuciosa, cuidadosa y sostenidamente, bajo el autoengaño que: "Fue por su culpa”, “Ella lo provocó". Los celos de él o ella: "Es el modo de demostrar amor". O bien que ella  “Todo lo soporta por sus hijos”, y hasta: "Sea como sea, un hombre es la sombra de la casa".

Donde el “juego de manos” es sólo un gesto y modo equivocado de amar, creyendo que se coloca sal y pimienta a la relación. De modo que el primer moretón en el brazo se sublimisa: "él se aferró nervioso a ella",  el móvil temo a perderla, ergo ella vale mucho para él.El primer ojo morado o labio partido fue: "Un accidente" donde no fue imposible distinguir el ímpetu del intercambio entre  control y sometimiento. Y que en verdad  no importa, porque ambos se aman y las peleas alimentan y coloca adrenalina a la reconciliación íntima y principalmente luego de cada agresión, él se porta totalmente sumiso se humilla, promete. Hasta que nuevamente se torna irritable y violento.

Más adelante asumirá que ella estimuló y toleró una relación agresiva,   creyendo  que podía actuar con “energía”, porque ella "lo controla" y él en realidad es débil, un pobre emocional, dependiente.  Lentamente descubrirá que se transformó en fuente y destino de agresión in crescendo  a medida que el respeto, amor y cuidado del otro se fue contrayendo hasta desaparecer, dando paso a su propia agresión,  hacia quienes se relacionaban con ella en situación de desventaja.

Reconocerá que en los tiempos fundacionales de enamoramiento,  mantuvo la relación de agresión como “instrumento”   de chantaje y manipulación, algunas veces conscientemente lo llevó al límite porque descubrió que junto al sentimiento de culpa y arrepentimiento de él,  se ampliaban las oportunidades para obtener todo aquello que fuera material y suntuario que de ningún modo obtendría en otras circunstancias.

Y cuando finalmente  salga a flote él o ella, sabrá que la única forma de sobrevivir y salir del circuito de violencia en el que está inmerso, ha de ser a través del reconocimiento de su co-dependencia y tolerancia a una relación de violencia, sometimiento, jugando un rol de víctima y victimaria/o alternadamente, que el padecimiento de la enfermedad es compartida por ambos, estando llamado cada uno a enfrentarlo personal y directamente, a veces cuando todo se ha agotado cada quien por su propia vía.

Llegué a mi estación y bajé, convencida que esas formas complejas y agresivas de intercambio entre mujeres y hombres, en tiempos donde Eros y Tanatos son los dioses y ante cuyo altar se realizan sus ofrendas de amor de enamorados, son también las vertientes desde donde fluirán lenta pero inexorablemente los elementos que al enfrentar los retos de la vida cotidiana y convivencia sostenida, se incrementarán y profundizarán en sus  prácticas e iniciará una espiral de violencia.


Hoy 8 de marzo donde se conmemora la lucha de muchas mujeres por la igualdad de derechos, por el respeto a nuestra condición humana, donde los esfuerzos para erradicar toda forma de violencia contra la mujer, es hacia afuera, me pregunto: ¿Habrá un momento para mirar hacia adentro?, hacia nuestros propios actos entroncados con una sociedad donde las prácticas de violencia se reeditan en cada instante transformándonos  en sus comparsas y cómplices  -más de lo que quisiéramos-. Hay aún mucho por caminar tanto hacia afuera como hacia adentro de cada una. Lo segundo sigue postergado y podría transformarse en nuestro talón de Aquiles.

domingo, 1 de febrero de 2015

IN MEMORIAM DE MANUEL BENITES

Cerrando y abriendo un día enorme, perforados profundamente con tantos sentimientos y emociones encontradas. He llegado a casa en medio de una lluvia torrencial, increíble en una ciudad emergida del desierto, gracias a la meteora Gina Galvez Velarde, que me aproximó a mi casa rondando la dos de la mañana. Ya en ella, tras sortear una segunda inundación en el mes, he encendido una segunda vela por Manuel Benites Llanos, mientras buscaba alguna foto sin éxito, así que decidí escribir para dejar que mi alma levite, fluyan mis sentimientos una vez más tras el registro abstracto de un escrito que no llegará a ser texto, más quien sabe por esos misterios del universo, llegue de algún modo a su destino por las vías del internet. 
Todo empezó con la llamada de Gustavo M.  ayer por la noche. Vivificando mi fuente inagotable de bromas que van y vienen entre ambos,     en nuestra larga relación de tira y jala en lo académico, político,   inte-género, social, amical. Es   uno de los escasos compañeros traducido en amigo, con el peso de su significado, de una relación sin tapujos ni medias tintas como suele ser nuestro vínculo. Con Gustavo es posible re- sintonizarse sin mediación de tiempo, poder, honores, gloria, nombre y   protocolo que prontamente adoptan algunos hombres (sin duda unos más que otros) y por qué no, también algunas mujeres (felizmente son muy escasas) que incursionan al espacio del poder público aun siendo ciudadanos/as enanos/as, porque jamás crecen en compromiso y práctica,   ni tienen vocación de servicio público, pero sí el insaciable deseo de servirse.
Desde mi experiencia relacional, afortunadamente, son más hombres   que mujeres, quienes suelen adoptar actitudes y conductas grotescas de protección, espantando a los espectros de su pasado, porque para ellos sólo cuenta el preciso momento que se transformaron en sapo, siempre me pregunto ¿Por qué prefieren borrar la previa condición de renacuajo?
No es de extrañar, que bajo esa lógica   una amiga irreverente es sinónimo de   amenaza subversiva, alguna vez alguien me dijo: “En verdad te temo, porque no puedo imaginarme que eres capaz de expresar en voz alta”, se refería a mi memoria fotográfica de elefante, acentuada con los años. Mientras él afirmaba eso, volví a recordarlo cuando era renacuajo y lo vi tal cual era antes y después, para tranquilizarlo alcance a decirle: “Te puedo asegurar que puedes esperar no más ni menos de lo que fui testigo. Pero no te inquietes, es un esfuerzo que tengo reservado paro los amigos, para cuando todas las   hojas del calendario se hayan agotado y necesitemos   memorias de a dos para reírnos de quienes intentamos ser, dejamos de hacer y pasar, llegamos a ser e hicimos”.
Con Gustavo hemos descubierto que aun cuando pase el tiempo, el no intentará negar que fue renacuajo, ni yo esperaré al final de los calendarios para reírnos de nosotros mismos, como lo hicimos desde cuando nos conocimos, porque cada vez que hay oportunidad nos reímos a morir, en verdad creo más él que yo. Por eso no imaginé la sorpresa del que suelen estar preñada  una llamadas tras   larga hibernación y silencio.
Deteniendo mi ímpetu me dijo   esta vez llamaba por una situación sentida. Me contó que hace un mes (29 diciembre), Manuel Benítez había fallecido. Siguió hablando mientras experimenté un dolor en el vientre, como de un golpe inesperado o la perdida de estabilidad bajo los pies.
En medio de los detalles y tras colgar el teléfono, recordé a Manuel, aquel compañero de maestría   cerrando los noventa, quien bordeaba los tiempos de jubilación, alto, fornido, formal, protocolar, ex viceministro de educación del primer gobierno de Alan García. Uno de los pocos apristas que respeté en su militancia, porque con sencillez y firmeza se desprendió de su caparazón de militante disciplinado   de un partido que cuida mucho de las formas, para decirme que a sus años había retornado a las aulas, para reciclar, remirar lo vivido,   prepararse bien y a la altura de las exigencias de los nuevos tiempos para cuando su partido volviera a gobernar.
Tuvo suficiente proyección   para saber que el APRA tendría un segundo gobierno a pesar del desastre que fue el primero, con el mismo candidato y gobernante también reciclado -por él supe que García estudiaba la social democracia en el exilio (1998)-, lo que no vio venir es que un militante de la vieja guardia, reciclado, consciente, comprometido y con nuevas formas de pensar y hacer lo público no tendría cabida en el segundo gobierno, salvo que se transforme en operador silente, ciego, sordo y mudo.  
Recordé, cómo al ser desbordado por la teoría sociológica desplegada primero por Guillermo R. y Luego por Martín T. , se me aproximaba   para decirme: “Compañera   he vuelto a las aulas para estar preparado y servir al país y el partido cuando volvamos a ser gobierno, el país hoy exige que estemos preparados. Pero me cuesta,    no entiendo cómo hacer para comprender estos ladrillos, me esfuerzo pero en verdad no entiendo”.
O ante mi conducta no convencional con el estereotipo de ser mujer: “Compañera me quito el sombrero, en tantos años de militancia política y quehacer público no he hallado una mujer que pueda desplazarse con tanta seguridad, desenfado e irreverencia como usted, si hubieran mujeres así en el partido otra serían las cosas”.  Yo solía bromear diciendo que era como me describía, justamente porque no era de su partido, pero que yo no era un bicho raro, tampoco la excepción, puesto que las cosas empezaron a cambiar desde mediados del siglo XX, donde mujeres de quienes no alcanzaba a ser   pálido reflejo, marcaron la diferencia. Que si hubieron mujeres valiosas y excepcionales en el APRA como Magda Portal[1] y otras como ella, lamentablemente su partido discolo la desperdició. 
Replicaba con vehemencia: “Compañera son excepciones y disidencias que hasta hoy no comprendo y hay diversas versiones”. Yo argumentaba, que la práctica y perspectiva política de las mujeres se tornaba desentrañable al igual que   la teoría sociológica de Weber, Althusser, etc.  si es que no abrimos la mente, si seguimos pensando bajo teoremas anacrónicos, si estamos distanciado de otros pensamientos y perspectivas por viejos prejuicios.
Por eso, sólo  si nos abrimos a comprender el pensamiento del otro y la otra bajo sus categorías y no la nuestra, podremos aproximarnos a su perspectiva y comprenderlo/a. Y que   después de este esfuerzo de comprensión -en y desde su perspectiva-, solo en ese momento, será posible contrastarlo con nuestra perspectiva.
Manuel   con mucho esfuerzo y tenacidad lo comprendió, fluyendo entre la teoría sociológica moderna y pos-moderna, entre el marxismo y neo-marxismo pese a la dureza de las exigencias analíticas. En nuestra relación,   nuestras conversas inicialmente complicadas sobre políticas y género pasaron a ser un verdadero intercambio. En ese proceso   dejó expresarse la sensibilidad humana, su verdadero sentido ético y moral en la política.   
Una vez luego de mucho tiempo nos volvimos a encontrar, deteniendo nuestras urgencias, entramos  a conversar en un café, me dijo: “Tomemos un café compañera como en los viejos tiempos”.  Una vez más advertí en esa conversa, su lealtad a prueba de todo, su compromiso y esperanza por sobre todo. Y como buen caballero  guardó los detalles, mientras  me dijo: “Catalina, ahora comprendo mejor lo que solías decir, he aprendido mucho más en este mi tiempo que todo el previo sobre la política donde no hay cabida para la ética, pero sabes soy terco confió en que cambie el país y las nuevas generaciones, por eso no abandono la educación, por eso persisto con mi instituto”. Aquel instituto donde nos acogió para celebrar la llegada de la primogénita de Allison y en ese gesto su desprendimiento y generosidad.
Esta es la arista por donde me asomé a la vida de Manuel Benites Llanos, durante dos años de estudios de maestría en sociología, ingresando por la ventana de las exigencias académicas hasta situarme en el centro de su humanidad. Seguro que habrá mucho que decir sobre su tránsito por este tiempo y dimensión, en mi caso he optado una vez más por liberar mis sentimientos, compartiendo un breve trozo de quien en vida fue y se enlazó a mi historia.
Sé que estás en paz querido Manuel, porque  hallaste a tiempo, esa paz que a todos/as nos llega cuando se descubre la misión que cada quien tiene en esta vida y se entrega a ella plenamente.  

domingo, 18 de enero de 2015

DUELOS: SIGNIFICANTES Y SIGNIFICADOS


Para quienes hemos aprendido a ser gregari@s, existen diversos modos de procesar colectivamente nuestras pérdidas o duelos, dependiendo de quienes están para realizarlos. Quienes somos o hayamos sido en vida nuestros vínculos, el modo como hemos dejado crecer o no a nuestro ser, la forma como hayamos construido nuestro estar para vivir o dejar de hacerlo y hacer para servir o sólo servirnos. 
En los sectores populares urbanos y andinos, donde he compartido frecuentemente estos procesos, existen tantos ritos como diversos modos de vivir se han configurado. En algunos casos se inicia antes de la muerte propiamente dicha, cuando el estar se deteriora progresivamente a través de una enfermedad terminal que puede durar años o meses, produciéndose   actos y gestos   expresos que dan   contenido a la solidaridad. Los que serán intensos o breves, cercanos o distantes, dramáticos o festivos, expresos o implícitos. En realidad todo dependerá de los lazos   de amor entretejido o el grado de individualismo instalado en cada un@, la idea dela reciprocidad, semejanza y reconocimiento de la propia finitud. De la idea que se tenga en torno a la vida y la muerte. Por cuanto la compañía, asistencia, apoyo, cuidado o sólo aprendizaje vendrá a ser consecuencia y concatenación del modo que se expresa la vida y la muerte.
Como bien dice Elisabeth Kubler Ross, las experiencias y convivencias con situaciones de enfermedades terminales, se produce una profunda reciprocidad, que suele recubrirse con un enfoque de auxilio al paciente, cuando en realidad es un acto de intercambio, que sólo es posible advertir cuando se asume nuestra propia finitud: “Aunque iban a morir, comprendían que era posible que su vida aún tuviera una finalidad, que tenían un motivo para vivir hasta el último aliento. Podían seguir creciendo espiritualmente y contribuir al crecimiento de quienes los escuchaban.” (Kluber-Ross: 200, 58)[1]
En casos donde la muerte llega imprevistamente, el golpe y la movilización solidaria es veloz, aquí no cabe “Mi tío es bombero”, como decía mi amiga Rosa Pacheco allá por los ochenta.  Es o no es, se está disponible o no se está, se tienen fuerzas o se agotan, no hay espacio para el   mañana, se moviliza o inmoviliza. La noticia corre como reguero de pólvora, vecin@s,    deud@s y   buen@s samaritan@s emergen y asumen su rol, haciendo que el tránsito entre el dolor y la despedida no sea desvirtuada por los requisitos y exigencias de procedimientos legales que nunca faltan ni sirven, para la vida menos durante la muerte pero hay que hacerlo, es nuestro modo de dejar constancia que estuvimos un tiempo en esta dimensión, por lo menos   estadísticamente. 
Paralelamente l@s deudos más vulnerables ante la muerte y el duelo son acompañad@s en el dolor que es vertido en el velorio simbólico de prendas percibidas como favoritas de quien en vida fue, para ubicarlo al lado de quienes sufren su partida, evitar se extravié en su nueva vida, tenga eterno descanso y quizás la comprensión de su alma que pasó a otra dimensión, como vemos cada día más en más de una película.
El velorio del cuerpo presente, es sin duda el momento central del proceso de despedida de quien ha muerto, creando el espacio anímico, social, cultural y religioso, para dejar fluir el dolor. Cada quién y cada cual a su modo. Un velorio en su contendido y significado podría catalogarse de igual en nuestra sociedad, afirmamos frecuentemente que   independiente de quienes fuimos somos iguales ante la muerte,   a veces pienso que sólo se trata de que todo@s somos finitos. Pero si nos detenemos en los procesos gestos, ritos de unos y otros, hallamos marcadas diferencias de cómo se vive la muerte y en cada sector social.
En este punto sólo haré una anotación respecto a otros sectores sociales por ser notables las diferencias. En los sectores medios y altos, el velorio se realiza en un velatorio, espacios ad hoc a la muerte, transformándose en acto público aun cuando sea privado por cuanto hay que guardar las formas y horario definidos, como si se hubiera previsto administrar el discurrir de los gestos y sus intensidades. No es posible quedarse más de un breve tiempo porque se satura.  Para l@s deud@s, aligera la permanencia al lado de la muerte, los saludos y el dolor desgastante, alguna vez escuche afirmar que estos espacios permitían enfrentar a la muerte con estoicismo y dignidad. Me pregunté en su momento si esto era posible.
En el caso de los sectores populares, inversamente, es un acto privado aun cuando sea público, quien muere pobre o no rico se vela en su casa, su calle o barrio y en el mejor de los casos tiene misa de cuerpo presenten en su capilla, parroquia u iglesia. El espacio del velorio deja de ser impersonal para transformarse en pertenencia y pertinencia, donde por última vez espacio donde los diversos actores se funden, transformándose en acto simbólico de reunir, unir y comulgar a la diversidad con los que vivió hasta la muerte. Las mujeres y hombres se distribuyen la atención de unos a otros.
En los pueblos del Perú y los conos de Lima, el contenido del velorio se transforma en oportunidad para que cada quien establezca la última conexión con quien en vida fue a través de sus sobrevivientes y dolientes.   Cada cual   va dejando su tributo unido a una narrativa de los hechos previos,   encuentros misteriosos,   anuncios y despedidas premonitorias, hasta el     estado en los momentos de partida. Siempre me ha conmovido el esfuerzo por cargar sobre sus hombros el cuerpo de quien en vida fue y la reverencia simbólica de despedida de su casa, el lugar preferido y el barrio. El carro fúnebre va delante en tanto hombres y mujeres se turnan en cargar el ataúd. Pueda que en todos estos gestos, se reelaboren el significado y significante del dolor ante la muerte hallando    consuelo en el descanso en paz del que en vida fue y la resignación de tod@s.
El rito comunitario   entrelaza la vida, muerte, dolor, consuelo, solidaridad y compartir, que va desde gestos de aporte material a modo de ofrendas florales, pasando por café, azúcar, galletas, hasta sal. Aquello que siempre me conmueve en las comunidades andinas y las zonas populares es la materialización visual y simbólica de unidad, como una unidad (comunidad). Se deja atrás distancias, diferencias, tensiones que se producen en la vida cotidiana. De quien menos se espera emerge la disponibilidad, entrega y compañía. La muerte aligera tensiones y salda deudas reales y simbólicas, mientras que el padecimiento crea espacio para los perdones.
El entierro o crematorio (cada vez más usual aun cuando resistente para ciertas creencias y prácticas), es el último acto de compañía y solidaridad, en él suele desbordarse el dolor en gestos y palabras, los sentimientos de culpa o asentarse la resignación, es la oportunidad de elevar la voz, para el recuerdo, perdón y hasta la exigencia de justicia.  Culminado el entierro las personas más cercanas e íntimas a los deudos retornan hacia el hogar en duelo para un último compartir.
En los pueblos andinos y sus migrantes de las ciudades, se produce un último adiós a los cinco días “pishgay” (cinco)[2], un rito espiritual que consiste en asumir la muerte como partida irreversible, universal y sin excepciones, una nueva oportunidad   para mirar la vida y muerte propia en perspectiva, que en un nuevo esfuerzo de negación y resistencia, se trasfiere   al alma de quien en vida fue, expresando una vez más “X… puedes ir en paz”. Y se limpia en comunidad y/o parientes  la casa, cada objeto suyo, aquello que fue tocado en vida, para generalmente distribuirlo entre cada persona que fue significante. Es una herencia colectiva que va más allá de la materia, enlazándose en lo espiritual.  Creándose una nueva oportunidad de   compartir y departir el dolor que circula entre todos, no se apropia de sólo un@ por cuanto no se transforma en tristeza que deprime, enferma e incapacita. Un proceso de desapego material que exorciza   y aleja la tristeza, para asumir al dolor como aprendizaje de vivir con la ausencia del ser, en tanto que presencia espiritual y simbólica es vívido permanente. 
Conocer y compartir estos procesos permite entender el dolor profundo y la inviabilidad de la resignación para quienes no ha sido imposible hacer el rito de despedida hasta enterrar a sus muertos, puesto que los funerales viene a ser el último acto humano donde es posible el reencuentro de la vida con la muerte entre seres amad@s, apreciad@s y la renovación de la idea primigenia de nuestra finitud material que intentamos día a día olvidar y actuamos como si ella no existiera, así como la   infinitud espiritual que ignoramos porque nos libera de obligaciones hacia adentro, o porque a veces es más tentador vivir cada minuto como si fuera el último que cada minuto como como si  fuera el primero En el duelo andino se va más allá, son ritos que ayudan a estructurar una respuesta a la experiencia existencial de la muerte en el plano de los valores, las creencias y el sentido de la vida y de la muerte. Este plano más profundo del contenido, lo cognoscitivo, que en ciertas terapias se quiere dejar de lado, está también presente en los ritos del duelo andino.”(Alaez: 2001)[3].
En cada uno de estos ritos hombres y mujeres con diferentes credos y fe, hacen suya la oportunidad de "mostrar respeto", colocando al centro la memoria de quien dejó de existir. Las personas cercanas dan cuenta de cada   facetas de su ser desde su percepción, lectura, memoria y reconstrucción –nadie se opone, ni discute; cada versión es válidas y verdaderas-, por cuanto el ser inerte, pese a carecer de voz, ella se encarna en cada un@ haciéndose firme, permanente, integral y central. Plasmándose la idea de que sólo te conocen, reconocen y valoran   cuando ya no puedes negar o afirmar y que no hay muerto malo. Por ello no es extraño que se construyan misterios, fábulas, mitos y leyendas cumpliéndose la máxima que no hay difunto malo ni humano, sólo ligero o pesado.
La partida de Emma Hilario al producirse en la distancia   privó de todos estos ritos a quienes la conocimos y vivimos. Compensándose en parte con un momento de reencuentro que tuvo como texto una misa de bendición a sus cenizas. Si bien el tiempo no transcurrió en vano, haciendo que la homilía fuera abstracta, la agenda de fondo fue colocado por las compañeras de base y   las dos mujeres que compartieron con ella la responsabilidad de representación y dirección de comedores autogestionarios (1986 -90) y populares (1991-96), por ello no es de extrañar que     de las expresiones se agolparan y expresaron diversamente, transformándose el acto de peticiones, en homilía de pueblo desde el llano y no el púlpito.
En términos ortodoxos de Luis Cipriani seguramente la misa no habrá alcanzado las exigencias para ser reconocida como tal, existiendo suficiente pretexto para poner en práctica una serie de medidas eclesiales represivas que van desde la sanción a sus autoridades hasta la excomunión de sus fieles.
Para quienes hemos aprendido que la misa es una celebración comunitaria que si bien congrega a fieles creyentes y comulgantes con la religión católica,   tiene   suficiente    espacio a modo de casa abierta para acoger con respeto a simpatizantes, agnósticos e indiferentes.  Donde su concepto de iglesia participativa ha incluido desde hace mucho: el canto, cuento y la oración como espacio de expresión de su comunidad.
La misa para Emma Hilario, fue una oportunidad para mostrar tolerancia, apertura   y pluralidad desde un ala de la iglesia católica, pero principalmente fue ese espacio de comunión y comunidad para el rito de despedida, donde admite la muerte como inicio de una nueva vida, invitando a pensar en la vida, su contenido, oportunidades y exigencias.
Así es como el espíritu de Emma, nos convocó a un momento de comunión entre diversidades, unión y compromiso. En mi caso particular, me permitió mirar el pasado con ojos de hoy,   aprendizajes acumulados análisis y reflexión, que son menos ingenuos y apasionados, mientras se desgranaba los discursos políticamente correctos, agradecí a la vida y Dios haber sido parte de las  historias de mujeres que sobrevivieron a los tiempos sin nombre y pudieron contarlo. Para mirar desde adentro a la responsabilidad de cerca, lo que fue el devenir de nuestros propios haceres entre ensayo y error porque a nadie se nos preparó para vivir lo vivido.
Los abrazos me llevaron   nuevamente hacia sentimientos agazapados, interrogantes que jamás nacieron porque en ese tiempo desconfiábamos de nuestra propia sombra y cuando la osadía e intrepidez dejaba   filtrarse alguna temeridad, sólo se volvía la vista hacia otro lado o bastaba con acusar de no ponerte la camiseta. El silencio, la sordera, el monólogo fue un espacio propicio para que se acrecentara el miedo y el terror se instalara. Ahora que lo pienso, los actores principales de la violencia política (Estado y grupos violentistas) fueron sin duda   responsables centrales de la muerte, el abuso, la inseguridad de hombres y mujeres colocados al centro del conflicto. Y donde mujeres de a pie  como Emma Hilario[4], Elvira Torres y Rosa Landaverry[5]  fueron para ambos bandos  daños colaterales que pueden contarlo y otras como María Elena Moyano[6] y Pascuala Rosado[7] murieron en el intento sin haber comprendido realmente su propio derrotero y la absurda insania que les arrebató la vida[8].
Para quienes fuimos acompañantes, aliad@s, comparsas, apoyos de esas mujeres, con poco o mucho miedo, conscientes o inconscientes de nuestro propio riesgo, como sucedió con Consuelo García[9] que dejo la vida en ello. Aún queda mucho por revisar, comprender y aprender de nuestro papel en tiempos de miedo, para no abstraer y generalizar responsabilidades, sino mirar adentro y derredor aciertos, desaciertos, silencios, omisiones, complicidades, olvidos y reediciones. Para no cerrar la página sin aprender la lección por un nunca más. Para no   creernos consciente o inconscientemente fábulas propias o ajenas, para sólo dormir tranquil@s o cosechar congratulaciones   ahuyentando a nuestro propio espanto.  
Con estos pensamientos por compañía me alejé de la segunda parte del rito en memoria de Emma. Cuando miré en derredor descubrí no estaba sola,   era  un sentimiento compartido, guiándonos hacia nuevas exploraciones de percepciones retrospectivas  mientras transitamos las calles que hace más de 23 años transitó y  vivió Emma Hilario, mas  ese es un nuevo tema  a compartir otro día.