Los 24 minutos de viaje en metro, compartido con mujeres y hombres -dependiendo del horario-, me permite contemplar el modo como evoluciona e involucionan las prácticas de relaciones de convivencia en un medio de transporte donde el ensordecedor y numeroso clacson de micros, gritos de cobradores y llenadores, así como la mentada de madre de choferes entre sí, ha sido sustituido por una grabación con voz de mujer, recordándonos las buenas costumbres, estaciones y un silbato que anuncia detenimiento y partida en cada uno de 12 paraderos de los que soy observadora participante.
Sin duda el mejor horario es el tren de las 9:21, en él todos/as están acicalados, es notable el aroma a jabón, las colonias de hombres y mujeres se confunden. La mayoría se dirige a trabajos de oficina o comercio donde el ingreso es alrededor de las 10:00 a.m. Hay espacio para viajar con comodidad, buen ambiente y temperatura gracias al aire acondicionado. Las escasas ocasiones que están ausentes mujeres con bebés o niños/as pequeños, puedo sentarme y abstraerme en la lectura, en el resto de tiempo contemplo la ruta que cada día tiene algo nuevo o me detengo a observar la conducta de viajeros(as) que suelen ser una fuente inagotable de conocimiento.
El viernes 6 marzo fue uno de
esos días desbordantes de madres y niños, me
coloqué al lado de una pareja joven. Cuando apenas se movió el tren, al instante me atrajo el sonido de un golpe,
sorprendida miré hacia el punto del ruido. La mujer
joven, había propinado una sonora y “cariñosa” bofetada a su pareja, él sonreía
en el límite de la ira, mientras imitaba el gesto deteniendo su propio golpe a
milímetros del rostro de ella, mientras afirmaba que
algún día le “estamparía la cara”, ella sonreía retadoramente.
Pensé en ese momento
"sadomasoquismo público" y hundí la
mirada en la ruta. La joven volvió a golpear a
su pareja por segunda vez. Me volví al tercer golpe
para interferir en el acto, pero algo
en mi interior me detuvo, pueda que sea la voz de Chachi diciéndome: "No
es contigo deja que fluya". Simultáneamente mi
dimensión analítica y reflexiva tomaba primera fila. Tomé conciencia que estaba
ante un escenario donde se desplegaba la gestación de
una relación de pareja que a lo largo del tiempo se traduciría en violencia
contra la mujer o quizá contra el hombre. Estaba ante una
de las escenas pretéritas de violencia entre la pareja. Era el tiempo de
cortejo, seducción, medición poder a través de la atracción entre “enamorados”, donde se
apelaba al golpe tolerado, provocado y animado como instrumento de seducción y persuasión.
Contemplé detenida y abiertamente
a la pareja –ellos no se inmutaron, mantuvieron el intercambio de gestos y
actos como si estuvieran completamente solos-. Ambos no pasarían de los veinte
años, ella tenía un hermoso rostro ovalado donde resaltaban sus ojos negros
acentuados por el único maquillaje de líneas negras y firmes sobre el párpado
superior, que creaban profundidad a esa fulgurante mirada colmada de deseo,
control y posesión. La amplia sonrisa mostraba
una perfecta y gran dentadura blanca. De nariz pequeña y pómulos armoniosos a momentos cubierto por su
cabello brillante de negro azabache que
le llegaba hasta el nacimiento del busto. Tenía la piel canela, contrastante con un hermoso vestido de varias
tonalidades con énfasis en el naranja, cuyo material de encaje elastificado
modelaba sus hombros descubierto, profundo escote y ceñido hasta la cintura cual
segunda piel, liberándose hacia los muslos en una amplia media campana.
Llevaba una pequeña cartera blanca y sandalias del mismo color, con taco muy alto y gran plataforma, que la elevaban algunos centímetros de su mal amado. A diferencia del rostro cuasi libre de maquillaje, eran notable sus aderezos: una medalla desgastada que revelaba su condición de cualquier metal no precioso, manos con anillos varios y brazos desbordantes de pulseras, brazaletes y un reloj. Todos tan brillantes como sucede con la fantasía. Sus dedos castigadores terminaba en largas uñas barnizadas de color blanco iridiscente.
Repentinam,entebe adopta postura de niña engreída y pregunta “¿Irás al cumpleaños de mi madre?”. El
responde: “Aun no sé”. Ella insiste: “Tienes que ir, aunque ella no sabe que
estoy contigo, tienes que llevarle un
buen regalo, después de todo es tu suegra”. Él la mira indescifrablemente, en silencio. Ella arremete: “¡Y el regalo para mi mamá! debe costarte más o igual al celular que
le has regalado a tu hermanito”. Mientras sus manos palmotean el rostro
joven del enamorado. Él se resiste apenas y termina
aceptando la demanda.
Ha quedado un asiento libre, lo
tomo y desde allí, puedo apreciar con más detenimiento la imagen de él. Tiene
puesto un polo desgastado, vestido de revés, unas botas de vigilante sucio y
envejecido, un buzo azul, con restos de pegamento, pintura y algo más. Advierto que la mochila inclina su hombro hacia el
lado derecho por el peso que anuncia.
Imagino que está vestido de faena y dirigiéndose
hacia algún punto de la ciudad para realizar
alguna labor por ingresos, que le permita satisfacer las demandas de ella y
también de su familia.
Es la estación de Miguel Grau,
vuelven a la realidad. Me miran, miran a todos
quienes les rodean, sonríen algo nerviosos y con complicidad mientras se
aproximan a la puerta, el tren se detiene y ellos bajan. Sus imágenes y
actuación se sitúan en mi recuerdo tras
ser observadora a lo largo de seis estaciones ante una escena de 12
minutos.
Usualmente, en el diálogo con una
mujer violentada, ella suele decirme que no siempre fue así, que él la quería,
que no recuerda cuando ni por qué cambio transformando ese amor y pasión en
temor, luego en rechazo y más tarde en odio. Algunas aventuran explicaciones en
las influencias de la droga o el alcohol, para superar
su vida triste antes de ella. Otras afirman que es por culpa de su madre,
sus hermanas/os y amigos que influyen negativamente en él hasta hacer que
muestre lo peor que tiene. Muchas señalan los celos, la pobreza, la pérdida de
su belleza. Y contrariamente, el desmedido
dinero, las infidelidades de él, esforzándose por explicaciones donde ellas
carecen del poder para cambiarlo.
Se requiere mucho tiempo -que a
veces nunca llega-, para abrirse a la sinceridad consigo misma, la recuperación
de la propia autoestima, y sobre todo, aceptar que ella es parte del problema. Aceptar que la violencia es experimentada por ambos a
través de intercambios de roles que van de agresor-victima-agresora-victima. Reconocer que
la violencia al interior de la pareja, no se produce como la erupción
inesperada de un volcán, sino que es resultado de un proceso de pequeños
desaires, desplantes, devaluaciones, agresiones verbales, gestuales que se
entreteje lenta, minuciosa, cuidadosa y sostenidamente, bajo el autoengaño que:
"Fue por su culpa”, “Ella lo provocó".
Los celos de él o ella: "Es el modo de demostrar amor". O bien que ella “Todo
lo soporta por sus hijos”, y hasta: "Sea como sea,
un hombre es la sombra de la casa".
Donde el “juego de manos” es sólo un gesto y modo equivocado de amar,
creyendo que se coloca sal y pimienta a la relación. De modo que el primer
moretón en el brazo se sublimisa: "él se
aferró nervioso a ella", el móvil temo a perderla, ergo ella vale mucho para él.El
primer ojo morado o labio partido fue: "Un accidente" donde no fue imposible distinguir el ímpetu del intercambio entre control y
sometimiento. Y que en verdad no importa, porque
ambos se aman y las peleas alimentan y coloca adrenalina a la
reconciliación íntima y principalmente luego de
cada agresión, él se porta totalmente sumiso se humilla,
promete. Hasta que nuevamente se torna irritable y violento.
Más adelante asumirá que ella estimuló y toleró una relación
agresiva, creyendo que podía actuar con “energía”, porque ella
"lo controla" y él en realidad es débil, un pobre
emocional, dependiente. Lentamente
descubrirá que se transformó en fuente y destino de agresión in crescendo a medida que el respeto, amor y cuidado del
otro se fue contrayendo hasta desaparecer, dando paso a su propia agresión, hacia quienes
se relacionaban con ella en situación de desventaja.
Reconocerá que en los tiempos
fundacionales de enamoramiento, mantuvo
la relación de agresión como “instrumento” de
chantaje y manipulación, algunas veces conscientemente lo llevó al límite
porque descubrió que junto al sentimiento de culpa y arrepentimiento de él, se
ampliaban las oportunidades para obtener todo aquello que fuera material y
suntuario que de ningún modo obtendría en otras circunstancias.
Y cuando finalmente salga a flote él o ella, sabrá que la única
forma de sobrevivir y salir del circuito de
violencia en el que está inmerso, ha de ser a través del reconocimiento de su
co-dependencia y tolerancia a una relación de violencia, sometimiento, jugando
un rol de víctima y victimaria/o alternadamente, que el
padecimiento de la enfermedad es compartida por
ambos, estando llamado cada uno a enfrentarlo personal y directamente, a veces cuando todo se ha agotado cada quien por su propia
vía.
Llegué a mi estación y bajé,
convencida que esas formas complejas y agresivas de intercambio entre mujeres y
hombres, en tiempos donde Eros y Tanatos son los dioses y ante cuyo altar se realizan sus
ofrendas de amor de enamorados, son también las
vertientes desde donde fluirán lenta pero inexorablemente los elementos que al enfrentar los retos de la vida cotidiana y convivencia
sostenida, se incrementarán y profundizarán en sus prácticas e iniciará
una espiral de violencia.
Hoy 8 de marzo donde se conmemora
la lucha de muchas mujeres por la igualdad de derechos, por el respeto a
nuestra condición humana, donde los esfuerzos para erradicar toda forma de
violencia contra la mujer, es hacia afuera, me pregunto: ¿Habrá un momento para mirar hacia adentro?, hacia
nuestros propios actos entroncados con una sociedad donde las prácticas de
violencia se reeditan en cada instante transformándonos
en sus comparsas y cómplices -más de lo que quisiéramos-. Hay aún
mucho por caminar tanto hacia afuera como hacia adentro de cada una. Lo segundo sigue postergado y podría transformarse
en nuestro talón de Aquiles.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCatalina, una buena reflexión respecto a cómo se construye la violencia entre la pareja, la misma que va a repercutir en la familia...la sociedad, esa violencia como tu dices "de adentro"...
ResponderEliminarEstaba, luego de haber participado en la marcha del Canto a la Vida 2015, pensando algo muy parecido a lo de "dentro" y lo de "fuera", mis pensamientos eran/son respecto a esa contradicción "dentro" y "fuera", entre quienes van a la marcha sólo por "estar" allí, o porque su presencia en actos públicos les genera algún beneficio económico para su organización? pensaba entre quiénes allí son auténticamente "coherentes" entre el verbo y la práctica¡¡ De allí que tu escrito con ocasión del 8 de Marzo me ha cautivado y llevado a profundizar mi reflexión y mi práctica también. Sin embargo, creo importante precisar que en el comportamiento de esta pareja observada por ti en el tren eléctrico, está reflejada una "formación" machista y patriarcal, esa formación que moldea sus prácticas a través de sus múltiples instituciones a ese sistema contra el cuál debemos seguir luchando. Creo firmemente que no debemos bajar la guardia en construir nuevas prácticas colectivas, que cambien todas las violencias. Angélica
Angélica:
ResponderEliminarCelebro que lo escrito se alimente con tus propias reflexiones y preocupaciones.
En mi caso ingresé a esta etapa de mayor detenimiento, viaje hacia adentro y reflexión, por ello hechos como los narrados se transforman en detonantes de algunos temas. E intento hacerlo como parte, para no enajenarme sino asumir la tarea que nos toca a cada una con la conciencia plena de estar involucradas.
En este punto no toco los orígenes de la conducta de ambos, porque asumo como origen el evento del que fui testigo, y porque también creo que la pareja -al igual que todos alrededor de los 21 años- ingresó al estado de su propia construcción de ser y hacer. Recuerda que si bien tenemos una herencia social- cultural-política, también tenemos esa capacidad de recrear, lo contrario nos colocaría en la imposibilidad de cambiar o creer que nuestra conducta cotidiana se modificará si cambia el sistema. Eso es un punto a considerar, pero lo cierto es que muchas hemos cambiado y nos esforzamos por seguirlo haciendo sin que el sistema haya sufrido la mínima magulladura, lo cual no significa que debamos ignorarlo, sólo recordar que podemos modificar en el corto plazo allí donde tenemos capacidad de hacerlo, mientras seguimos uniendo esfuerzos colectivos por cambiar el mundo. Si sólo colocamos el énfasis hacia un lado sucede lo que percibes en las marchas, donde descubres eso que yo llamo incoherencia.
Gracias Catalina, estaba dejando de lado la capacidad de las personas de cambiar conductas, eso es importante.
EliminarMi compromiso es el seguir construyendo personal y colectivamente también. Un abrazo, Angélica