Son las once y media de la noche del 20 de mayo en el decimo tercer
año del siglo XXI, luego de un día tímido apenas tibio empezó a garuar en la
zona noreste de Lima, que suele destacar por su clima seco en contraste con el
ochenta a noventa por ciento de humedad que invade los distritos limeños
esparcidos de sur a norte en el
poniente.
Cuán distante a la Lima de mi infancia, que discurrió entre
Barrios Altos y Lima cuadrada, donde era posible distinguir las cuatro
estaciones del año, prácticas de urbanidad como reglas mínimas de
comportamiento en público, privado y compartido. Permitiéndote distinguir en
las relaciones interpersonales lo bueno de lo malo, lo bonito de lo feo, lo
sano de lo insano, la verdad de la mentira, la confianza de la desconfianza, la
autoridad del delincuente, el héroe del villano, la vecindad del aislamiento.
Tiempos que se acompasaban con los ciclos de vida. A los doce años se dejaba de ser niña/o para
ser una jovencita o un jovencito educado, ergo saludar a propios y
extraños, ceder el paso, ayudar al otro, guardar respeto y compostura. Nadie
podría comprender y menos tolerar algún berrinche, o atrevimiento infantil. A
partir de los doce años se integraban
los medios de socialización primaria y secundaria, para el entrenamiento a la
convivencia social: contención simbólica
de esfínteres, deseos, impulsos y pulsaciones. Los quince años significaba oportunidad para la diversión y el enamoramiento, oportunidad para afirmarse entre pares,
ganarse el reconocimiento y respeto de padres y mayores. Practicábamos la buena
vecindad, la democracia, el respeto a las reglas de juego y el deporte era eso,
deporte para desarrollar habilidades, capacidad de resistencia física,
disciplina, equilibrio y competencia. Hechos
que de ningún modo estaban reñidos con la rebeldía.
Viví esos años sin morir en el intento, fui
una de las rebeldes sin causa. Buscábamos relaciones lógicas entre los hechos,
la incoherencia entre la palabra y práctica, la intensión detrás de la
información, el mensaje encriptado de los textos, razones entre sinrazones,
interrogaba, escudriñaba, cuestionaba, creaba, proponía y llevaba adelante
empresas negadas. Nuestra rebeldía nos
empujaba a hacer cosas: desde construir escondijos en la copa de los árboles
más altos, pasando por actos de servicio público, solidaridad, trabajo
comunitario, voluntariado, campeonato,
excursiones explorando nuestro entorno, conocíamos todo lo que nos rodeaba
incluyendo a los vecinos, vecinas como a la palma de nuestra mano.
Los días de semana todos debían trabajar,
independiente de la edad y ocupación, los padres en sus labores, hijos/as en la
escuela y labores de la casa. La diversión se correspondía con una a dos horas
de juego en la calle: cuadra, solar, el parque cercano o el club, luego de haber
mostrado el cumplimiento de deberes, porque en ese tiempo teníamos
deberes y casi nada de derechos.
Si lográbamos obtener la venia de la madre y/o el padre, aún así
l@s ami@s no habían alcanzado las condiciones para salir un rato a la calle,
en el mejor de los casos teníamos una hora de televisión en compañía
de toda la familia, decidiendo el programa por mayoría que
coincidía generalmente con aquello que estaba permitido por los padres. Una
hora de TV, interrumpidos por la conversación o
la pelea ente herman@s coincidentemente con los comerciales. Cuando por una u
otra razón no había Tv, estaban los cuentos andinos de papá, mamá y algún otro
pariente a quién le había tocado el turno de estadía en casa.
Los fines de semana era fiesta dentro y fuera de la casa, el
desayuno era temprano, por mucho que nos hubiéramos desvelado el día previo, a
las ocho de la mañana tod@s estábamos a la mesa, se cocinaba lo mejor y
preferido de la mayoría, democracia cerrada en este caso. Se almorzaba al medio
día enlazado con la sobremesa que se extendía hasta el lonche y continuaba con
la cena, sólo a quien le tocaba (por turno) recoger la mesa y lavar los platos,
se perdía o cortaba la conversación pidiendo que repitiera, en casa a veces
juntábamos los platos del almuerzo con el de la cena para lavar en grupo y
seguir comentando lo comentado.
Si eran buenos los tiempos, tocaba paseo de domingos:
al zoológico de Barranco luego San
Miguel, las Playas de Chorrillos, Agua Dulce, Miraflores, Ancón, San Bartolo,
Puerto Viejo, Santa María. El Parque la Reserva, Mangomarca, Campoy. Y en
largos fines de semana de viaje a Chosica, Matucana, Huacho, Barranca,
Lurín, Cañete, zonas percibidas como alejadas de Lima porque demandaban tiempo
de traslado y estadía. En el parque, campo, río o playa, jugábamos tod@s y nos
divertíamos juntos. Sólo lo hacíamos por grupo de edad cuando los padres se
agotaban.
En mi caso tuve más fortuna los fines de semana largos, solíamos
realizar incursiones de exploración y acampar con mi padre por las zonas cuasi
vírgenes del distrito y allí tuve mis lecciones de campo sobre astronomía,
arqueología, geofísica, zoología, botánica, sobrevivencia, autoestima,
fortaleza, filosofía (especialmente en deber, derecho, justicia, moral), fe y
amor al ser supremo, Dios y mitos. De allí mi idea que era un sabio sin mayor
título que el de padre.
Pueda que mi sentir de un invierno en tiempo de otoño
inconcluso, me incline por arrullar recuerdos puramente afirmativos antes que críticos
y cuestionadores. No es mi intención. De ningún modo está en mi percepción señalar que antaño
fue mejor, sólo diferente, más claro y menos complejo, sin necesidad de ser
escudriñado en 4D.
Este invierno que se instala
abruptamente sin que haya sentido al otoño y se me hace extinto, me ha
recordado que nuestras relaciones de antaño eran directas, donde se aprendía a distinguir y diferenciar
los actos que ayudaban a la convivencia, al trato con respeto y también por qué
no de mediana seguridad. Y ahora que lo pienso detenidamente, el sentido del deber con l@s otro@s estaba
claro, no había duda alguna, las
palabras tenían el significado correspondiente, un sentido de urbanidad sin
necesidad de exigir respeto a
determinado derecho.
En este punto me asalta un temor, estoy romantizando el pasado
cuasi colonial, oligarca, machista, sexista, discriminador, europeizante con la
percepción del indio como paisaje. Me
sobrepongo y advierto, que mi recuerdo de antaño tiene que ver justamente en
las formas de relación social carentes de los derechos actuales, con mayores
obligaciones y con menores signos de
brutalidad y locura cotidiana en la violación de derechos, por cuanto emergen
nuevas interrogantes.
¿Cuánto de derecho hemos
alcanzado?
¿Cuánto de obligaciones
han significado?
¿Cuánta articulación
entre derecho y obligación es posible?
Los derechos
Respecto a los
derechos, hemos clarificando los imprecisos. En algunos casos arrancados y
comprometido tanto a los sujetos de
derecho como a las instancias nacionales e internacionales que garanticen su
implementación y cumplimiento. Pero también se han dejado puertas de acceso o han emergido de sus
vacios asideros para su incumplimiento o violación.
Cotidianamente
asistimos un@s con indignación, otro@s con hartazgo y también con resignación a la violación
sistemática de cada uno de los derechos alcanzados, sea por el ciudadano común
transformado en infractor o delincuente, las instituciones destinadas a
preservarlas que simultáneamente han permitido el asentamiento de mecanismos
para su violación, las autoridades elegidas para salvaguardarlas transformados
en violentadores y violadores impunes, mostrando un panorama que pareciera superar prácticas de hordas primitivas
que resolvían las diferencias por la ley de la fuerza, el poder y la muerte.
El modo y la
crueldad con el que se violan cada uno de los derechos reconocidos, la
premeditación, alevosía y ventaja que emana
de cada delito, cuestiona las convenciones que nuestros ancestros celebraron
para garantizar la convivencia social, luego de ganar cruentas batallas y
discusiones inagotables. Reeditado creativa y periódicamente en nuestro tiempo,
cuanto más hablamos de tolerancia, inclusión, equidad, justicia, libertad,
buena y vida plena, más se aproximan nuestras relaciones sociales a prácticas
que no sólo contradicen al discurso, sino que lo niegan.
Las obligaciones
La respuesta a
la interrogante de cuantas obligaciones tenemos, asumimos y cumplimos, se torna
cada vez más escuálida, cuando advertimos que los
derechos conquistados son asumidos sin obligaciones
desde las partes comprometidas.
En la segunda
mitad del siglo XX, tiempos que dibujaba al inicio de este artículo, las obligaciones
provenían de la socialización primaria que mujeres y hombres teníamos en el
hogar, independiente de si ellos eran patriarcales, sexistas, etc. la familia proveía de las bases en
cada futur@ ciudadan@ de las reglas
básicas para una buena convivencia o mínima tolerancia, asociado con la edad,
los espacios, los roles y los niveles de autoridad. A ello contribuía la escuela, los
pares, la comunidad, las instituciones religiosas, los partidos y el Estado
a través de sus diferentes entidades como sucede con la policía. Sin duda
much@s hemos luchado por reconfigurar y ampliar de contenido o modificar lo que encontramos, sin embargo es innegable
la importancia de su existencia referencial, sea para su afirmación, modificación
o cambio.
En el tiempo actual que corresponde al segundo decenio del siglo
XXI, la familia como referente de formación para la convivencia social, está
cuasi disuelta, la escuela se ha transformado en el mejor de los casos centro
de información y consumo, en el peor de los casos e independiente del género,
en centro de entrenamiento para conductas sociales, la comunidad ha dejado de
ser referencial y real para tornarse virtual, los grupos de pares donde se
producían las prácticas de afirmación de identidad hoy son inestables, mediados
y no necesariamente están constituido por generaciones, se produce alta
movilidad real y virtual. Las instituciones religiosas anquilosadas en
principios y conductas contradictorias válidas para la edad victoriana, han
dejado de ser el punto de formación espiritual, moral y ético. Sucede otro
tanto con los partidos que se han desprendido de sus elementos centrales de
especificidad, atracción y aporte socio-político: vocación de servicio, voluntariado, ética y propuesta utópica en el
sentido de imaginación para una sociedad deseable. El Estado ha renunciado a su
condición de garante de la buena vida en sociedad, de fiel equilibrio de la
balanza, promotor de la vida social,
nacionalismo y sentimiento patrio.
Factores intervinientes en derechos y obligaciones
El rol
tradicional y desgastado de la familia, pares, comunidad, escuela, iglesia,
partidos y Estado, en la formación de cada miembro de la sociedad ha sucumbido
de forma estrepitosa siendo sustituido
por la
tecnología, el mercado, los medios de
comunicación y la globalización.
La tecnología al alcance de
tod@s, si bien ha introducido un nuevo
concepto de información, formación, conocimiento, tiempo y espacio en nuestras
vidas, también se ha transformado en llave para abrir muchas puertas a todas
las edades, independiente de si cuentan
con capacidad crítica y conciencia de su elección
y consumo. Los grupos vulnerables hoy se transforman en víctimas sin mecanismos
de defensa aprendida socialmente, corresponsable de su riesgo y victimización por
disposición.
La tecnología,
contribuye al mayor ensanchamiento de brechas generacionales que irónicamente
apunta a la incomunicación y aislamiento. A las brechas generacionales que
alimenta la tecnología, se añaden los culturales y profundizan a las condiciones de pobreza que
de la carencia de satisfacción de alguna necesidad básica: alimentación, vestido,
vivienda, servicios básicos, salud y educación añade acceso tecnologías de información y comunicación (TIC).
Cada aparato desprovisto de su condición instrumental como un medio para, viene siendo transformado en referente de ser, alimentando la ansiedad por el
consumismo, posesión y fuente de referencialidad, estatus social, económico,
político y cultural.
El mercado ha entrado a definir las pautas de conducta, valores y reglas
de juego de cada individuo, todo es
posible y tiene un precio, puede obtenerse si estás dispuesto a pagar, no
importa el medio sino el fin. El Estado ha pasado a ser garante del ciudadano para
asumir al mercado dejando de cumplir el rol para el cual fue creado socialmente:
la garantía de una convivencia
armoniosa, mediante la promoción, atención y protección de los
derechos, garantizando la satisfacción universal de necesidades básicas.
Las necesidades
básicas se han transformado en producto de diversa calidad como niveles de
consumo tienen las personas, dejando de ser universal antes de alcanzarlo. Los derechos se norman pero no se cumplen y
en correlación las obligaciones son difusas o extintas.
L@s Polític@s
han modernizado
a los partidos políticos, transformándolo
en empresa social, familiar o anónima, donde todo tiene precio, cada militante es un socio con aporte propio, cuanto
mayor sea, más oportunidades, beneficios
e impunidad. No hace falta práctica democrática a ella se apela para referirse
al voto o cuestionar al oponente, la reelección
es un escándalo en el contrincante, distinción y reconocimiento en el propio,
hasta cierto grado de regocijo interno
por el trasfondo de insustituibilidad. La revocatoria ha sido despojada de su condición de
herramienta de control y sanción ciudadana a la mala gestión pública, siendo
cuestionada por tirios y troyanos que se alinean para su eliminación.
No hace falta
una trayectoria con práctica de servicio voluntario, político y social, ni
formación doctrinaria, profesional, ética y moral. Basta con el arreglo de
certificación fraguada o transada, algunas distinciones académicas o profesionales
en contextos y contenidos distintos, auto-reconocimiento de elegibilidad y
habilidad para el engaño, estafa, adulación, negociación, lobby. Y si llega al
máximo puesto de poder político y enriquecimiento ilícito, basta con renunciar desde un lejano lugar a buen recaudo,
declararse perseguido político y esperar hasta que prescriba con oportunidad de
reincidir. En tanto se trata de una
sociedad sin memoria, permisiva, indiferente y convencida por las leyes del
mercado, que no hay otro modo, porque
todos roban (se cobran) y si este hace algo aun equivocándose se ha ganado
una nueva oportunidad.
Los medios de
comunicación brazo extendido del
mercado se introduce en cada casa, vaciada su contenido de hogar a cambio de un
TV plasma gigante, cable HD de paquete completo directo o clandestino y blu ray, servicio de internet de banda ancha o
sub-conectada, cada integrante de la familia con celular, tablet, blackberry ,
enlazado con RPM, etc, etc. Un hogar con todas las herramientas para moldear la
conducta de tod@s interconectadamente.
Niñ@s
encerrados en ambientes de 50 a 90 m2 por el riesgo externo y ausencia de parques
públicos accesibles, dejan de percibir las formas y colores de los alimentos
mientras bocado y a bocado consumen enlatados televisivos, sin espacio para la
imaginación porque todo está programado.
Los jóvenes cuentan con todas las ofertas desde la sublimación de la
guerra, sexo explícito y violencia morbosa, hasta un futuro exitoso con departamento,
auto, alcohol, con mujeres u hombres
disponibles por compañía.
Las mujeres
adultas pueden combinar novelas lloronas con narcotráfico y prostitución,
las series o programas del medio día
donde son caricaturizadas, salpicados de comerciales que afirman
estereotipos de ser felices e infelices asociados con el nivel de
consumo, revestimiento y transformación
del cuerpo, nivel de seducción y paz que ofrece a la pareja, con el valor
agregado de su liberación sea como profesional o emprendedora exitosa en el
trabajo y aporte económico.
Los hombres
cuentan con canales exclusivos de deporte y películas con comerciales de licor,
autos y tecnología con imagen de mujer. Si esto no es suficiente el internet
ofrece todo los caminos y oportunidades desde el menú del día, pasando por
orgasmo en línea hasta la construcción de un arma casera, una bomba y las diferentes formas de suicidio o
asesinato.
La globalización nos ha abierto la ventana al planeta, desentrañando misterios,
mostrando hazañas, exhibiendo al poder en sus diversas dimensiones, develando avances científicos, rompiendo
silencios, derribando murallas,
aproximando tiempo y espacio. Pero también nos asoma a las miserias
humanas, las bajezas, su bestialidad e instintos exacerbados.
Una sociedad
sin conciencia, profundamente consumista, individualista, indiferente, ocupada
en su autocomplacencia y re-creación para alcanzar modelos estandarizados de ser niñ@s, adolescentes,
jóvenes, adult@s, ancian@s, sin curiosidad científica para indagar, cruzar y procesar información. Desprovistos de
aprendizajes para procesar la frustración. Con una profunda insatisfacción personal al extremo de crearse
avatares y acceso al consumo máximo de
emociones que lo transforma en potencial víctima o victimario.
Este panorama
dibuja a una sociedad desprovista de
obligaciones, deseosa de derechos y
anhelante de impunidad. La práctica de: “hecha la ley, hecha la trampa” ya no expresa
la habilidad profesional de entendidos en el derecho, sino de tod@s, de abajo
hacia arriba, de menor a mayor, de cabo a rabo. La máxima que podría graficar
nuestra condición de sujetos de derecho es: “Todos tenemos derechos pero el
otro tiene la obligación”. Obligaciones que desconocen y si esto sucede se guarda bajo
siete llaves.
Cuanta articulación cabe entre
derecho y obligación
La existencia de
una constitución, Ley, Decreto Ley (DL),
Decreto Supremo (DS) y Reglamento
relacionado con derechos individuales, sociales, económicos, culturales
y políticos, vienen a ser marcos
normativos, importantes, pero insuficientes si no se tiene claro el significado
de ser sujeto de derecho
Somos sujeto de derecho, cuando se tiene conciencia,
conocimiento y capacidad para ejercerlo pero también el reconocimiento y
asunción de sus alcances y obligaciones. En términos menos complejos, toda
persona sujeto de derecho tiene como límite, el punto donde se inicia el
derecho de otro sujeto, por cuanto junto
a cada derecho se contraen obligaciones
respecto a los otros.
Si es así de claro
conceptualmente que a todo derecho le corresponde una obligación, a razón de
qué nos hallamos ante su disociación, peor aún ante la posibilidad de irreconciliabilidad
en su relación.
Pueda que esta
situación devenga de los diversos caminos que hemos empleado ciudadanas y
ciudadanos, grupos vulnerables y hacedores de políticas y leyes. Caminos a
través de los cuales algunos hemos enfatizado en la dación u obtención de
derechos generales postergando el detalle para los reglamentos que tarde o
nunca llegaron o fueron disociados posteriormente por responsables de su elaboración, del espíritu que inspiró la norma. En otros casos hemos
obviado, omitido o invisibilizado la obligación correspondiente. Está también la búsqueda de cambiar nuestras formas
de relación social marcadamente colonial y propia del siglo XVIII con
aspiraciones occidentales y tentadas por los atractivos del mercado, hayamos creído que era suficiente con crear
derechos a través de la norma, olvidando su naturaleza y desinteresándonos de
la práctica legitimadora.
La naturaleza de la
norma tiene que ver con su práctica, es decir previo a la existencia de
una ley es preciso que tenga vida o asidero en la costumbre. Siendo deseable sea afirmativa a partir de la práctica, donde su reiterada existencia y
aplicación la legítima y transforma en norma reconocida y asumida por tod@s y cada un@, tanto
en el lado de derechos como obligaciones.
Sin embargo, también existe un proceso inverso, la
presencia de una práctica que coloca en peligro o
niega prácticas establecidas, la
preservación de bienes y personas. Generando la necesidad de crear norma disuasiva, coercitiva y sancionadora. Es
decir penalizando un acto no lícito, un delito proveniente de un miembro de la
sociedad al que se reconoce como delincuente, quien pierde su derecho y asume una obligación
institucional a medida que reconoce el derecho del otro.
Es posible que en
nuestro esfuerzo reivindicativo, nos hayamos quedado sólo con aquello que nos
beneficia y desatendido la responsabilidad que implica y deviene en
obligación. Peor aún pueda ser que hayamos olvidado nuestras múltiples
dimensiones humanas y seres sociales, colocándonos con comodidad en el rol, condición o estado
que nos transforman en beneficiari@ preferenciales, desprendiéndonos de las
obligaciones, al punto de habernos transformado en celadores de nuestra propia
libertad y derechos sin obligaciones, espantándonos ante la factura que nos llega
a través de la corrupción política/ pública, la inseguridad ciudadana,
indiferencia en el cuidado del otro, violación sistemática de todos los
derechos desde diferentes flancos,
injusticia e impunidad.
Esta primera noche que
siento el rigor del invierno en medio de
un otoño fenecido, descubro finalmente que mi percepción de su agresiva invasión,
tiene que ver con esa sensación de
ciudadana que contempla con
desazón el desvanecimiento de obligaciones que acompasan los actos de las
diversas violaciones de derechos de los que somos testig@s día a día. Pueda que
mañana me ocupe de los principales derechos alcanzados y las formas de negación
instaladas simultáneamente.