lunes, 20 de mayo de 2013

OBLIGACIONES FENECIDAS

Son las once y media de la noche del 20 de mayo  en el decimo tercer año del siglo XXI, luego de un día tímido día apenas tibio  empezó a garuar  en la zona nor este de Lima destacado por su clima seco en contraste con el  ochenta a noventa por ciento de humedad que invade los distritos del  oeste, desde el sur hacia el norte por donde se extiende el litoral marino de la capital del Perú.

Cuán  distinto a la Lima de mi infancia,  que discurrió en barrios altos  y Lima cuadrada, donde era posible distinguir las cuatro estaciones del año, lo bueno de lo malo, lo bonito de lo feo, lo sano de lo deteriorado, la verdad de la mentira, la confianza de la desconfianza, la autoridad del delincuente, el héroe del villano, la vecindad del aislamiento.
Los días de semana todos debían trabajar, independiente de la edad y ocupación, los padres en sus labores, hijos/as en la escuela y las labores de la casa. La diversión  se correspondía con una a dos horas de juego en la calle: cuadra,   solar o el parque cercano o el club,  luego de haber mostrado el cumplimiento de deberes, porque en ese tiempo teníamos deberes y casi nada de derechos.
Si lográbamos obtener la venia de la madre y/o el padre, aún así l@s ami@s no   habían alcanzado  las condiciones para salir un rato a la calle,  en el mejor de los casos teníamos 
una hora de televisión en compañía de toda la familia,  decidiendo el programa por mayoría que coincidía generalmente con aquello que estaba permitido por los padres. Una hora de TV,  interrumpidos  por la conversación o la pelea ente herman@s  coincidentemente con  los comerciales.  Cuando por una u otra razón no había Tv,  estaban los cuentos andinos de papá, mamá y algún otro pariente a quién le había tocado el turno de estadía en casa.
Los fines de semana era fiesta dentro y fuera de la casa, el desayuno era temprano, por mucho que nos hubiéramos desvelado el día previo a las ocho de la mañana tod@s estábamos a  la mesa,  se cocinaba lo mejor  y preferido de la mayoría, democracia cerrada en este caso. Se almorzaba al medio día enlazado con la sobremesa que se extendía hasta el lonche  y continuaba con la cena, sólo  a quien le tocaba (por turno) recoger la mesa y lavar los platos,  se perdía o cortaba la conversación pidiendo que repitiera, en casa a veces juntábamos los platos del almuerzo con el de la cena para lavar en grupo y seguir comentando lo comentado.

Si eran buenos los tiempos, vivíamos la salida de los domingos  que significaba paseos:  al zoológico de Barranco, la playa de Chorrillos, Agua Dulce,  Miraflores, Ancón, el Parque la Reserva, Mangomarca, Campoy. Y en largos fines de semana  de viaje a Chosica, Matucana, Huacho, Barranca, Lurín, Cañete, zonas  percibidas como alejadas de Lima y demandaban tiempo de traslado. En el parque,  campo, río  o playa, jugábamos tod@s y nos divertíamos juntos. Sólo lo hacíamos por grupo hetáreo cuando los padres se agotaban. En mi caso tuve más fortuna, solíamos realizar incursiones de exploración mis tres hermanas y mi padre por las zonas cuasi vírgenes del distrito y allí  tuve mis lecciones de campo sobre astronomía, arqueología, geofísica, zoología, botánica, sobrevivencia, autoestima, fortaleza, filosofía (especialmente en deber, derecho, justicia, moral), fe y amor al ser supremo,  Dios. De allí mi idea que   era un sabio sin mayor título que el de padre.
De ningún modo  antaño fue mejor, sólo diferente y menos complejo, sin necesidad de ser escudriñado en 4D. Había una relación directa, se aprendía a distinguir y diferenciar los actos que ayudaban a la convivencia, al trato con respeto y también  por qué no de indiferencia. Insisto el sentido del deber  con l@s otro@s estaba claro, aun cuando habían pocos derechos reconocidos y ganados como los actuales, a veces me pregunto:
 ¿Es cierto   que hemos alcanzado  derechos?
¿O  son las  obligaciones las que han fenecido?
¿Es posible  la convivencia y articulación entre derecho y obligación?

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