Son las once y media de la noche del 20 de mayo en el decimo tercer año del siglo XXI, luego
de un día tímido día apenas tibio empezó a garuar en la zona nor este de Lima destacado por su
clima seco en contraste con el ochenta a
noventa por ciento de humedad que invade los distritos del oeste, desde el sur hacia el norte por donde
se extiende el litoral marino de la capital del Perú.
Cuán distinto a la Lima de mi infancia, que discurrió en barrios altos y Lima cuadrada, donde era posible distinguir las cuatro estaciones del año, lo bueno de lo malo, lo bonito de lo feo, lo sano de lo deteriorado, la verdad de la mentira, la confianza de la desconfianza, la autoridad del delincuente, el héroe del villano, la vecindad del aislamiento.
Los días de semana todos debían trabajar, independiente de la edad y ocupación, los padres
en sus labores, hijos/as en la escuela y las labores de la casa. La
diversión se correspondía con una a dos horas
de juego en la calle: cuadra, solar o
el parque cercano o el club, luego de
haber mostrado el cumplimiento de deberes,
porque en ese tiempo teníamos deberes y casi nada de derechos.
Si lográbamos obtener
la venia de la madre y/o el padre, aún así l@s ami@s no habían alcanzado
las condiciones para salir un rato a la calle, en el mejor de los casos teníamos
una hora de televisión en compañía de toda la familia, decidiendo el programa por mayoría que coincidía generalmente con aquello que estaba permitido por los padres. Una hora de TV, interrumpidos por la conversación o la pelea ente herman@s coincidentemente con los comerciales. Cuando por una u otra razón no había Tv, estaban los cuentos andinos de papá, mamá y algún otro pariente a quién le había tocado el turno de estadía en casa.
una hora de televisión en compañía de toda la familia, decidiendo el programa por mayoría que coincidía generalmente con aquello que estaba permitido por los padres. Una hora de TV, interrumpidos por la conversación o la pelea ente herman@s coincidentemente con los comerciales. Cuando por una u otra razón no había Tv, estaban los cuentos andinos de papá, mamá y algún otro pariente a quién le había tocado el turno de estadía en casa.
Los fines de semana era fiesta dentro y fuera de la casa, el
desayuno era temprano, por mucho que nos hubiéramos desvelado el día previo a
las ocho de la mañana tod@s estábamos a
la mesa, se cocinaba lo
mejor y preferido de la mayoría,
democracia cerrada en este caso. Se almorzaba al medio día enlazado con la
sobremesa que se extendía hasta el lonche
y continuaba con la cena, sólo a
quien le tocaba (por turno) recoger la mesa y lavar los platos, se perdía o cortaba la conversación pidiendo que
repitiera, en casa a veces juntábamos los platos del almuerzo con el de la cena
para lavar en grupo y seguir comentando lo comentado.
Si eran buenos los tiempos, vivíamos la salida de los domingos que significaba paseos: al zoológico de Barranco, la playa de Chorrillos, Agua Dulce, Miraflores, Ancón, el Parque la Reserva, Mangomarca, Campoy. Y en largos fines de semana de viaje a Chosica, Matucana, Huacho, Barranca, Lurín, Cañete, zonas percibidas como alejadas de Lima y demandaban tiempo de traslado. En el parque, campo, río o playa, jugábamos tod@s y nos divertíamos juntos. Sólo lo hacíamos por grupo hetáreo cuando los padres se agotaban. En mi caso tuve más fortuna, solíamos realizar incursiones de exploración mis tres hermanas y mi padre por las zonas cuasi vírgenes del distrito y allí tuve mis lecciones de campo sobre astronomía, arqueología, geofísica, zoología, botánica, sobrevivencia, autoestima, fortaleza, filosofía (especialmente en deber, derecho, justicia, moral), fe y amor al ser supremo, Dios. De allí mi idea que era un sabio sin mayor título que el de padre.
De ningún modo antaño
fue mejor, sólo diferente y menos complejo, sin necesidad de ser escudriñado en
4D. Había una relación directa, se aprendía a distinguir y diferenciar los
actos que ayudaban a la convivencia, al trato con respeto y también por qué no de indiferencia. Insisto el sentido
del deber con l@s otro@s estaba claro,
aun cuando habían pocos derechos reconocidos y ganados como los actuales, a
veces me pregunto:
¿Es cierto que hemos
alcanzado derechos?
¿O son las obligaciones las que han fenecido?
¿Es posible la convivencia
y articulación entre derecho y obligación?
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