lunes, 20 de mayo de 2013

SINTIENDO AL INVIERNO EN OTOÑO EXTINTO

Son las once y media de la noche del 20 de mayo en el decimo tercer año del siglo XXI, luego de un día tímido apenas tibio empezó a garuar en la zona noreste de Lima, que suele destacar por su clima seco en contraste con el ochenta a noventa por ciento de humedad que invade los distritos limeños esparcidos de sur a norte en  el poniente.
Cuán distante a la Lima de mi infancia, que discurrió entre Barrios Altos y Lima cuadrada, donde era posible distinguir las cuatro estaciones del año, prácticas de urbanidad como reglas mínimas de comportamiento en público, privado y compartido. Permitiéndote distinguir en las relaciones interpersonales lo bueno de lo malo, lo bonito de lo feo, lo sano de lo insano, la verdad de la mentira, la confianza de la desconfianza, la autoridad del delincuente, el héroe del villano, la vecindad del aislamiento.
Tiempos que se acompasaban con los ciclos de vida.  A los doce años se dejaba de ser niña/o para ser una jovencita o un jovencito educado, ergo saludar a propios y extraños, ceder el paso, ayudar al otro, guardar respeto y compostura. Nadie podría comprender y menos tolerar algún berrinche, o atrevimiento infantil. A partir de los  doce años se integraban los medios de socialización primaria y secundaria, para el entrenamiento a la convivencia  social: contención simbólica de esfínteres, deseos, impulsos y pulsaciones.  Los quince años   significaba oportunidad para  la diversión y el enamoramiento,   oportunidad para afirmarse entre pares, ganarse el reconocimiento y respeto de padres y mayores. Practicábamos la buena vecindad, la democracia, el respeto a las reglas de juego y el deporte era eso, deporte para desarrollar habilidades, capacidad de resistencia física, disciplina, equilibrio y competencia. Hechos   que de ningún modo estaban reñidos con la rebeldía.
Viví esos años sin morir en el intento,   fui una de las rebeldes sin causa. Buscábamos relaciones lógicas entre los hechos, la incoherencia entre la palabra y práctica, la intensión detrás de la información, el mensaje encriptado de los textos, razones entre sinrazones, interrogaba, escudriñaba, cuestionaba, creaba, proponía y llevaba adelante empresas negadas. Nuestra  rebeldía   nos empujaba a hacer cosas: desde construir escondijos en la copa de los árboles más altos, pasando por actos de servicio público, solidaridad, trabajo comunitario,  voluntariado, campeonato, excursiones explorando nuestro entorno, conocíamos todo lo que nos rodeaba incluyendo a los vecinos, vecinas como a la palma de nuestra mano.
Los días de semana todos debían trabajar, independiente de la edad y ocupación, los padres en sus labores, hijos/as en la escuela y labores de la casa. La diversión se correspondía con una a dos horas de juego en la calle: cuadra, solar,  el parque cercano o el club, luego de haber mostrado el cumplimiento de deberes, porque en ese tiempo teníamos deberes y casi nada de derechos.
Si lográbamos obtener la venia de la madre y/o el padre, aún así l@s ami@s no habían alcanzado las condiciones para salir un rato a la calle, en el mejor de los casos teníamos una hora de televisión en compañía de toda la familia, decidiendo el programa por mayoría que coincidía generalmente con aquello que estaba permitido por los padres. Una hora de TV, interrumpidos por la conversación o la pelea ente herman@s coincidentemente con los comerciales. Cuando por una u otra razón no había Tv, estaban los cuentos andinos de papá, mamá y algún otro pariente a quién le había tocado el turno de estadía en casa.
Los fines de semana era fiesta dentro y fuera de la casa, el desayuno era temprano, por mucho que nos hubiéramos desvelado el día previo, a las ocho de la mañana tod@s estábamos a la mesa, se cocinaba lo mejor y preferido de la mayoría, democracia cerrada en este caso. Se almorzaba al medio día enlazado con la sobremesa que se extendía hasta el lonche y continuaba con la cena, sólo a quien le tocaba (por turno) recoger la mesa y lavar los platos, se perdía o cortaba la conversación pidiendo que repitiera, en casa a veces juntábamos los platos del almuerzo con el de la cena para lavar en grupo y seguir comentando lo comentado.
Si eran buenos los tiempos, tocaba paseo de   domingos: al zoológico de Barranco luego  San Miguel, las Playas de Chorrillos, Agua Dulce, Miraflores, Ancón, San Bartolo, Puerto Viejo, Santa María. El Parque la Reserva, Mangomarca, Campoy. Y en largos fines de semana de viaje a Chosica, Matucana, Huacho, Barranca, Lurín, Cañete, zonas percibidas como alejadas de Lima porque demandaban tiempo de traslado y estadía. En el parque, campo, río o playa, jugábamos tod@s y nos divertíamos juntos. Sólo lo hacíamos por grupo de edad cuando los padres se agotaban.
En mi caso tuve más fortuna los fines de semana largos, solíamos realizar incursiones de exploración y acampar con mi padre por las zonas cuasi vírgenes del distrito y allí tuve mis lecciones de campo sobre astronomía, arqueología, geofísica, zoología, botánica, sobrevivencia, autoestima, fortaleza, filosofía (especialmente en deber, derecho, justicia, moral), fe y amor al ser supremo, Dios y mitos. De allí mi idea que era un sabio sin mayor título que el de padre.
Pueda que mi sentir de un invierno en tiempo de otoño inconcluso, me incline por arrullar recuerdos puramente afirmativos antes que críticos y cuestionadores. No es mi intención. De ningún  modo está en mi percepción señalar que antaño fue mejor, sólo diferente, más claro y menos complejo, sin necesidad de ser escudriñado en 4D.
Este invierno que se instala  abruptamente sin que haya sentido al otoño y se me hace extinto, me ha recordado que nuestras relaciones de antaño eran  directas,  donde se aprendía a distinguir y diferenciar los actos que ayudaban a la convivencia, al trato con respeto y también por qué no de mediana seguridad. Y ahora que lo pienso detenidamente,  el sentido del deber con l@s otro@s estaba claro,  no había duda alguna, las palabras tenían el significado correspondiente, un sentido de urbanidad sin necesidad de exigir  respeto a determinado derecho.
En este punto me asalta un temor, estoy romantizando el pasado cuasi colonial, oligarca, machista, sexista, discriminador, europeizante con la percepción del indio como paisaje.   Me sobrepongo y advierto, que mi recuerdo de antaño tiene que ver justamente en las formas de relación social carentes de los derechos actuales, con mayores obligaciones y  con menores signos de brutalidad y locura cotidiana  en la  violación de derechos, por cuanto   emergen nuevas interrogantes.
¿Cuánto de derecho  hemos alcanzado?
¿Cuánto de  obligaciones han significado?  
¿Cuánta  articulación entre derecho y obligación es posible?

Los derechos

Respecto a los derechos, hemos clarificando los imprecisos. En algunos casos arrancados y comprometido  tanto a los sujetos de derecho como a las instancias nacionales e internacionales que garanticen su implementación y cumplimiento. Pero también se han dejado    puertas de acceso o han emergido de sus vacios asideros para su incumplimiento o violación.
Cotidianamente asistimos un@s con indignación, otro@s con hartazgo  y también con resignación a la violación sistemática de cada uno de los derechos alcanzados, sea por el ciudadano común transformado en infractor o delincuente, las instituciones destinadas a preservarlas que simultáneamente han permitido el asentamiento de mecanismos para su violación, las autoridades elegidas para salvaguardarlas transformados en violentadores y violadores impunes, mostrando un panorama que pareciera superar  prácticas de hordas  primitivas  que resolvían las diferencias por la ley de la fuerza, el poder  y la muerte.
El modo y la crueldad con el que se violan cada uno de los derechos reconocidos, la premeditación, alevosía  y ventaja que emana de cada delito, cuestiona las convenciones que nuestros ancestros celebraron para garantizar la convivencia social, luego de ganar cruentas batallas y discusiones inagotables. Reeditado creativa y periódicamente en nuestro tiempo, cuanto más hablamos de tolerancia, inclusión, equidad, justicia, libertad, buena y vida plena, más se aproximan nuestras relaciones sociales a prácticas que no sólo contradicen al discurso, sino que lo niegan.

Las obligaciones

La respuesta a la interrogante de cuantas obligaciones tenemos, asumimos y cumplimos, se torna cada vez más escuálida, cuando advertimos que   los derechos conquistados son asumidos sin  obligaciones desde las partes comprometidas.
En la segunda mitad del siglo XX, tiempos que dibujaba al inicio de este artículo, las obligaciones provenían de la socialización primaria que mujeres y hombres teníamos en el hogar, independiente de si ellos eran patriarcales, sexistas,  etc. la familia proveía de las bases en cada futur@ ciudadan@  de las reglas básicas para una buena convivencia o mínima tolerancia, asociado con la edad, los espacios, los roles y los niveles de autoridad. A ello contribuía la escuela, los pares, la comunidad, las instituciones religiosas, los partidos y el Estado a través de sus diferentes entidades como sucede con la policía. Sin duda much@s hemos luchado por reconfigurar y ampliar de contenido o modificar  lo que encontramos, sin embargo es innegable la importancia de su existencia referencial, sea para su afirmación, modificación o cambio.
En el tiempo actual  que corresponde al segundo decenio del siglo XXI, la familia como referente de formación para la convivencia social, está cuasi disuelta, la escuela se ha transformado en el mejor de los casos centro de información y consumo, en el peor de los casos e independiente del género, en centro de entrenamiento para conductas sociales, la comunidad ha dejado de ser referencial y real para tornarse virtual, los grupos de pares donde se producían las prácticas de afirmación de identidad hoy son inestables, mediados y no necesariamente están constituido por generaciones, se produce alta movilidad real y virtual. Las instituciones religiosas anquilosadas en principios y conductas contradictorias válidas para la edad victoriana, han dejado de ser el punto de formación espiritual, moral y ético. Sucede otro tanto con los partidos que se han desprendido de sus elementos centrales de especificidad, atracción y aporte socio-político: vocación de servicio,  voluntariado, ética y propuesta utópica en el sentido de imaginación para una sociedad deseable. El Estado ha renunciado a su condición de garante de la buena vida en sociedad, de fiel equilibrio de la balanza, promotor de la vida social,  nacionalismo y sentimiento patrio.

Factores intervinientes en derechos y obligaciones

El rol tradicional y desgastado de la familia, pares, comunidad, escuela, iglesia, partidos y Estado, en la formación de cada miembro de la sociedad ha sucumbido de forma estrepitosa  siendo sustituido por la  tecnología, el mercado, los medios de comunicación y la globalización.
La tecnología al alcance de tod@s, si bien  ha introducido un nuevo concepto de información, formación, conocimiento, tiempo y espacio en nuestras vidas, también se ha transformado en llave para abrir muchas puertas a todas las edades,  independiente de si cuentan con   capacidad crítica y conciencia de su elección y consumo. Los grupos vulnerables hoy se transforman en víctimas sin mecanismos de defensa aprendida socialmente, corresponsable de su riesgo y victimización por disposición.
La tecnología, contribuye al mayor ensanchamiento de brechas generacionales que irónicamente apunta a la incomunicación y aislamiento. A las brechas generacionales que alimenta la tecnología, se añaden los culturales  y profundizan a las condiciones de pobreza que de la carencia de satisfacción de alguna necesidad básica: alimentación, vestido, vivienda, servicios básicos, salud y educación añade acceso  tecnologías de información y comunicación (TIC). Cada aparato desprovisto de su condición instrumental como  un medio para, viene siendo  transformado en referente de ser, alimentando la ansiedad por el consumismo, posesión y fuente de referencialidad, estatus social, económico, político y cultural.
El mercado ha entrado a definir las pautas de conducta, valores y reglas de  juego de cada individuo, todo es posible y tiene un precio, puede obtenerse si estás dispuesto a pagar, no importa el medio sino el fin. El Estado ha pasado a ser garante del ciudadano para asumir al mercado dejando de cumplir el rol para el cual fue creado socialmente: la garantía de  una convivencia armoniosa,  mediante la  promoción, atención y protección de los derechos, garantizando la satisfacción universal de necesidades básicas.
Las necesidades básicas se han transformado en producto de diversa calidad como niveles de consumo tienen las personas, dejando de ser universal antes de alcanzarlo.  Los derechos se norman pero no se cumplen y en correlación las obligaciones son difusas o extintas.
L@s Polític@s han modernizado a los partidos políticos,  transformándolo en empresa social, familiar o anónima, donde todo tiene precio, cada  militante es un socio con aporte propio, cuanto mayor sea,  más oportunidades, beneficios e impunidad. No hace falta práctica democrática a ella se apela para referirse al voto o cuestionar al oponente, la reelección es un escándalo en el contrincante, distinción y reconocimiento en el propio, hasta  cierto grado de regocijo interno por el trasfondo de insustituibilidad. La revocatoria  ha sido despojada de su condición de herramienta de control y sanción ciudadana a la mala gestión pública, siendo cuestionada por tirios y troyanos que se alinean para su eliminación.
No hace falta una trayectoria con práctica de servicio voluntario, político y social, ni formación doctrinaria, profesional, ética y moral. Basta con el arreglo de certificación fraguada o transada, algunas distinciones académicas o profesionales en contextos y contenidos distintos, auto-reconocimiento de elegibilidad y habilidad para el engaño, estafa, adulación, negociación, lobby. Y si llega al máximo puesto de poder político y enriquecimiento ilícito, basta con renunciar  desde un lejano lugar a buen recaudo, declararse perseguido político y esperar hasta que prescriba con oportunidad de reincidir. En tanto  se trata de una sociedad sin memoria, permisiva, indiferente y convencida por las leyes del mercado, que no hay otro modo,  porque todos roban (se cobran) y si este hace algo aun equivocándose se ha ganado una  nueva oportunidad.
Los medios de comunicación  brazo extendido del mercado se introduce en cada casa, vaciada su contenido de hogar a cambio de un TV plasma gigante, cable HD de paquete completo directo o clandestino y  blu ray, servicio de internet de banda ancha o sub-conectada, cada integrante de la familia con celular, tablet, blackberry , enlazado con RPM, etc, etc. Un hogar con todas las herramientas para moldear la conducta de tod@s interconectadamente.
Niñ@s encerrados en ambientes de 50 a 90 m2  por el riesgo externo y ausencia de parques públicos accesibles, dejan de percibir las formas y colores de los alimentos mientras bocado y a bocado consumen enlatados televisivos, sin espacio para la imaginación porque todo está programado.
Los jóvenes  cuentan con  todas las ofertas desde la sublimación de la guerra, sexo explícito y violencia morbosa, hasta un futuro exitoso con departamento, auto, alcohol, con  mujeres u hombres disponibles por compañía.
Las mujeres adultas  pueden combinar  novelas lloronas con narcotráfico y prostitución, las series o  programas del medio día donde son caricaturizadas, salpicados de comerciales que afirman estereotipos   de ser felices  e infelices asociados con el nivel de consumo,  revestimiento y transformación del cuerpo, nivel de seducción y paz que ofrece a la pareja, con el valor agregado de su liberación sea como profesional o emprendedora exitosa en el trabajo y aporte económico.
Los hombres cuentan con canales exclusivos de deporte y películas con comerciales de licor, autos y tecnología con imagen de mujer. Si esto no es suficiente el internet ofrece todo los caminos y oportunidades desde el menú del día, pasando por orgasmo en línea hasta la construcción de un arma casera, una bomba  y las diferentes formas de suicidio o asesinato.
La globalización nos ha abierto la ventana al planeta, desentrañando  misterios,  mostrando hazañas, exhibiendo al poder en sus diversas dimensiones,  develando avances científicos, rompiendo silencios, derribando murallas,  aproximando tiempo y espacio. Pero también nos asoma a las miserias humanas, las bajezas, su bestialidad e instintos exacerbados.
Una sociedad sin conciencia, profundamente consumista, individualista, indiferente, ocupada en su autocomplacencia y re-creación para alcanzar   modelos estandarizados de ser niñ@s, adolescentes, jóvenes, adult@s, ancian@s, sin curiosidad científica para indagar, cruzar y  procesar información. Desprovistos de aprendizajes para procesar   la frustración. Con una profunda  insatisfacción personal al extremo de crearse avatares y  acceso al consumo máximo de emociones que lo transforma en potencial víctima o victimario.
Este panorama dibuja a una sociedad  desprovista de obligaciones, deseosa de derechos  y anhelante de impunidad. La práctica de: “hecha la ley, hecha la trampa” ya no expresa la habilidad profesional de entendidos en el derecho, sino de tod@s, de abajo hacia arriba, de menor a mayor, de cabo a rabo. La máxima que podría graficar nuestra condición de sujetos de derecho es: “Todos tenemos derechos pero el otro tiene la obligación”. Obligaciones  que desconocen y si esto sucede se guarda bajo siete llaves.

Cuanta articulación cabe entre derecho y obligación

La existencia de una constitución,  Ley, Decreto Ley (DL), Decreto Supremo (DS) y Reglamento  relacionado con derechos individuales, sociales, económicos, culturales y políticos, vienen a ser    marcos normativos, importantes, pero insuficientes si no se tiene claro el significado de ser sujeto de derecho
Somos  sujeto de derecho, cuando se tiene conciencia, conocimiento y capacidad para ejercerlo pero también el reconocimiento y asunción de sus alcances y obligaciones. En términos menos complejos, toda persona sujeto de derecho tiene como límite, el punto donde se inicia el derecho de otro sujeto, por cuanto  junto a cada derecho se contraen  obligaciones respecto a los otros.
Si es así de claro conceptualmente que a todo derecho le corresponde una obligación, a razón de qué nos hallamos ante su disociación, peor aún ante la posibilidad de irreconciliabilidad en su relación.
Pueda que esta situación devenga de los diversos caminos que hemos empleado ciudadanas y ciudadanos, grupos vulnerables y hacedores de políticas y leyes. Caminos a través de los cuales algunos hemos enfatizado en la dación u obtención de derechos generales postergando el detalle para los reglamentos que tarde o nunca llegaron o fueron disociados posteriormente por  responsables de su elaboración,  del espíritu que  inspiró la norma. En otros casos hemos obviado, omitido o invisibilizado la obligación correspondiente. Está  también la búsqueda de cambiar nuestras formas de relación social marcadamente colonial y propia del siglo XVIII con aspiraciones occidentales y tentadas por los atractivos del mercado,  hayamos creído que era suficiente con crear derechos a través de la norma, olvidando su naturaleza y desinteresándonos de la práctica legitimadora.
La naturaleza de la norma  tiene que ver con su  práctica, es decir previo a la existencia de una ley es preciso que tenga vida o asidero en la costumbre. Siendo deseable sea afirmativa a partir de la   práctica, donde su reiterada existencia y aplicación la legítima y transforma en norma  reconocida y asumida por tod@s y cada un@, tanto en  el lado de derechos como obligaciones.
Sin embargo,  también existe un proceso inverso, la presencia de una práctica que coloca en peligro o niega  prácticas establecidas, la preservación de bienes y personas. Generando la necesidad de crear  norma disuasiva, coercitiva y sancionadora. Es decir penalizando  un acto  no lícito,  un delito proveniente de un miembro de la sociedad al que se reconoce como delincuente, quien pierde  su derecho y asume una obligación institucional a medida que reconoce el derecho del otro.
Es posible que en nuestro esfuerzo reivindicativo, nos hayamos quedado sólo con aquello que nos beneficia y desatendido   la responsabilidad que implica y deviene en obligación. Peor aún pueda ser que hayamos olvidado nuestras múltiples dimensiones humanas y seres sociales,   colocándonos con comodidad en el rol, condición  o estado  que nos transforman en beneficiari@  preferenciales, desprendiéndonos de las obligaciones, al punto de habernos transformado en celadores de nuestra propia libertad y derechos sin obligaciones, espantándonos ante la factura que nos llega a través de la corrupción política/ pública, la inseguridad ciudadana, indiferencia en el cuidado del otro, violación sistemática de todos los derechos desde diferentes flancos,  injusticia e impunidad.
Esta primera noche que siento el rigor del  invierno en medio de un otoño fenecido, descubro finalmente que mi percepción de su agresiva   invasión, tiene que ver con esa sensación de  ciudadana  que contempla con desazón el desvanecimiento de obligaciones que acompasan los actos de las diversas violaciones de derechos de los que somos testig@s día a día. Pueda que mañana me ocupe de los principales derechos alcanzados y las formas de negación instaladas simultáneamente.

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