miércoles, 2 de julio de 2014

MATERNIDAD: CONFLICTOS PRIVADOS Y CONFESIONES PÚBLICAS

Es tiempo loco en Lima de un invierno indeciso, con 22° hace dos días y hoy descendió a 17° con 94% de humedad, de seguir esta tendencia no sería extraño que un futuro no muy lejano las(os) limeñas(os) poseyéramos branquias a cambio de orejas coincidiendo con una Lima en permanente transformación.  Una ciudad nacida tras arrasar al cacicazgo Itchma del curaca Taulischusco[1], en un esfuerzo fundacional  bautizada como Ciudad de Los Reyes (15 de enero 1535), aun así  se impuso como Lima, marcando el sincretismo entre la lengua autóctona Límac y Rímac, la extranjera[2] que ha destacado al país en su conjunto.

Lima se ha sostenido  estoicamente como tal  a lo largo de su proceso de afirmación identitaria ante seudónimos embriagantes como: «La Perla del Pacífico»[3],  «Las Tres Veces Coronada Villa»[4] y « ciudad jardín»[5].   O de negación de sí, a medida que fue desbordándose «Lima la horrible»   (1974)[6] idealizando un pasado cuasi arcadiano[7] hasta cerrar el siglo XX entre el interés de su composición urbana y social: «El laberinto de la choledad» (1992)[8] hasta el crisol de diversidades  de la cultura chicha[9] sin desprenderse de los retazos  oligárquicos que sostiene  su faz de ciudad   segmentada, discriminadora y excluyente. En tanto emergen sueños y apuestas por una mega ciudad que se reconfigura, subdivide, acoge, expulsa,  cobija, integra, tolera y convive  como hoy sus microclimas[10].

En mi caso, Lima y su ser, siempre me disloca, atrapa en esa relación compleja donde no es posible vivir con ella ni sin ella. Acabo de  llegar a casa tras un trayecto por más de una hora de oeste a nor-este, con un frío húmedo que me encoje, se me cala por los huesos roídos y atraviesa mi tobillo de cristal engarzado con titanio que intensifica su gelidez, ignorando a la lana de alpaca que me recubre y botines que sostienen mis pasos.

Intento desprender mi percepción egocentrista y  miro tras el vidrio empañando por la garua cuántos(as) se inclinan ante el rigor del tiempo descubriendo que no soy una excepción, distingo a   muchos(as)  encorvados(as), independiente de la edad, la talla, dimensión y estado, sienten calarse la humedad por sus poros hasta  los huesos. Y  también están aquellas(os) otras(os) erguidas(os), desafiando al tiempo con escasa ropa, dibujando su mayor sonrisa y exhibiendo su mejor pose para vender placebos con promesa de  placer y calor humano que disipe la humedad externa dejando aflorar la interna.  

De pronto, el frío se trasladó de mis huesos hacia mi razón e hígado quien sabe si invadió también mi corazón y alma. Sentí frío recorriéndome toda la columna, no sólo por este tiempo, sino por aquello que pude escuchar de la chachara de un trío juvenil casi adolescente entre dos mujeres y un varón.

Hablaban cada uno de lo mal que les iba en la relación con  la madre, graficando y reconstruyendo los hechos del día. Mientras lo hacía mi gran pregunta a cerca de: ¿Cómo  las(os) hijas(os) se tornan en el peor enemiga(o) de la madre? Frente a los hechos de matricidio que ocupan las primeras planas cada vez mas frecuente. Me asomaba a su probable despeje a través de estos testimonios públicos  de jóvenes no mayores de 20 con madres que oscilarían entre 40 y 60 años.

La primera que expuso su caso fue una joven  aproximadamente de 1.60 m. de altura, con ojos oscuros como su cabello lacio que caía rebelde de su atadura creando un aire descuido. Con nariz respingada, labios bien marcados,  dientes  blancos y  alineados, piel canela intenso y un fuerte rictus de ira en su rostro. Vestía  hasta donde pude distinguir de una cafarena negra y sobre ella un sueter plomo.  A través de su discurso, reconstruía la mañana del día, donde la madre había intentado imponer su autoridad, reclamándole su conducta que amenazaba imitar a una hermana sinónimo de problema, rebeldía y conflicto. A su favor señalaba que estaba lejos de su pensamiento, pero tanto se lo repetía la madre que ya se lo estaba creyendo.

Narró que el conflicto matutino llegó a su clímax cuando la madre le impidió salir a su clase –el trío parecía estudiar enfermería o algo con la medicina-, colocando llave a la puerta de salida, en el momento que la otra compañera la había llamado al celular, sin proponérselo aquella llamada la animó a enfrentar a la madre. Describió con mucha ira cómo quito la llave a la mano de su madre, abrió la puerta y salió corriendo mientras le gritaba “Eres una enferma,  loca, loca, loca”, mientras lloraba de rabia.   El y la compañera subrayaron que efectivamente llegó llorando, e indagaron el por qué, su madre era siempre así con ella y no con sus hermanas. 

Ella respondió  que con la hermana rebelde no podía   y que su otra hermana   era la preferida, la engreída, la beba de 30 años. No podía explicarse como su madre iracunda, descontrolada y agresiva, salía a comer con su hija preferida y regresaba feliz, riéndose, como si fuera otra. Que ya estaba harta y que no sabe lo que haría si no tuviera clases.
Decía que su padre intentaba calmar las cosas hacer que respetara a su madre y le pidiera disculpas, mientras ella pensaba que eso era injusto porque era la madre quien empezaba. Y cuando cedía por su padre pidiendo disculpas a su madre ella la rechazaba, la ignoraba, provocando pensamientos de mayor rechazo y resentimiento en ella.

La segunda joven tenía una talla cercana al 1.70 m., a pesar de su sobrepeso, aparentaba menos edad que la primera, tenía cabello castaño también atado al descuido, cara redonda, nariz pequeña y ojos rasgados. Su  rostro denotaba cansancio, tristeza rayando con la resignación. Tenía una casaca beige que la cubría toda.

Ella dijo que su madre también abusaba de ella, que no la comprendía, que siempre la gritaba y maltrataba. El amigo hombre que las acompañaba subrayaba esta situación diciendo que le constaba como lo hizo con la primera, añadiendo que en el caso de la segunda ella no hacía nada para impedirlo. Ella replicó señalando que nada podía hacer, así que mejor se callaba que sólo esperaba terminar de estudiar e irse muy lejos.

La amiga que inicialmente se expuso como víctima dijo, que en su caso ella no lo soportaría, animándola a actuar como supuestamente ella lo haría, o como ocasionalmente lo hacía cuando su madre se extralimitaba. El varón ingresó en la discusión al papel de un hermano.
La Segunda joven describió como la madre se desvivía por su hermano,  las distancias  y diferencias que marcaba entre ellos. Contrastando el sufrimiento y privaciones de ella con  la alegría, placer y felicidad de su hermano.  Los tres coincidieron en que sus madres tenían hijos(as) preferidos que en este caso no eran ninguno de ellos.

El varón que cerraba el trío a diferencia de las mujeres tenía una apariencia frágil, extremadamente delgado, de 1.55 m., ojos pequeños, cabello negro descuidado, nariz aguileña, labios de casi una línea, con un maletín que lo excedía. Su papel fue de inquisidor, no contó nada de sí mismo, sólo  acentuó, animó y graficó cada narrativa. Se sentó a mi lado, cerró los ojos como dormitando, mientras ellas cambiaban de tema sobre sus estudios y la política de cómo tanta promesa del metro y el tren eléctrico no se cumplía.

Mientras yo me sumergía en reflexiones acerca de  la complejidad de las relaciones intra e inter género, generacional y de poder. Me decía que los referentes de los conflictos que suele llegar a mi consulta  era principalmente de las mujeres madres sea en su papel de hijas, esposas o madres. Las hijas  e hijos adolescentes enfocaban sus problemas con sus vocaciones y proyecciones de futuro, con los retos académicos.


El desgranar desgarrador transformado en confesión pública sobre ruedas entre estos jóvenes me enfrentaba a una dimensión del ser y sentir de las hijas en conflicto con la madre, que en su caso, probablemente coincide con el ciclo de vida asociado con  la menopausia vs. juventud donde las perspectivas se confrontan, trastocan y miden en la cuota de poder que cada una tiene u obtiene tras cada conflicto, lleno de tira y afloja, con demasiado desgarro en perspectiva de transformarlas en extrañas, insalvables enemigas.

Hijas que en el futuro serán madres marcadas por este modo de  maternidad, de afirmarse, imitándolas y de negarse superándolas, en todo caso no excento de conflicto personal, familiar y en la relación con sus futuras hijas(os).

Así que se me agolparon nuevas interrogantes: 
¿Cómo el desencuentro de los ciclos de vida entre mujeres de diferente generación las acerca o aleja?
¿Cómo y de qué modo emergen los conflictos y sus modos de resolverlos?
¿Cuánta similitud existe entre la violencia ejercida por el varón hacia una mujer   y la de una mujer con poder ejercida sobre otra sometida o dependiente?
¿De que modo el uso y abuso de la fuerza y el poder va alimentando la pérdida de autoridad y la emergencia de la ira transformado en rebeldía y uso de la fuerza?
¿Es el empujón, el rechazo, la ira contenida, la calificación de  demente de la hija a la madre escalones en la violencia intra género y alerta de una mayor encalada de conflicto?
¿Podría estar en los fragores del conflicto cotidiano y la persistencia de posiciones o la percepción reiterada de ser abusada por las hijas que las transforma en potenciales matricidas?



1 comentario:

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