Es tiempo loco en Lima de un invierno indeciso, con 22° hace dos días y hoy descendió a 17° con 94% de humedad, de seguir esta tendencia no sería extraño que un futuro no muy lejano las(os) limeñas(os) poseyéramos branquias a cambio de orejas coincidiendo con una Lima en permanente transformación. Una
ciudad nacida tras arrasar al cacicazgo Itchma del curaca Taulischusco[1], en un esfuerzo fundacional bautizada como Ciudad de Los Reyes (15
de enero 1535), aun así se impuso como Lima,
marcando el sincretismo entre la lengua autóctona Límac y Rímac, la
extranjera[2] que ha destacado al país en su conjunto.
Lima se ha sostenido estoicamente como tal a lo largo de su proceso de afirmación
identitaria ante seudónimos embriagantes como: «La Perla del
Pacífico»[3], «Las Tres Veces Coronada Villa»[4] y « ciudad jardín»[5]. O de
negación de sí, a medida que fue desbordándose «Lima la horrible» (1974)[6] idealizando un pasado cuasi
arcadiano[7] hasta cerrar el siglo XX entre
el interés de su composición urbana y social: «El laberinto de la choledad»
(1992)[8] hasta el crisol de
diversidades de la cultura chicha[9] sin desprenderse de los
retazos oligárquicos que sostiene su faz de ciudad segmentada, discriminadora y excluyente. En
tanto emergen sueños y apuestas por una mega ciudad que se reconfigura,
subdivide, acoge, expulsa, cobija,
integra, tolera y convive como hoy sus
microclimas[10].
En mi caso, Lima y su ser, siempre me
disloca, atrapa en esa relación compleja donde no es posible vivir con ella ni
sin ella. Acabo de llegar a casa tras un trayecto por más de una hora de oeste a nor-este, con un frío húmedo que me encoje, se me cala por los
huesos roídos y atraviesa mi tobillo de
cristal engarzado con titanio que intensifica su gelidez, ignorando a la lana de alpaca que me recubre y botines que sostienen mis pasos.
De pronto, el frío se
trasladó de mis huesos hacia mi razón e hígado quien sabe si invadió también mi
corazón y alma. Sentí frío recorriéndome toda la columna, no sólo por este
tiempo, sino por aquello que pude escuchar de la chachara de un trío juvenil
casi adolescente entre dos mujeres y un varón.
Hablaban cada uno de lo mal
que les iba en la relación con la madre,
graficando y reconstruyendo los hechos del día. Mientras lo hacía mi gran
pregunta a cerca de: ¿Cómo las(os)
hijas(os) se tornan en el peor enemiga(o) de la madre? Frente a los hechos de
matricidio que ocupan las primeras planas cada vez mas frecuente. Me asomaba a su probable despeje a través de
estos testimonios públicos de jóvenes no
mayores de 20 con madres que oscilarían entre 40 y 60 años.
La primera que expuso su
caso fue una joven aproximadamente de
1.60 m. de altura, con ojos oscuros como su cabello lacio que caía rebelde de su atadura creando un aire descuido. Con nariz respingada, labios bien marcados,
dientes
blancos y alineados, piel canela
intenso y un fuerte rictus de ira en su rostro. Vestía hasta donde pude distinguir de una cafarena negra
y sobre ella un sueter plomo. A través de
su discurso, reconstruía la mañana del día, donde la madre había intentado
imponer su autoridad, reclamándole su conducta que amenazaba imitar a una
hermana sinónimo de problema, rebeldía y conflicto. A su favor señalaba que estaba
lejos de su pensamiento, pero tanto se lo repetía la madre que ya se lo estaba
creyendo.
Narró que el conflicto
matutino llegó a su clímax cuando la madre le impidió salir a su clase –el trío
parecía estudiar enfermería o algo con la medicina-, colocando llave a la puerta
de salida, en el momento que la otra compañera la había llamado
al celular, sin proponérselo aquella llamada la animó a enfrentar a la madre. Describió
con mucha ira cómo quito la llave a la mano de su madre, abrió la puerta y
salió corriendo mientras le gritaba “Eres una enferma, loca, loca, loca”, mientras lloraba de rabia. El y la compañera
subrayaron que efectivamente llegó llorando, e indagaron el por qué, su madre era
siempre así con ella y no con sus hermanas.
Ella respondió que con la hermana rebelde no podía y que su otra hermana era la
preferida, la engreída, la beba de 30 años. No podía explicarse como su madre
iracunda, descontrolada y agresiva, salía a comer con su hija preferida y regresaba
feliz, riéndose, como si fuera otra. Que ya estaba harta y que no sabe lo que
haría si no tuviera clases.
Decía que su padre
intentaba calmar las cosas hacer que respetara a su madre y le pidiera
disculpas, mientras ella pensaba que eso era injusto porque era la madre quien
empezaba. Y cuando cedía por su padre pidiendo disculpas a su madre ella la
rechazaba, la ignoraba, provocando pensamientos de mayor rechazo y
resentimiento en ella.
La segunda joven tenía una talla
cercana al 1.70 m., a pesar de su sobrepeso, aparentaba menos edad que la
primera, tenía cabello castaño también atado al descuido, cara redonda, nariz
pequeña y ojos rasgados. Su rostro denotaba
cansancio, tristeza rayando con la resignación. Tenía una casaca beige que la cubría
toda.
Ella dijo que su madre
también abusaba de ella, que no la comprendía, que siempre la gritaba y
maltrataba. El amigo hombre que las acompañaba subrayaba esta situación
diciendo que le constaba como lo hizo con la primera, añadiendo que en el caso
de la segunda ella no hacía nada para impedirlo. Ella replicó señalando que
nada podía hacer, así que mejor se callaba que sólo esperaba terminar de
estudiar e irse muy lejos.
La amiga que inicialmente
se expuso como víctima dijo, que en su caso ella no lo soportaría, animándola a
actuar como supuestamente ella lo haría, o como ocasionalmente lo hacía cuando
su madre se extralimitaba. El varón ingresó en la discusión al papel de un hermano.
La Segunda joven describió
como la madre se desvivía por su hermano, las distancias
y diferencias que marcaba entre ellos. Contrastando el sufrimiento y privaciones
de ella con la alegría, placer y
felicidad de su hermano. Los tres
coincidieron en que sus madres tenían hijos(as) preferidos que en este caso no
eran ninguno de ellos.
El varón que cerraba el
trío a diferencia de las mujeres tenía una apariencia frágil, extremadamente
delgado, de 1.55 m., ojos pequeños, cabello negro descuidado, nariz aguileña,
labios de casi una línea, con un maletín que lo excedía. Su papel fue de
inquisidor, no contó nada de sí mismo, sólo
acentuó, animó y graficó cada narrativa. Se sentó a mi lado, cerró los
ojos como dormitando, mientras ellas cambiaban de tema sobre sus estudios y la
política de cómo tanta promesa del metro y el tren eléctrico no se cumplía.
Mientras yo me sumergía en
reflexiones acerca de la complejidad de
las relaciones intra e inter género, generacional y de poder. Me decía que los
referentes de los conflictos que suele llegar a mi consulta era principalmente de las mujeres madres sea
en su papel de hijas, esposas o madres. Las hijas e hijos adolescentes enfocaban sus problemas
con sus vocaciones y proyecciones de futuro, con los retos académicos.
El desgranar desgarrador transformado en confesión pública sobre ruedas entre estos jóvenes me enfrentaba a una dimensión del ser y sentir de las hijas en conflicto con la madre, que en su caso, probablemente coincide con el ciclo de vida asociado con la menopausia vs. juventud donde las perspectivas se confrontan, trastocan y miden en la cuota de poder que cada una tiene u obtiene tras cada conflicto, lleno de tira y afloja, con demasiado desgarro en perspectiva de transformarlas en extrañas, insalvables enemigas.
Hijas que en el futuro serán madres marcadas por este modo de maternidad, de afirmarse, imitándolas y de negarse superándolas, en todo caso no excento de conflicto personal, familiar y en la relación con sus futuras hijas(os).
Así que se me agolparon
nuevas interrogantes:
¿Cómo el desencuentro de los ciclos de vida entre mujeres
de diferente generación las acerca o aleja?
¿Cómo y de qué modo emergen
los conflictos y sus modos de resolverlos?
¿Cuánta similitud existe
entre la violencia ejercida por el varón hacia una mujer y la de una mujer con poder ejercida sobre
otra sometida o dependiente?
¿De que modo el uso y abuso
de la fuerza y el poder va alimentando la pérdida de autoridad y la emergencia
de la ira transformado en rebeldía y uso de la fuerza?
¿Es el empujón, el rechazo,
la ira contenida, la calificación de
demente de la hija a la madre escalones en la violencia intra género y
alerta de una mayor encalada de conflicto?
¿Podría estar en los fragores
del conflicto cotidiano y la persistencia de posiciones o la percepción
reiterada de ser abusada por las hijas que las transforma en potenciales
matricidas?
Ya han probado lasEcografías HD Live? Dicen que son lo mejor, estoy diciéndole a mi mujer que hagamos una ecografías nuevamente. Ella no quiere porque la anterior fue una ecografías 4D. No entiende que la Ecografías HD Live tiene mayor resolución, son mejores! Ustedes que piensan?
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