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miércoles, 2 de noviembre de 2022

IN MEMORIAM LUIS LLONTOP SAMILLÁN

Querido Luis LLontop Samillán, acabo de enterarme que partiste al infinito, incrementando mi dolor de este tiempo exigente de ausencias sin despedida convencional. Mis seres amados se fueron en profunda privacidad, dejándome el recuerdo de lo que fuimos y tuvimos. Tiempo que me ha enseñado a sustituir nuestros ritos ancestrales por el registro de la memoria de quienes fuimos juntos, el significado y regalo que esta vida me dió para ser parte de mi historia.

Lucho como siempre te llamamos, llegaste a mi vida en tiempos que la tuya se iniciaba en la aventura del matrimonio. Andabas como cascabel por todos los ambientes de la institución donde trabajábamos, haciendo de cada acontecimiento fiesta y colocando alegría, todos decían: "está felizmente casado, hasta que pase el tiempo y su carnaval de dos se agote".

Te conocíamos nada entonces, puesto que poco a poco te fuiste descubriendo como quien eras, un ser desbordante de alegría, animosidad, colaboración y positivismo. El tiempo pasó y la fiesta siguió contigo, te afirmaste y confirmaste como pareja y mantuviste la actitud de recién casado todo el tiempo. Te hiciste padre, en tiempos donde aún no se ponía en cuestión la paternidad bajo el rol de proveedor y patriarca. Pero tú lo hiciste desde la práctica, decidiendo que ser padre era mucho más que ejercer el rol tradicional socialmente adjudicado y hereditariamente impuesto.

Solías decir que todo esfuerzo era muy pequeño para hacer de este mundo mejor, que no podemos ser luz de la calle y oscuridad de la casa, que el cambio empieza en nosotros, los hijos, la pareja, la familia, parientes y amigos.  Te rodeaste de quienes comulgaban tu fe, principios, valores y prácticas, jamás cruzaste hacia la otra vereda, por innecesario. Para ti, la eliminación de la pobreza pasaba por que cada uno de nuestros actos fuera en contra de una condición injusta, no creada por Dios, sino por otros seres humanos que necesitad apropiarse de aquello que les hace falta a otros, pero sobre todo, por una práctica de vida cristiana.

Entre nos, cada experiencia de trabajo compartido era una oportunidad de aprendizaje, te asombrabas y celebrabas ante  la metodología, las técnicas, el procedimiento y nuestra forma de relación con las organizaciones de mujeres y asentamientos humanos del cono norte. Solías decirme: “Ahora entiendo por qué te dicen la reina de los comedores, realmente te aman, no porque hagas filantropía, sino porque cada reunión es una oportunidad para cambiar personal y colectivamente. Yo que te creía tan dura, porque tu equipo te suele decir bruja, en realidad eres hechicera”.  Le respondía, que mejor me quedaba con bruja ya que así nos habían condenado a quienes somos respondonas y pensamos por cuenta propia.

Eran tiempos de nuestros desencuentros espirituales, tu llegabas y yo partía. Siempre recordaré la firmeza de tu ser fiel en todas las dimensiones. Desde tu natal Chiclayo, te había movido la fe de tus ancestros, que te trasladó a la capital y fuiste a sumar ese movimiento de UNECXS que yo hallé en proceso de decadencia. En cambio, a ti te había fortalecido en la teología de la liberación, siendo fiel discípulo de Gustavo Gutiérrez. El trabajo fue el espacio para la afirmación y profundización en tu fe, credo y compromiso religioso, en tanto las comunidades cristianas por donde transitabas y tu familia eran los pilares que te sostenían y alimentaban.

Nuestras largas conversas por reavivar la llama de la práctica institucionalizada de fe en mí, lejos de conmoverme me afirmaban en que mi partida y distancia era sin retorno, había transitado y agotado el camino de la reflexión y contemplación, mi mirada y compromiso era de cambios más profundos.

Recuerdo como si fuera hoy cuando una de esas noches, salíamos de una comunidad con trabajo coincidente, luego de un hecho doloroso de ver la pobreza extrema. Te dije con tanta rabia que: “Si nosotros no cambiábamos las condiciones estructurales de nuestra sociedad, hallaríamos tantas Luz, Marías, Juanas y Domitilas, cayendo día a día en la tuberculosis, como multíparas anémicas con escasa distancia entre uno y otro hijo, desnutridos y desnutridas, muriendo víctimas de una enfermedad respiratoria o diarreica, por el hecho de haber nacido en la pobreza y estar condenado a serlo hasta su quinta generación. Que la misa y catequesis para seres dolientes o las acciones filantrópicas sólo hacían extender y sublimar su sufrimiento”.

Tú me miraste detenidamente, te pusiste serio como pocas veces y susurraste: “Hay un plan de Dios para cada uno”. Yo asida de Sartre te dije: “No uses a Dios, menos a sus designios. Despojándonos de ser y hacer nuestro proyecto de vida. Liberando a los culpables de esta situación con impunidad, y para que nosotros, tranquilicemos nuestras conciencias luego de asomarnos al espanto, diciéndonos que algo hicimos y el resto es trabajo de Dios. Para   dormir cada noche, ese Dios con rostro humano sigue sufriendo en cada una de las personas que habíamos visto ese día, al igual que ellas, muchas otras personas desde hace veinte siglos”. Bajaste más la voz y dijiste: “Mujer de poca fe y gran sabiduría, ahora entiendo por qué te dicen bruja”. Alejando mi pesimismo y tristeza de aquella noche.

Cuando la vida nos distanció de los haceres compartidos, nos hallábamos siempre en las mesas de concertación, las marchas, celebraciones de jubileo y las despedidas de amigas/os compartidos. Recuerdo que una vez nos hallamos a fines de los noventa en uno de esos eventos coincidentes, yo tenía el cabello largo a diferencia de cuando trabajábamos juntos. Sorprendido me dijiste: “Caty, que hermoso cabello lo tenías bien guardado, hoy te has vestido de fiesta”. Yo te respondí, que en los tiempos del trabajo compartido, eran tiempos de batalla, sin espacio para lo personal porque el amor propio y autocuidado, requiere también de un tiempo. Que en este de libre albedrío, me había reconciliado con mi pelo y dejado que se exprese. Respondiste, "siempre que nos encontramos recojo gotas de aprendizaje por eso, es mágico coincidir por el  azar de la vida de tanto en tanto". Yo te dije, “querido Lucho, mientras compartamos los mismos valores, aun con distintas prácticas y preferencias, siempre nos hallaremos”.

Y así fue, siempre nos hallábamos para el intercambio como el abrazo y risa guardada. Hoy deseo que en el nuevo estado en el que te encuentras, nos volveremos a encontrar, puesto que en esta dimensión tú ya concluiste con tu tiempo habiendo logrado un buen vivir, grandes amores, amigos/as entrañables con quienes construiste tu historia. Teniendo espacio para acoger y compartir con quienes coincidimos un trecho de nuestro andar. El mío también ha de llegar cuando sea su momento.

Lucho querido, te recordaré con esa sonrisa y alegría que hacía de cada ambiente fiesta y cada reencuentro oportunidad para recrear la vida. Mientras nos volvemos a hallar, me acompañará lo vivido y compartido, en tiempos aciagos sin perder la esperanza, incrementando nuestra energía cuando más exigente y amenazador era el contexto. Me quedaré con el último abrazo para retomar el andar y el intercambio de amistades en una nueva marcha de protesta.

Ve amigo al encuentro de ese Dios con rostro humano que elegiste, a quien imitaste y dedicaste cada uno de tus actos con devoción, regocijo alegría y danza al estilo de Salomón, dejando tu legado de buen cristiano, ser humano, padre y esposo a tus hijos, quienes multiplicarán tus enseñanzas y sus aprendizajes, reinventándote en sus estilos, de modo que tu ser y hacer perdurará en esta y otra dimensión.


Un abrazo como los tantos intercambiado, hoy en el plano etéreo.

Descansa en paz y de Dios goza querido amigo.

Mi solidaridad con tu familia, especialmente tu gran compañera Gladys e hijos, en estos momentos trascendentes.

jueves, 16 de diciembre de 2021

IN MEMORIAM DE CESAR DARIO PEZO DEL PINO

Tomado del muro de Chery Raguz
Una gran pérdida para quienes lo conocimos, aprendimos de él y beneficiamos de su saber y hacer. Así como para las/os centennials que podrían conocerlo para acudir a él hoy y mañana. Me queda de César Pezo,   su gran y permanente dedicación, desprendimiento y apoyo a jóvenes de las comunidades cristianas de la Vicaría III San Juan de Lurigancho distribuidos en parroquias y capillas.

Conocí a César, como parte del florecimiento y expansión de la teología de la liberación de los setenta, donde jóvenes estudiantes ad portas de hacerse profesionales o recién graduados/as asumían la labor de formación y concientización de sus pares jóvenes en zonas populares de la Lima. Una ciudad cuasi colonial y semi moderna, que empezaba a crecer como urbe hacia sus conos, con sus problemas de sobrepoblación, pobreza y desigualdad. Algunos de esos jóvenes estudiantes trenzaron su opción por los pobres inspirados en la teología de la liberación con su incursión y/o militancia en los partidos de izquierda que en aquel tiempo iniciaron su trabajo político también en las zonas periféricas in crescendo.

Lo hicieron como estrategia para superar la derrota política de las elecciones de 1979, donde las izquierdas obtuvieron una escuálida representación, sus lideres decidieron “bajar a las bases”, un discurso que en parte graficaba su lectura de aquel tiempo[1], donde adjudicaron el escaso respaldo electoral al desconocimiento de la ideología que estaba en la base de su propuesta: comunista sobre una base proletaria, que hasta ese momento era notable, cuyo manejo era principalmente en las universidades y sindicatos.

Las grandes arterias de la capital del país en sus cuatro costados, estaban sembradas de industrias de todos los tamaños. A lo largo de la Panamericana Norte desde el Río Chillón hasta Fiori, se apreciaba tanto la planta nuclear del Perú, algunos laboratorios y cuasi todas las empresas automotrices, no en vano el paradero donde cruza la Av. Izaguirre hasta hoy es conocida como “La Volvo”, aun cuando su lugar es ocupado por el Centro Comercial Metro. En el caso de la Panamericana Sur desde la refinería la Pampilla hasta Chorrillos compartían espacio granjas, fábrica de construcción y viñedos. 

Hacia el este se hallaban las principales fábricas textiles y laboratorios a lo largo de la carretera central. Por el oeste en sus dos venas hacia el mar: la Av. Argentina y Av. Colonial, partiendo la primera desde   la plaza Unión y la segunda desde la plaza Dos de Mayo hasta el Callao hacían gala de diversos tipos de industria. En el puerto del Callao y el aeropuerto, los principales del país, el movimiento de entrada y salida de productos estaba a cargo de obreros/as y empleados/as. El sector de comercio y servicios era apenas el necesario, no existían vendedores ambulantes, sólo pregoneros/as y tamaleros.

Muchos de los futuros profesionales de los setenta que conocí, con el transcurrir del tiempo, abrazaron la política desde los diversos partidos de izquierda, que fueron desmembrándose algunos/as colocándose al extremo de la misma. Otros dejaron su opción por los pobres y de igualdad como sueños de opio juvenil, acomodándose a la derecha adoptando el rol que en su juventud pretendieron cambiar. También hubo quienes usaron sus oportunidades y aprendizajes acumulados en sus años febriles y en alguna de las izquierdas, para colocar/se al servicio de la extrema derecha. Para identificarlo/as, basta mira en el pasado de expertos/as,  políticos/as y opinólogos/as por encima de los 65 años.

A diferencia de la tendencia general, Cesar Pezo se hizo de profesión psicólogo[2], coherente con su discurso y opción por los pobres, colocó su saber y hacer al servicio de los sectores populares. Su labor combinó durante mucho tiempo la formación de conciencia y convivencia colectiva con la terapia psicológica individual, en un tiempo donde hablar de salud mental era poco menos que una mala palabra.

La escasa distinción entre psicología y psiquiatría, para el sector principalmente popular era un factor disuasivo para personas con problemas de conducta alterada, psicótica, traumas, fobias, etc. no sólo se resistieran a reconocer su padecimiento sino a negar toda posibilidad de consulta psicológica porque argumentaban “no estar loco/a”. En ese contexto César atrajo a muchos casos de jóvenes en crisis ganando su confianza, ayudándolos/as real y efectivamente, logrando un gran prestigio como psicoterapeuta y demanda siempre al alcance de los pobres.

Tanto ayer como hoy el acceso a salud mental es un privilegio para sectores medios y altos,  que podría graficarse en la ironía de un sociólogo crítico al feminismo de clase media durante los ochenta que hablaba de la mujer y no de las mujeresComparando algunos padecimientos de mujeres diferenciadas por clase: "las mujeres aristocráticas de la clase alta, sufren de migrañas porque pueden recostarse a oscuras independiente del día o la noche; las burguesas de clase media pueden refugiarse en jaquecas para huir de sus obligaciones maritales; las proletarias o esposas de proletarios, que tienen asegurado sus necesidades básicas tienen dolor de cabeza de lidiar con el presupuesto. Pero las de extrema pobreza, que no saben si mañana comerán sus hijos, esas, no tienen tiempo de sentir o reconocer dolor alguno sobre sus hombros, están ocupadas en sobrevivir".

Mientras tanto César, no sólo puso en práctica una psicología comunitaria preventiva y sanadoras, con sus cursos para la comprensión de la dinámica grupal, liderazgo y relación interpersonal. Él, abrió la veta para acercar al individuo/a y la familia, hacia la necesidad, posibilidad y efectividad de una terapia psicológica para superar traumas a población sin recursos, rompiendo con una percepción y práctica privilegiada por mucho tiempo para sectores con poder adquisitivo. Muchas de las familias que apoyó lograron superar sus carencias, toxicidad, crecer individual y conjuntamente.

César creció en su ser y hacer al servicio de los/as jóvenes de sectores populares desde su consultorio en San Juan de Lurigancho, el Instituto de Inter-Cambio[3] y un pie en la docencia de la PUCP[4]. Su partida es una gran pérdida para los/as centennials o generación Z que no beberán de su conocimiento, como su vida fue la gran ganancia para la generación X de los setenta hasta la generación Y, de los/as Millennials.  

Fue una gran ganancia, porque quienes lo conocimos, aprendimos de él colectivamente a estar, partir, compartir, creernos, sentir y ser. Y/o para reintegrar las partes desconectadas y/o conflictuadas de quienes tuvieron el privilegio de sus terapias individuales como familiares hasta alcanzar un buen vivir.

Descansa en paz César, tu misión en esta dimensión y tiempo fue asumida como sólo los grandes seres logran hacerlo con entrega, desprendimiento y discreción.



[1] A partir del segundo quinquenio de los 80 esta frase se puso en cuestión, porque el término "bajar" aludía a quién lo hacía estar arriba, siendo cuestionado por las "bases".

[2] https://psiquiatria.com/directorio/cesar-pezo-del-pino

sábado, 11 de julio de 2020

IN MEMORIAM DE JORGE ALVARES CALDERON: DIA 12O

No termino de llorar a AnaT. Y tengo que despedirme hoy 10 de julio, del padre Jorge Álvarez Calderón Ayulo sacerdote diocesano, el primer cura de mi pueblo, como suele decirse coloquialmente cuando uno habla de un personaje como él. Esta vez, su partida antes de producirme tristeza me llena de paz, consuelo y reflexión que bien necesita mi alma. Para él terminó su padecimiento encarnado de 116 dias que vivió primero en una clínica y luego en un lugar de reposo, coincidiendo con el tiempo de nuestro aislamiento. Se fue tras celebrar sus 90 años, enfrentando una afección agresiva como el cáncer con entereza y sonrisa que cultivó a lo largo de sus años1. Se fue en paz y con la misión cumplida, que pocas personas pueden sentir al final de sus días 

Lo conocí mientras bordeaba mi niñez, paralelo a la búsqueda de Dios y un credo, de la mano de mi abuela Rosa Herrera, por todas las iglesias de ese tiempo. Si bien el Padre Jorge, no logró fidelizarme a la religión católica como único credo, si me abrió la puerta a otro modo de ser y hacer iglesia con rostro humano con y para los pobres, sin esperar a morirnos para tener nuestro terreno en el cielo sino construirlo aquí y desde ahora.

Cuando seres como el P. Jorge parten,  pienso que en el cielo hay mucho trabajo y cada vez menos almas  para hacerse cargo, en tanto que el infierno se ha instalado en la tierra ardiendo inagotablemente. El cielo o el universo, dependiendo de nuestras creencias, hoy está más necesitado de almas o energía que sostengan y animen  a seres que padecen más allá de sus fuerzas.

Pensamiento que a su vez, me redirige hacia quienes causan tanto dolor, daño y perversión. Seres avasallados por la codicia y crueldad que no se detienen ante nada, arrasando todo aquello que encuentran a su paso, que perciben como impedimento para llegar y/ o llevarse su botín.  Algunos hombres y mujeres que renunciaron a su humanidad a cambio de poder, dinero y control; sin importar a quien esté por delante. Y en verdad si fuera fanática creería que son la maldad encarnada, sin embargo no puedo darme ese lujo porque nuestra realidad de hoy es más compleja que buenos o malos, héroes o villanos, ángeles o demonios.

Es fácil caer en la tentación de buscar explicación  sobre aquello que vivimos a la metafísica, el esoterismo, la confabulación y fanatismo. Suele llegarme muchas cadenas de oraciones unas más atrevidas que otras, y realmente cuando pienso que ya nada me sorprende, tengo que reconocer que hay quienes se esfuerzan hasta lograrlo. Suelo imaginar que en la desesperación algunas personas  sólo reproducen cadenas inclusive sin leerlas y decodificar el mensaje que lleva, porque de otro modo es incomprensible que lo hagan teniendo clara comprensión del mismo.

A veces los leo esperando hallar al final  alguien que lo firme para hacerse cargo de las afirmaciones y atrevimientos que se toman, las cuales son realmente hilarantes. Porque no sólo van dirigidas a un ser supremo, a quien  no me imagino sentado frente a una computadora leyendo en su celular, CPU, tablet o laptop, el mensaje que le llega por las redes llena de pedidos a delibery, con mala ortografía y contradicción. O pidiendo a miles de ángeles respondan a su estilo los diversos mensajes porque él no puede, aun siendo Dios, o resolviendo con una fórmula estándar: “Denle a cada uno siete veces siete lo que se merecen según el record de su humanidad, piedad, solidaridad y amor por el otro”.

Cuando era niña algunas oraciones me llegaba en estampitas con firma al final, que no eran de demandas descaradas, maniqueistas e interesadas sino de compromisos y gratitud que me animaban. Recuerdo mucho aquella que  solíamos rezar al patrón de nuestra iglesia cotidiana antes de conocer al P. Jorge: “¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!/ Que allí donde haya odio, ponga yo amor;/ donde haya ofensa, ponga yo perdón;/ donde haya discordia, ponga yo unión;/ donde haya error, ponga yo verdad;/ donde haya duda, ponga yo fe;/donde haya desesperación, ponga yo esperanza;/ donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría…” (San Francisco).  Pueda que la era digital haya logrado sustraer las autorías o por esa tendencia de escribir  lo que sea y como sea, nadie se hace cargo de nada o sólo  les interesa las cuentas electrónicas que capturan.

Con osadía y atrevimiento se dirigen nada menos que  a Dios, con un pliego de reclamos,  demandas y lamentos, como si en verdad existiera un dios también bipolar que por un lado fuera cruel y vengativo, mientras por otra toda bondad, magnanimidad, perdón y más perdón. Unos lo acusan de ser causante de todas las calamidades y le piden que calme su ira, atribuyéndole la responsabilidad de las malas acciones de una parte de los seres humanos contra todo el planeta. Otros más fanáticos/as, le piden que con su sangre los bañe, limpie y salveA mí se me escarapela el cuerpo, si esta gente contara una vez más con la oportunidad de tener a un Cristo hecho cordero, dispuesto al sacrificio, seguramente no dudaría en ejecutarlo una y otra vez para salvarse.

Los/as más osados/as, piden que los proteja a ella  o él y su familia, sus amigos, y quien rebote la cadena, e implícitamente que el resto se reviente. Y hasta que se lleve al virus consigo o sea que él se reviente, una vez más pienso en el sentimiento  profundamente egoístas en que se inspiran y reproducen. De modo que  aun cuando hubiera un dios que respondiera a sus demandas, apenas se sintieran a salvo se olvidarían de él, retornando a ser lo que eran y hacer las cosas que venían haciendo hasta cuando se detuvieron. Como hicieron y hacen con  médicos/as, enfermeros/as,  policías, trabajadores de limpieza pública, choferes, cobradores,  dependientes,  por dar algunos ejemplos de servicio esencial.

A  propósito de mi recuerdo del  P. Jorge, pienso el modo  cómo nos hemos vuelto utilitarios/as en todo y respecto a cada dimensión de nuestro ser, incluyendo lo espiritual y la fe. Distinto al contexto en el cual él dejo de ser parte de la aristocracia oligárquica allá por los cincuenta, renunció a su carrera de ingeniero agrónomo que como solía decir lo tomó como pretexto, porque desde que veía las obras de caridad de su madre lo atraía la filosofía, pero que esa opción ya le había ganado por puesta de mano su hermano mayor Carlos, así que dos no podían ser abiertamente filósofos al interior de una familia conservadora, oligárquica y con poder, de modo que su camino al sacerdocio fue sinuoso.

Conocí, al P. Jorge cuando él tenía 39 cuando y yo andaba bordeando mi primera década, un tercer domingo de enero. Nos habíamos mudado esa semana donde sería nuestro nuevo barrio. Al cual apenas llegar nos recibió un diluvio, aquel del 15 de enero de 1969, esa noche se había abierto las compuertas del cielo, porque llovió tanto, pero tanto, que amanecimos asustadas y acurrucadas. Mi hermanita Luz tenía sólo cuatro años y se espantó mucho, nunca había experimentado una lluvia torrencial, se metió bajo el  poncho de mi hermano sin moverse de su lado, de modo que parecían bicéfalos, acurrucados, mientras papá y mamá hacían todo lo posible por protegernos.

Desde tiempos inmemoriales, siempre que hay un fenómeno natural, más allá de las costumbres el temor nos lleva a refugiarnos en la fe, tras la lluvia vino el nuevo día, con él a acomodar nuestra nueva vida, sin la amplia casa de Zárate,  huertos,  parques y amigos  que teníamos antes.  Era un barrio  joven seudo comunista, militarista y velazquista, sin fe ni credo, puesto que la mayor parte de su población había sido trasladada hacía sólo algunos años, de los rededores de la Plaza de Acho, porque se tenía en perspectiva  construir vías en su lugar.

Ese primer domingo al escuchar la campana fuimos por primera vez a misa de noche, bajo la luz mortecina de velas. Conocí a un cura prestado del Pueblo de San Juan de Lurigancho y Tres Compuertas, sin sotana, ameno, sonriente,  joven y nos pedía que lo llamáramos Jorge o padre Jorge. Tan distinto a nuestra experiencia previa, primero de Barrios Altos, luego  de Leticia y más espaciadamente desde Zárate, mi madre y padre, solía llevarnos los domingos en la mañana a la misa de la iglesia San Francisco, luego a tomar desayuno  con butifarras, sándwich de lechón. 

En realidad  a mí no me interesaba otra cosa que conocer más ese misterioso  y amenazante lugar al que nos habíamos mudado, ya no viviríamos más de alquiler, mamá había comprado su terreno, pese a la  oposición de papá por un barrio, él no quería echar raíces como todo migrante,  sólo estaba esperando juntar suficiente dinero para retornar a los andes.

En la misa éramos muy pocos, no más de 20  personas todos/as de pie, los/as jóvenes se juntaba de tres para compartir una vela y un libro de oraciones. Estaba en el lugar donde hoy se erige el Centro de Salud Santa Rosa, allí donde murió el primer médico con  Covid 19 asintomático, que  le regalaron  en su domicilio, sin enterarse hasta colapsar. Contagiando a todos/as quienes estuvieron en su radio, mi vecina que trabaja en la farmacia y toda su familia recién se están reponiendo.

Durante la celebración observé con atención una mujer blanca, guapa y distinguida  llevaba la maleta con los enseres de la litrugia, más adelante sabría que se llamaba María Ochoa, la señora distinguida del Barrio con la casa más bonita y un solo hijo, compartían con el P. Jorge el vivir un destierro1, el primero por renuncia y la segunda arrojada por ser madre soltera. Junto a ella una negra desgarbada hacía de todo y se movía por todos lados, resolviendo cada detalle en aquel  espacio improvisado que era la capilla, también sabría luego que se llamaba Francisca, más conocida como “la negra pancha”, era el extremo opuesto de María; casada, con varios hijos, pobre, trabajadora, eternamente sonriente, bailadora y tenía por corazón similar a pan recién horneado.

Era una capilla de esteras con una cruz rústica de fondo, piso de tierra, olía a incienso, jazmines y velas, esos aromas que hasta hoy me recogen. La misa era diferente a la de San Francisco, tan ortodoxo, frío y distante. El sacerdote nos hablaba casi personalmente,  el canto del coro parecía envolvernos a todos/as, hasta casi elevarnos. Pero aquello que más llamaba mi atención era un tractor estacionado en su puerta de la capilla, al cual me trepé ni corta ni perezosa apenas culminada la misa, mientras mi hermana mayor y madre hablaban con al cura, allí se enteraron de que venía sólo de vez en cuando, porque se encargaba de toda la Parroquia de San Cristóbal que en ese tiempo abarcaba todo San Juan de Lurigancho. 

Saliendo de la capilla aquel joven cura se me acerca y pregunta ¿Qué te pareció la misa?  Yo embebida en el tractor, ni lo miro, respondo: "Estaba bonita". ¿Por qué bonita?  Me detengo, lo miro y pienso: "Cantaron bonitas canciones".  El vuelve a preguntar: "¿Y tú no cantas?"  Yo respondo: "No, porque no tengo bonita voz como mi hermana".  Y él me dice: "Eso se puede resolver ensayando, vamos a  hacer un coro y puedes venir". Yo lo miro y digo: "Le preguntaré a papá y mamá".  

Así fue como empecé a compartir mis fines de semana entre tres credos, el de  la iglesia evangélica bíblica, centrado en el estudios de la biblia que se daba en las mañanas en la casa de mi vecina Gloria, la iglesia pentecostés de mi abuela Rosa que estaba al otro extremo del barrio y de tanto en tanto a la iglesia católica representada únicamente por las palabras de aquel joven sacerdote, que luego me enteré se había hecho cargo de tres chinos huérfanos que vivían sólo a media cuadra de mi casa. Sin imaginar, que la menor sería integrada en el futuro a mi casa como una hermana más, a quien mi madre cuidaba con celo, porque tras estar en un internado, era como un cachorrito, se metía a cualquier casa sin temer ni cuidarse de nada.

Poco a poco fui conociendo su historia, algunas exageradas y otras cercanas a la verdad. A través de él conocí a un Jesús que era principalmente amor pero no abstracto sino concreto humano, mi prójimo el igual a mí, siendo diferente, más cercano, más como yo, al que podía cantarle sin tener bonita voz y hablarle con mis palabras en cualquier momento, donde no todo era pecado, que el mayor pecado era mantener a un pueblo pobre e ignorante.

Un Dios que se regocijaba con nuestro canto y alegría, celebrando con nosotros el pacto por un pueblo nuevo, a quien no le teníamos que pedir nada sino agradecer, porque nos había dado todo, especialmente libre albedrío, conciencia y alma, para hacernos cargo de nuestra vida y de aquellas que debamos proteger. Por eso al atardecer, siempre que puedo y tengo, prendo una vela para agradecer, y hablar con Dios, para  entender mejor aquello que puedo entender, y sentir sin tapujos aquello que debo sentir.

La capilla fue creciendo, ya teníamos bancas y un altar, seguíamos sin santos ni imágenes, sólo esa cruz de eucalipto que en este momento tengo en mi retina. Hacíamos actividades sociales y pro fondos, de los que entendía poco, pues sólo seguía de cola a mi hermana mayor junto con mi hermana Luz, visitado todo el pueblo, recolectado cosas y ayudando, fue mi primera navidad con misa. Hasta cuando en 1972, nos anunció que tendríamos un sacerdote para nuestro pueblo, ya contábamos con terreno para construir la iglesia, para mí fue su mejor herencia, porque a través de sus gestiones llegó a mi vida quien sería mi guía espiritual y política, así como mi biblioteca personal alimentando mi lectura, el sacerdote carismático Jean Pablo Allard, con quien seguramente ya se habrán encontrado y reirán  sonoramente como solían hacerlo.

El P. Jorge me mostró a un Dios  diferente al que conocía hasta entonces en la iglesia de San Francisco, magnífico y en las alturas, como doloroso, torturado y sangrante. Ambas imágenes me asustaban y alejaban, no podía entender que alguien sufriera voluntariamente en ese extremo y  a la vez estuviera tan lejano que cuando lo llamabas no respondía, por eso con mi hermana preferíamos rezar a la Virgen del Carmen que era patrona de nuestro colegio. Tampoco era igual al Jehová del cual se hablaba en el templo de mi abuela, que siempre estaba lleno de exageración desde los parlantes y el micrófono para la celebración que invadía a todo el pueblo; el paroxismo, masoquismo y autofragelamiento psicológica contando todos sus pecados en público para ser perdonado y el modo como eran exorcizado el demonio de sus cuerpos convulsionantes, me parecía mucho teatro. También era diferente al Dios de iglesia evangélica bíblica, donde yo era una de las más destacadas porque me gustaba leer y me comí la biblia como todo libro que cayó a mis manos, sin embargo muchas de mis preguntas no fueron despejadas.

En estas como los mormones, testigos de Jehová y luteranos,  a los que asomé, sólo tenían una cosa en común,  el trato distinto y jerarquizante según la clase, posición y los diezmos, donde los pastores y sus esposas nos llamaban hermano/a en el templo y en la calle ni nos miraban. Todos tenían incoherencia entre lo que predicaban y practicaban, al mismo tiempo que fabricaban una serie de prohibiciones a los que llamaban pecado, lo más impresionante era su relación con los pobres, de exagerada atención como si fueran discapacitados/as o niños/as torpes, y en el otro extremo,  distantes como discriminadores. En tanto que los pobres, se esforzaban por imitar sus  prácticas, poses, revestimiento de su cuerpo y fanatismo extremo en la interpretación de las lecturas, así como en sus vidas, allí fue el primer lugar donde me topé de bruces con el individualismo más descarnado y brutal.

El P. Jorge no me fidelizó como católica, pues mi búsqueda de credo se mantuvo permanentemente, inclusive tras realizar mi primera comunión y confirmación a los catorce años, convencida y aceptando que ese sería mi credo. Sin embargo me abrió la puerta a otro modo de vivir la fe desde la práctica, esforzándome por la coherencia entre pensamiento, discurso y obra. De su mano me asomé a la naciente Teología de la Liberación, que ni el mismo sabía que se estaba construyendo en ese entonces, entre un grupo de sacerdotes uno ellos su hermano Carlos Álvarez Calderón junto con Gustavo Gutiérrez, cuestionando su propio ser y hacer, buscaban al rostro de cristo en cada ser humano, con preferencia por los pobres.

Ahora sé que Dios está en cada uno de nosotros/as, en esa parte divina que todos/as tenemos y que no logramos corromper por mucho que nos esforzamos, que sale a flote para socorrernos en momentos de fuerte de remecimiento de nuestro ser, estar y hacer. Por eso somos perfectibles, capaz de cambiar si nos lo proponemos, ser resilientes para sacar lecciones y aprendizajes del sufrimiento.

Es nuestro ser divino, aquel que nos sostiene, ese Dios que está en nosotros/as y con nosotros/as, principalmente cuando nos enfrentamos a aquello que nadie puede sustraerse, que nos iguala a todos/as independiente de donde, cuando, cómo y a través de quien venimos como sucede con el nacer nacer, sea en la mejor clínica del mundo, en alguna choza de la punta de un cerro o bajo el cobijo de una cueva, de allí nos esforzaremos cada quien para diferenciarnos. Y volvemos a ser nuevamente iguales, cuando morimos. Cuando nuestra vida finita culmina recordándonos que sólo somos seres de tránsito por este tiempo, dimensión y estado, donde nada nos llevamos salvo quienes somos en el alma. Esta vez a diferencia de como llegamos, nos iremos profundamente solos/as, estando conscientes que es así pese a estar en coma corporal, independiente de cuando, como, con quién y las causas de nuestra partida.

Sin duda, algunos/as pedirán más tiempo, habiendo desperdiciado el que tuvimos sin esforzarnos por descubrir y cumplir con la misión que nos permitió quedarnos en esta estación por mucho o poco tiempo, sin embargo, estoy segura, que el P. Jorge, quien se fue a los tres días de cumplir noventa años, tras una vida plena de entrega y satisfecho de haber cumplido con su misión en esta vida.

Quien nació en la mejor cuna y creció entre todas las comodidades que el dinero y poder puede dar; eligió y fue feliz cada uno de sus días viviendo como la mayoría de peruanos/as en humildad y pobreza, sin perder la sonrisa, cocando cada vida, corazón y alma como la mía. Obteniendo la fortaleza de quienes han hecho resiliencia del sufrimiento, para  acompañar y sufrir, al lado de los suyos  los tiempos difíciles e inclementes  de las trampas de la mente.

Se fue el P. Jorge  cumplida su misión y tiempo en esta dimensión, recordándonos a quienes seguimos aquí que no posterguemos ni engañemos a la nuestra.
QEPD y DDG