Lucho como siempre te llamamos, llegaste a mi vida en
tiempos que la tuya se iniciaba en la aventura del matrimonio. Andabas como
cascabel por todos los ambientes de la institución donde trabajábamos, haciendo
de cada acontecimiento fiesta y colocando alegría, todos decían: "está
felizmente casado, hasta que pase el tiempo y su carnaval de dos se agote".
Te conocíamos nada entonces, puesto que poco a poco te fuiste
descubriendo como quien eras, un ser desbordante de alegría, animosidad,
colaboración y positivismo. El tiempo pasó y la fiesta siguió contigo, te
afirmaste y confirmaste como pareja y mantuviste la actitud de recién casado
todo el tiempo. Te hiciste padre, en tiempos donde aún no se ponía en cuestión
la paternidad bajo el rol de proveedor y patriarca. Pero tú lo hiciste desde la
práctica, decidiendo que ser padre era mucho más que ejercer el rol tradicional
socialmente adjudicado y hereditariamente impuesto.
Entre nos, cada experiencia de trabajo compartido era una
oportunidad de aprendizaje, te asombrabas y celebrabas ante la metodología, las técnicas, el procedimiento
y nuestra forma de relación con las organizaciones de mujeres y asentamientos humanos
del cono norte. Solías decirme: “Ahora entiendo por qué te dicen la reina de
los comedores, realmente te aman, no porque hagas filantropía, sino porque cada
reunión es una oportunidad para cambiar personal y colectivamente. Yo que te
creía tan dura, porque tu equipo te suele decir bruja, en realidad eres hechicera”.
Le respondía, que mejor me quedaba con
bruja ya que así nos habían condenado a quienes somos respondonas y pensamos
por cuenta propia.
Eran tiempos de nuestros desencuentros espirituales, tu
llegabas y yo partía. Siempre recordaré la firmeza de tu ser fiel en todas las
dimensiones. Desde tu natal Chiclayo, te había movido la fe de tus ancestros,
que te trasladó a la capital y fuiste a sumar ese movimiento de UNECXS que yo
hallé en proceso de decadencia. En cambio, a ti te había fortalecido en la
teología de la liberación, siendo fiel discípulo de Gustavo Gutiérrez. El
trabajo fue el espacio para la afirmación y profundización en tu fe, credo y compromiso
religioso, en tanto las comunidades cristianas por donde transitabas y tu
familia eran los pilares que te sostenían y alimentaban.
Nuestras largas conversas por reavivar la llama de la práctica
institucionalizada de fe en mí, lejos de conmoverme me afirmaban en que mi
partida y distancia era sin retorno, había transitado y agotado el camino de la reflexión y
contemplación, mi mirada y compromiso era de cambios más profundos.
Recuerdo como si fuera hoy cuando una de esas noches, salíamos de una comunidad con trabajo coincidente, luego de un hecho doloroso
de ver la pobreza extrema. Te dije con tanta rabia que: “Si nosotros no cambiábamos
las condiciones estructurales de nuestra sociedad, hallaríamos tantas Luz,
Marías, Juanas y Domitilas, cayendo día a día en la tuberculosis, como multíparas anémicas
con escasa distancia entre uno y otro hijo, desnutridos y desnutridas, muriendo
víctimas de una enfermedad respiratoria o diarreica, por el hecho de haber
nacido en la pobreza y estar condenado a serlo hasta su quinta generación. Que
la misa y catequesis para seres dolientes o las acciones filantrópicas sólo
hacían extender y sublimar su sufrimiento”.
Tú me miraste detenidamente, te pusiste serio como pocas
veces y susurraste: “Hay un plan de Dios para cada uno”. Yo asida de Sartre te dije:
“No uses a Dios, menos a sus designios. Despojándonos de ser y hacer nuestro
proyecto de vida. Liberando a los culpables de esta situación con impunidad, y para
que nosotros, tranquilicemos nuestras conciencias luego de asomarnos al
espanto, diciéndonos que algo hicimos y el resto es trabajo de Dios. Para dormir
cada noche, ese Dios con rostro humano sigue sufriendo en cada una de las
personas que habíamos visto ese día, al igual que ellas, muchas otras personas
desde hace veinte siglos”. Bajaste más la voz y dijiste: “Mujer de poca
fe y gran sabiduría, ahora entiendo por qué te dicen bruja”. Alejando mi
pesimismo y tristeza de aquella noche.
Cuando la vida nos distanció de los haceres compartidos, nos
hallábamos siempre en las mesas de concertación, las marchas, celebraciones de
jubileo y las despedidas de amigas/os compartidos. Recuerdo que una vez nos hallamos
a fines de los noventa en uno de esos eventos coincidentes, yo tenía el cabello
largo a diferencia de cuando trabajábamos juntos. Sorprendido me dijiste: “Caty,
que hermoso cabello lo tenías bien guardado, hoy te has vestido de fiesta”. Yo
te respondí, que en los tiempos del trabajo compartido, eran tiempos de batalla, sin
espacio para lo personal porque el amor propio y autocuidado, requiere también
de un tiempo. Que en este de libre albedrío, me había reconciliado con mi pelo
y dejado que se exprese. Respondiste, "siempre que nos encontramos recojo gotas
de aprendizaje por eso, es mágico coincidir por el azar de la vida de
tanto en tanto". Yo te dije, “querido Lucho, mientras compartamos los mismos
valores, aun con distintas prácticas y preferencias, siempre nos hallaremos”.
Y así fue, siempre nos hallábamos para el intercambio como
el abrazo y risa guardada. Hoy deseo que en el nuevo estado en el que te
encuentras, nos volveremos a encontrar, puesto que en esta dimensión tú ya
concluiste con tu tiempo habiendo logrado un buen vivir, grandes amores, amigos/as
entrañables con quienes construiste tu historia. Teniendo espacio para acoger y
compartir con quienes coincidimos un trecho de nuestro andar. El mío también ha
de llegar cuando sea su momento.
Lucho querido, te recordaré con esa sonrisa y alegría que
hacía de cada ambiente fiesta y cada reencuentro oportunidad para recrear la
vida. Mientras nos volvemos a hallar, me acompañará lo vivido y compartido, en
tiempos aciagos sin perder la esperanza, incrementando nuestra energía cuando
más exigente y amenazador era el contexto. Me quedaré con el último abrazo para
retomar el andar y el intercambio de amistades en una nueva marcha de protesta.
Un abrazo como los tantos intercambiado, hoy en el plano
etéreo.
Descansa en paz y de Dios goza querido amigo.
Mi solidaridad con tu familia, especialmente tu gran compañera
Gladys e hijos, en estos momentos trascendentes.
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