Es sábado, antes de un domingo más del día de la madre. Hemos
quedado en vernos con Ana tras tres meses de ausencia e ir a disfrutar del arte
de ser madre al arte de expresarlo en voz alta. Sin
tapujos, censura ni medias tintas, sólo dejar que fluya para desestigmatizar
la acentuación de los roles y atributos sociales cuyo mandato tiene como máximo
valor la maternidad. Pero aquella ideal, sin llegar a sus extremos: ningún hijo(a) que sea sospechoso o mucho
que se torne en escándalo, en una sociedad temerosa y vigilante de sus
fronteras, cuyo ensanchamiento se asemeja al asalto de corsarios y piratas,
provocando miedo, inmovilidad y quebranto.
He llegado al escenario de la noche que se anuncia
misteriosa como generosa, la puesta en escena de la obra a
puertas abiertas. Es mi primer encuentro con la niebla limeña, circundándome un otoño gris de casi invierno precoz que hace sujetarme de la pashmina,
mientras recuerdo que a menos de una hora, dejé un sol radiante, propio de micro
climas en este bendecido país. La cita es en El Galpón, tengo mis dudas de la ruta, hasta
cuando descubro la estela de aromas a canela, sándalo y mirra que ha dejado tras
de sí Haydee, la Negra que sólo Sabía
Parir.
Ella es una mujer dispuesta, disponible y decidida a mover la montaña con sus manos. Erguida en toda su altura, con voz en decibeles máximos, de sonrisa plena, olfato inquieto y atento a la intensidad de aromas como ambiente. Con piel tersa de veinte habiendo transitado más de siete décadas, ojos inquietos e inquisidores, bellamente contorneada en cada detalle de su cuerpo de alabastro.
Ella es una mujer dispuesta, disponible y decidida a mover la montaña con sus manos. Erguida en toda su altura, con voz en decibeles máximos, de sonrisa plena, olfato inquieto y atento a la intensidad de aromas como ambiente. Con piel tersa de veinte habiendo transitado más de siete décadas, ojos inquietos e inquisidores, bellamente contorneada en cada detalle de su cuerpo de alabastro.
Cuerpo, amasado y afinado con el trajinar del cuidado a nueve de doce hermanos(as) sin haber rebasado la adolescencia. Afirmado por el cincel
del embarazo, parto y cuidado de ocho hijos(as) antes de la edad de cristo, barnizado
bajo el lustre del amor en cada amanecer, atardecer y anochecer de goce y compañía,
en una danza de mutuo descubrimiento. Hasta tocar el cielo en momentos de éxtasis
y de dulzura como complicidad tierna en tiempos de secano.
Una vida que ha sobrevivido a la maternidad inesperada e
inconsciente, entrenado bajo el rol de hermana. Graduándose como madre multípara
con espacio mínimo de recuperación biológica para garantizar la reproducción
de la especie sin riesgo de extinción y postergación de la madurez emocional. Y tras tomar las riendas de su reproducción,
se asomó de cuerpo entero hacia el otro y la otra asida de aquello que bien aprendió
hacer, su maternidad, que reproducida en el espacio público y colectivo se trastocó en maternalidad incomprendida de su liderazgo, entre las exigencias de las relaciones intragénero, la discriminación racista, la distancia intergeneracional, la democracia discursiva y el autoritarismo práctico; la religiosidad en tensión con la fe y los actos.
En ese espacio conflictivo, conflictuado y exigente
adoquinado de ingentes intereses y agendas como sucede con los espacios de las mujeres
organizadas, nos hallamos la primera vez en un tiempo de un siglo que ya no existe, mirándonos y
calibrándonos con desconfianza, reto e interrogantes. Ubicadas entre una orilla y otra de un amplio e imaginario canal como el Huaicoloro, donde la corriente era
ensordecedora, turbia y amenazante que impedía escucharnos, menos descubrir el
fondo de cada orilla. Cuándo establecimos el puente entre ambas orillas, en un
tiempo también impreciso y en proceso de construcción. Lo único cierto es que
no sólo hemos aprendido a cruzar de una orilla a otra sino transitar unidas
entre ambas. Cuando ha sido necesario, hemos sintonizando y armonizando
nuestras diferencias en significado y significante de gestos, lenguaje y acto.
Así es como Haydee, primero fue madre, amante, esposa y vecina. Se asumió negra y triunfó en ello, luego
aprendiz y se hizo defensora con certificación para andar y hacer andar
derecho como abogada con licencia a los 75 años. En este tiempo, nos tornamos confidentes en medio del séptimo perfecto, dejando fluir el
espíritu colectivo, desenturbiando al ayer para recuperar al ser cual diamante en bruto, hasta dejar salir su brillo impedido por la
turbiedad y desgaste de un lado de la orilla.
Haydee aprendió a transitar entre la maternidad, maternalidad y actuación,
hasta esta noche donde la vimos brillar con la luz propia que emerge de su ser. Saberse mujer y negra, quien además de parir, ha logrado transitar por donde le dio la gana, haciéndose más sabia en cada uno de sus escenarios, hasta parir sus propios sueños que hoy nos mueven y conmueven.
La historia de Haydee, en el contexto de las cuatro
historias intergeneracionales, multiculturales, intra género, con preferencias
sexuales y diferencias de clase. Donde el hilo conductor es el vínculo con la madre, la
sexualidad que deriva en la maternidad y la apertura al ser, es una invitación a
explorar los diversos de modos de experimentar el cuerpo, la sexualidad, el embarazo, aborto
y las maternidades que trasciende al estereotipo de mujer blanca (más preciso mestiza), heterosexual, monógama,
madre, casada y feliz. Nos muestra la otra cara que tememos expresar por temor
a no ser parte del cuadro perfecto de la mujer-madre al cual socialmente estamos
constreñidas, mientras celebramos y erigimos un santuario que se coloca y desmantela cada segundo de mayo por sólo un día, quizás con la vana esperanza de limpiar el sentimiento de culpa por sus entramados complejos donde nos hemos perdido o redescubierto.
Escribí en uno de los grupos cerrados en los que participo ese
otro lado del tema sobre maternidad que es recurrente en nosotras las mujeres, en
ambiente de confianza. Allí donde inclusive aquellas que dicen deseaban tener muchas(os) hijas(os) descubren en determinado momento que no es todo bello, sublime ni
gratificante. Sino exigente, desgastante, frustrante y árido. A veces suele
disiparse con un abrazo y un beso infante, para retornar con más intensidad
cuando nos sentimos agobiadas y desbordadas en soledad con presencia o ausencia del padre que no sabe cómo serlo. Recordándonos nuestra
humanidad, donde no existe naturaleza maternal salvo el proceso del embarazo,
cuyo origen etimológico está asociado con vergüenza, carga, vida y muerte[1].
Esta noche lo dijo gráficamente Haydee, la madre multípara: “Hoy
con todo lo que sé y he aprendido de anticoncepción, embarazo y maternidad, no tendría
ni medio hijo(a)”. Y lo dijo la madre que quiso serlo cuando decidió y no pudo:
“He comprendido, he aceptado y soy feliz con el amor más desprendido y no
dependiente que son mis tres gatos”.
En el siglo XXI se ha decantado y nadie pone en cuestión,
que la maternidad como la pareja es una opción y elección, definitivamente hoy
más que ayer, porque las mujeres podemos abiertamente autostenernos sin temor a
ninguna ciclo de nuestra vida. El discurso tradicional era tener pareja e
hijas(os) para no quedarse sola(o), la realidad muestra que es relativo, porque
sucede que se puede estar sola(o) inclusive en compañía.
Por cuanto si la maternidad en su condición de rol es elegida, como se elige otro rol, por ejemplo: el
servicio por un trabajo asumida don conciencia y responsabilidad no
tiene porqué celebrarse, premiarse o felicitarse, porque es lo que debe ser.
La maternidad a diferencia de otros roles, suele
complejizarse porque involucra cuasi todas las dimensiones humanas salvo la
sexual (a veces hay excepciones cuando sucede el incesto) por cuanto es
subjetivo, objetivo, práctico, espiritual, social, económico, cultural y
religioso. El modo como se asume y es percibido, depende de cuánta concesión permitimos
a los mandatos sociales y el peso de la expectativa en nuestro rol de madre e
hija(o), cómo procesamos nuestra relación con las hijas, reproductoras de
nuestro ser y con los hijos para hacerlos capacitados o discapacitados de
asumir su paternidad con plenitud.
Para el caso de las mujeres somos primero hijas que madres, aprendemos a ser hijas de la relación de nuestras madres con la suya, en tanto
que nuestras hijas lo hacen de nuestra relación con nuestra madre y abuela (actualmente
es más frecuente la coexistencia de más generaciones). Así que en nuestro
aprendizaje y narrativa está presente no sólo la madre sino también la abuela, si nos sinceramos, hay un punto medio que nos igual con nuestra madre, es
cuando nos descubrimos a su vez madres y abuelas.
Cuando asumimos la maternidad independiente de su condición biológica,
no moriremos en el intento si nos desprendemos del “grado de madre”,
reconocimiento, aplauso y celebraciones. Hoy como ayer, se suele ser madre sin
parir como continuum.
Para no ir muy lejos, lo son las abuelas que sustituyen a la madre ausente aun cuando está presente, con la carga de la ilegitimidad que simbólicamente la subordina al concepto de madre, tornándola en seudo-madre con adjetivos diminutivos que le resta autoridad y expectativas de reciprocidad. Y si se posiciona en función de su rol de madre, genera confusión, vacíos e infancia emocional de nietas(os)-hijas(os), por los cánones sociales atribuidos a la maternidad y no por su ejercicio, en contraste con el desgaste y exigencia que se torna mayor por la edad y experiencia. Allí el abrazo y el beso de satisfacción y reciprocidad, requieren confirmación con gestos y expresión de amor, por ser quien no eligió sino se resignó a ser madre porque no quedaba otra.
Para no ir muy lejos, lo son las abuelas que sustituyen a la madre ausente aun cuando está presente, con la carga de la ilegitimidad que simbólicamente la subordina al concepto de madre, tornándola en seudo-madre con adjetivos diminutivos que le resta autoridad y expectativas de reciprocidad. Y si se posiciona en función de su rol de madre, genera confusión, vacíos e infancia emocional de nietas(os)-hijas(os), por los cánones sociales atribuidos a la maternidad y no por su ejercicio, en contraste con el desgaste y exigencia que se torna mayor por la edad y experiencia. Allí el abrazo y el beso de satisfacción y reciprocidad, requieren confirmación con gestos y expresión de amor, por ser quien no eligió sino se resignó a ser madre porque no quedaba otra.
La tía y hermana mayor, a quienes muchas(os) de
nosotras(os) reconocemos como referente de amor, valores, protección y ejemplo
pero que no se nos cruza nombrarla hoy como madre pese a que cumplió ese rol. Y esta la
nana o trabajadora del hogar, que independiente a ser una labor rentada, por la convivencia
y ser la única referencia de afecto del niño(a) con padres ausentes, tiene un lugar difuminado
y sin derecho en su propia memoria y de los(as) otros(as).
Y no entro al desarrollo, sino sólo anoto aquella paternidad
con la madre ausente, que ha de reinventarse porque no puede imitarla ni
sustituirla, pese a los discursos que hemos desplegado –me incluyo-, la
maternidad no sustituye a la paternidad, tampoco es posible que suceda otro tanto con la paternidad, sino que el ejercicio del cuidado de otro, que es hijo(a) por tanto se torna más exigente, con mayor aprehensión, culpa e inseguridad de hacerlo bien, desde la condición uniparental de madre o padre.
Así que celebrar la maternidad en verdad más allá de las
costumbres y el nivel de nuestra conciencia del contenido y sentido del
concepto y significado es un factor de constante reflexión para nuestra
relación entre mujeres, de mujeres con hombres. De los hombres con las mujeres
y los hombres entre sí.
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