domingo, 11 de noviembre de 2018

CUÁNTO DE MI DESPRENDIMIENTO POR OTROS(AS) ES TAL

Atardecer en la Punta Callao, enero 2016
En tardes como esta, donde estoy huérfana de nietas y sistematizo gratuitamente suelo preguntarme: 
¿Cuánto de aquello que hacemos es realmente por el otro y no por nosotros(as)?

Si organizamos e impulsamos marchas, es porque nos indignamos, así que la marcha es un modo de desprendernos de nuestra indignación junto a los(as) indignados(as).

Si la protesta se torna en un acto sostenido y me hago asidua(o)  concurrente el rédito es ser y sentirse parte de un movimiento; si asumo ser  promotor(a), entonces se transforma en una labor que produce estatus, prestigio, vocería y poder político.

Cuando exigimos el cumplimiento de normas, reglas, principios, ética y moral, si bien lo hacemos en nombre de todas(os), en verdad estamos cuidado y salvaguardando las condiciones para sentirnos a salvo y asegurar nuestra propia convivencia.

Cuando asistimos a un reencuentro entre amigas(os) satisfacemos nuestra necesidad, pertenencia, pertinencia y afecto. Si lo organizamos invirtiendo tiempo y esfuerzo, en realidad  hacemos gala de nuestra capacidad para movilizar a un conjunto humano, obteniendo reconocimiento y satisfacción por ello.

Cuando cuidamos de nuestros padres, es porque somos conscientes de nuestra retribución a sus cuidados y dejamos que nuestra gratitud sublimice una labor exigente, encubriendo las tensiones y costos del mismo, pero en realidad estamos instaurando en nuestra familia una práctica y modelo de reciprocidad que a la larga redundará en nosotras(os).


Atardecer en la Punta Callao, enero 2016
Cuando parimos un hijo(a) en ningún momento pensamos que es una vida la que ofrendamos a la sociedad para que esta sea mejor, sino es mi hijo(a), de cuyo cuerpo, pensamiento y acto nos apropiamos, hasta cuando se revela y   recuerde que es otro ser,  que si bien vino a través de mío, es otra(o) y única(o) 
por mucho que reproduzca alguna de mis hábitos y prácticas.

Cuando cuidamos y limpiamos el templo dedicando tiempo y esfuerzo sistemático, si bien se inspira en la comodidad de los otras(os) en realidad es para mostramos así misma(o), nuestra capacidad para mantener limpio y organizado aquello externo a uno, por muy grande que sea, en tanto postergamos y negamos el desorden y el abandono interno.

Cuando hacemos de nuestra vida un modelo, nos apegamos a determinadas conductas con rigidez, cuidando mucho de la imagen que proyectamos para que  nuestro  testimonio sea consistente, acallando y encubriendo nuestra discapacidad para asumirnos imperfectos y con resistencia para adecuarnos a los cambios, superarnos a nosotras(os) mismas(os)  cada día.

Cuando enseñamos a otros(as), creyéndonos dueños de la verdad y capacidad de dictar cátedra, en realidad nos aferramos a viejos conocimientos ajenos que se han mediocrizado con el tiempo y los cambios,  también estamos encubriendo la incapacidad para aportar e innovar, sosteniendo una verdad anquilosada para no desaparecer.


Cuando nos hacemos voluntarios(as), de sobrevivientes y víctimas de desastre, nos apropiamos del arquetipo de héroe o heroína, para satisfacer nuestra necesidad de ser necesitada y  útil,  aplaudido(a) y reconocido aun cuando sea sólo por el beneficiado directo.

Cuando hacemos labores de voluntariado inspirado en sentimientos de profunda solidaridad o sobrevivencia, donde el otro(a) es una beneficiaria(o), no igual a mí porque no está en condiciones de sustituirme en el tiempo, asegurando que siempre los dirigiré y representaré,  en realidad estamos creando el espacio para ejercer poder sobre disminuidos. Encubriendo nuestra propia experiencia de sometimiento, discriminación, explotación y devaluación al que nos sometemos negando nuestra propia liberación.

Cuando apagamos  incendios reales o imaginarios, nos probamos a nosotros(as) mismos(as) que somos capaces de sobreponernos a nuestros miedos, fracasos y sobrevivirlos.

Cuando vamos a la guerra a defender un territorio que nos es ajeno en sus límites, contenido y significado, es porque el deber lo manda, así está acordado y si se tiene suerte se sobrevivirá y retornará con honores, siendo reconocido como aquel sintetiza simbólicamente la patria.

Cuando contamos cuentos, chistes, cantamos, actuamos… ante un auditorio que nos escucha ininterrumpidamente, satisfacemos esa necesidad de ser sujeto de atención y escucha atenta para espantar los  sentimientos de soledad e invisibilidad que suele aterrorizar a quien no se encuentran a gusto consigo mismo(a).

Cuando escribimos poesía que se acumula tomo tras tomo y se sumerge en aplausos, sin tener condiciones  de leerse en voz alta y paladearse,   develar los sentimientos de donde nacen  y van, junto a la historia que inspira, es para satisfacer la necesidad de usufructuar con los sentimientos ajenos.
Cuando bailamos perfectamente mostrando nuestro arte y al compás del otro desprendido de su condición  de expresión y liberación de emociones, exhibimos cuánto hemos sometido a nuestro a nuestro cuerpo en ejecutar el paso exacto que arranque admiración y aplausos por recompensa.

Una nueva interrogante me asalta: ¿Será que no existe nada realmente desprendido ni gratuito en el ser humano por otro ser humano y que todo en realidad es a favor de sí mismo(a)?

Descubro actos inadvertidos e intrascendentes para la vida de quien lo realiza, está por ejemplo,  esa mi manía por alejar al paso de los transeúntes vidrios, clavos y objetos, abandonado en pistas o veredas, que  podrían provocar un accidente. Imaginando que independiente de quien sea una caída detiene y puede incapacitar, más cuando vas distraída(o) y no lo esperas. O cuando voy de parque en parque abandonando libros, heredados a mujeres u  hombres sin rostro,  para que viajen a otros puertos.

Pienso en esos encuentros fortuitos de conversa con mujeres y hombres de los que no recuerdo su nombre ni su rostro, para quien en ese momento fui aquella persona que sólo la escuchara atentamente sin preguntar.  


Están esas tardes donde inclusive el alma tiene un peso adicional que te hace pensar que no darás el próximo paso y ves  a una anciana con una carga mayor que la tuya que descarga tu peso abstracto para ser apoyo.
Y cuando me siento bien conmigo misma(o), soy feliz sólo por respirar un día más y voy sonriendo por la calle arrancando otras sonrisas que me recuerdan que el acto humano más gratuito y desprendido es la alegría contagiosa.


Ofrenda noviembre 2011
Descubro en estos recuerdos,  que el desprendimiento total por el otro es posible, cuando  nuestro acto, es aquel que despierta inesperadamente y se produce recurriendo a las capacidades, habilidades y conocimientos  que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida. Acto inspirado enteramente en la necesidad del otro(a), sin espacio para que nuestro inconsciente se aproveche de la situación y jale agua para su molino, satisfaciendo necesidades inadvertidas y desatendidas por el consciente.

Son actos que suele producirse en situaciones de profundo anonimato
donde no hay necesidad de un drama o ficción, ni escenario que de espacio al aplauso, su usufructo o explotación, sino sólo y nada más, que la acción oportuna, efectiva y  cumplida.  

martes, 30 de octubre de 2018

Y SI DIGO ¡LA VIDA ES UNA!... Y VIAJO

Foto: Solange A.R.

Solange, en uno de los tantos días frente a ese mar donde ha vivido la mitad de su vida, ante  el vaivén de las olas, en su constante ir y venir, fijó su mirada  para ver una nueva  puesta de sol, y como toda millennials, imaginó que el dios inti de sus ancestros, al ocultarse, nacería al otro lado del planeta. Preguntándose dónde sería exactamente, qué mujer u hombre sería quien lo viera emerger, qué emociones aflorarían al amanecer.

Amanecería en la China, para alguna joven de dos décadas  y media como ella, con ojos rasgados y piel pálida, quién se preguntaría, por el origen y no destino de ese sol que hoy iluminaría su día. Se preguntó entonces, ¿Qué es lo primero que hace una mujer de mi edad al nacer el día en la China, la India, Tailandia, Japón? E imaginó que tomaría un té verde, de jazmín o de cerezo como a ella le gusta, se pondría unas mallas y saldría a correr para sentir la brisa de la mañana acariciar su rostro y por momentos detenerla por entero, hasta que la fuerza de su velocidad venciera a esa resistencia invisible que la retaba y ella vencía día a día.

Si fuera el Japón quizás, se meterá a la ducha a bañarse rápidamente para tomar una taza de café al vuelo y correr para alcanzar un tren bala en condiciones accesibles, llegar al centro de Tokio y adentrarse puntual a su oficina y allí haría sus ejercicios, junto a otros empleados(as).

Y si es en la India, se preguntó ¿Cómo será un día de una mujer joven en la india?, de lo que estaba segura es que no tomará una ducha porque en ese lado del planeta lo menos que hay es agua abundante como para desperdiciarlo. Y siguió preguntándose ¿Cómo será el amanecer de una tailandesa, pakistaní, camboyana, singapureña? 

Poco a poco, fue creciendo en su interior una certeza. Necesitaba conocer en vivo y directo la vida de mujeres jóvenes en lugares tan alejados como extraños, quizás así desentrañaría aquello que desde hace tiempo la atraía, el misterioso oriente. Pueda ser que así descubriría, porque le gusta tanto que le digan China, la razón de porqué se ha tatuado un cerezo en flor, porqué su alma tiene voluntad propia cuando escucha el sonido de un instrumento musical como la pipa, una flauta, el erhu o guzhen [1] o la magistral interpretación de la Flor de Jazmín [2]. 

Sus sensaciones se tradujeron en pensamiento, estos en signos, hasta que bajo la forma de sonido trepó por su garganta, para salir cual grito  en voz alta despidiendo a los últimos rayos del sol desapareciendo en el mar, sacó su Smartphone e hizo un post: “Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!”.  Dejando que su pensamiento y decreto iniciara ese viaje, haciendo una primera parada en mi muro.
Foto: Solange A.R.

Así es como me llegó el post de Solange desde la franja sureña, donde termina nuestro continente. Es la hija de una de mis primas hermanas por línea de mí madre, con quien compartí algunos momentos en los ochenta y una de sus visitas de retorno al país en este siglo. Todo lo que sé de ella, es por su madre, quién suele decir que antes que su hija se parece más a su hermana, mi madre. Dice que no sólo se asemejan en sus rasgos, también en su temperamento. Conociendo a mi madre, mi prima además de bella, ha de ser trabajadora, generosa, fuerte, ingeniosa, profundamente empoderada y autoritaria, con gran capacidad para ejercerlo e imponerse. Algún día la conoceré más y podré descartar o verificar estos supuestos.

A mi sobrina Solange, nunca la he visto en carne y hueso, desconozco el timbre de su voz, su tacto. Tampoco he hablado de ella con su madre, porque el breve espacio de nuestros encuentros escamoteamos al tiempo para hablar de su madre y la mía. Sin embargo, eso no ha impedido que gracias a la magia de la red, Solange y yo, nos hayamos conectado, acercado e identificado.

La primera vez que su muro de Facebook llamó mi atención, fue  una hermosa fotografía artística a lo American Beauty (Belleza americana)[3], así que me quedé pensando,   en aquello que mi tía Juana decía de su hija, que era la mitad de mi madre, pero que por cuestiones de genética lógicamente debía ser un tercio, por cuanto su hija reproduciría apenas una cuarta o quinta parte de aquello que mi madre sería a su edad durante la primera mitad del siglo XX, en un lugar donde ser mujer y bella era cuasi una condena.    

Su post de: Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!, me revelaba su deseo de libertad, vocación de desprendimiento, desapego y vuelo. Ese deseo de transitar el mundo sin apropiarse de nada, porque en el momento que te haces dueña de algo, eres su prisionera. Y ser viajeras en nuestra estirpe nos viene desde nuestros ancestros asiáticos si en verdad vinieron de otro continente. También chavines que conquistaron los andes y la selva, e incas que se extendieron por todo nuestro continente, hasta donde ella se halla hoy. Y también   hispanas como moras, negras y chinas, que cruzaron los mares y sembraron la semilla de nuestro mestizaje.

Solange no lo sabe, pero por sus venas recorre la sangre aventurera de nuestro linaje de viajeros(as), el abuelo Toribio Herrera, fue arriero llevando su arte y producto por todos los pueblos y caminos del Callejón de Conchucos, Huánuco y toda la costa norte. Heredando su hacer a la hija mayor, la tía Francisca Herrera, con sus bellos ojos azules y aquella piel blanca bronceada por el sol, el viento, la nieve, la helada de los picos andinos y las profundidades de la selva al punto de ser cuasi cobriza. Una de las escasas mujeres arrieras de su pueblo que no renuncio a serlo, aun después de casada. Por ello será que tras su viudez, no temía vivir sola con su ganado, allí donde los pastizales son generosos y el ichu silva.

Foto: Solange A.R.
Mientras digiero el post de Solange con su grito implícito de libertad,   recuerdo el sentido y contenido de mis prácticas de viajera, recordando que nos atrae no tanto por el destino sino por la promesa del viaje, ese tránsito de un lugar a otro por caminos desconocidos, imaginando como se vive la vida en una caleta, un valle, el desierto, bajo el nevado, a orillas de un río o en el pico más elevado.

Recordé mi propio tiempo iniciático, pegada a mi hermano Pedro el primogénito de los Herrera, viajé a los doce años, por primera vez sin mi madre. Teniendo consciencia de ello, capacidad de recuerdo y tras mi identidad. Atravesamos la cordillera blanca y negra, en un bus sin calefacción, muriéndome de frío pero sin quitar los ojos del trayecto que me revelaba otro mundo vasto, majestuoso, generoso y bello.

Y viajé con mi padre al sur antes de cumplir los quince años, hacia la hermosa ciudad blanca donde asumí roles domésticos por curiosidad e iniciativa propia, con el apoyo de la amiga que hice.  Maruja era dos años mayor más que yo, experta en las comidas arequipeñas que en casa jamás había probado especialmente con la carne de alpaca. Descubriendo que entre uno u otro plato no existe más misterio que un buen aliado como mi padre dispuesto a celebrarte, aun cuando estoy segura que los primeros resultados fueron un desastre.

En casa solo era de asistente para limpiar, picar, lavar, porque mi madre tenía terror a los accidentes de cocina especialmente en mi caso. Así es como descubrí que para cocinar no hay mayor misterio que saber el punto donde se abrillanta la cebolla, el ajo suelta su aroma, el ají deja de ser amenaza al igual que el cilantro y lo que hiciera falta, sumando ingenio, creatividad y amor que se coloque. Convenciéndome   que no hay potaje más desagradable que aquel preparado por obligación y a disgusto. Una de las razones por las que me he mantenido distante de la cocina, de modo que cuando necesito o decido hacerlo lo hago con gusto y por placer. Mi descubrimiento de catorce años, se graficaría posteriormente en   Como agua para chocolate”, de Laura Esquivel[4].

Y cuando ingresé a la universidad, lo único que esperaba cada fin de ciclo o fines de  semana con feriados largos era viajar, a donde y como fuera. A sabiendas que retornaría con el cuerpo clamando descanso, el cual seguiría postergado; quizás es allí donde me entrené a dormir un promedio de cuatro horas o ninguna en veinte y cuatro. Y claro a estas alturas ya me pasó factura.
Foto: Solange A.R.

Más adelante viajar sería parte de mi vida, sea en mis tiempos de ocio o como parte de mi desempeño profesional. Descubriendo que si bien cada viaje es una aventura, es distinto el estado, disfrute y placer que produce según, la edad, el rol, los objetivos, condiciones, lugar, compañía y contexto en el que se produce.

Por eso descubrí que viajar para conocer tu país y el mundo no hay mejor tiempo que entre adolescencia y juventud, época de suma curiosidad, gran energía, despliegue de todos los sentidos, disposición al aprendizaje, el acomodo. Cada destino tiene sus propias bondades, maravillas, misterios, privaciones y exigencias.

En este mi tiempo, no me imagino realizar nuevamente el Camino Inca a Machu Picchu, caminar por Cerro de Pasco, trepar Pasto Ruri, bajarme en Ticlio o Morococha y disfrutarlo. Deslizarme por los peldaños del Cañón en Ecuador,  subir al templo Kukulkan o como sucedió con mi amiga Ana quién se quedó a la mitad de ascenso a la Acrópolis de Atenas.  La última vez que trepé un pico, fue Yarcán en el 2007 por encima de los 5,000 m.s.n.m. junto con mi prima Vilma. Cuando llegamos a la punta, el chofer de mi tío, me dijo: “Señora, realmente me quito el sombrero, pensé que no llegaría”. Ahí es cuando caí en la cuenta, que en este mi  tiempo, el trote ya eran una temeridad.

Así que recordando mi sentir en periodos similares a los que experimenta Solange le escribí para animarla, a realizar aquello que ella quisiera y la hiciera hoy  feliz, antes que mañana. Pero también para desprenderme de aquello  que siento y experimento en este mi tiempo de confort y contemplación, donde acumulo tiempos y tránsito.

Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!”.

Viaja, viaja, viaja, no pares.
Yo empecé a los doce por cuenta y riesgo propio,
y ¿sabes? es lo mejor que he hecho en la vida,
nada vale tanto como viajar a los 12, 15, 20, 30, 40…
cada edad tiene su propio deleite, aventura y adrenalina.

Aquello que da contenido a un viaje no es el destino,
es el camino a ese destino que puede ser largo, extenso, breve.
Cómodo o incómodo, placentero o agotador, maravilloso o decepcionante,
pero principalmente motivo de aventura,
sólo cuando concluye sabrás si es una posta o despedida.

Antes de los treinta puedes correr, trepar, incomodarte,
dejar de  dormir una semana y seguir disfrutando,
ver que tu amiga se cae del suelo al suelo (rueda) dormida,
porque está rendida y tú tienes para rato, 
es lo que te distingue en tiempos donde todo es gregario.

Viaja, conoce gente y otros seres,
deja que te acaricie otros vientos, que la lluvia te bañe
y el sol te seque sin temer a las inclemencias de las estaciones.
Entrégate a otros aromas, sabores y texturas,
disfruta de  cada  ambiente, costumbres, ritos y mitos.

Descubre que no eres el hoyo del queque sin dejar de ser especial,
que no existe sólo aquello que ven tus ojos, también lo que sientes.
Que la verdad no es única, menos la realidad y no eres poseedora de la verdad,  
porque hay muchas verdades como personas y sociedades existen,
así sabrás que para ser aceptada, tolerada y respetada, primero debes hacerlo.

Viaja y reconócete como hija del tiempo que hace su camino al andar,
que tu lecho sea la grama, el cielo tu cobija y la luna tu candil.
Aprende que basta una carpa, árbol, cueva y agua para sentirte en casa.
Viaja hoy en cualquier transporte, sólo con una mochila y unos pesos,
para lo demás bastas tú, tu ángel, magia, ingenio y sonrisa.

Si viajas en compañía, recuerda tres reglas de oro,
nunca con una persona egoísta predispuesta a sacrificarte,
que no respeta tus preferencia,  critica tu modo de pensar y sentir,
con quien no es posible negociar ni partir responsabilidades,
porque un(a) compañero(a) de viaje ha de ser confiable y respetable.

Viaja hoy antes que mañana, porque al despertar un día, 
descubrirás que eres demasiado grande, donde cada novedad es un riesgo.
Porque antes que el viaje o destino cuenta las condiciones,
ha de ser en avión en primera clase, auto con chofer experimentado,
o  bus cama con horario nocturno donde te pierdes  justamente el viaje.

Cuando tienes más de cincuenta, cuenta la comodidad y digestión,
hotel cinco estrellas, cama mullida, baño caliente y desinfectado.
Restaurante de cinco tenedores y/o dieta saludable,
te anotarás en turs con guías experimentados y tiempos cronometrados,
sin espacio para la aventura o ventura.

Y si eso no promete, preferirás la comodidad de tu cama,
un café con tu amiga(o)  preferida(o).
Ver como cae la tarde en compañía o soledad pero en  confort,
mientras piensas: ¡Que bueno haber viajado tanto y de tantas maneras!
que en verdad ya no provoca ni produce quebranto.

Así que viaja hoy mejor que mañana,
si vas a trotar por el planeta sólo ten en cuenta dos detalles,
domina el idioma del lugar de destino, 
aún así siempre esfuérzate por comunicarte, y ahí donde vas,
has lo que ves hacer al nativo y no a un extranjero como tú.


Solange A.R. Foto: Daniela Paz Villalobos

Algo así escribí a mi sobrina en el sur. En este momento decidí reproducirlo para todas las Solanges, que al igual que ella tienen dentro el bicho de viajar. Para contarles desde mi expertis,  que es distinto hacerlo en cada tiempo.
Así como la música a medida que te haces sedentaria, te agrada más la melodía
[ 5] que el estruendo que invadía tus días juveniles [6] lo que no quita que te pongas a bailar cada vez que lo escuches. 

Lo cierto es que con el tiempo te tornas más selectiva en aquello que representa cada parte de tu historia desde la rebeldía [7] juvenil al tomar conciencia, pasando por el ritmo [8] de las celebraciones a la vida, el amor y la melancolía [9], la danza [10] colectiva, celebración [11] de cualquier pretexto,  el disfrute [12] y trascendencia [13].





sábado, 27 de octubre de 2018

MUJERES QUE NO TEMEN A MUJERES


Mi segunda cosecha de fresas
A veces en nuestras conversas con Rodrigo, revisando las relaciones intra género, él suele interrogar ¿Por qué las mujeres a diferencia de los hombres siempre andan en manada y nunca dejan de hablar sin importar donde están o porque medio?

Y me cuenta que él puede conocer a otro hombre de su edad, interactuar en espacios sociales como jugar pool o play game hasta dos horas, sin necesitar hablar. Les basta emitir sonidos, gestos de éxito o derrota, me dice que así son los hombres. No nos complicamos la vida, somos libres inclusive de nuestros afectos, nos movemos sin necesidad de compañía.

Respondo que le creo, porque está probado que cuando le preguntas a un hombre que está en silencio frente al televisor, en qué piensa y te responde que nada, es cierto[1]. Sólo que la mayoría de mujeres no lo creemos, porque desde nuestra perspectiva eso es cuasi imposible, debido a que siempre estamos pensando en alguien o algo.

Y eso se debe a que tenemos pensamientos múltiples y acciones simultáneas. En contraste con la mayoría de hombres, que suelen desarrollar pensamiento unilaterales y objétales. Pudiendo quedar horas de horas haciendo una sola cosa, cuando encuentran placer en ello, como es el control de la TV, el pool, play game. Y allí es donde se produce la discusión entre pensamiento complejo y simple que va mucho más allá[2]. Así como atención a procesos  y objetivos[3].

Añado que andar en manada es cierto parcialmente, siendo válido para mujeres y hombres durante la niñez, adolescencia y primera juventud. Porque el grupo afirma, protege y provee de la sensación de seguridad, por eso en cierto periodo de nuestra vida somos gregarios y sectarios, a lo que comúnmente llamamos club de Tobi y Lulú. Dependiendo no tanto del hecho de ser mujer u hombre, sino de cuanta afirmación, seguridad y madurez emocional se haya desarrollado, cómo hemos aceptado quienes somos y alrededor de qué hemos construido nuestra identidad, escala de valores y principios, que suele resumirse en palabras frecuentemente usadas sin sentido ni contenido como sucede con la autoestima, que implica el estado de la valoración que tiene una persona de sí misma, junto a todo lo anterior.  

Cuando esto no sucede, existen algunas mujeres que requieren ser confirmadas en lo que ellas mismas no reconocen, en ese caso no andan con otras mujeres, sino necesitan uno o más hombres que las haga sentir y creer que son valiosas, necesitadas deseadas, en tanto le proveen de productos, la tratan como un producto, valiosas y protegidas. Y cuando son conscientes del mandato social de la reproducción hallan el valor de su sexo en la maternidad, buscan una familia de quien hacerse cargo para conducir y controlar, independiente de que sea una familia nuclear, uniparental, extendida, lo importante es sentirse necesitada, insustituible e imponerse abierta o implícitamente, sea subliminal o manipulando las relaciones.

También hay hombres que realmente andan en manada cuasi institucionalizada, porque su condición de tal, necesita ser confirmada permanentemente por sus pares u otros mayores de su género, bajo determinadas pautas de ser “hombre”, donde el desarrollo de su inteligencia emocional a veces no llega. Siendo dominados por la psicología de grupo o masas, desbordando todo tipo de contenciones  existentes como sucede con las convenciones sociales como la moral, ética y la ley. Sucede con más frecuencia en espacios masculinizados convencionalmente como los militares,  el sacerdocio, barras bravas, las bandas, etc. Donde a nombre de la paz hacen la guerra; a nombre de dios, imponen un credo y satanizan otro; a nombre del deporte y la alegría, siembran temor y terror; Y so pretexto de vivir la vida, en el altar del dinero, sacrifican la vida.

Y están aquellos que logran cierto desarrollo, pero sin descubrir el valor en sí mismo, por cuanto requieren de algo externo o material que le de valor como es un reloj, ropa de marca, un carro, una casa, una esposa guapa, hijos exitosos, mejor si logra ser lo que no pudo ser él. El linaje es central valorando más al hijo varón que la mujer.

Rodrigo insiste, pero las mujeres no pueden vivir, sin hablar y contarse todo, eso no me entra en la cabeza, porque además no se lo guardan y lo riegan al universo.

Mis bellas 
Replico, sucede que las mujeres, lejos de aquellos que nos han hecho creer "que somos enemigas entre mujeres", en realidad cuando hemos vencido al miedo a las apariencias, sabemos y confiamos en nosotras mismas, no tememos conectarnos con otras mujeres independiente de quien sea, su edad y lugar. Si es una única vez o se funda una amistad perecedera, como me pasó con la mamá de Cintya ¿Recuerdas?. Es más lo disfrutamos, nos estimulamos y bendecimos.

No sé cuánto se mantenga esta práctica, en un contexto de inseguridad como la que vivimos donde se sospecha de todos(as), no sólo en el Perú, sino en   todo el planeta esto pueda perderse. Sin embargo en mi experiencia personal, desde que reconocí a las otras mujeres como mi semejante, jamás me siento sola, aun cuando cada día disfrute deambular e ir de un punto a otro sola y a mis ritmos, sin incomodar ni arrastrar a nadie. Allí donde voy encuentro agradable compañía que me hace disfrutar del momento, lugar y hace el día. Lo que no quita que ame a mis amigas y un día con alguna de ellas es maravilloso, pero he descubierto que estoy dispuesta a ser una mujer que no teme ni es temida por otras mujeres.

Por ejemplo es posible conectarme intergeneracionalmente con seres dulces en momentos mágicos e inesperados como sucedió con Elena, una joven ingeniera alimentaria de 25 años, emprendedora que luego supe poseedora de una empresa que produce y provee alimentos orgánicos a restaurante saludables. Fue en uno de esos establecimiento que coincidimos disfrutamos y compartimos el almuerzo, luego nos contamos nuestras historias durante dos horas, descubriendo tanta cosas en común que parecíamos contemporáneas. Terminamos intercambiando teléfono, preferencias y  tantas cosas, hoy gracias a ella tengo la lista de cuasi todos los restaurantes saludables de Lima, así que reduje mi fatiga en cada distrito  y tomo la espirulina que me ayuda a generar ciertas hormonas de las que tenía déficit.

Está Juana una terapista de unos 40 años, con quien compartí un trayecto de viaje en el bus, que tras un evento donde evidenció su solidaridad y desprendimiento, hablamos del país, los valores, la ética el cuidado del otro. Lo que cuesta ser hija y hacerse cargo de una madre de avanzada edad además del trabajo, la pareja y estar pendiente de que su único hijo alcance sus metas y acceda a oportunidades. Yo amplié con información que es parte de mi hacer, recibiendo a cambio su oferta de ayudarme con terapia gratuita y desinteresada para mi brazo, le agradecí infinitamente y dije que tenía una amiga terapista que se hacía cargo, de pronto descubrimos que era una amiga en común, en ese momento recordé lo que mi amiga Rosario solía decirme, siempre nos movemos alrededor de nuestras constelaciones consciente o inconscientemente.

Y Esther, una mujer totalmente desconocida con quién coincidí en los servicios higiénicos de la clínica, yo estaba tan emocionada, que le solté en primera que estaba feliz, porque oficialmente había dejado de tomar metformina con aprobación de mi endocrinóloga, en ese momento y por decisión propia desde hace dos meses. Y ella me respondió, yo también estoy feliz, aparentemente no tengo cáncer al seno, esa sola posibilidad me hace feliz. Y de pronto las dos estábamos abrazadas alegrándonos una por la otra. Me contó que era la segunda opinión médica que había obtenido, la primera fue en la el Hospital de Policía que la había alarmado. Esther era una policía femenina de unos 30 años, fuerte y llena de esperanza, porque el mastólogo le había dicho que todo indicaba que no era un maligno porque se movía. Nos abrazamos nuevamente y despedimos deseándonos todo lo mejor del universo a cada una.

Mi generosa Salvia
También Julieta, una estudiante de estomatología, con quien me topé en el tocador de la universidad CH y a quien le gustó el color de mi lápiz labial, intercambiamos marcas, preferencias y comenté que ese color en mis tiempos, para su edad estaba sancionado socialmente, porque nos hacía candidatas a profesionales del sexo. Y ella me preguntó ¿Cómo así? Y le conté, cómo en el pensamiento patriarcal, marianista y machista solo hay dos tipos de mujeres: las santas y putas, reduciéndonos el mundo. Cuánto nos había costado adquirir los derechos en los que ella ya había nacido, para no pedirle permiso a nadie de vestirse o maquillarse como le dé la gana. Lo importante que ella y su generación se mantengan alertas porque no todo estaba dicho.

Así que terminamos coincidiendo en que la amenaza no estaba distante, porque había gente que aún era capaz de decir #ConMisHijosNoTeMetas, mientras  aquellos(as) que los promovían y azuzaban eran depredadores o protectores de depredadores sexuales, emocionales y sociales de sus hijos(as). A cuyas hijas desaparecían desde el interior de su propio estribillo, como si los únicos amenazados fueran los hijos varones, en este punto intercambiamos carcajadas, coincidiendo que podría deberse al desplazamiento de los deseos ocultos de esas personas, bajo forma de actos fallidos de un pedófilo que suele encubrirse en discursos e instituciones conservadoras, sexistas, homofóbicas.

Rodrigo me mira y dice, pero hablan de cosas muy personales, que a veces pienso que no tienen espacio para la intimidad.

Respondo,  las mujeres hemos aprendido que lo personal es político, que no hace daño sino nos hace fuertes compartir nuestras emociones, sentimientos y pensamiento, nuestra intimidad es la capacidad de decir con honestidad quien somos y sentimos. Por cuanto la oralidad, el cuento como el canto, es aquello que ha permitido sobrevivir a XX siglos donde las mujeres éramos ciudadanas de segunda clase, sin derechos y sólo obligaciones. Conminadas a guardar silencio y a creernos que éramos un problema individual y privado.

Hoy tanto como ayer, la mitad de la humanidad seguimos siendo vulnerables, porque la otra mitad no es consciente ni sensible a este hecho, aun cuando muchos hombres como tú han sido educados bajo nuevos parámetros, hay mucho por trabajar. Las y los millennials[4] como tú han de reinventarse y hoy tienen más instrumentos, información y sabiduría que ayer, pero también mas retos.

Mi orgullosa Lavanda
Nos miramos y soltamos carcajadas, porque sabemos ambos, que él es una de las excepciones, es una persona preocupada por cómo se siente el otro u otra, ha crecido en amor y respeto, aprendiendo   a negociar y compartir un espacio sin sentirse amenazado.

Él dice, entonces es  contagioso ser comunicativo, con pensamiento complejo, procesual y objetal.

Respondo, todo es parte de cómo hemos sido socializados, por ejemplo tú y yo, podemos hacer simultáneamente más de una cosa sin perder atención al contexto y mantener la línea de diálogo y un argumento interrumpidamente. Podemos acceder a algo individual o compartido porque siempre hemos negociado, sin renunciar ni sacrificar al otro(a). No miramos y nuevamente morirnos de la risa mientras decimos en coro: “Quien tiene el poder tiene el control”. 

Él lo aprendió de muy pequeño, era la consigna para de desbocarnos tras el control de la TV, que literalmente era la imagen acústica (objeto material) de poder y control, para apropiarnos del poder de hacer zapping entre nuestras preferencias, porque aprendió desde pequeño que juntos podíamos compartir su serie preferida con mi noticiero, siempre que ambos cediéramos algo. Así como disfrutábamos juntos de una película y el aprendía a diferenciar la noticia del evento, buscando el mensaje implícito y contrastando diferentes versiones.

El compartir en respeto, nos ha liberado e igualado, una práctica construida, al igual que realizar cosas simultáneas y múltiples atenciones sin sacrificar el diálogo. Sucede que a veces estamos trabajando cada uno en su computadora, en el mismo espacio, mientras en la TV, hay una película o el noticiero, el celular conectado, mantenemos una conversación, consultamos alguna duda y lo resolvemos.  Y de tanto en tanto, nos detenemos para opinar sobre la noticia o película.

Y de tanto en tanto, conversamos en tiempos robados al tiempo, como esta noche, al punto que me provocó escribir sobre el tema de nuestra relación entre mujeres a propósito de sus interrogantes.



[1] https://www.youtube.com/watch?v=OfQE1nX4C4k
[2] https://www.youtube.com/watch?v=HJAnfmUvn9M
[3] https://www.youtube.com/watch?v=bQ4A4nU1yPo
[4] https://oij.org/wp-content/uploads/2017/08/Sobre-la-categoría-Millennials-Versión-web.pdf