domingo, 11 de noviembre de 2018

CUÁNTO DE MI DESPRENDIMIENTO POR OTROS(AS) ES TAL

Atardecer en la Punta Callao, enero 2016
En tardes como esta, donde estoy huérfana de nietas y sistematizo gratuitamente suelo preguntarme: 
¿Cuánto de aquello que hacemos es realmente por el otro y no por nosotros(as)?

Si organizamos e impulsamos marchas, es porque nos indignamos, así que la marcha es un modo de desprendernos de nuestra indignación junto a los(as) indignados(as).

Si la protesta se torna en un acto sostenido y me hago asidua(o)  concurrente el rédito es ser y sentirse parte de un movimiento; si asumo ser  promotor(a), entonces se transforma en una labor que produce estatus, prestigio, vocería y poder político.

Cuando exigimos el cumplimiento de normas, reglas, principios, ética y moral, si bien lo hacemos en nombre de todas(os), en verdad estamos cuidado y salvaguardando las condiciones para sentirnos a salvo y asegurar nuestra propia convivencia.

Cuando asistimos a un reencuentro entre amigas(os) satisfacemos nuestra necesidad, pertenencia, pertinencia y afecto. Si lo organizamos invirtiendo tiempo y esfuerzo, en realidad  hacemos gala de nuestra capacidad para movilizar a un conjunto humano, obteniendo reconocimiento y satisfacción por ello.

Cuando cuidamos de nuestros padres, es porque somos conscientes de nuestra retribución a sus cuidados y dejamos que nuestra gratitud sublimice una labor exigente, encubriendo las tensiones y costos del mismo, pero en realidad estamos instaurando en nuestra familia una práctica y modelo de reciprocidad que a la larga redundará en nosotras(os).


Atardecer en la Punta Callao, enero 2016
Cuando parimos un hijo(a) en ningún momento pensamos que es una vida la que ofrendamos a la sociedad para que esta sea mejor, sino es mi hijo(a), de cuyo cuerpo, pensamiento y acto nos apropiamos, hasta cuando se revela y   recuerde que es otro ser,  que si bien vino a través de mío, es otra(o) y única(o) 
por mucho que reproduzca alguna de mis hábitos y prácticas.

Cuando cuidamos y limpiamos el templo dedicando tiempo y esfuerzo sistemático, si bien se inspira en la comodidad de los otras(os) en realidad es para mostramos así misma(o), nuestra capacidad para mantener limpio y organizado aquello externo a uno, por muy grande que sea, en tanto postergamos y negamos el desorden y el abandono interno.

Cuando hacemos de nuestra vida un modelo, nos apegamos a determinadas conductas con rigidez, cuidando mucho de la imagen que proyectamos para que  nuestro  testimonio sea consistente, acallando y encubriendo nuestra discapacidad para asumirnos imperfectos y con resistencia para adecuarnos a los cambios, superarnos a nosotras(os) mismas(os)  cada día.

Cuando enseñamos a otros(as), creyéndonos dueños de la verdad y capacidad de dictar cátedra, en realidad nos aferramos a viejos conocimientos ajenos que se han mediocrizado con el tiempo y los cambios,  también estamos encubriendo la incapacidad para aportar e innovar, sosteniendo una verdad anquilosada para no desaparecer.


Cuando nos hacemos voluntarios(as), de sobrevivientes y víctimas de desastre, nos apropiamos del arquetipo de héroe o heroína, para satisfacer nuestra necesidad de ser necesitada y  útil,  aplaudido(a) y reconocido aun cuando sea sólo por el beneficiado directo.

Cuando hacemos labores de voluntariado inspirado en sentimientos de profunda solidaridad o sobrevivencia, donde el otro(a) es una beneficiaria(o), no igual a mí porque no está en condiciones de sustituirme en el tiempo, asegurando que siempre los dirigiré y representaré,  en realidad estamos creando el espacio para ejercer poder sobre disminuidos. Encubriendo nuestra propia experiencia de sometimiento, discriminación, explotación y devaluación al que nos sometemos negando nuestra propia liberación.

Cuando apagamos  incendios reales o imaginarios, nos probamos a nosotros(as) mismos(as) que somos capaces de sobreponernos a nuestros miedos, fracasos y sobrevivirlos.

Cuando vamos a la guerra a defender un territorio que nos es ajeno en sus límites, contenido y significado, es porque el deber lo manda, así está acordado y si se tiene suerte se sobrevivirá y retornará con honores, siendo reconocido como aquel sintetiza simbólicamente la patria.

Cuando contamos cuentos, chistes, cantamos, actuamos… ante un auditorio que nos escucha ininterrumpidamente, satisfacemos esa necesidad de ser sujeto de atención y escucha atenta para espantar los  sentimientos de soledad e invisibilidad que suele aterrorizar a quien no se encuentran a gusto consigo mismo(a).

Cuando escribimos poesía que se acumula tomo tras tomo y se sumerge en aplausos, sin tener condiciones  de leerse en voz alta y paladearse,   develar los sentimientos de donde nacen  y van, junto a la historia que inspira, es para satisfacer la necesidad de usufructuar con los sentimientos ajenos.
Cuando bailamos perfectamente mostrando nuestro arte y al compás del otro desprendido de su condición  de expresión y liberación de emociones, exhibimos cuánto hemos sometido a nuestro a nuestro cuerpo en ejecutar el paso exacto que arranque admiración y aplausos por recompensa.

Una nueva interrogante me asalta: ¿Será que no existe nada realmente desprendido ni gratuito en el ser humano por otro ser humano y que todo en realidad es a favor de sí mismo(a)?

Descubro actos inadvertidos e intrascendentes para la vida de quien lo realiza, está por ejemplo,  esa mi manía por alejar al paso de los transeúntes vidrios, clavos y objetos, abandonado en pistas o veredas, que  podrían provocar un accidente. Imaginando que independiente de quien sea una caída detiene y puede incapacitar, más cuando vas distraída(o) y no lo esperas. O cuando voy de parque en parque abandonando libros, heredados a mujeres u  hombres sin rostro,  para que viajen a otros puertos.

Pienso en esos encuentros fortuitos de conversa con mujeres y hombres de los que no recuerdo su nombre ni su rostro, para quien en ese momento fui aquella persona que sólo la escuchara atentamente sin preguntar.  


Están esas tardes donde inclusive el alma tiene un peso adicional que te hace pensar que no darás el próximo paso y ves  a una anciana con una carga mayor que la tuya que descarga tu peso abstracto para ser apoyo.
Y cuando me siento bien conmigo misma(o), soy feliz sólo por respirar un día más y voy sonriendo por la calle arrancando otras sonrisas que me recuerdan que el acto humano más gratuito y desprendido es la alegría contagiosa.


Ofrenda noviembre 2011
Descubro en estos recuerdos,  que el desprendimiento total por el otro es posible, cuando  nuestro acto, es aquel que despierta inesperadamente y se produce recurriendo a las capacidades, habilidades y conocimientos  que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida. Acto inspirado enteramente en la necesidad del otro(a), sin espacio para que nuestro inconsciente se aproveche de la situación y jale agua para su molino, satisfaciendo necesidades inadvertidas y desatendidas por el consciente.

Son actos que suele producirse en situaciones de profundo anonimato
donde no hay necesidad de un drama o ficción, ni escenario que de espacio al aplauso, su usufructo o explotación, sino sólo y nada más, que la acción oportuna, efectiva y  cumplida.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario, aliciente a continuar dialogando