martes, 30 de octubre de 2018

Y SI DIGO ¡LA VIDA ES UNA!... Y VIAJO

Foto: Solange A.R.

Solange, en uno de los tantos días frente a ese mar donde ha vivido la mitad de su vida, ante  el vaivén de las olas, en su constante ir y venir, fijó su mirada  para ver una nueva  puesta de sol, y como toda millennials, imaginó que el dios inti de sus ancestros, al ocultarse, nacería al otro lado del planeta. Preguntándose dónde sería exactamente, qué mujer u hombre sería quien lo viera emerger, qué emociones aflorarían al amanecer.

Amanecería en la China, para alguna joven de dos décadas  y media como ella, con ojos rasgados y piel pálida, quién se preguntaría, por el origen y no destino de ese sol que hoy iluminaría su día. Se preguntó entonces, ¿Qué es lo primero que hace una mujer de mi edad al nacer el día en la China, la India, Tailandia, Japón? E imaginó que tomaría un té verde, de jazmín o de cerezo como a ella le gusta, se pondría unas mallas y saldría a correr para sentir la brisa de la mañana acariciar su rostro y por momentos detenerla por entero, hasta que la fuerza de su velocidad venciera a esa resistencia invisible que la retaba y ella vencía día a día.

Si fuera el Japón quizás, se meterá a la ducha a bañarse rápidamente para tomar una taza de café al vuelo y correr para alcanzar un tren bala en condiciones accesibles, llegar al centro de Tokio y adentrarse puntual a su oficina y allí haría sus ejercicios, junto a otros empleados(as).

Y si es en la India, se preguntó ¿Cómo será un día de una mujer joven en la india?, de lo que estaba segura es que no tomará una ducha porque en ese lado del planeta lo menos que hay es agua abundante como para desperdiciarlo. Y siguió preguntándose ¿Cómo será el amanecer de una tailandesa, pakistaní, camboyana, singapureña? 

Poco a poco, fue creciendo en su interior una certeza. Necesitaba conocer en vivo y directo la vida de mujeres jóvenes en lugares tan alejados como extraños, quizás así desentrañaría aquello que desde hace tiempo la atraía, el misterioso oriente. Pueda ser que así descubriría, porque le gusta tanto que le digan China, la razón de porqué se ha tatuado un cerezo en flor, porqué su alma tiene voluntad propia cuando escucha el sonido de un instrumento musical como la pipa, una flauta, el erhu o guzhen [1] o la magistral interpretación de la Flor de Jazmín [2]. 

Sus sensaciones se tradujeron en pensamiento, estos en signos, hasta que bajo la forma de sonido trepó por su garganta, para salir cual grito  en voz alta despidiendo a los últimos rayos del sol desapareciendo en el mar, sacó su Smartphone e hizo un post: “Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!”.  Dejando que su pensamiento y decreto iniciara ese viaje, haciendo una primera parada en mi muro.
Foto: Solange A.R.

Así es como me llegó el post de Solange desde la franja sureña, donde termina nuestro continente. Es la hija de una de mis primas hermanas por línea de mí madre, con quien compartí algunos momentos en los ochenta y una de sus visitas de retorno al país en este siglo. Todo lo que sé de ella, es por su madre, quién suele decir que antes que su hija se parece más a su hermana, mi madre. Dice que no sólo se asemejan en sus rasgos, también en su temperamento. Conociendo a mi madre, mi prima además de bella, ha de ser trabajadora, generosa, fuerte, ingeniosa, profundamente empoderada y autoritaria, con gran capacidad para ejercerlo e imponerse. Algún día la conoceré más y podré descartar o verificar estos supuestos.

A mi sobrina Solange, nunca la he visto en carne y hueso, desconozco el timbre de su voz, su tacto. Tampoco he hablado de ella con su madre, porque el breve espacio de nuestros encuentros escamoteamos al tiempo para hablar de su madre y la mía. Sin embargo, eso no ha impedido que gracias a la magia de la red, Solange y yo, nos hayamos conectado, acercado e identificado.

La primera vez que su muro de Facebook llamó mi atención, fue  una hermosa fotografía artística a lo American Beauty (Belleza americana)[3], así que me quedé pensando,   en aquello que mi tía Juana decía de su hija, que era la mitad de mi madre, pero que por cuestiones de genética lógicamente debía ser un tercio, por cuanto su hija reproduciría apenas una cuarta o quinta parte de aquello que mi madre sería a su edad durante la primera mitad del siglo XX, en un lugar donde ser mujer y bella era cuasi una condena.    

Su post de: Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!, me revelaba su deseo de libertad, vocación de desprendimiento, desapego y vuelo. Ese deseo de transitar el mundo sin apropiarse de nada, porque en el momento que te haces dueña de algo, eres su prisionera. Y ser viajeras en nuestra estirpe nos viene desde nuestros ancestros asiáticos si en verdad vinieron de otro continente. También chavines que conquistaron los andes y la selva, e incas que se extendieron por todo nuestro continente, hasta donde ella se halla hoy. Y también   hispanas como moras, negras y chinas, que cruzaron los mares y sembraron la semilla de nuestro mestizaje.

Solange no lo sabe, pero por sus venas recorre la sangre aventurera de nuestro linaje de viajeros(as), el abuelo Toribio Herrera, fue arriero llevando su arte y producto por todos los pueblos y caminos del Callejón de Conchucos, Huánuco y toda la costa norte. Heredando su hacer a la hija mayor, la tía Francisca Herrera, con sus bellos ojos azules y aquella piel blanca bronceada por el sol, el viento, la nieve, la helada de los picos andinos y las profundidades de la selva al punto de ser cuasi cobriza. Una de las escasas mujeres arrieras de su pueblo que no renuncio a serlo, aun después de casada. Por ello será que tras su viudez, no temía vivir sola con su ganado, allí donde los pastizales son generosos y el ichu silva.

Foto: Solange A.R.
Mientras digiero el post de Solange con su grito implícito de libertad,   recuerdo el sentido y contenido de mis prácticas de viajera, recordando que nos atrae no tanto por el destino sino por la promesa del viaje, ese tránsito de un lugar a otro por caminos desconocidos, imaginando como se vive la vida en una caleta, un valle, el desierto, bajo el nevado, a orillas de un río o en el pico más elevado.

Recordé mi propio tiempo iniciático, pegada a mi hermano Pedro el primogénito de los Herrera, viajé a los doce años, por primera vez sin mi madre. Teniendo consciencia de ello, capacidad de recuerdo y tras mi identidad. Atravesamos la cordillera blanca y negra, en un bus sin calefacción, muriéndome de frío pero sin quitar los ojos del trayecto que me revelaba otro mundo vasto, majestuoso, generoso y bello.

Y viajé con mi padre al sur antes de cumplir los quince años, hacia la hermosa ciudad blanca donde asumí roles domésticos por curiosidad e iniciativa propia, con el apoyo de la amiga que hice.  Maruja era dos años mayor más que yo, experta en las comidas arequipeñas que en casa jamás había probado especialmente con la carne de alpaca. Descubriendo que entre uno u otro plato no existe más misterio que un buen aliado como mi padre dispuesto a celebrarte, aun cuando estoy segura que los primeros resultados fueron un desastre.

En casa solo era de asistente para limpiar, picar, lavar, porque mi madre tenía terror a los accidentes de cocina especialmente en mi caso. Así es como descubrí que para cocinar no hay mayor misterio que saber el punto donde se abrillanta la cebolla, el ajo suelta su aroma, el ají deja de ser amenaza al igual que el cilantro y lo que hiciera falta, sumando ingenio, creatividad y amor que se coloque. Convenciéndome   que no hay potaje más desagradable que aquel preparado por obligación y a disgusto. Una de las razones por las que me he mantenido distante de la cocina, de modo que cuando necesito o decido hacerlo lo hago con gusto y por placer. Mi descubrimiento de catorce años, se graficaría posteriormente en   Como agua para chocolate”, de Laura Esquivel[4].

Y cuando ingresé a la universidad, lo único que esperaba cada fin de ciclo o fines de  semana con feriados largos era viajar, a donde y como fuera. A sabiendas que retornaría con el cuerpo clamando descanso, el cual seguiría postergado; quizás es allí donde me entrené a dormir un promedio de cuatro horas o ninguna en veinte y cuatro. Y claro a estas alturas ya me pasó factura.
Foto: Solange A.R.

Más adelante viajar sería parte de mi vida, sea en mis tiempos de ocio o como parte de mi desempeño profesional. Descubriendo que si bien cada viaje es una aventura, es distinto el estado, disfrute y placer que produce según, la edad, el rol, los objetivos, condiciones, lugar, compañía y contexto en el que se produce.

Por eso descubrí que viajar para conocer tu país y el mundo no hay mejor tiempo que entre adolescencia y juventud, época de suma curiosidad, gran energía, despliegue de todos los sentidos, disposición al aprendizaje, el acomodo. Cada destino tiene sus propias bondades, maravillas, misterios, privaciones y exigencias.

En este mi tiempo, no me imagino realizar nuevamente el Camino Inca a Machu Picchu, caminar por Cerro de Pasco, trepar Pasto Ruri, bajarme en Ticlio o Morococha y disfrutarlo. Deslizarme por los peldaños del Cañón en Ecuador,  subir al templo Kukulkan o como sucedió con mi amiga Ana quién se quedó a la mitad de ascenso a la Acrópolis de Atenas.  La última vez que trepé un pico, fue Yarcán en el 2007 por encima de los 5,000 m.s.n.m. junto con mi prima Vilma. Cuando llegamos a la punta, el chofer de mi tío, me dijo: “Señora, realmente me quito el sombrero, pensé que no llegaría”. Ahí es cuando caí en la cuenta, que en este mi  tiempo, el trote ya eran una temeridad.

Así que recordando mi sentir en periodos similares a los que experimenta Solange le escribí para animarla, a realizar aquello que ella quisiera y la hiciera hoy  feliz, antes que mañana. Pero también para desprenderme de aquello  que siento y experimento en este mi tiempo de confort y contemplación, donde acumulo tiempos y tránsito.

Y si aplico el "solo se vive una vez" ¡y hago un viaje!”.

Viaja, viaja, viaja, no pares.
Yo empecé a los doce por cuenta y riesgo propio,
y ¿sabes? es lo mejor que he hecho en la vida,
nada vale tanto como viajar a los 12, 15, 20, 30, 40…
cada edad tiene su propio deleite, aventura y adrenalina.

Aquello que da contenido a un viaje no es el destino,
es el camino a ese destino que puede ser largo, extenso, breve.
Cómodo o incómodo, placentero o agotador, maravilloso o decepcionante,
pero principalmente motivo de aventura,
sólo cuando concluye sabrás si es una posta o despedida.

Antes de los treinta puedes correr, trepar, incomodarte,
dejar de  dormir una semana y seguir disfrutando,
ver que tu amiga se cae del suelo al suelo (rueda) dormida,
porque está rendida y tú tienes para rato, 
es lo que te distingue en tiempos donde todo es gregario.

Viaja, conoce gente y otros seres,
deja que te acaricie otros vientos, que la lluvia te bañe
y el sol te seque sin temer a las inclemencias de las estaciones.
Entrégate a otros aromas, sabores y texturas,
disfruta de  cada  ambiente, costumbres, ritos y mitos.

Descubre que no eres el hoyo del queque sin dejar de ser especial,
que no existe sólo aquello que ven tus ojos, también lo que sientes.
Que la verdad no es única, menos la realidad y no eres poseedora de la verdad,  
porque hay muchas verdades como personas y sociedades existen,
así sabrás que para ser aceptada, tolerada y respetada, primero debes hacerlo.

Viaja y reconócete como hija del tiempo que hace su camino al andar,
que tu lecho sea la grama, el cielo tu cobija y la luna tu candil.
Aprende que basta una carpa, árbol, cueva y agua para sentirte en casa.
Viaja hoy en cualquier transporte, sólo con una mochila y unos pesos,
para lo demás bastas tú, tu ángel, magia, ingenio y sonrisa.

Si viajas en compañía, recuerda tres reglas de oro,
nunca con una persona egoísta predispuesta a sacrificarte,
que no respeta tus preferencia,  critica tu modo de pensar y sentir,
con quien no es posible negociar ni partir responsabilidades,
porque un(a) compañero(a) de viaje ha de ser confiable y respetable.

Viaja hoy antes que mañana, porque al despertar un día, 
descubrirás que eres demasiado grande, donde cada novedad es un riesgo.
Porque antes que el viaje o destino cuenta las condiciones,
ha de ser en avión en primera clase, auto con chofer experimentado,
o  bus cama con horario nocturno donde te pierdes  justamente el viaje.

Cuando tienes más de cincuenta, cuenta la comodidad y digestión,
hotel cinco estrellas, cama mullida, baño caliente y desinfectado.
Restaurante de cinco tenedores y/o dieta saludable,
te anotarás en turs con guías experimentados y tiempos cronometrados,
sin espacio para la aventura o ventura.

Y si eso no promete, preferirás la comodidad de tu cama,
un café con tu amiga(o)  preferida(o).
Ver como cae la tarde en compañía o soledad pero en  confort,
mientras piensas: ¡Que bueno haber viajado tanto y de tantas maneras!
que en verdad ya no provoca ni produce quebranto.

Así que viaja hoy mejor que mañana,
si vas a trotar por el planeta sólo ten en cuenta dos detalles,
domina el idioma del lugar de destino, 
aún así siempre esfuérzate por comunicarte, y ahí donde vas,
has lo que ves hacer al nativo y no a un extranjero como tú.


Solange A.R. Foto: Daniela Paz Villalobos

Algo así escribí a mi sobrina en el sur. En este momento decidí reproducirlo para todas las Solanges, que al igual que ella tienen dentro el bicho de viajar. Para contarles desde mi expertis,  que es distinto hacerlo en cada tiempo.
Así como la música a medida que te haces sedentaria, te agrada más la melodía
[ 5] que el estruendo que invadía tus días juveniles [6] lo que no quita que te pongas a bailar cada vez que lo escuches. 

Lo cierto es que con el tiempo te tornas más selectiva en aquello que representa cada parte de tu historia desde la rebeldía [7] juvenil al tomar conciencia, pasando por el ritmo [8] de las celebraciones a la vida, el amor y la melancolía [9], la danza [10] colectiva, celebración [11] de cualquier pretexto,  el disfrute [12] y trascendencia [13].





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