Cerré la segunda reunión de mi jornada y dirigí mis pasos silentes hacia la cita #Toma la Calle, #22J, para encontrarme con ella cual dique incontenible de Prolongación Unión hacia Paseo de la República. Mujeres y hombres jóvenes encabezaban la marcha, mostrándose en todo su ímpetu incontenible, energetizante, dignificante, deteniendo con sus pasos otros pasos distraídos, sobresaltados y complacidos.
Detenida en mi primera estación
de peregrinaje, capturé las vistas que permitieron mi cámara doméstica luchando
débilmente para vencer la oscuridad. Simultáneamente, intentaba escudriñar a
mis citas contemporáneas o por lo menos
al ritmo de ese desborde humano algún rostro familiar, sin conseguirlo,
invadiéndome diversos sentimientos
simultáneos. Saberme de una generación que dejaba la posta a otra nueva,
prometedora e inagotable; descubrirme en medio de una marcha de la que era parte
pero ya no era mía.
Allí estaban los nuevos rostros
de mujeres y hombres jóvenes apropiándose de su tiempo, haciendo su propia historia. Sin duda estaban
salpicados de algunos rostros medianos, esos que no quiere ni pueden asumirse que fueron o se resisten a pasar la
posta, pero en definitiva, los primeros quince minutos fueron solo rostros
juveniles. No era una marcha proletaria,
tampoco de mujeres por la sobrevivencia, o la portátil de cada gobierno de
turno, eran las mujeres y hombres
indignados cuyas pancartas lo decían
todo.
Los acompañé por todo Paseo la
República, hasta que advertí que volvían a tomar Wilson, no fue difícil imaginar que retornaban al punto de la cita.
Hacia allí me dirigí a mi ritmo, en medio de la fría y húmeda noche limeña, se había elevado a cuarenta grados en mi temperatura
y el corazón galopaba incontenible, como
decía Simone de Beauvoir, miraba esas
calles tantas veces recorridas cuando era parroquiana frecuente del Munich, con otros ojos y nuevos sentimientos, descubriéndola más
brillante, acogedora, cálida y mía.
Llegué a la plaza con cámara en mano, sin ningún temor que suele acompañar mis visitas a esa zona desbordada de pequeños o grandes delincuentes a cualquier hora. La embriaguez suele ser osada, yo estaba ebria, de esta dignidad joven que enfrenta la vieja práctica politiquera, pueda que sea gesto de dos noches, o pueda ser que corresponda al punto de quiebre de una etapa a otra de nuestra endeble historia democrática.
Ya en mi segunda estación, tomé
posición de la berma central, observando que los ánimos lejos de descender por
el recorrido se habían acrecentado. Para dibujar parcialmente el desplazamiento
señalaré que quienes encabezaban la marcha llegaron a la altura de Bolivia,
esta no terminaba de salir de la plaza San Martín, tomando el Paseo de la
República, bordeaba la Av. Paseo Colón y retornar por la Av. Wilson.
De ese lado descubrí esta vez
rostros familiares, capturando algunos para el recuerdo. Y sentí vibrar con más
fuerza las voces indignadas enrostrando a Ollanta sus promesas incumplidas,
exigiendo a los y las congresistas el
poder que le había cedido el pueblo subrayando que “la lucha en las calles
también educa”, o “García y Humala la misma porquería”…
Cuando la marcha estaba a la
mitad, creyendo que se detendrían en la Plaza San Martín, me adentré a ella, descubriendo que seguía fluyendo
hacia el este. Adiviné nuevamente sin
esfuerzo que se dirigían hacia el Congreso, así que hacia allí me dirigí,
tomando Carabaya. Pero vaya sorpresa estaba bloqueada. Y cuando estaba a punto
de enrumbar mis pasos por el Jr. La Unión, vislumbré
que la policía le dio paso a un quiosco. Y ya nada me detuvo, cuando intentaron
impedir mis pasos señalé que tenía tanto derecho como un quisco al libre
tránsito, no sé si fue mi energía o mis años lo que finalmente hizo que un
policía me permitiera el paso adentrándome solitaria hacia una zona
infranqueable, mientras pensaba que la marcha no llegaría a su destino.
Camine a mi ritmo, sabía que la
marcha era larga y la alcanzaría. A la altura de Miro Quezada con Carabaya,
justo por el Hotel Mauri, la calle ya estaba enrejada, policías nerviosos,
personas fastidiadas que no comprendían lo que sucedía, porque no los dejaban
entrar ni salir de la plaza de Armas. La calzada estaba llena de personas que
iban y venían, de momento pensé que era
la marcha, verificando inmediatamente que era un movimiento cotidiano, ajeno a
lo que se sucedía por la Av. Abancay,
aun cuando sus ojos eran agredidos por el humo de la bomba lacrimógena que nos invadía
incontenible.
Y como si tod@s sintiéramos el temor del ejecutivo a que esa multitud
joven y vibrante le recordara que estaba indignada y vigilante, nos miramos en
silencia. Subí hacia Lampa verificando que el cerco era férreo mientras sentía
más cerca vibrar las voces y agudizarse la agresión de las bombas lacrimógenas.
Volvieron a mí los recuerdos de tantas y tantas batallas de mi vida: a partir
de los doce años siendo estudiante de secundaria nos solidarizamos con los
estudiantes de un centro educativo que tomaron el Estanco de Sal y en medio de
la protesta nos soltaron a la caballería, sin lograr movernos. Ese recuerdo me
hizo pensar que los jóvenes no retrocederían.
Intenté integrarme a la marcha
por el ala izquierda de la antigua Biblioteca Nacional, no nos permitieron, los
policías nos dijeron que la cosa sería
peor y que circuláramos. “Señora hace
frío pronto habrá mucha agua para
sofocar las bombas lacrimógenas y el
desorden de la marcha”, yo respondí
puede pasar el tiempo pero las prácticas represivas nunca cambiaran.
Seguí por Azángaro y finalmente
subí por Junín, ante el Congreso, descubrí que la marcha había sido detenida
entre la Av. Abancay con Av.
Ucayalí. Junto a mí se colocaron dos
jóvenes aun respirando con dificultad, descubriéndose como parte de la marcha
por sus botellas de agua San Luis en la mano. Les comenté, que mucha fuerza y
resistencia pero poca experiencia y estrategia. Ambos me preguntaron por qué.
Le dije que faltaban los piquetes de marcha. Preguntaron qué era eso. Les dije
hay una marcha central cual arteria que moviliza la atención de todos, mientras
que varios grupos numerosos dispersos y
desligados de la marcha se ubican
estratégicamente en los diversos puntos
de la meta de la marcha para cuando la arteria fuera detenida, este grupo rompe
la cerca desde adentro.
De pronto un grupo de seis jóvenes empezaron a gritar,
los vi y les dije juntémonos hagamos más grupo porque en este momento los
detienen son muy pocos. No bien terminé de proponer, cercaron a la líder tres
policías, uno de ellos bastante agresivo, la joven no se inmutó los enfrentó.
Yo tomé mi rol de periodista y capturé fotos, llamando la atención de otros
periodistas e impidiendo fuera agredida, sus compañeros se asustaron. En pocos
segundos, llegaron más policías, a mi me dispersaron hacia el norte. Mientras
los jóvenes fueron presionados hacia el sur. A lo lejos las sirenas intentaban
reducir el eco de las voces juveniles contenidas por esta vez a dos cuadras de
su destino.
Mi cita con #Toma la Calle, #22J
quedaba atrás, mientras me alejaba pensaba que
en algún momento podremos hallar el espacio para que intercambiemos
experiencias de lucha y estrategia, con el ingenio, la indignación que se
hace fuerza incontenible de nuevas mujeres y
hombres.
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