martes, 23 de julio de 2013

MI CITA CON #TOMA LA CALLE, #22J

Esta noche volví a vibrar una vez más,  en mi papel de ciudadana libre, serena, pensante y plena.

Cerré la segunda reunión de  mi jornada y   dirigí mis pasos silentes hacia  la cita #Toma la Calle, #22J, para encontrarme con ella cual dique incontenible de Prolongación Unión hacia Paseo de la República. Mujeres y hombres jóvenes encabezaban la marcha, mostrándose en todo su ímpetu incontenible, energetizante, dignificante, deteniendo con sus pasos otros pasos distraídos, sobresaltados y complacidos.
Detenida en mi primera estación de peregrinaje, capturé las vistas que permitieron mi cámara doméstica luchando débilmente para vencer la oscuridad. Simultáneamente, intentaba escudriñar a mis citas contemporáneas  o por lo menos al ritmo de ese desborde humano algún rostro familiar, sin conseguirlo, invadiéndome diversos  sentimientos simultáneos. Saberme de una generación que dejaba la posta a otra nueva, prometedora e inagotable; descubrirme en medio de una marcha de la que era parte pero ya no era mía. 
Allí estaban los nuevos rostros de mujeres y hombres jóvenes apropiándose de su tiempo,  haciendo su propia historia. Sin duda estaban salpicados de algunos rostros medianos, esos que no quiere ni pueden  asumirse que fueron o se resisten a pasar la posta, pero en definitiva, los primeros quince minutos fueron solo rostros juveniles. No  era una marcha proletaria, tampoco de mujeres por la sobrevivencia, o la portátil de cada gobierno de turno,  eran las mujeres y hombres indignados cuyas pancartas  lo decían todo.
Los acompañé por todo Paseo la República, hasta que advertí que volvían a tomar Wilson, no fue difícil  imaginar que retornaban al punto de la cita. Hacia allí me dirigí a mi ritmo, en medio de la fría  y húmeda noche limeña,  se había elevado a cuarenta grados en mi temperatura y el corazón galopaba incontenible,  como decía Simone de Beauvoir,  miraba esas calles tantas veces recorridas cuando era parroquiana frecuente del Munich,  con otros ojos  y nuevos sentimientos, descubriéndola más brillante, acogedora, cálida y mía.
 
 

Llegué a  la plaza con cámara en mano, sin ningún temor que suele acompañar mis visitas a esa zona desbordada de pequeños o grandes delincuentes a cualquier hora. La embriaguez suele  ser osada, yo estaba ebria,  de esta dignidad joven que enfrenta la vieja práctica politiquera, pueda que sea gesto de dos noches, o pueda ser que corresponda al punto de quiebre de una etapa a otra de nuestra endeble historia democrática.
Ya en mi segunda estación, tomé posición de la berma central, observando que los ánimos lejos de descender por el recorrido se habían acrecentado. Para dibujar parcialmente el desplazamiento señalaré que quienes encabezaban la marcha llegaron a la altura de Bolivia, esta no terminaba de salir de la plaza San Martín, tomando el Paseo de la República, bordeaba  la Av. Paseo    Colón y retornar por la Av. Wilson.
De ese lado descubrí esta vez rostros familiares, capturando algunos para el recuerdo. Y sentí vibrar con más fuerza las voces indignadas enrostrando a Ollanta sus promesas incumplidas, exigiendo a los  y las congresistas el poder que le había cedido el pueblo subrayando que “la lucha en las calles también educa”, o “García y Humala la misma porquería”…
Cuando la marcha estaba a la mitad, creyendo que se detendrían en la Plaza San Martín, me adentré  a ella, descubriendo que seguía fluyendo hacia el este. Adiviné nuevamente  sin esfuerzo que se dirigían hacia el Congreso, así que hacia allí me dirigí, tomando Carabaya. Pero vaya sorpresa estaba bloqueada. Y cuando estaba a punto de enrumbar  mis pasos por el Jr.  La Unión,   vislumbré que la policía le dio paso a un quiosco. Y ya nada me detuvo, cuando intentaron impedir mis pasos señalé que tenía tanto derecho como un quisco al libre tránsito, no sé si fue mi energía o mis años lo que finalmente hizo que un policía me permitiera el paso adentrándome solitaria hacia una zona infranqueable, mientras pensaba que la marcha no  llegaría a su destino.

Camine a mi ritmo, sabía que la marcha era larga y la alcanzaría. A la altura de Miro Quezada con Carabaya, justo por el Hotel Mauri, la calle ya estaba enrejada, policías nerviosos, personas fastidiadas que no comprendían lo que sucedía, porque no los dejaban entrar ni salir de la plaza de Armas. La calzada estaba llena de personas que iban y venían,  de momento pensé que era la marcha, verificando inmediatamente que era un movimiento cotidiano, ajeno a lo que se sucedía por  la Av. Abancay, aun cuando sus ojos eran agredidos por el humo de la bomba lacrimógena que nos invadía incontenible.  

Y como si tod@s sintiéramos  el temor del ejecutivo a que esa multitud joven y vibrante le recordara que estaba indignada y vigilante, nos miramos en silencia. Subí hacia Lampa verificando que el cerco era férreo mientras sentía más cerca vibrar las voces y agudizarse la agresión de las bombas lacrimógenas. Volvieron a mí los recuerdos de tantas y tantas batallas de mi vida: a partir de los doce años siendo estudiante de secundaria nos solidarizamos con los estudiantes de un centro educativo que tomaron el Estanco de Sal y en medio de la protesta nos soltaron a la caballería, sin lograr movernos. Ese recuerdo me hizo pensar que los jóvenes no retrocederían.
Intenté integrarme a la marcha por el ala izquierda de la antigua Biblioteca Nacional, no nos permitieron, los policías nos dijeron que  la cosa sería peor y que  circuláramos. “Señora hace frío  pronto habrá mucha agua para sofocar las bombas  lacrimógenas y el desorden de la marcha”, yo respondí  puede pasar el tiempo pero las prácticas represivas nunca cambiaran.

Seguí por Azángaro y finalmente subí por Junín, ante el Congreso, descubrí que la marcha había sido detenida entre la Av. Abancay con Av.  Ucayalí.  Junto a mí se colocaron dos jóvenes aun respirando con dificultad, descubriéndose como parte de la marcha por sus botellas de agua San Luis en la mano. Les comenté, que mucha fuerza y resistencia pero poca experiencia y estrategia. Ambos me preguntaron por qué. Le dije que faltaban los piquetes de marcha. Preguntaron qué era eso. Les dije hay una marcha central cual arteria que moviliza la atención de todos, mientras que varios grupos numerosos dispersos  y desligados de la marcha se  ubican estratégicamente  en los diversos puntos de la meta de la marcha para cuando la arteria fuera detenida, este grupo rompe la  cerca desde adentro.

De pronto  un grupo de seis jóvenes empezaron a gritar, los vi y les dije juntémonos hagamos más grupo porque en este momento los detienen son muy pocos. No bien terminé de proponer, cercaron a la líder tres policías, uno de ellos bastante agresivo, la joven no se inmutó los enfrentó. Yo tomé mi rol  de periodista y capturé  fotos, llamando la atención de otros periodistas e impidiendo fuera agredida, sus compañeros se asustaron. En pocos segundos, llegaron más policías, a mi me dispersaron hacia el norte. Mientras los jóvenes fueron presionados hacia el sur. A lo lejos las sirenas intentaban reducir el eco de las voces juveniles contenidas por esta vez a dos cuadras de su destino.

Mi cita con #Toma la Calle, #22J quedaba atrás, mientras me alejaba pensaba que  en algún momento podremos hallar el espacio para que intercambiemos experiencias de lucha y estrategia, con el ingenio, la indignación que se hace   fuerza incontenible de nuevas mujeres y hombres.

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