
Al nacer este día, decreté que mantendría una mirada atenta y
mayor paciencia para evitar nuevas sorpresas, tras el paréntesis entre el seminario
internacional a 10 años de la CVR [1]
y el costo de mis pasos inestables que me pasó factura de descanso obligado.
Inicié con una sesión de trabajo armónico, acogedor y
prospectivo teniendo como interlocutora a una joven promesa profesional del
país, con quien diseñamos la perspectiva de trabajo, dibujando la convivencia
laboral de una semana bajo el sol abrazador del norte, el aroma de los mangos,
naranjos, bananos y el calor de sus hombres y mujeres.
Tuve un reencuentro, abrazo, disfrute y exposición de nuestros
amores, nudos, preocupaciones, ocupaciones, proyectos con una amiga, disfrutado de
una amistad que trasciende a los tiempos, permitiéndonos el redescubrimiento y
compartir de nuevas agendas y removiendo el afecto de nuestras adolescencias con
los sabores de la madurez.
Sumé gestiones y trámites institucionales para cerrar un periodo
exigente de lecciones, aprendizajes, transiciones y enfrentár sus
extensiones incomprensibles, pero que no logran incomodarme, habrá que
darle tiempo al tiempo será mañana, pasado o la semana que viene, mientras me
acomodo y preparo el ánimo para abrazar lo que venga tal como está atado.
Me aproximé, hundí y emergí
de la masividad emocional en el Ojo que Llora. Siendo parte de la conmemoración colectiva a la
década del primer paso que ensayamos como país para conocer, reconocer, hacer
justicia, reparar y educar alrededor de una de nuestras miserias sociales[2] develadas
tras la violencia política oficializada en dos décadas (1980-90) y a pesar
nuestro se extiende hasta nuestros días, un acto que pese al tiempo, remese
todas las fibras de mi ser e invade. De su significado e implicancias trataré
en otro momento.
Finalmente relajé mis emociones, bajo la cómplice penumbra
nocturna apenas iluminada por llamas
que danzan al centro. Animando mi reencuentro con el ser cómplice, agotadoramente
satisfechos de compartir este tiempo de serenidades donde es posible
ver más allá de lo obvio y apostar por un mañana de esperanza. Una opresión repentina en el pecho me provocan una tos incómoda, e intento explicar, que son muchas
emociones para un día y que ya es suficiente, me despido. A solas, cavilo que mi cuerpo aun no está preparado para trotar al ritmo de
costumbre.
Lo inesperado me llega en casa, a través de un zumbido que se pierde en el tejido
enmarañado de la red. Observo un número desconocido, algo me impulsa a vencer mis
medidas de seguridad de este tiempo como es
ignorar llamadas de contactos no registrados u ocultos.
Marco y me responde una voz familiar es Olga Cadillo, mi prima por la vía materna de los Salazar, anunciándome con tristeza que el tercer Salazar de nuestra generación de origen, dejó de ser parte de esta vida[3]. No sé qué decir... soy socorrida por mi curiosidad cotidiana ¿Dónde está? ¿Qué pasó?, ¿No estaba enfermo?, ¿Ha sido un accidente?, ¿Cuándo ha sucedido? Olga responde brevemente que acaba de tener un paro cardiaco a las nueve de la noche y lo velarán en la casa de la abuela, me disculpo y aseguro que estaré al nuevo día. Cuelgo y automáticamente conecto la muerte del tío Esteban con aquella opresión en el pecho, me digo a mi misma, una vez más no sabes leerte bien.
Marco y me responde una voz familiar es Olga Cadillo, mi prima por la vía materna de los Salazar, anunciándome con tristeza que el tercer Salazar de nuestra generación de origen, dejó de ser parte de esta vida[3]. No sé qué decir... soy socorrida por mi curiosidad cotidiana ¿Dónde está? ¿Qué pasó?, ¿No estaba enfermo?, ¿Ha sido un accidente?, ¿Cuándo ha sucedido? Olga responde brevemente que acaba de tener un paro cardiaco a las nueve de la noche y lo velarán en la casa de la abuela, me disculpo y aseguro que estaré al nuevo día. Cuelgo y automáticamente conecto la muerte del tío Esteban con aquella opresión en el pecho, me digo a mi misma, una vez más no sabes leerte bien.
Esteban Salazar Cadillo, se fue hoy 28 de agosto del 2013, un paro cardiaco marco el fin de sus días a
los sesenta y seis años, tras la ruta de una esposa y una madre que le antecedieron
cuatro y cinco años respectivamente. Una triada que en vida fue sostenida, sólida,
constante, comunicante y férreamente. Superando los desgastes o demasías que suele producirse
entre la convivencia humana.
Saber que el tío Esteban partió,
en momentos que mi agotamiento y lento trajinar son límite para correr y asumir
lo acostumbrado en otro tiempo ante similares situaciones, me frustra centrando
la atención en mi ego. Estado del cual me desprendo cuasi inmediatamente para
dar paso al sentimiento, recuerdo, reflexión y mi modo de procesarlos,
escribiendo, así es como debió iniciar este escrito.
Intento recordar mi relación con el tío Esteban, descubriendo
que se asocia necesariamente con mi abuela Mercedes, Vilma, Manuel, Yolanda, el tío
Juan. Mostrándome que casi nunca pudimos tener oportunidad y/o "tiempo" para
conocer algo más uno respecto al otro en primera persona, porque nuestros
encuentros fueron principalmente colectivos, unidos a grandes acontecimientos
de matrimonios, cumpleaños, vida y muerte.
Su imagen sonriente y afectuosa se llena de contenido a través
de la narrativa de mi abuela, para quien siempre fue el hijo “con mala
suerte” según sus palabras, porque
no alcanzó el “éxito” económico,
social, político, cultural que los otros
cuatro. Para Yolanda, era un típico Salazar más en privado que público, con el
que podía dar la batalla sin perder, en suma buen cuñado. Vilma hablaba de él
como un buen tío amoroso, sincero,
trabajador, honesto, alegre y profundamente humano. Manuel siempre se
refería a él como el tío bueno, confiable, disponible y solidario independiente
de sus propias posibilidades.
A través del tío Juan se asomaba las huellas de una fraternidad adulta y cuasi
extinguida. En su narrativa trascurrían como en un gran teatro las emociones extremadas
por la convivencia en hermandad, aquel
que crece entre dos hombres que han superado las casi dos décadas de diferencia
generacional e historias individuales.
Era su chofer predilecto pero muy contestatario para su gusto. El único en quien
podía confiar para hacer la travesía por las carreteras indomables del interior
del país. En medio de largos viajes era su confidente hasta cuasi confesor,
pero también quien lo mandaba a volar y dejarlo plantado si se acentuaba su pose de oligarca.
Era su coaching en motores,
al único que podía aproximarse dejando de lado su enojo y/o doblegar ese orgullo estúpido de los Salazar, tras la última
escaramuza independiente de quién tuvo la razón: “Es un negro terco” decía,
como si se refiriera a su capataz o a su pongo. Para sonreir inmediatamente señalando: “Tiene
carácter y es un hombre de palabra como todos los Salazar”.
Cuando enfoqué mi recuerdo a mi propia relación, la hallé
escuálida en tiempos y acontecimientos, me dije no es extraño por las
accidentadas y complejas vías de mi relación parental paterna, toda una agenda
para otro momento. Me vi con el tío Esteban en un contexto similar que he de
enfrentar mañana.
Fue durante el velorio de su esposa donde lo abracé por última
vez. Entonces me dijo haberse quedado huérfano por partida doble, primero de su
madre y luego de su esposa [4] cuyos
cuidados y amor fue también de madre para él y la abuela. No sabía cómo haría
para concretar una paternidad voluntariamente asumida de un niño cuasi adolescente y engreido,
sabía que tenía mucho amor, pero que eso no era suficiente para el cuidado y la
formación que exigía. Recuerdo haberle señalado que cada situación nos enfrenta
ante capacidades guardadas que desconocíamos y sólo se revelan cuando es necesario,
que sabría ser buen abuelo y padre solo.
El último recuerdo que guardo de Esteban Salazar tiene aroma a cigarrillo,
velas y corona funeraria, un abrazo en
medio del dolor que le había borrado la sonrisa y espantado la alegría de aquella
mirada traviesa, a cambio se había asentado el brillo congelado de lágrimas que no había terminado de brotar. El
dolor lo envolvía completamente, de pie a cabeza y expelía por sus poros.
La muerte ese acontecimiento trascendental en cada vida, lo había
despojado del soporte humano que lo acompañó, comprendió y sostuvo por más de dos
décadas. Con sólo verlo uno comprendía su orfandad reiterativa, esa
que nos hace conscientes de la soledad ante el mundo que no se detiene ¿Sería este
el sentimiento de ser arrojado a la vida en términos de Heidegger[5], aquél
que endureció su corazón hasta convulsionarlo?, ¿Sería su confrontación con la soledad
en términos de Nietzsche[6] que detuvo
su respiración? ¿Serían su emplazamiento de una paternidad como la desarrollada
por Bonino[7] el que rebasó
su resistencia? ¿Cargó y desgastó en extremo su órgano más sensible que fue su
corazón con el que amó sin límites? Estas y muchas otras interrogantes se me
agolpan intentando racionalizar las causas de su muerte para no dejar espacio a
la tristeza, percatándome que todo es irrelevante
ante la inmutable muerte.
El tío Esteban se fue, es un hecho que ya nada puede revertir,
sólo podemos rastrear su papel en nuestra historia, las herencias de su vida y los
sentimientos que reactiva y crea su partida. Para quienes creemos que hay otra
dimensión donde vamos luego de nuestra estancia en la tierra, viene bien el
recuerdo, la oración y los símbolos de conexión con lo que queda. Encenderé una
vela y volveré a leer lo escrito que en mi caso es un modo de orar, hasta
desprenderme del peso de mis emociones de este día, crear la paz para mi
descanso puesto que mañana será otro, una nunca sabe cuando le toca irse,
está la posibilidad de transitar de la experiencia onírica a otra vida si tu
ángel se descuida, en todo caso es sumomento… Amén.
1] Seminario Internacional Políticas en Justicia Transicional. Diez años de verdad y memoria en el Perú, miradas históricas y comparativas sobre el legado de la CVR.
[2]
Afirmo en plural porque se trata de uno de los tantos acontecimientos producidos
en el país a lo largo de nuestra historia: preinca, inca, colonial,
republicana.
.
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