domingo, 1 de septiembre de 2013

IN MEMORIAM ESTEBAN SALAZAR CADILLO

Ayer 27 de agosto, celebraba virtualmente la presencia de un nuevo Salazar en la tierra a través de Cynthia y  en compañía de Vilma mis primas, transformándonos en  prueba empírica concreta  de la teoría de Bronisław Malinowski respecto a que la familia no suele tener el mismo contenido en todas las sociedades, pero manteniendo nuestra distancia de su intención de ajustarlo al complejo de Edipo concebido en un tipo de sociedad, tiempo y condiciones, que no son las nuestras e incluye nuestro entramado.



Al nacer este día, decreté que mantendría una mirada atenta y mayor paciencia para evitar nuevas sorpresas, tras el paréntesis entre el seminario internacional a 10 años de la CVR [1] y el costo de mis pasos inestables que me pasó  factura de descanso obligado.
Inicié con una sesión de trabajo armónico, acogedor y prospectivo teniendo como interlocutora a una joven promesa profesional del país, con quien diseñamos la perspectiva de trabajo, dibujando la convivencia laboral de una semana bajo el sol abrazador del norte, el aroma de los mangos, naranjos, bananos y el calor de sus hombres y mujeres.
Tuve un reencuentro, abrazo, disfrute y exposición de nuestros amores, nudos, preocupaciones, ocupaciones, proyectos con una amiga, disfrutado de una amistad que trasciende a los tiempos, permitiéndonos el redescubrimiento y compartir de nuevas agendas y removiendo el afecto de nuestras adolescencias con los sabores de la madurez.
Sumé gestiones y trámites institucionales para cerrar un periodo exigente de lecciones, aprendizajes, transiciones y enfrentár  sus extensiones incomprensibles, pero que no logran incomodarme, habrá que darle tiempo al tiempo será mañana, pasado o la semana que viene, mientras me acomodo y preparo el ánimo para abrazar lo que venga tal como está atado.
Me aproximé, hundí  y emergí de la masividad emocional en el Ojo que Llora. Siendo parte de la conmemoración colectiva a la década del primer paso que ensayamos como país para conocer, reconocer, hacer justicia, reparar y educar alrededor de una de nuestras miserias sociales[2] develadas tras la violencia política oficializada en dos décadas (1980-90) y a pesar nuestro se extiende hasta nuestros días, un acto que pese al tiempo, remese todas las fibras de mi ser e invade. De su significado e implicancias trataré en otro momento.
Finalmente relajé mis emociones, bajo la cómplice penumbra nocturna apenas iluminada  por llamas que danzan al centro. Animando mi reencuentro con el ser cómplice, agotadoramente satisfechos  de compartir  este tiempo de serenidades donde es posible ver más allá de lo obvio y apostar por un mañana de esperanza. Una opresión repentina en el pecho me provocan una tos incómoda, e intento explicar, que son muchas emociones para un  día y que ya es suficiente,  me despido. A solas, cavilo que mi cuerpo aun no está preparado para trotar al ritmo de costumbre.
Lo inesperado me llega  en casa, a través de un zumbido que se pierde en el tejido enmarañado de la red. Observo un número desconocido, algo me impulsa a vencer mis medidas de seguridad de este tiempo como es ignorar llamadas de contactos no registrados u ocultos.
Marco y me responde una voz familiar es Olga Cadillo, mi prima por la vía materna de los Salazar, anunciándome con tristeza que el tercer Salazar de nuestra generación de origen, dejó de ser parte de esta vida[3]. No sé qué decir... soy socorrida por mi curiosidad cotidiana  ¿Dónde está? ¿Qué pasó?, ¿No estaba enfermo?, ¿Ha sido un accidente?, ¿Cuándo ha sucedido? Olga responde brevemente que acaba de tener un paro cardiaco a las nueve de la noche y lo velarán en la casa de la abuela, me disculpo y aseguro que estaré al nuevo día. Cuelgo y automáticamente conecto la muerte del tío Esteban  con aquella opresión en el pecho, me digo a mi misma, una vez más no sabes leerte bien.
Esteban Salazar Cadillo, se fue hoy 28 de agosto del 2013,  un paro cardiaco marco el fin de sus días a los sesenta y seis años,  tras la ruta de una esposa y una madre que le antecedieron cuatro y cinco años respectivamente. Una triada que en vida fue sostenida, sólida, constante, comunicante y férreamente. Superando  los desgastes o demasías que suele producirse entre la convivencia humana.
Saber que el tío  Esteban partió, en momentos que mi agotamiento y lento trajinar son límite para correr y asumir lo acostumbrado en otro tiempo ante similares situaciones, me frustra centrando la atención en mi ego. Estado del cual me desprendo cuasi inmediatamente para dar paso al sentimiento, recuerdo,  reflexión y mi modo de procesarlos, escribiendo, así es como debió iniciar este escrito.
Intento recordar mi relación con el tío Esteban, descubriendo que se asocia necesariamente con mi abuela Mercedes, Vilma, Manuel, Yolanda, el tío Juan. Mostrándome que casi nunca pudimos tener oportunidad y/o "tiempo" para conocer algo más uno respecto al otro en primera persona, porque nuestros encuentros fueron principalmente colectivos, unidos a grandes acontecimientos de matrimonios, cumpleaños,  vida y muerte.
Su imagen sonriente y afectuosa se llena de contenido a través de la narrativa de mi abuela, para quien siempre fue el hijo “con mala suerte” según sus palabras, porque no alcanzó el “éxito” económico, social, político, cultural que  los otros cuatro. Para Yolanda, era un típico Salazar más en privado que público, con el que podía dar la batalla sin perder, en suma buen cuñado. Vilma hablaba de él como un buen tío  amoroso, sincero, trabajador, honesto,  alegre y profundamente humano. Manuel siempre se refería a él como el tío bueno, confiable, disponible y solidario independiente de sus propias posibilidades.
A través del tío Juan se asomaba  las huellas de una fraternidad adulta y cuasi extinguida. En su narrativa trascurrían como en un gran teatro las emociones extremadas por la convivencia en  hermandad, aquel que crece entre dos hombres que han superado las casi dos décadas de diferencia generacional e  historias individuales. Era su chofer predilecto pero muy contestatario para su gusto. El único en quien podía confiar para hacer la travesía por las carreteras indomables del interior del país. En medio de largos viajes era su confidente hasta cuasi confesor, pero también quien lo mandaba a volar y dejarlo plantado si se acentuaba  su pose de oligarca.
Era su coaching en motores, al único que podía aproximarse dejando de lado su enojo y/o doblegar ese orgullo estúpido de los Salazar,  tras la última escaramuza independiente de quién tuvo la razón: “Es un negro terco” decía, como si se refiriera a su capataz o a su pongo. Para sonreir  inmediatamente  señalando: “Tiene carácter y es un hombre de palabra como todos los Salazar”.  
Cuando enfoqué mi recuerdo a mi propia relación, la hallé escuálida en tiempos y acontecimientos, me dije no es extraño por las accidentadas y complejas vías de mi relación parental paterna, toda una agenda para otro momento. Me vi con el tío Esteban en un contexto similar que he de enfrentar mañana.
Fue durante el velorio de su esposa donde lo abracé por última vez. Entonces me dijo haberse quedado huérfano por partida doble, primero de su madre y luego de su esposa [4] cuyos cuidados y amor fue también de madre para él y la abuela. No sabía cómo haría para concretar una paternidad voluntariamente asumida de un niño cuasi adolescente y engreido, sabía que tenía mucho amor, pero que eso no era suficiente para el cuidado y la formación que exigía. Recuerdo haberle señalado que cada situación nos enfrenta ante capacidades guardadas que desconocíamos y sólo se revelan cuando es necesario, que sabría ser buen abuelo y padre solo.
El último recuerdo que guardo de Esteban Salazar tiene aroma a cigarrillo, velas y  corona funeraria, un abrazo en medio del dolor que le había borrado la sonrisa y espantado la alegría de aquella  mirada traviesa, a cambio se  había asentado  el brillo congelado de lágrimas que no había terminado de brotar. El dolor lo envolvía completamente, de pie a cabeza y expelía por sus poros.
La muerte ese acontecimiento trascendental en cada vida, lo había despojado del soporte humano que lo acompañó, comprendió y sostuvo por más de dos décadas. Con sólo verlo uno comprendía su orfandad reiterativa, esa que nos hace conscientes de la soledad ante el mundo que no se detiene ¿Sería este el sentimiento de ser arrojado a la vida en términos de Heidegger[5], aquél que endureció su corazón hasta convulsionarlo?, ¿Sería su confrontación con la soledad en términos de Nietzsche[6] que detuvo su respiración? ¿Serían su emplazamiento de una paternidad como la desarrollada por Bonino[7] el que rebasó su resistencia? ¿Cargó y desgastó en extremo su órgano más sensible que fue su corazón con el que amó sin límites? Estas y muchas otras interrogantes se me agolpan intentando racionalizar las causas de su muerte para no dejar espacio a la tristeza, percatándome que todo es  irrelevante  ante la inmutable muerte.
El tío Esteban se fue, es un hecho que ya nada puede revertir, sólo podemos rastrear su papel en nuestra historia, las herencias de su vida y los sentimientos que reactiva y crea su partida. Para quienes creemos que hay otra dimensión donde vamos luego de nuestra estancia en la tierra, viene bien el recuerdo, la oración y los símbolos de conexión con lo que queda. Encenderé una vela y volveré a leer lo escrito que en mi caso es un modo de orar, hasta desprenderme del peso de mis emociones de este día, crear la paz para mi descanso puesto que mañana será otro, una nunca sabe cuando le toca irse, está la posibilidad de transitar de la experiencia onírica a otra vida si tu ángel se descuida, en todo caso es sumomento… Amén.


1] Seminario Internacional Políticas en Justicia Transicional. Diez años de verdad y memoria en el Perú, miradas históricas y comparativas sobre el legado de la CVR.
[2] Afirmo en plural porque se trata de uno de los tantos acontecimientos producidos en el país a lo largo de nuestra historia: preinca, inca, colonial, republicana.
[3] Hace casi cinco un quinquenio lo hizo el segundo Moisés quien me heredó lo único que conocí de él su linaje, con esta dimensión de mi vida.

[4] La abuela falleció  a los días de cumplir 92 años que festejó con doble torta.  Idelsa la esposa del tío Esteban  hizo al año siguiente

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