Son diez para las ocho de la
noche e ingresé al quirófano. Es mi
primea vez, sólo había visto
operaciones quirúrgicas de película,
cerrando los ojos o haciendo zapping
cuando mostraban escenas crudas o de humor negro. Estoy sobre una mesa verde y
me dejo llevar por las olas de la mar de Pozo de Lisas, el sol brilla mientras
un rostro desde el infinito me sonríe.
Todo lo vivido en estos once días, sin duda es capítulo aparte, pueda que me anime a escribir cada dimensión en algún momento.
Aquí trataré de volcar, los signos y hechos que anteceden la situación actual, aquello experimentado en el momento del accidente, el hacerme consciente de mi condición y estado hasta la consciencia de ser una paciente.
El papel de mis
ángeles, arcángel, sanador/as, hadas madrinas.Las caras y adversos de la amistad. La percepción de cada día vivido y compartido desde mi inmovilidad animada.
Convivencia entre la inmobilidad
En la habitación para tres camillas de la clínica donde fui a parar tras mi accidente, hacia mi lado izquierdo se sucedieron
tres compañías en once días, una a una, con sus redes, ritos, mecanismos y
prácticas para moverse en el sistema de salud contra accidentes. Primero una mujer mayor que sobrevivió a ser
arrastrada por un micro, luego dos mujeres jóvenes alrededor de veinte años, una detás de la otra. La primera por gastritis aguda y la segunda sobreviviente de un accidente
interprovincial. A mi diestra estaba Kattya también de veinte años, a quien encontré y dejaré al
salir de alta, también por accidente de tránsito, cuya compañía me permitió transitar una experienci en manos de las/os trabajadores de la salud, con quién logramos sincronizar nuestras necesidades y estados de vigilia.
Aquello que me
faltaba de gestos provenientes del sur hasta antes del accidente, lo he hallado en estos días aquí, completamente detenida a
través de la compañía, el drama y las extensiones de mis compañeras de cuarto.
En esta otrora habitación exclusiva de la Clínica Internacional que hasta fines
de los noventa del siglo XX fue sede de la embajada de Estados Unidos.
Sigue siendo anónimo, un señor mayor golpeado en la cabeza, salió de alta al segundo día de mi ingreso donde estaba dopada. He tendido nuevas redes con Sara Flores, Pamela López y su abuela Isabel Cuadros, procedente de Huamanga que viene a animarla. Pamela es una de las víctimas del choque de Cañete entre un bus de Soyuz con un tráiler, que por milagro y no otra cosa, sufrió una herida en una pierna con los vidrios de una ventana, aun así enfrenta cirugías exigentes, su novio que venía a su lado murió en el acto. Kattia Chauca Salazar -hasta podría ser mi pariente por eso de los apellidos-, fue atropellada por un camión a inicios de febrero, tiene una herida expuesta, ha experimentado tres cirugías y tiene pendiente otras. La visitan su joven esposo, una señora que yo creía su madre, era su suegra. Me contó que su madre era migrante de Tingo Maríay su padre de Huánuco, a quienes nunca vi en los días compartidos.
Sigue siendo anónimo, un señor mayor golpeado en la cabeza, salió de alta al segundo día de mi ingreso donde estaba dopada. He tendido nuevas redes con Sara Flores, Pamela López y su abuela Isabel Cuadros, procedente de Huamanga que viene a animarla. Pamela es una de las víctimas del choque de Cañete entre un bus de Soyuz con un tráiler, que por milagro y no otra cosa, sufrió una herida en una pierna con los vidrios de una ventana, aun así enfrenta cirugías exigentes, su novio que venía a su lado murió en el acto. Kattia Chauca Salazar -hasta podría ser mi pariente por eso de los apellidos-, fue atropellada por un camión a inicios de febrero, tiene una herida expuesta, ha experimentado tres cirugías y tiene pendiente otras. La visitan su joven esposo, una señora que yo creía su madre, era su suegra. Me contó que su madre era migrante de Tingo Maríay su padre de Huánuco, a quienes nunca vi en los días compartidos.
Kattya |
El 14 de febrero del 2012 adquirí mi
condición de víctima en un accidente de tránsito, cubierta por un sistema de Seguro Obligatorio contra
Accidentes de Tránsito (SOAT), por esa magia de los milagros me condujo a una
clínica y no a alguno de los hospitales públicos, de haber sido lo
contrario, seguramente serían otros los resultados que contienen este registro.
Hasta el momento puedo afirmar
que la atención obtenida en mi condición de impedida y paciente no tiene nada
que envidiar a lo logrado en las clínicas más costosa que pululan por toda la avenida el Polo, cuya ubicación seguramente hubiera
facilitado la fluidez de ese lado de
mis amistades, quienes una a una se
excusaron por la distancia. Algunos enfermaron parientes, otros celebraron contratos impostergables,
las más oraron y me desearon mejoría, seguro que Dios atenderá sus plegarias
porque van a misa sin falta, colaboran
con toda obra de caridad y sus diezmos son los más notables, pero sobretodo, me
aman mucho si estoy feliz, disponible y aporto a sus proyectos.
A ellos se han sumado los saludos
de mis colegas y amigos/as académicos, políticos/as, militantes de las
calles, que por vacaciones
disfrutan de alguna playa al sur o norte, encontrándose demandadas/os de tiempo como para darse
el trote de manejar hasta el centro de Lima en medio de un verano infernal como este. Pero
siempre hay excepciones, esas ha sido marcadas por mis dos amigas del Grupo X,
mostrado que ante impedimentos, cuento con tres de cinco vértices unidos, eso es
bueno, te permite distinguir con quien te diviertes y con quien sufres.
En el mundo de las objetividades y las simbologías, en estas cosas como en todo hecho social uno tiene que ubicarse. Un impedido(a) físico requiere de buenos deseos, puesto que es el paciente quien únicamente padece el proceso de una situación como esta. Por ello se explica que haya sido desbordada de hermosos mensajes, PPT y por supuesto de muchas flores que he debido compartir con otras habitaciones, era una lástima concentrar tanta belleza en un solo ambiente, más aun impedir que fluya la intención y buena vibra con el que venían inspirados. Agradezco a la vida, por contar con colegas tan buena onda.
El valor agregado de mi hospitalización céntrica, proviene de aquello que ha sido el eje de mi
vida -sostenida laboral y/o
voluntariamente-, la formación y compartir con mujeres de la zona norte, este y
centro de Lima. Esta situación ha vuelto a reencontrarme con ellas. Anudado
lazos de solidaridad como en los viejos tiempos. Con las DesdeNos, su construida sorpresa les
produjo más sorpresa a ellas que a mí,
si embargo, evidenciando que este tiempo compartido ha permitido fortalecer afectos y amor colectivo.
Y qué decir de mi familia ese núcleo de cinco extendido a ocho, es en este
tiempo donde se han estrechado, distendido, esclarecido y fortalecido nuestros
lazos, la forma de ser y amarnos como sólo nosotros sabemos hacerlo, hoy más que ayer sé con quienes son nuestros referentes en tiempos de crisis, cuya reflexión, requieren un espacio propio.
Mis ángeles y arcángel
En este punto provoca
concentrarme en el noveno día enlazado con el décimo, que corresponde a mi
operación quirúrgica para reconstruir la fractura múltiple de mi pie izquierdo
con seis clavos, seis tornillos y una placa de platino.
Escribo para para compartir con quienes se manifestaron y enviaron buenos deseos o han circulado todos estos días
mostrándome su amor, animándome y llenándome de energía positiva. Para quienes no se han enterado, será una
forma de estar informadas(os)
para cuando volvamos a hallarnos, toquemos otros detalles y no los de este tiempo. Especialmente para quienes me animan a escribir, esta es una oportunidad para darles gusto en primera
persona.
Nunca antes había sido intervenida, aun cuando a los seis
años de edad, por majadera, me
extrajeron arena del ojo izquierdo que bien pudo ser sólo un tratamiento
mecánico, hecho que impedí exagerando
mi dolencia. Registrando de aquello, la nefasta
experiencia en el uso de sedante por la vía oral, donde te piden que respires mientras te
ahogas, mi primera constatación de la contradicción entre el mandato y resultado.
Ahora que lo pienso, podría hallarse en esta experiencia un hilo del entramado donde se sustenta mi rechazo a cualquier tipo de cirugía, aun cuando he contado con más de una orden imperiosa para ello. Por increíble que parezca para quien se mueve en el mundo de los hechos y la objetividad profesional, mi humanidad cotidiana, permanece impregnada del espíritu abierto a diversas alternativas de salud. Antes de extirparme algo en el 2003 me inicie en la magnetoterapia a través del cual lo superé, de pasó me liberé de otras afecciones crónicas como la gastritis, pero principalmente amplié la tolerancia hacia mi subjetividad y otras subjetividades.
Volviendo a los momentos previos
de mi operación, todo el trayecto del segundo al quinto piso, fui conducida por dos técnicas, que a estas alturas, conocían todos mis pudores en sólo nueve días de
convivencia mucho más que mi madre. Fuimos acompañadas hasta cerrar la puerta de ingreso al área de cirugía,
por un cuarteto de tres mujeres y un hombre: Lucy, Rosanna, Vilma y Rodrigo.
Rosanna, es aquella amiga que la vida te coloca como
al azar, pero que sin duda ha de estar
contigo cuando menos lo esperas,
venciendo sus propias urgencias y emergencias; quien mejor que yo para saber de
ellas y resignarme cuando dejamos que el tiempo imponga ausencias o contrariamente, disfrutar al máximo compartires entre periodo y periodo, ocupando un completo fin de semana, donde construimos miles de
proyectos para desaparecerlos cuasi inmediatamente que tomamos propios rumbos. A Rossana me une, no la
ideología, tampoco el trabajo, los proyectos, la profesión, los amores, opciones, espacios coincidentes, barrio, extracción
social, etc. referentes usuales de amistad... Ambas estamos seguras que nos une, nuestras vidas pasadas, puesto que ha sido el universo quien nos unió.
Compartimos la condición de ser
mujeres parte de dos siglos, nuestra renuncia temprana a ser víctimas o
victimarias, la posibilidad de reírnos de nosotras mismas, el modo de reconocer
errores y aciertos, dándonos la mano, animándonos donde termina la fortaleza de
una y empieza la capacidad de la otra.
Sin medias tintas ni ambages, pero principalmente sin intentar
cambiarnos una a otra, sin perder el interés en la opinión de la otra. Aceptándonos, reconociéndonos, valorándonos y
respetándonos tal como somos.
Condiciones suficientes como para
hacerse parte de este momento conmigo, sin esperar yo y prometérmelo
ella.
Lucy, mi hermana menor, sintetiza esa identidad de mujer que nos cuesta tanto entender,
deconstruir y seguir. Con seis años de
edad menor a mí, fue mi primera muñeca –nunca me gustaron las muñecas y mi
sabio padre me proporcionó juegos que avivaron otras habilidades-, luego mi
hija-hermana. Hoy es mi amiga, madre, cómplice, socia, chef predilecta, sanadora
efectiva, boticaria surtida, enfermera, administradora, corresponsable del
cuidado de mamá, arquitecta, pintora, coordinadora de evento para animar mi medio siglo. Fiel guardiana de
la moral, los valores y ciudadanía comprometida. Co-madre compartiéndome a su único hijo Rodrigo, seguro que con su cuota humana de re-celo pero con total
desprendimiento y generosidad que sólo
una hermana que se ama a sí misma y te ama bien, puede hacerlo, sin dudar un
segundo de aquello que le corresponde en
su múltiple faceta.
Vilma, mi prima hermana paterna, es un símbolo del
parentesco que trasciende al linaje. Siempre he creído que uno no elige a los
parientes, sólo los acepta, anima, comparte, parte, reparte cada acontecimiento
trascendente del ciclo de vida nacimiento, alianzas y funerales. En
situaciones de protección a la salud mental,
uno los sitúa como parte del paisaje y el clima, ni lejos que te enfríe
o cerca que te quemen.
Con Vilma me sucede eso que una sueña de los parientes más sublimados: abuela,
abuelo, tío o tía preferida. Donde encuentras refugio, amor, confianza,
admiración, gusto y regusto de estar juntas. Con quién no hay secretos, entre nos, la verdad fluye, para creer y confiar basta
nuestra palabra, sin necesidad de mirarnos a los ojos puesto que a veces lo hacemos desde el otro lado del globo. Cuando hablamos lo hacemos hasta
recibir la aurora riéndonos a coro o a veces con largos silencios cuando ingresamos
a las confesiones. Será porque no fueron nuestros padres quienes se ocuparon de
animar este parentesco, sino nuestra propia necesidad de ser.
La
conocí dos días después de haber celebrado sus diez y seis años por partida doble. Siendo dos años mas joven que yo,
despertó abruptamente en esa fecha a la responsabilidad de conducir una familia de nueve
personas sin más herramientas que su experiencia de hermana mayor –desde su
tercera posición en la lista-. En mi caso, jugaba a ser madre soltera sin
haberme percatado de ello.
Durante quince años nos hicimos mujeres, madres putativas, ciudadanas, trabajadoras de mil oficios una al lado de la otra, enlazando nuestras vidas con tal solidez, que
ni siquiera un continente de por medio nos desdibujara. Retornó cuando a su
maternidad putativa, la muerte le arrancó un hijo,
volviéndonos a juntar en esas condiciones para aprender a compartir el dolor. Gracias a Dios, que ha
decidido quedarse para enfrentar sus propios elefantes blancos.
Rodrigo, mi hijo compartido de
diez y siete años, debido a su condición de sobrino, ahijado, asistente,
compañero cinéfilo, crítico, interpelador, asesor de compras y consejero
financiero. Es el único que puede hacerme desistir de esa tentación para satisfacer el consumo o dar por dar,
recordarme que si una no se ama primero nadie lo hará, que tu calidad de vida
redunda en mejores condiciones de
colocarte al servicio real de los demás y no recubrirlos con la doble moral de
“labor social con impacto personal”.
Suele ser de tanto en tanto, mi alter ego y siempre que esto sucede me recuerda el
sincretismo de prácticas, valores y relaciones humanas inculcadas por su
madre, padre y un granito de mi disfrute.
Janet, mi hija, seguro que estará subiendo las escaleras
porque la hora de mi cirugía se adelanto. Cada vez que la veo admiro en ella esa capacidad para hacer simultaneidades a mil por hora y acertar,
pueda que se deba a la energía de su juventud o la prueba tangible de que una puede hacer que la planificación,
estrategia y eficiencia sea encarnada. En ese sentido debo revalorar mi aporte en organizar sus lecturas infantiles, invertir año a año en ensayo de
proyectos, planificar y llevar una agenda, en
tiempos donde no era posible pensar más allá del día siguiente como fueron los noventa.
Estas personas que he
tratado de dibujar brevemente, fueron mis ángeles y arcángel acompañándome ante el episodio que intento
registrar, para exorcizar mis demonios y reivindicar a mis seres de
luz que han circulado y permanecido junto a mí en el día a día.
La Tetraktys y sanadores
Rosanna se coló al ascensor
sosteniendo mi mano, Lucy, Vilma y Rodrigo nos ganaron por la escalera, me
abrazaron, besaron y animaron hasta que la puerta del área de operaciones se
cerró tras la camilla, aún así me pareció ver un destello brillante en los
cuatro pares de ojos, no quise mirar más,
como no quise hacerlo luego del segundo siguiente del accidente, al ver el muñón de mi
tibia y pie izquierdo colgando, pueda que esta vez no me salga el quejido de
ese momento y si las lágrimas que me faltaron.
Entre el pasillo y la sala
de operaciones esperamos quince minutos, tiempo donde pude percibir la
humanidad en apuros de Jenny, la técnica que me conducía, quien no
había tenido un espacio para vaciar su propia vejiga, urgida en atender a nuestras cuarenta y cinco vejigas del segundo piso. La salvo del
accidente inminente, dos médicas jóvenes que revisaron en detalle cada punto y
documento del protocolo, insistiendo alrededor de mis alergias y probables causales de riesgo
quirúrgico. Haciéndome pensar y dejar de sentir, advirtiendo que estaba
rodeado de una numerología recurrente de diez, la tetraktys, la nueva unidad.
Introdujeron mi camilla de cabeza, a la sala de operaciones
propiamente dicha, miré hasta donde
alcanzaba mi visión de cúbito dorsal, una posición también nueva en mi vida, permitiedo concentrar mi foco de atención
al cielo raso de todo espacio por el cual me despazaban, ese que pocas veces tomamos en cuenta, salvo si nos hallamos a
campo abierto en una noche clara de
verano o en las alturas de los andes cuyo cielo tachonado de estrellas impide que lo
ignoremos.
Miré una habitación verde con techo blanco donde destacaban
grandes reflectores circulares, a mi
izquierda, una mesa estándar también verde. Tan pequeña cuasi de medio metro de
ancho y dos de longitud. Un espacio donde quepa todas las humanidades
independientes de quienes son, de donde vienen, por qué razones y
urgencias.
Esa mesa me hizo reflexionar que en verdad, son muy pocas cosas las que necesitamos cuando estamos en
situaciones extremas, como había sucedido en esos nueve días con mi vida: un
espacio de tres metros cuadrados, una camilla menor a una plaza de ancho, con ruedas y rejillas –que
importante se me ha hecho una cama cuna en mi medio siglo de vida-, la mesa de
noche, una silla y mesa graduable de
una sola pata que sirve de comedor, lavadero y escritorio desde donde registro
en este momento.
El valor de todo lo tangible a
que un(a) ciudadano(a) de la aldea global aspira, se estresa y destroza en una
vorágine de ansiedades: casa,
departamento de playa, casa de campo, carro, piscina, club, banco, oficina,
mejor si avión o isla particular, dejan de tener sentido. Y los que se tienen
como centro lo intangible: la gloria, fama, éxito, distinción, poder y por decorado lo tangible. Todo ello se difumina, cuando nos miramos descarnadamente
ante nuestra humanidad impedida. Aflora en este estado todo lo que somos,
necesitamos y transformamos física,
biológica, fisiológica, social, cultural, simbólica y espiritualmente.
Me rescató de mis cavilaciones la
voz de la médico asistente, pidiendo autorización para iniciar el procedimiento al "mejor anestesiólogo del país", el
Dr. Rodolfo Díaz Espinoza, a quien no podía distinguir porque estaba hacia mi cabecera. Con su
autorización y mi propio desplazamiento auxilada por mi pie derecho, fui trasladada a esa pequeña mesa de cirugía
donde las películas policiales y de criminología muestran cuerpos inertes.
Observé sobre mí, los reflectores más potentes de la habitación. Bajo mi cuerpo sentí la dureza y frialdad de una camilla cual altar de piedra para ancestrales ritos de sacrificio. En la pared del frente un reloj circular de los años cincuenta de un siglo que ya no existe, marcaba diez para las ocho, añadiendo un diez más a los cuatro que descubrí en el trayecto. En la superficie de una mesa angosta muchos frascos ennegrecidos, ámbar, blancos y azules. Hacia el lado izquierdo debajo del reloj, un botiquín añejado, testimonio del tiempo de existencia del edificio y sus usos.
Observé sobre mí, los reflectores más potentes de la habitación. Bajo mi cuerpo sentí la dureza y frialdad de una camilla cual altar de piedra para ancestrales ritos de sacrificio. En la pared del frente un reloj circular de los años cincuenta de un siglo que ya no existe, marcaba diez para las ocho, añadiendo un diez más a los cuatro que descubrí en el trayecto. En la superficie de una mesa angosta muchos frascos ennegrecidos, ámbar, blancos y azules. Hacia el lado izquierdo debajo del reloj, un botiquín añejado, testimonio del tiempo de existencia del edificio y sus usos.
Intenté mirar hacia mi derecha e
izquierda, las dos jóvenes mujeres me lo
impidieron, una a cada costado. La de mi izquierda tomó mi mano y la estiró, percatándome que en esa camilla a modo de
altar de vida y muerte había dos extensiones donde los brazos descansaban, dibujando
la imagen de un cuerpo crucificado. Nunca pensé que de este modo reeditaría el suplicio de Cristo en propia
versión y formato femenino.
Mientras la doctora me conectaba
a una serie de cables, se aproximó la voz del Dr. Díaz, finalmente pude verlo
vestido de verde. Una desconfía siempre de los anestesiólogos, por el rol
particular que juegan en cada caso exitoso o fracaso de intervenciones
quirúrgicas. El no era la excepción lo miré y como respuesta me preguntó de
golpe a cerca de Ilo, retomando el origen de mi alergia a la penicilina, que
horas antes anotó.
Ilo un nombre de lugar que en ese instante fue mágico mostrándome que cerca podemos estar de personas aparentemente tan extrañas y desconocidas. Esto sucedió entre ambos, con una década de diferencia, teniendo como marco, esa pequeña caleta de pescadores que él conoció en los ochenta y el pequeño pueblo pujante donde yo viví, durante el primer quinquenio de los noventa. Mientras me colocaba la anestesia intravenosa, descubrimos que vivimos, bebimos, degustamos, disfrutamos y recorrimos los mismos lugares coincidiendo en preferencias. Hablamos de los frutos del mar disfrutados en el mismo restaurant, quien sabe si en la misma mesa, aquella que te permite ver el horizonte azul y enormes barcos que día a día se llevan el cobre y la plata del Perú, mientras explotan en tu boca cada bocado de dioses.
Ilo un nombre de lugar que en ese instante fue mágico mostrándome que cerca podemos estar de personas aparentemente tan extrañas y desconocidas. Esto sucedió entre ambos, con una década de diferencia, teniendo como marco, esa pequeña caleta de pescadores que él conoció en los ochenta y el pequeño pueblo pujante donde yo viví, durante el primer quinquenio de los noventa. Mientras me colocaba la anestesia intravenosa, descubrimos que vivimos, bebimos, degustamos, disfrutamos y recorrimos los mismos lugares coincidiendo en preferencias. Hablamos de los frutos del mar disfrutados en el mismo restaurant, quien sabe si en la misma mesa, aquella que te permite ver el horizonte azul y enormes barcos que día a día se llevan el cobre y la plata del Perú, mientras explotan en tu boca cada bocado de dioses.
Personalmente tengo limitada
preferencia de alimentos marinos, sin embargo en Ilo, descubrí las distintas
formas de apreciar cada uno de sus
platos gourmet estilo pueblo marino. A cocinar el fresco y barato lenguado que
en Lima del siglo XXI supera los cincuenta nuevos soles el kilo (18 dólares), mientras
que en Ilo, durante mil novecientos noventa y tres al seis, podía adquirirse uno mediano independiente
del peso, a cinco nuevos soles (1.8 dólar), inspiándome en mis pininos de
parrillas, salados, horneados y sudados. Nunca me atreví a hacer ceviche, porque justamente soy exigente, sólo me animo con el mejor y estaba más que segura que
haciendo ceviche era perfecta degustadora.
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CEOP Ilo |
Un espectáculo propio
correspondía a aquel lobo marino del muelle, distinto a sus congéres de Punta
de Coles, quienes ante la presencia
humana se desesperaban y hasta despeñaban. Este tenía unos ojos de perro
chihuahueño, marrón oscuro y enorme, con
unos bigotes largos que agitaba cada vez
que se acercaba a alguien. Con su lento desplazamiento movía sus más de
cien kilos, de un lado al otro a lo largo
del muelle esperando la ración que cada expendedora le proporcionaba.
La voz del Dr. Díaz me alejó del
muelle para juntos recorrer las playas del norte, de su fracaso de pescador, el
papel de su mentor médico Julio Díaz Palacios, en tiempos donde aquél dejaba de serlo para transformarse en el primer
alcalde de Ilo. Hablamos de Rosa Pacheco a quien ambos conocimos, que
fue mi enlace y espejo a través de quien me aproximé a esa realidad.
Prontamente en esos diez minutos similar a una consulta médica en
el seguro social, me encontré con esté
medico que acompañaría mi operación, a manos de quien quedaría mi halito de vida y cuerpo
inanimado.
Cuando se aproximó el cirujano
Pablo Chávez, ya había abandonado mi rol de una paciente inerte y pasiva, al
punto que subraye: "No se olvide que se trataba de operar mi pie izquierdo y no
el derecho". Sonrió y comprendí que me vio dueña de la situación asegurándome que todo saldría
bien. Será por eso que cuando la conciencia empezó a ceder y emergía mi
inconsciencia, les dije a ambos que me dormiría mecida por las olas de la mar
de Pozo de Lisas y la inmensidad del amor de Dios como la mar. Así sucedió… me vi mecida por esas olas
azules, frías y transparentes mientras el sol brillaba fuerte como suele hacerlo
en este tiempo y miré el firmamento hasta
creer que vi el rostro sonriente de Dios y me dejé llevar en paz.
El calor humano cual hálito de vida
El calor humano cual hálito de vida
Una voz femenina me llama:“Señora la operación ya terminó, todo salió bien”. Siento algo en la boca, una presión en el pecho, intento toser y ella me dice: “¡Empuje con la lengua!”. Así lo hago, es un tubo que extrae de mi boca. Despierto a ese dolor que me invade y trae de golpe la consciencia. Los sentimientos suelen ser inexplicables, porque cada quien los vive única y personalmente. En este caso, mi dolor se concentraba en mi pie izquierdo y se apropiaba de todos mis sentidos.
Había olvidado aquel dolor del momento de la fractura, mas ella volvía a mí para invadirme, extendiéndose a todo mi cuerpo. Un dolor semejante a ese que uno padece en el preciso momento de la mayor flexión que se produce con una torcedura de pie, sólo que en esta oportunidad, ese dolor lacerante, punzante y que te doblega. Lo sentí constante, creciente, invasivo. Con voz dolorosamente ronca alcancé a decir: “¡Me duele!”. La voz de mujer me dijo: “Del uno al diez ¿Cuánto le duele?”. ¡No sé porqué dije ocho y no diez!, pueda que esperara un dolor mayor. Me dijo: “No se preocupe, ya va a pasar, acabo de colocarle este analgésico que poco a poco la aliviará”. Abrí los ojos y mire a lo alto una bolsa de suero y analgésic, conectada a mi brazo izquierdo y sentí una nueva presión en el lado derecho.
Había olvidado aquel dolor del momento de la fractura, mas ella volvía a mí para invadirme, extendiéndose a todo mi cuerpo. Un dolor semejante a ese que uno padece en el preciso momento de la mayor flexión que se produce con una torcedura de pie, sólo que en esta oportunidad, ese dolor lacerante, punzante y que te doblega. Lo sentí constante, creciente, invasivo. Con voz dolorosamente ronca alcancé a decir: “¡Me duele!”. La voz de mujer me dijo: “Del uno al diez ¿Cuánto le duele?”. ¡No sé porqué dije ocho y no diez!, pueda que esperara un dolor mayor. Me dijo: “No se preocupe, ya va a pasar, acabo de colocarle este analgésico que poco a poco la aliviará”. Abrí los ojos y mire a lo alto una bolsa de suero y analgésic, conectada a mi brazo izquierdo y sentí una nueva presión en el lado derecho.
Pasee la mirada hasta donde me
permitía mi posición de inmovilidad, al
fondo izquierdo había un reloj que marcaba diez para las doce, había estado
inconsciente cuatro horas. A mi costado derecho sobre una mesa similar a la que
me colocaron para la operación estaba el cuerpo desnudo de un hombre con vendas sangrantes.
Lo miré y sentí frío, mucho frío, por mí, por él. En ese instante me percaté que yo estaba sombre mi camilla. Un pito empieza a sonar, siento una mano que me frota el brazo mientras me dice: “¡Señora respire!… ¡Respire profundo!”. Intento respirar, recordar mis sesiones de meditación y relajamiento, pero cuán dolorosamente difícil se me hace.
Lo miré y sentí frío, mucho frío, por mí, por él. En ese instante me percaté que yo estaba sombre mi camilla. Un pito empieza a sonar, siento una mano que me frota el brazo mientras me dice: “¡Señora respire!… ¡Respire profundo!”. Intento respirar, recordar mis sesiones de meditación y relajamiento, pero cuán dolorosamente difícil se me hace.
Empecé a respirar profundo,
intentando distraer mi mente de aquel
dolor que no había disminuido un ápice. Inspiré y expiré, me dolió el pecho mientras oí mi voz tan extraña diciendo: “Tengo frío”,
sentí un nuevo peso como de una madera sobre mi cuerpo y una voz me
dijo: “¡Ahora estará mejor, respire, no deje de respirar!”. Nunca imaginé que
costara tanto respirar, pensé que si me concentraba en respirar, el dolor se alejaría,
lo hice una, dos, tres… y creí que había alcanzado un ritmo, pero vuelve a sonar
el pito, la voz está vez
distante, desde algún lugar de la habitación exclama: “Señora respire, respire,
no puedo estar con usted todo el momento”.
Nuevamente me esfuerzo por
respirar, vuelvo la mirada al lado derecho y logro sentir mi
brazo, aun cuando no podía mover ningún músculo. No había nadie, intenté mirar
al frente y sólo vi una línea blanca, adiviné una camilla en el pasadizo a
punto de salir. Mas adelante, sabría que se trataba de Kattia mi compañera de cuarto, quien fue programada para las once y debió esperar hasta la una de la
mañana, porque se antepuso una
emergencia a su intervención. Moví la cabeza de un lado a otro y el pito sonó
otra vez. Me dije a mi misma: “No soy yo, estoy
respirando”. La voz se acercó y logré
ver su rostro, era una joven delgada, con lentes blancos.
Saqué fuerzas de donde no tuve y
le pregunté: ¿Cómo se llama?, dijo
llamarse Blanca, respondí: "Es la
cuarta blanca en mi vida". Sonrió y el calor volvió a invadirme, me preguntó por
las otras Blancas y le conté: “Mi amiga Blanca Sánchez del barrio, Blanca Merino de
las calles y Blanca López del trabajo”.
Sonrió nuevamente me dijo que coincidentemente ella también era Blanca
López. Le dije que mi amiga Blanca López, coordinaba la universidad de la
experiencia en la PUCP y ella respondió que
justamente pensaba entrevistarla porque venía realizando una especialización en
gerontología. Le dije que fuera a buscarla y le contara que estuvo conmigo y
ahuyentó mi frio aunque no alivió mi
dolor en la Unidad de Cuidados
Intensivos (UCI). Sonrió y me preguntó del uno al diez cuánto dolor tiene le
dije: “Siete”. Respondió: “Cuando
termine de bajar todo el analgésico por sus venas le colocaré otro
resista”. Le sonreí y ella colocó una
almohada bajo mi cabeza, permitiéndome una mejor visión.
Ingresó una mujer vestida de
verde, pidiendo el espacio donde me
encontraba, Blanca le respondió que aun estaba con dolor y no había acabado de
ingresar el analgésico. La médico le
dijo: “¡Llame a su piso que vengan por ella, el dolor se lo atenderán en su
piso!”. Blanca asintió, la médico salió.
Eran la una y media de la mañana en ese frio ambiente, Blanca se acercó y me dijo: “No se preocupe
demorarán en recogerla el tiempo que tarde en terminar de ingresar el
analgésico, concéntrese en respirar”.
Respiré y pude mover mis manos,
el calor volvió a mi cuerpo, algo se
movió a mi costado izquierdo, miré ahora con mejor posición, era aquel hombre joven que miraba su brazo vendado
ensangrentado, moviéndose y agitándose.
Su cabeza totalmente vendada y su torso desnudo ensangrentado. Blanca se acercó con algo y él vomitó, ella
le dijo: “Con calma Santos, ya está mejor”. Se recostó cerró los ojos, sumiéndose en un estado
confuso de sueño o muerte. Tras de él oí
un quejido de alguien que no alcanzaba a ver,
esto me hizo consiente que estaba en mejor situación de abrigo aun
cuanto compartíamos el padecimiento del dolor,
sólo debía respirar, total el dolor cuando se instala no puede ser mayor
de lo que es, aun cuando sintiera que tiraban de mis tendones desde
bajo la rodilla hasta la punta de los dedos y temblaba por voluntad propia.
El timbre volvió a sonar
simultáneamente al reingreso de la médico que esta vez con energía
telefoneó personalmente al segundo piso,
pidiendo que vinieran por mi y Santos. Luego se acercó a mí y me miró, se
acercó al botón del respirador y dijo: “No creo que sea usted porque se la ve
bien, seguro que el timbre se malogró”. Le sonreí y dije: “Doctora debe estar
cansada”. Me miró en silencio detrás de la mascarilla, adiviné a una mujer
endurecida en las lides con la muerte para mantener la vida, sea de día o de noche,
provocándome profunda lástima y comprensión su enojo, en medio del cual me encontraba
sin siquiera proponérmelo. Se alejó en silencio y quizás con furia, dejando tras de sí una puerta mecida en su eje trascsus pasos o quizás sólo su impaciencia ante una nueva batalla.
Blanca se aproximó y me dijo: “No
se preocupe, ahora estará mejor, le podré una subcutánea”. Así lo hizo, saqué
la mano derecha como para medir mi
movimiento, me preguntó si quería que me deje su manta, lo pensé y le dije:
“No, seguro necesitaría para quien
ingrese y sientan tanto frio como yo, en
mi piso me abrigarán”, le agradecí
sobre todo haber hablado conmigo.