viernes, 23 de marzo de 2012

DESTIEMPO

Cuantas veces al día insistimos hacia adentro que no tenemos tiempo. De tanto repetirlo no sólo estamos convencidas/os, también lo expresamos para establecer nuestras relaciones y el decreto en el devenir de nuestro día a día.
Todo es urgente antes que contemplar el brillo del verano o la lluvia de invierno, el vuelo de un ave, despertar de una flor y revoloteo de mariposas en primavera. La madurez de un fruto o desprendimiento de hojas en otoño.
Nos falta tiempo para advertir un rostro, descubrir su estado, tomar la mano que se extiende o dejarse abrazar de amor espontaneo. Menos aún mirar el fondo de otros ojos porque causa espanto, es preferible contemplar viejas o nuevas fotos inertes.
Estamos tan urgidas/os, que dejamos de disfrutar la textura que da contenido a nuestro sentido del tacto, privando de su sabiduría para distinguir la suavidad o firmeza de aquello que nos rodea o persistimos en rodearnos sin valorarlo.
El tiempo ha huido de nuestras vidas haciéndonos esclavas/os sin-tiempo sin disfrutar cada día como si fuera el último o entregarnos al misterio de la noche, que suele entibiarse o iluminarse según la compañía.
Nos hemos desprendido de los placeres que unen placeres, como el aroma inconfundible del café recién pasado, mientras compartimos planes que tenemos entre manos para el nuevo día o los hechos de la jornada agotada.
Pese a correr siempre llegamos tarde y olvidamos la sonrisa porque explotamos el tiempo adicional crispándonos por justificaciones para no quedarnos en el lugar de paso, reiterando nuestro destiempo en el nuevo destino, que se reedita como nuevo tránsito.
Nuestro tiempo dejó de serlo, quedó atrapado en la voluntad de un chofer, la mala práctica de un servidor público, el abuso y uso de nuestros derechos, la amnesia de nuestras obligaciones, el olvido de la gratitud cual mueble desvencijado.
En una era digital y simultánea. Extraviamos mensajes sensibles en la red, olvidamos de agradecer con sólo un Ok, enter o respuesta automática el dato valioso que nos hacía falta, mientras hacemos leña con quien nos imita.
Seguimos tan atrapadas/os que tenemos cuatro correos, el faccebok, tweeter, skayp, hai five, youtube y todos los enlaces, mas no tenemos tiempo de leer el mensaje ajeno, mientras enviamos “N” mensajes para que otros nos lean.
Algunas/os que dejamos crecer nuestro ego hasta la capa de ozono, asumimos que somos fuente y no destino al punto que ante una necesidad llamamos al “contacto” que en algún tiempo fue amigo/a descubriendo que es su misa de mes.
Nos cuesta creer que tantos amigas/os tuvieron tiempo de saludarnos en el cumpleaños o solidarizan con nuestro duelo, mientras nos arrepentimos por ser tan distraídas/os cuando confundimos fechas, obviamos llamadas y omitimos gestos.
La enajenación del tiempo ha significado renunciar al diálogo cómplice o reanimador. La llamada oportuna o carta a atesorar. Mordazmente contrastado con las posibilidades de interacción que promete el audio y virtualidad que que  exhibe nuestra angurria.
El tiempo es el mismo de nuestros ancestras/os que lo vivieron y bebieron mientras nos heredaban todo aquello que hoy es nuestro orgullo y maravilla, está compuesto por segundos, minutos, días, años, posibles de abstraer sin extinguir.
Hoy que contemplo al tiempo con esa majestuosidad que da la quietud, puedo comprender qué fácil es estafarnos a nosotras/os mismas/os, cuando a nuestra pereza o decrepitud de relación humana le llamamos falta de tiempo.
Depende de cada quien vivir o beberlo, para su buen uso, asistencia de herramientas que la maximicen su calidad o ensordezcan al alma y discapacitarnos voluntariamente de nuestra condición humana, cultural y social.

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