Todo es urgente antes que
contemplar el brillo del verano o la lluvia de invierno, el vuelo de un ave,
despertar de una flor y revoloteo de mariposas en primavera. La madurez de un
fruto o desprendimiento de hojas en otoño.
Estamos tan urgidas/os, que dejamos
de disfrutar la textura que da contenido a nuestro sentido del tacto, privando
de su sabiduría para distinguir la suavidad o firmeza de aquello que nos
rodea o persistimos en rodearnos sin valorarlo.
El tiempo ha huido de nuestras vidas
haciéndonos esclavas/os sin-tiempo sin disfrutar cada día como
si fuera el último o entregarnos al misterio de la noche, que suele entibiarse o
iluminarse según la compañía.
Nos hemos desprendido de los placeres
que unen placeres, como el aroma inconfundible del café
recién pasado, mientras compartimos planes que tenemos entre manos para el
nuevo día o los hechos de la jornada agotada.
Pese a correr siempre llegamos tarde y
olvidamos la sonrisa porque explotamos el tiempo adicional crispándonos por
justificaciones para no quedarnos en el lugar de paso, reiterando nuestro
destiempo en el nuevo destino, que se reedita como nuevo tránsito.
Nuestro tiempo dejó de serlo, quedó
atrapado en la voluntad de un chofer, la mala práctica de un servidor público,
el abuso y uso de nuestros derechos, la amnesia de nuestras obligaciones, el olvido
de la gratitud cual mueble desvencijado.
En una era digital y simultánea. Extraviamos
mensajes sensibles en la red, olvidamos de agradecer con sólo un Ok, enter
o respuesta automática el dato valioso que nos hacía falta, mientras
hacemos leña con quien nos imita.
Seguimos tan atrapadas/os que tenemos
cuatro correos, el faccebok, tweeter, skayp, hai five, youtube y todos los
enlaces, mas no tenemos tiempo de leer el mensaje ajeno, mientras enviamos “N”
mensajes para que otros nos lean.
Algunas/os que dejamos crecer nuestro
ego hasta la capa de ozono, asumimos que somos fuente y no destino al punto que
ante una necesidad llamamos al “contacto” que en algún tiempo fue
amigo/a descubriendo que es su misa de mes.
Nos cuesta creer que tantos amigas/os
tuvieron tiempo de saludarnos en el cumpleaños o solidarizan con nuestro duelo,
mientras nos arrepentimos por ser tan distraídas/os cuando confundimos fechas,
obviamos llamadas y omitimos gestos.
La enajenación del tiempo ha significado
renunciar al diálogo cómplice o reanimador. La llamada oportuna o carta a
atesorar. Mordazmente contrastado con las posibilidades de interacción que promete el audio
y virtualidad que que exhibe nuestra angurria.
El tiempo es el mismo de nuestros
ancestras/os que lo vivieron y bebieron mientras nos heredaban todo aquello que
hoy es nuestro orgullo y maravilla, está compuesto por segundos, minutos, días,
años, posibles de abstraer sin extinguir.
Hoy que contemplo al tiempo con esa majestuosidad
que da la quietud, puedo comprender qué fácil es estafarnos a nosotras/os mismas/os,
cuando a nuestra pereza o decrepitud de relación humana le llamamos falta de
tiempo.
Depende de cada quien vivir o beberlo,
para su buen uso, asistencia de herramientas que la maximicen su calidad o ensordezcan
al alma y discapacitarnos voluntariamente de nuestra condición humana, cultural
y social.
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