domingo, 29 de noviembre de 2009

DESDE ADENTRO, VIOLENCIA ENTRE MUJERES

Tenían que ser las Zorras de Abajo, quienes zorrinamente coloquen un tema que suele tratarse unas veces confrontando, otras resistiéndose y hasta colocándolo en paréntesis. Me refiero a las relaciones intragénero, que suele ser sesgado cuando se concentra en el interés por urgar sólo al interior del género femenino, puesto que como sucede con las relaciones humanas, el género masculino no se exime de esta experiencia.

Más allá de colocar en evidencia que la violencia intragéneros de ningún modo es práctica exclusiva de las mujeres, intentaré desarrollar algunas anotaciones al respecto, para no eludir la demanda ladina de las Zorras de Abajo.

Las Motivaciones

Cuando el tema se concentra en urgar las relaciones intra género femenino, cruzado con la variable violencia suele asociarse con algunos intereses inconfesos, entre los que pueden identificarse: a) mostrar que la violencia contra las mujeres no necesariamente tienen como única fuente a los hombres, b) la responsabilidad originaria de la violencia contra las mujeres es de las propias mujeres y c) la violencia contra las mujeres proviene de una práctica autoinfringida en las mujeres.

Mi primera reacción desde adentro, respecto a la violencia entre mujeres, es el reconocimiento de su complejidad, diversidad, simultaneidad y conflictividad, unida a una lectura tapizada de mitos y tabú construido, en un esfuerzo por perpetuar inalterable una situación de violencia contra la mujer, que a la larga, favorece a los intereses de quienes no renuncian a ejercer control sobre el pensamiento, vida, cuerpo y sexo de las mujeres.

Sin duda cada uno de los intereses señalados, pueden llevarnos por caminos sinuosos tratando de psicoanalizar a las mujeres como victimarias/ víctimas, perpetuadoras/ reproductoras o sado-masoquistas, etc. Para ello bastaría obviar que la violencia contra las mujeres tiene como su eje central las relaciones de poder que constituyen y a atraviesan históricamente las relaciones de género en sus diversas combinaciones al interior de las diversas sociedades con los énfasis que se produzca en su interior.

Desde los ochenta, se ha escrito y argumentado al respecto, a estas alturas existe, suficiente literatura teórica a la que puede recurrirse para despejar dudas e interrogantes en este plano (Rubin: 1986[1]; Scoot 1988[2]) y muchos trabajos fácticos como las que constituyen las memorias de l@s diplomado@s del DEG de la PUCP y seguramente las tesis de maestrías de género y algo mas en la UCH y la UNMSM. Un material accesible que permiten ilustrar los argumentos teóricos es el de Rauber: 2003[3], aun cuando no logra agotar la comprensión de los elementos que sustenta las relaciones de violencia contra la mujer, en tanto estos se recrean y reinstalan cotidianamente. Otro documento ágil es el de Meza: 2002[4], en cuyo contenido además de referirse a los principales esfuerzos de Foucault 1980 [5], 1987[6], por aportar a un concepto de poder que trascienda lo jurídico legal hasta instalarse en cada uno de los vértices que conforman la constelación de relaciones sociales de poder que emerge de las partes de un todo, dialoga con el trabajo de una especialista en el tema.

Los Mitos y   tabús

Desde mi perspectiva la violencia de las mujeres entre si, no alcanza la magnitud que suele atribuirle afirmaciones usuales como “no hay peor enemiga de una mujer que otra mujer”, a ello suelo responder parafraseando a Diana Miloslavich, “las mujeres seguimos siendo la parte de los seres humanos que no matamos a nuestras congéneres sin llegar a conocerlas”, cosa contraria sucede en los campos de batalla sean estas guerras, espacios de afirmación identitarias o necesidades constantes de exacerbación de la virilidad.

Siguiendo a Irrigaray (1974)[7] Chodorow (1987)[8], las mujeres no nos odiamos tanto entre sí por naturaleza ni por proceso de autoafirmación identitaria, en la medida que para hacernos mujeres no debemos romper ni con la imagen materna ni el modelo femenino, que según Freud [9], si requieren los hombres. Por cuanto el odio siendo sentimiento humano cuya intensidad está sujeta a la historia colectiva e individual así como a los procesos de cada ser humano, no necesariamente tienen como fuente y destino a las mujeres como género.

Desde mi perspectiva, la violencia intra género femenino, no es otra que la reproducción y afirmación de prácticas socialmente aprendidas, en el caso de las mujeres reforzado por el cumplimiento del rol de reproducción social, conferido social y culturalmente a las mujeres. Debido a nuestro rol de madres, educadoras, cuidadoras, amas, hermanas, tías, abuelas, etc. nos transformamos en sujeto y objeto de ejercicio de violencia consigo misma, aun cuando aparentemente pareciera ser ejercida contra otra mujer en tanto surte un efecto boomerag, es decir retorna a nosotras mismas por el modo como estamos inmersas en las instituciones y relaciones por nuestra condición de género.

Si bien el cumplimiento de un rol socializador sin alterar cánones de poder centrado en los varones nos transforma en instrumento que mantiene, reproducen, recrea y perenniza las prácticas de negación de su condición de sujeto de derecho, ese mismo rol nos abre las puertas y la oportunidad para revertirlo y producir una revolución al interior de las relaciones humanas. Pero ello requiere de cambios profundos en la autopercepción, autovaloración, y empoderamiento de las mujeres en sí mismas y en su condición de género que aun es un proceso incipiente. Debido principalmente a una histórica situación de subordinación, sometimiento e invisibilización que aun persiste.

Procesos inacabados

Hasta no hace mucho, las mujeres no teníamos conocimiento y menos conciencia de tener derecho a tener derecho, es decir asumirnos como sujeto de derecho, sin duda afirmado con el hecho de ser indígena amazónica, andina, negra, iletrada, pobre, etc. Y cuyo proceso de develamiento y superación es aun inicial, puesto que la conciencia de género, es tanto o de mayor reto que la conciencia de clase, social, nación o cívica que tiene siglos en ese empeño. El sentirnos y asumirnos mujeres como sujetos de derechos a penas remite sus inicios hacia 1970 y la de género a 1990.

Cuando suelo tratar estas disquisiciones a cerca del proceso de conciencia crítica y por ende modificación de la condición y posición de la mujer, al interior de las relaciones de género, recurro frecuentemente a la esclavitud que se instauró como sistema y relación, no sólo porque existió un amo, sino también al esclav@, debido a la legitimación de condiciones para hacer que quien es esclav@ asuma y ejerza su condición de tal, poniendo en funcionamiento y perpetuando el sistema de la esclavitud, al punto de creerse por ambos lados que no había otra posibilidad, evidente en la resignación, postergación, rechazo o represión de la libertad, tanto por su implicancia socio-económica y política como por su desconocimiento de cómo manejarse en ella al haberse eliminado en quien es esclavo la imagen simbólica de la libertad. Como bien dice Lora (1986) [10], la subordinación de la mujer subsiste porque a su vez existe una relación que se retroalimenta entre quien subordina y quien es subordinado.

Es decir existe un sistema complejo de relaciones de género de violencia contra la mujer instaurado en nuestra sociedad, que se viene develando lentamente en contraste a un afianzamiento de siglos donde fue (sigue siendo en parte del país y el mundo) como algo natural, privado e ineludible al interior de un sistema patriarcal donde la mujer tiene una condición de minoría de edad y dependencia del patriarca, cuyo valor central es la perpetuación de su linaje. Por ello no es gratuita la devaluación de la mujer desde el nacimiento en contraste con la predilección de un hijo varón en la familia que trasciende al linaje, hasta situarse en una mayor valoración económica, social, cultural, política y religiosa.

América Latina y el Perú en particular, tienen además como ingrediente, al machismo de los hombres, que se sustenta y reproduce en la existencia de un marianismo en las mujeres. El machismo que se ha tornado en un cliché a toda conducta de abuso del hombre hacia la mujer, como concepto central se refiere a la actitud y conducta masculina sexista respecto a la mujer, cuyo valoración es reducido a su condición de objeto sexual/ reproductivo y que a diferencia del patriarcado se produce un desentendimiento y desprecio de la prole, dejando en manos de las mujeres el cuidado, socialización, manutención y construcción identitaria de hijos/as.

En este contexto no es de extrañar que no sólo se haya instalado sino afirmado una practica marianista en las mujeres como contraparte a la conducta machista del hombre, creando dualidades opuestas de imagen femenina respecto a símbolos, roles y atributos prácticos que no admiten variantes, de modo que solo se puede ser madre/santa ó no-madre/puta, basta ver su asidero en el modo como reacciona un hombre cuando ha sido "mentado su madre" por otro. Acerca del marianismo, existe literatura interesante como aquel que lo asocia con síndrome [11] o como el tratado de Stevens: 1977[12].

El marianismo/ machismo, suele refugiarse o fortalecerse en una imagen del padre ausente que radicaliza la conducta masculina en sus extremos, como bien desarrolla Sara-laffose: 1995[13] y otros trabajos como de Miguel y Vargas: 2001[14], Granero [15] o bien el comentario de Borgoña [16] a cerca del aporte destacado de Sonia Montesinos sobre el tema. Percepción y tratamiento que no niega procesos de cambio, pero que evidentemente siguen siendo insuficientes como para desplazar los mitos y tabú.

El efecto boomerang de la violencia entre mujeres

Insistiendo en la idea inicial respecto a la doble repercusión de la violencia entre mujeres que tienen y ejercen poder en cualquiera de sus formas, sin duda va a reproducir las diversidad de violencia experimentada, que adquiere un efecto bumerang, puesto que siendo dirigida a otra mujer, tiende a reforzar y reproducir un sistema de violencia en la que ella está incluida y sometida, si tomamos en cuenta a Foucault (1980) quien argumenta que el poder produce cosas, induce placer, genera saber, produce discursos, es una red de relaciones cuyo función no es exclusivamente reprimir, se produce y reproduce en una relación donde las fuerzas son desiguales, en medio de una multiplicidad de prácticas que generan diversas tecnologías y que atraviesan el conjunto de relaciones sociales.

En este punto quiero retomar los intereses iniciales e implícitos que advertí suelen estar en la base del tratamiento la violencia contra las mujeres desde adentro:

  • El reconocimiento de la existencia de relaciones de violencia entre mujeres, cuyo efectos boomerang nos coloca en situación de en fuente y destino de violencia contra las mujeres, no es condición suficiente para bajar la guardia y menos relativizar la presencia de una práctica sistemática, institucionalizada, estimulada y sostenida socialmente tolerada (subliminal, institucional y simbólicamente), mientras se exacerba una masculinidad de virilidad, avasallamiento, fuerza, imposición, conquista y sometimiento, en contraste con una feminidad frágil, dependiente, obediente, minusválida, vulnerable. Haciendo que el poder se traduzca en practica bajo diversas formas de violencia contra la mujer cuyo efecto mas dramático es la comercialización sexual y el feminicidio.

  • Si bien los roles que cumplen las mujeres en el proceso de socialización de hombres y mujeres, permiten atribuir responsabilidad de la perpetuación de la violencia contra las mujeres desde las propias mujeres, no es tan simple y diáfana tal responsabilidad, en tanto que los roles se proveen de las convenciones, acuerdos, transacciones y mandatos sociales que institucionalizan determinadas prácticas de relaciones sociales y de género social, cultural, religioso y políticamente construidos.

  • La violencia contra las mujeres, como producto de una práctica autoinfringida, sólo puede ser patológica, en tal caso no es privativa de las mujeres sino también de los hombres, sin embargo si está asociado con la escasa autovaloración y baja autoestima, esta suele alimentarse de una constante confirmación socio-cultural y política que distorsiona, menoscaba y devalúa su propia imagen.
La violencia intra género, más allá de sus motivaciones, podría ser un buen pretexto para poner en cuestión los factores a los que alimenta y de donde se alimenta el papel de las mujeres en el Perú de hoy, a ver si una vez por todas, iniciamos un procesos sostenido de conciencia acerca del significado de ser mujer y hombre en nuestros tiempos. Colocar en agenda, aquellas cosas que necesitamos deconstruir y reconstruir. Desenmascarar las prácticas en las que nos parapetamos cómodamente reproduciendo y sosteniendo relaciones de género insanas, mientras nuestro discurso nos desborda, quedando rezagadas nuestras prácticas emancipadoras ya sea por el cansancio de los pasos andados o el peso del temor a perder lo inadecuadamente seguro por conocido ante el espanto de aquello desconocido por construir.

Esto sin duda pasa por el develamiento de mitos, que da paso a conocimientos como los del UCLA [17] a cerca del efecto sanador de la amistad entre mujeres o el monólogo de Mónica [18] o el sitio de experiencias de mujeres en cambio [19], personalmente he experimentado que para entender a una mujer basta otra mujer, sea que exista una relación casual, amical, parental y hasta accidental. Porque muchas veces, sólo necesitamos ser escuchadas y se pongan por solo un instante en nuestro lugar para percibirnos como realmente somos. 
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[1]Rubin, Gayle (1986) El tráfico de mujeres: notas sobre la "economía política" del sexo, pp. 95-145, En: Nueva Atropología -- Vol. 8, N° 30.
[2]Scott, Joan (1988) Gender and the politics of history Introduction, In:Gender and the politics of history -- New York: Columbia University Press, 1988.
[3]Rauber, Isabel (2003) Género y Poder, Argentina, 123 p. http://www.rebelion.org/docs/4523.pdf
[4]Meza Aguilar, Héctor (2002 )Poder, género y psicología social, 32 p. http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/polis/cont/20021/pr/pr7.pdf
[5]Foucault, Michel
1980 Microfísica del Poder, La Piqueta Madrid.
[6]Foucault, Michel
1987 La Historia de la Sexualidad 3, La inquietud del sí, Siglo XX editores, México, primera edición en francés 1984
[7]Irrigaray, Lucy (1974) El espejo de otra mujer,
[8]CHODOROW, NANCY (1984); El ejercicio de la maternidad, Ed. Gedisa, Barcelona. (primera edición en inglés en 1978, Universidad de California).
[9] Freud, Sigmund, Obras completas, Amorrortu Editores: Buenos Aires/Madrid, 1978.
[10]Lora, Carmen
1986 Mujer víctima de opresión portadora de liberación. Instituto Bartolomé de las Casas, Lima: 1985, 163 p. 
[11]http://es.wikipedia.org/wiki/Marianismo, http://es.wikipedia.org/wiki/Machismo, http://science.jrank.org/pages/7838/Machismo.html, [http://www.humanizar.es/formacion/img_documentos/doc_jose_carlos_sindromes_religiosos.doc
[12]Stevens, Evelin
1977 El marianismo, En: Hembra y macho en Latino América, ensayos, pescatello (editor) Editorial Diana, México
[13]Sara-Lafosse Violeta(1995). Familias peruanas y paternidad ausente. Aproximación Sociológioca. El Perú Frente al siglo XXI .1er. edic. Fondo Edit. PUCP.
[14]Miguel R., Rodrigo y Vargas R., Eugenio (2001) Padre ausente y las repercusiones a nivel psicológico en el niño, según diversas perspectivas de análisis, http://www.apsique.com/wiki/DesaPadre_ausente
[15]Granero, Mirtha, El futuro emocional y psicosexual del niño con padres separados. Las influencias del ambiente familiar y su manejo
[16]Alvarado Borgoña, Miguel
El barroquismo del padre ausente, Lecturas de: Madres y huachos. Alegoría del mestizaje chileno, de Sonia Montecino, http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=697
[17] Estudio de la UCLA sobre la amistad entre mujeres, http://www.mujeresdeempresa.com/sociedad/021203-la-amistad-entre-mujeres.shtml
[18] http://www.aipeuc-ps.org/index.php?name=News&file=article&sid=155
[19]http://mujeresencambio.wordpress.com/2009/09/14/la-amistad-entre-mujeres/

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