Tras vivirla cuasi toda mi vida,
con esporádicos episodios de ausencia, cual olas de la mar que se alejan sólo pararetornar a su playa a veces lenta, otras presurosamente,
renovando la ternura y afirmando el amor en cada reencuentro.
Siempre me asombra algo nuevo en mi madre,
a veces tras penosos desencuentros como aquella
media noche tras largas semanas de ausencia
casi desfallecí porque había extirpado a mi cálido abrazo nocturno
el intenso e inmenso jazmín que sembré y cuidé con amor.
Este fin de semana como tantas veces,
fui testigo de su relación íntima y sublime con la tierra,
apoyada por su clon Lucy al ser menor su vigor de ataño,
observé a ambas danzar en unisono el ritmo de la siembra,
bajo el fulgor del inti que sólo acariciaba despojado de su brasa.
Una vez más miré la cerca vacía y me dije,
adiós galán de noche, adiós aguaymanto, adiós rosal,
que nacieron en primavera, engrandecieron en verano
revelándose como amenaza o decadencia en otoño,
para ser sacrificados en invierno por algo que no comprendo.
Mientras capturaba las imágenes me di cuenta que Mamá
se sobrepone día a día a su dolor para renacer de sus cenizas,
primero fue papá, luego uno de los hijos elegidos,
más tarde el único hermano y no hace mucho la hermana cómplice,
en su siembra la vida retoma su ciclo a su ritmo y promesas.
Sólo en este momento se despejó mi incomprensión doliente,
Mamá era de esos seres cuyos ciclos se atan con sus plantas,
entendí porque aquella planta que amó y cuidó con entrega
de tiempo en tiempo era desechada y sustituida por otra,
y cuando menos imaginaba estaba allí nuevamente en su jardín
En este tiempo donde sana el corazón y su alma adquiere paz
lo esmeralda y blanco han de partir como su pérdida,
necesita acoger al inclemente invierno con colores y aromas diversos
renovando quizás su pacto con la tierra de movimiento y abono
para crear vida nueva siempre con desprendimiento e intercambio.
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