Abandoné definitivamente los cuentos, tras mi primera novela
anticlerical de “Flor de Fago” de José María Vargas[2]
que en mi imaginario de niña contradecía el mandato de conducta de los hombres de
Dios, la autoridad y justicia, con mis lecturas de las diferentes versiones de biblia[3 como iglesias[4]
fue adoptando mi abuela Rosa en su peregrinar hacia la institucionalización
de su fe. Biblias a los que me asomé apenas aprendí a leer para satisfacer la necesidad de mi abuela. Descubriendo sin mucha conciencia,
pero sí literalidad, que los textos eran fuente de historias diversas según sus
autores, necesidades, intereses, objetivos, vida, lugares y tiempos donde se
escribieran.
Quizás por ello entre otras razones, fui tras las novelas
románticas paralelo a los de cowboy, siendo aun púber, que
también pronto agoté. Estos por predecibles en sus tramas antes que
contradicción, donde el libreto era el mismo. Moviéndose entre avaricia/miseria, conquista/
expropiación, predominancia de la fuerza/poder, riqueza/pobreza, heroísmo/villanía,
mujeres malas/santas, parejas marcadas por el abuso/ victimización, abandono/matrimonio
y con final de “felices para siempre comiendo perdices”, sin más detalle
de los posteriores naufragios, rupturas, tormentos, resignaciones y
arrepentimientos a lo largo de la convivencia.
Entre mi ser y hacer de lectura tras lectura, cuando tengo
espacio para el placer, me sigo moviendo entre el existencialismo
inspirado en Jean Paul Sartre[26],
el feminismo cimentado
por Simone de Beauvoir[27],
pasando por testimoniales e inspiradores como los de Isabel
Allende[28], Gioconda
Belli[29],
Gabriela Mistral[30], Laura
Esquivel[31], Marcela
Serrano[32],
Rosa Montero[33], Gabriela
Wiener[34],
Renato Cisnero[35]s,
hasta los psicosociales/investigación/Conspiración de Julia
Navarro[36],
Laura Restrepo[37],
Hermann Hesse[38],
John Katzenbach[39], Ernesto
Sábato[40],
Dan Brown[41]
y mágicos como el de J.K. Rowling[42].
Hallando detrás de las historias, sus historias tan reveladoras como el de Quiroga.
No leí a Quiroga como a muchos otras(os) cuentistas, sea por agotamiento de mi interés de niña o quizás mi alma se reveló a asumir los mandatos que iban apilándose detrás de cada cuento y leyenda para ser mujer según mi tiempo, contexto y condición. Cogiéndome de obras clásicas y contemporáneas cual tabla de salvación, para romper los designios y comprobar que cada persona es un proyecto, suelo decir por ello, que ‘fui salvada por los libros’, porque al concluir la última hoja de cada uno, aprendí a pensar en todo lo leído, extraer de mis emociones movilizadas y la razón comprometida, la lección y el aprendizaje.
Con mi mirada de hoy comprendo mejor por qué dejé los cuentos, puesto que en ellos, nadie diferente era aceptado debiendo transformarse en lo que esperaban que sea. En tanto la condición de las mujeres estaba marcado por la belleza como ventura/desventura, con atributos de maldad/bondad en las relaciones intra género (mujeres enemigas de mujeres por envidia), de bondad/belleza/felicidad entre géneros, para ser elegida, salvada y amada por un príncipe, aun cuando este fuera un sapo, ogro o jorobado.
También recordé los cuentos andinos de mi padre: Cayré, aquel
donde el valor, fortaleza, fe y confianza del hombre en sí mismo le permitía
vencer al demonio y apropiarse de su bien preciado como el oro. Achikay,
una versión andina de Hansel y Gretel, cuyo sincretismo mostraba la pobreza
extrema, donde el hambre es una condena que justifica desprenderse del hijo(a),
que el amo bajo la figura de la bruja permite el canibalismo, siendo la
curiosidad y valentía de una niña que recupera los restos de su hermano para
ser socorrido por la mano de dios hasta la resurrección. Yuraj y Kori Huagra,
para la conquista de la riqueza no basta la decisión, valentía, estrategia y
arrojo, si se carece de respeto, cuidado del bien común y la ética. Allqu munay,
el respeto y cuidado de la naturaleza, atribuyendo al perro el papel de
compañero que alivia el tránsito descalzo del alma por un camino de espinas,
limpiando con su cola el camino hacia el juicio de Dios.
Cavilé sobre mis recuerdos, reconociendo que, si bien dejé de leer cuentos, regalé muchos de ellos en versión moderna, que explica por ejemplo, las causas de la maldad de la madrastra y la posibilidad de analizarlo con mis nietas. Cuando ellas perdieron el gusto por los cuentos y su pensamiento lógico avanzó, retomé el formato oral al estilo de mi padre.
A diferencia o quizás
igual que él, inventándome cada cuento para esculpir lecciones, normas, valores
y afirmaciones de ser quienes eran y con quienes convivían en su imaginario,
especialmente tras enterarme de algún evento en su vida durante los días de
semana que dejamos de vernos. Más de una vez, me pidieron que los escribiera,
yo respondía que nos lo recordaba porque volaron tal como llegaron, ellas
volvían a contármelo mostrando que se había acuñado perfectamente.
Recuerdo bien una de nuestras reflexiones, cuando Mayu tenía alrededor de 9 y Puñuy acercándose a 4. Yo me esforzaba por provocar en la mayor la reflexión alrededor del comportamiento conflictivo entre Esmeralda y Quasimodo, en tanto ella se tardaba en responder, la pequeña Puñuy habló alto, claro y fuerte. Graficando con precisión la conducta agresiva de él y la sumisión de ella, añadiendo mientras chasqueba sus deditos: “No has visto como él, le gruñe grrr, yo en el caso de Esmeralda, lo cambiaría por otro en un tris”. Con su hermana nos quedamos con la boca y ojos abiertos. Ella ya entonces prometía lo que hoy es, una púber son mucha agilidad mental y sensibilidad para percibir todo, con una crítica directa y precisa.
En este tiempo de
pandemia y postpandemia, he vuelto a esta costumbre cuentera con Mía
-mi hija gatuna-, mientras la distraigo para que el ungüento en las heridas de
su alergia se absorba, cepillo su manto o toma la medicina, porque no resiste mucho
tiempo en brazos si ella no ha elegido. He grabado algunos videos para mis
nietas y por extraño que parezca, iniciado el registro de nuestra experiencia
de convivencia, reflexión y aprendizaje a modo de “Historias de Mía”, pueda que
en algún momento sean los cuentos que hubiera querido hallar además de los cuentos
andinos de mi padre.
[1]
Valdelomar, Abraham. (2001). Obras completas 1ª edición, Tomo II. Volumen 2, Ediciones
Copé. Lima. ISBN: 9972-606-26-0. Recuperado 15 julio de 2023 https://cultura.petroperu.com.pe/biblioteca-virtual/obras-completas-tomo-i-abraham-valdelomar-2/
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