sábado, 15 de julio de 2023

MI CUENTO ENTRE OTROS CUENTOS

A propósito del artículo recientemente publicado, confieso que Horacio Silvestre Quiroga Forteza era un ilustre desconocido en mi modesto universo lector de cuentos, quizás porque este género literario, saturó mi interés y curiosidad con los superhéroes, príncipes, princesas, monstruos, brujas y hadas, salpicados por la oralidad de cuentos andinos de mi padre y las obras de Abraham Valdelomar[1].

Abandoné definitivamente los cuentos, tras mi primera novela anticlerical de “Flor de Fago” de José María Vargas[2] que en mi imaginario de niña contradecía el mandato de conducta de los hombres de Dios, la autoridad y justicia, con mis lecturas de las diferentes versiones de biblia[3 como iglesias[4] fue adoptando mi abuela Rosa en su peregrinar hacia la institucionalización de su fe. Biblias  a los que me asomé apenas aprendí a leer para satisfacer la necesidad de mi abuela. Descubriendo sin mucha conciencia, pero sí literalidad, que los textos eran fuente de historias diversas según sus autores, necesidades, intereses, objetivos, vida, lugares y tiempos donde se escribieran.

Quizás por ello entre otras razones, fui tras las novelas románticas paralelo a los de cowboy, siendo aun púber, que también pronto agoté. Estos por predecibles en sus tramas antes que contradicción, donde el libreto era el mismo. Moviéndose entre avaricia/miseria, conquista/ expropiación, predominancia de la fuerza/poder, riqueza/pobreza, heroísmo/villanía, mujeres malas/santas, parejas marcadas por el abuso/ victimización, abandono/matrimonio y con final de “felices para siempre comiendo perdices”, sin más detalle de los posteriores naufragios, rupturas, tormentos, resignaciones y arrepentimientos a lo largo de la convivencia.

Ingresé a la adolescencia como lectora de novelas de ficción tipo Julio Verne[5] y misterio de Agatha Christie[6], Patrick Süskind[7], Edgar Allan Poe[8], Umberto Eco[9], Fiódor Dostoyevski[10]; seguido de los profundamente humanos de Jane Austen[11], Víctor Hugo[12], Antoine de Saint-Exupéry[13], William Shakespeare[14], León Tolstoi[15], Franz Kafka[16], Yibrán Jalil Yibrán[17], Gabriel García Márquez[18]. Quedando atrapada como en las noches de cuentos con mi padre, hermano y hermanas, con novelas indigenistas de mi país y región: José María Argueda[19]s, Clorinda Matto de Turner[20], Rosario Castellano[21], Luis Valcárcel[22], César Vallejo[23], Ciro Alegría[24], Manuel Scorza[25], por citar algunos, dado que en aquel tiempo leí todo lo que me cayera en las manos.

Entre mi ser y hacer de lectura tras lectura, cuando tengo espacio para el placer, me sigo moviendo entre el existencialismo inspirado en Jean Paul Sartre[26], el feminismo cimentado por Simone de Beauvoir[27], pasando por testimoniales e inspiradores como los de Isabel Allende[28], Gioconda Belli[29], Gabriela Mistral[30], Laura Esquivel[31], Marcela Serrano[32], Rosa Montero[33], Gabriela Wiener[34], Renato Cisnero[35]s, hasta los psicosociales/investigación/Conspiración de Julia Navarro[36], Laura Restrepo[37], Hermann Hesse[38], John Katzenbach[39], Ernesto Sábato[40], Dan Brown[41] y mágicos como el de J.K. Rowling[42]. Hallando detrás de las historias, sus historias tan reveladoras como el de Quiroga.

No leí a Quiroga como a muchos otras(os) cuentistas, sea por agotamiento de mi interés de niña o quizás mi alma se reveló a asumir los mandatos que iban apilándose detrás de cada cuento y leyenda para ser mujer según mi tiempo, contexto y condición. Cogiéndome de obras clásicas y contemporáneas cual tabla de salvación, para romper los designios y comprobar que cada persona es un proyecto, suelo decir por ello, que ‘fui salvada por los libros’, porque al concluir la última hoja de cada uno, aprendí a pensar en todo lo leído, extraer de mis emociones movilizadas y la razón comprometida, la lección y el aprendizaje.  

Tras bucear en los cuentos de Quiroga, esculqué en mi memoria, los lejanos cuentos tradicionales. Recordando a "El patito feo", que sufrió de rechazo y discriminación, para ser feliz cuando se convirtió en cisne, admirado y aceptado por quienes no lo querían. "Pinocho", que mintió para ser aceptado y miedo, sólo fue feliz y pudo hacer feliz al padre cuando se transformó en lo que no era. "La bella durmiente", condenada por la culpa de otros, salvada por ser bella y elegida por el príncipe que debía agradecer y ser feliz, sin importar lo que ella sintiera. "Blanca nieves y los siete enanos", condenada por otra mujer que envidia su belleza, salvada por un criado piadoso, al servicio y convivencia de 7 seres marginados hasta que un príncipe la salvara. 
Con mi mirada de hoy comprendo mejor por qué dejé los cuentos, puesto que en ellos, nadie diferente era aceptado debiendo transformarse en lo que esperaban que sea. En tanto la condición de las mujeres estaba marcado por la belleza como ventura/desventura, con atributos de maldad/bondad en las relaciones intra género (mujeres enemigas de mujeres por envidia), de bondad/belleza/felicidad entre géneros, para ser elegida, salvada y amada por un príncipe, aun cuando este fuera un sapo, ogro o jorobado.

También recordé los cuentos andinos de mi padre: Cayré, aquel donde el valor, fortaleza, fe y confianza del hombre en sí mismo le permitía vencer al demonio y apropiarse de su bien preciado como el oro. Achikay, una versión andina de Hansel y Gretel, cuyo sincretismo mostraba la pobreza extrema, donde el hambre es una condena que justifica desprenderse del hijo(a), que el amo bajo la figura de la bruja permite el canibalismo, siendo la curiosidad y valentía de una niña que recupera los restos de su hermano para ser socorrido por la mano de dios hasta la resurrección. Yuraj y Kori Huagra, para la conquista de la riqueza no basta la decisión, valentía, estrategia y arrojo, si se carece de respeto, cuidado del bien común y la ética. Allqu munay, el respeto y cuidado de la naturaleza, atribuyendo al perro el papel de compañero que alivia el tránsito descalzo del alma por un camino de espinas, limpiando con su cola el camino hacia el juicio de Dios.

Cavilé sobre mis recuerdos, reconociendo que, si bien dejé de leer cuentos, regalé muchos de ellos en versión moderna, que explica por ejemplo, las causas de la maldad de la madrastra y la posibilidad de analizarlo con mis nietas. Cuando ellas perdieron el gusto por los cuentos y su pensamiento lógico avanzó, retomé el formato oral al estilo de mi padre. 

A diferencia o quizás igual que él, inventándome cada cuento para esculpir lecciones, normas, valores y afirmaciones de ser quienes eran y con quienes convivían en su imaginario, especialmente tras enterarme de algún evento en su vida durante los días de semana que dejamos de vernos. Más de una vez, me pidieron que los escribiera, yo respondía que nos lo recordaba porque volaron tal como llegaron, ellas volvían a contármelo mostrando que se había acuñado perfectamente.

Recuerdo bien una de nuestras reflexiones, cuando Mayu tenía alrededor de 9 y Puñuy acercándose a 4. Yo me esforzaba por provocar en la mayor la reflexión alrededor del comportamiento conflictivo entre Esmeralda y Quasimodo, en tanto ella se tardaba en responder, la pequeña Puñuy habló alto, claro y fuerte. Graficando con precisión la conducta agresiva de él y la sumisión de ella, añadiendo mientras chasqueba sus deditos: “No has visto como él, le gruñe grrr, yo en el caso de Esmeralda, lo cambiaría por otro en un tris”. Con su hermana nos quedamos con la boca y ojos abiertos. Ella ya entonces prometía lo que hoy es, una púber son mucha agilidad mental y sensibilidad para percibir todo, con una crítica directa y precisa.

En este tiempo de pandemia y postpandemia, he vuelto a esta costumbre cuentera con Mía -mi hija gatuna-, mientras la distraigo para que el ungüento en las heridas de su alergia se absorba, cepillo su manto o toma la medicina, porque no resiste mucho tiempo en brazos si ella no ha elegido. He grabado algunos videos para mis nietas y por extraño que parezca, iniciado el registro de nuestra experiencia de convivencia, reflexión y aprendizaje a modo de “Historias de Mía”, pueda que en algún momento sean los cuentos que hubiera querido hallar además de los cuentos andinos de mi padre.




[1] Valdelomar, Abraham. (2001). Obras completas 1ª edición, Tomo II. Volumen 2, Ediciones Copé. Lima. ISBN: 9972-606-26-0. Recuperado 15 julio de 2023 https://cultura.petroperu.com.pe/biblioteca-virtual/obras-completas-tomo-i-abraham-valdelomar-2/

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