domingo, 28 de junio de 2020

EL COVID 19 COMO ESTIGMA: DÍA 105



Cuando supe que a mi hijo putativo le había invadido el Covid 19, mi impotencia de no poder verlo, hizo que compartiera mi estado por esta ventana donde están mis amigas/os, porque para eso lo somos, en buenas y malas, en altas y bajas, en la distancia y la convivencia.  Y pasó lo que tenía que pasar, recibí reacciones que me hicieron sentir que al otro lado estaban seres humanos cerca o distante, con los/as que la vida me ha bendecido  y sabía eran de carne y hueso, hoy mediado por esta vía etérea como es la  virtual. Saber su disposición, apoyo desprendido por escrito, simbólico y voz de consuelo a través de sus llamadas, me reconfortó.

Me sentí mejor, pude vivir mi dolor con humanidad, como se vive todo dolor pero no en soledad. Pude sostener a mi hijo al otro lado de la línea. Creo que no habíamos hablado tanto ni tan seguido desde cuando era adolescente donde nos amanecíamos para revisar sus conflictos, hasta que el sueño nos vencía. Por ello agradezco una vez más a todos/as y cada uno/a su amor y gesto. Él está bien, volvió a las calles de esta Lima con la cual  y sin la cual no se puede vivir. En adelante nuestras conversas serán menos frecuentes, pero yo estoy feliz de saber que sigue haciendo lo suyo con más entrega y precaución.

Ando tomada de tiempo entre mi trabajo comprometido y las clases virtuales que doy,  así como aquellas que  debo tomar con intermedios de accidentes virtuales, porque así es en  la PUCP. Enseñas pero también tienes la responsabilidad de aprender permanentemente, puesto que nadie -salvo los genios- lo sabe todo y menos en este tiempo donde todo cambia;  mis horarios, equipos, tecnología  y memoria, me jugaron y aún juegan malas pasadas.

Tuve varias llamadas de mi hermano elegido José, que no respondí, porque cuando quería hacerlo eran las 4 de la mañana, y si no, estaba sin línea o batería. Finalmente me propuse hacerlo para el día del padre, y mi negro querido me contestó, demandante y como debía ser muy sentido: "Ya me pude morir y no me llamas", le pedí mil perdones. Allí me enteré que es uno más de los sobrevivientes del Covid 19, pese a guardar la cuarentena, se contagió, no sabe hasta ahora cómo. Gracias al cielo que  se mejoró, pero como le he dicho, sigue en riesgo, seguimos en riesgo, debemos continuar teniendo mucho cuidado con el protocolo. Así me enteré, de quienes él sabía que se habían ido sin despedirse, sin permitirnos despedirnos. 

El día del padre hice una oración  por mi padre, así como para agradecer por quienes se habían recuperado, las/os que nos manteníamos aún a salvo y prendí inciensos, más velas por quienes no se despidieron y me perdoné, como despedí  de  quienes dejé de contactar hace tiempo, porque siempre estamos sin tiempo, cuando eso sólo le corresponde a la eternidad.

Y recordé a mi vecino, hacía tanto que no conversaba con él, porque nuestros horarios eran distintos y las veces que nos cruzábamos siempre estábamos apurados, sólo coincidía en el tránsito con su esposa y allí nos compartíamos el día a día, especialmente nuestras afecciones y recetas para no perder la salud.

Cuando me enteré que estaba enfermo, sin verificación de la afección, le comenté a mi hermana. Ella me dijo: "vamos a apoyarlos mitad y mitad, su esposa es quien siempre hace colectas cuando alguien cae en desgracia". Yo respondí: "pero justamente por eso es extraño,  no nos hayan dicho nada y su familia mantenga en silencio. Ya no veo a la esposa desde el balcón, salía todos los días pese a la cuarentena, esperemos que alguien se manifieste porque no sabemos cómo reaccionan las familias ante una situación nueva como esta".

Al los dos días me dice mi hermana: "yo pensé que te habías hecho muy fría, casi me fui a ver a su casa, felizmente que me dijiste esperemos, hoy me encontré con nuestro amigo del frente, en la panadería y me dijo que por indagar había recibido una reacción indignada de la hermana.  No entiendo porque ante una calamidad como la que vivimos antes de acercarnos nos alejamos". Yo le dije: "es que lo primero que se ha hecho ante esta pandemia es aislarnos, el mensaje social y global, es distanciamiento, para nuestras mentes como emociones tiene distintas reacciones,   no te preocupes yo averiguaré por mi lado".

Así lo hice, para enterarme que mi vecino falleció, la respuesta fue esa: "Homero murió" breve, profundo y contundente. Sin confirmarme de qué, pregunté sobre su esposa y se produjo  más silencio. Para quienes investigamos y analizamos  problemas sociales el silencio es una información valiosa, te confirma aquello que se pretende negar, he orado mucho por ella y él, el Covid 19 se había tornado en estigma en mi calle, no hubo velorio,  llanto compartido, despidida a un huancaíno, cuya cultura es de generar impacto, en cada acto de su vida: nacimiento, bautizo, matrimonio y muerte. Si bien para cuestiones de sobrevivencia como el esta pandemia, el distanciamiento social igual a 'evita contagiarte', rompe con todas las prácticas de relacionamiento social en nuestra vida más íntima como la familia nuclear y extendida, al mismo tiempo que despierta nuestras costumbres más arcaicas de ser y hacer, que sin duda unos llevamos mas  a flor de piel que otros/as en nuestro ADN.

Cuando le confirmé a mi hermana, hablamos de todo lo que puede producir  el miedo, en una sociedad donde se ha ido desmontando todas las prácticas de convivencia amigable, acogedora, de buena vecindad  y solidaridad. A cambio de la vida en red, digital y la individualidad como sinónimo de soledad. Ella me dijo que por eso no le gusta ninguna cuenta virtual, porque sigue teniendo la relación cara a cara con quienes le importa.

En ese momento me quedé pensando  lo que debía sufrir mi hermana, sin estar consciente de ello, cuya vida cotidiana es la relación humana directa, ahora que escribo lo  sé bien su bueno y bondadoso corazón ya le advirtió con suma discreción. Hace casi siete años que cerraron el botiquín de la parroquia y ella dejó de ser parte de esa labor y la dinámica parroquial que era centro de su vida social, primero por cuidarme tras mi accidente, luego por dedicarse a mamá y querer tiempo para sí.

Sin embargo, su rol de cuidado de los demás no ha descendido, sigue siendo el nexo entre los más necesitados. Es la depositaria y distribuidora de medicinas entre los enfermos crónicos que no tienen posibilidad de acceder al mercado, su labor se sostiene en la confianza, sabiduría, precaución y solidaridad. Quienes tienen medicamentos demás se lo entregan para que otros lo usen y a su vez suelen recibir de otros/as el mismo beneficio. Inclusive eso se ha detenido en esta pandemia.

1992: Funerales de María una socia del CP Los Revolucionarios
sobre los hombros de sus compañeras de lucha contra el hambre
Cuando se vive en primera persona una situación que amenaza a todos/as, en verdad sólo se piensa en cómo salir de esa situación, hacia una condición de sobreviviente. Sucede con un accidente, las inundaciones, con un terremoto, incendio, con una afección terminal de salud como el cáncer, enfermedades infectas contagiosas como la fiebre amarilla, la chikungunya, Hepatitis TBC, VIH-Sida, Tifoidea, donde todas tus fuerzas y fortaleza se concentra en salida a flote y si mueres quieres que todos/as te acompañen. A nadie se le cruza por la cabeza que lloverá sobre mojado, es decir, que sobre el padecimiento de la situación debes, sumar el disimulo, silencio,  la vergüenza y discriminación.

Somos un país que ha superado sus peores situaciones de crisis colectiva y solidariamente, lo ha hecho tras la conquista, las guerras, las epidemias, la dilapidación del tesoro público por los gobiernos delincuentes que nos sumió en la pobreza y violencia política. En el ande cuando no hay recursos ni equipo, el brazo, la fuerza y corazón de sus hombres y mujeres se torna en ayni y nadie muere de hambre, se vive para el autoconsumo pero no se mendiga sino se ayuda mutuamente. En los cordones de pobreza de las grandes ciudades como Lima, tras la nefasta hiper inflación provocada por el gobierno de Alan García y profundizada por el Shock de fujimori, fueron las mujeres de los comedores populares que aseguraron la alimentación y el claster textil de Gamarra donde los puneños con empuje, sin un sol de financiamiento del Estado  levantó la economía, mientras las grandes empresas se llevaban su capital al extranjero.

Cuando en las grandes ciudades como Lima, las muertes infantiles crecían sin medida, debido a la deshidratación por diarreas y enfermedades respiratorias, fue el trabajo voluntario y aprendizaje colectivo de las secretarias de salud que lo enfrentaron, transformándose en inspiración de los CLAS (Comités Locales de Asistencia para la Salud). Sucedió otro tanto con la epidemia del cólera, al que enfrentamos colectiva y socialmente cambiando o afirmando hábitos de higiene en nuestras vidas.

1986: Incendio Casa de la Sec. 
Economía CP Infantas
La pegunta cae de madura: ¿Por qué un país que ha sostenido su sobrevivencia y crecimiento en lo colectivo reacciona estigmatizando a quienes tratan, se infectan, sobreviven o son parientes de un infectado por covid 19? 
La estigmatización, viene a ser la discriminación y el rechazo a la persona(s) que cae en desgracia al que se teme caer, que a su vez es producto de la ignorancia  y desinformación sobre la amenaza. Alimentando su miedo, que en personas donde han desarrollado un exacerbado individualismo y edonismo, deja salir su percepción  reprimida del otro/a que en tiempos de seguridad es políticamente incorrecto. En una crisis o estado de sálvese quien pueda, pone de relieve los valores y los vínculos sociales deteriorados, de modo que sin ser extraño/a o ajeno al discrimirnado/a lo transforma en un ente desconocido y amenaza.
Así el o la discriminadora, no es otra persona distinta que tu compatriota, conciudadano, coterráneo, la persona del barrio, compañera/o de trabajo, tu conocido/a, vecino/a que en un tiempo sin amenazas se sentirá honrado/a en ser tu invitada/o,  seas su invitado/a. Pero que la presencia de una amenaza que puede manifestarse a través tuyo, te transforma en ser indeseable y a él o ella en una mala persona. Y eso sucedió el 16 de marzo, cuando en nuestro país se dictó la cuarentena, creció y se acrecentó en abril y se fue diversificando en mayo, para en junio haber optado por el silencio. Poco se sabía del Covid 19[1] pero mucho de su mito y distorsión.

En este momento que escribo, recuerdo las primeras reacciones de personas aparentemente instruidas con competencia para el discernimiento y  distinguir el temor de la realidad, tomar las precauciones y desarrollar  mecanismos como prácticas de protección, paralelo a una actitud de comprensión por quienes no lo tienen; respeto y solidaridad para quienes se hacen cargo. Todo auguraba que sería así, porque  a partir del 17 de marzo, la clase media que  habitaban los edificios de Lima, empezaron a salir a los balcones y ventanas para aplaudir a “los héroes” que enfrentaban  al virus al día siguiente de iniciada la cuarentena[2].

Sin embargo, reaccionaron inversamente cuando recrudecieron los contagios por Covid 19, a partir de marzo se iniciaron los  rechazos, agresiones y estigmatización a médicos/as y el personal de salud en su mundo social y privado como cohabitantes de edificios en la ciudad de Lima[3] y sus lugares de hospedaje en provincias[4], pero que no sólo se dio en el país sino también en muchos países latinoamericanos[5], así es como la fórmula que suma miedo,  ignorancia e individualismo es igual a discriminación nos hacemos diferentes, con valores distintos desde cada percepción y el más débil pierde[6].

Práctica que en parte se detuvo por la censura social, difusión de los medios de las conductas cuestionables y la campaña que iniciamos para que se identifiquen las/os discriminadores, de modo que  tampoco sean atendidos/as en los servicios médicos cuando les llegue su turno. Claro que fue darle sopa de su mismo chocolate, pero  para quienes no recurren a la razón es preciso usar sus propios códigos, aparentemente funcionó, si bien no se han convertido en buenas personas, las agresiones son menos descaradas. Y finalmente bajó cuando se recordó que estaba penalizado por atentar contra un derecho humano [7], junto a mas información.

Las iniciativas por vencer a la adversidad nos hicieron pensar que estaríamos unidos, los millennials de las universidades nos hacían soñar como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMS) que prestó su terreno para construir un hospital prefabricado[8], la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) produciría 30 ventiladores mecánicos de emergencia y la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) se encargaría de la elaboración de 25 ventiladores mecánicos, en tanto que, la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) con el apoyo financiero del Hospital Militar Central (HMC), culminaría en dicho nosocomio el primer prototipo de ventilador mecánico[9]. La Universidad César Vallejo creó una APP para registro de caso[10], las de Provincia como Piura y Trujillo con equipo y limpieza[11].

Sin embargo el aplacamiento del homu erectus, latente en quienes no habían desarrollado su condición humana,  demandó más tiempo. En abril  esta misma actitud  de estigma se trasladó primero a Puente Piedra, donde vecinos de La Ensenada se opusieron a la construcción de un centro de Emprendimiento de Salud, como lugar de descanso del personal médico después de las atenciones.  

Muchos médicos, enfermeras, técnicos en salud y más realizaban dobles turnos ante la falta de personal sin espacio para retornar a sus hogares que de por sí ya era un sacrificio. Ante la protesta un vocero municipal tuvo que esclarecer “…el Centro de Emprendimiento podría ser usado por personal médico del Hospital de Puente Piedra para poder pernoctar, ya que les facilitaría la cercanía, sin embargo, descartó que en el lugar se vaya a atender a pacientes con la COVID-19. (La República, 29 de abril 2020)[12]. Otro tanto sucedió en  Piura, cuando los vecinos de Cocio del Pomar en Castilla, rechazaron la instalación de 200 camas  que pretendían habilitarse en un descampado de esa zona[13], así mismo en Tacna[14], Huancayo[15]  y aun sucede en Trujillo[16].

Pero la discriminación no se concentra en quienes podría ser potencial amenaza, sino en quienes se han recuperado[17] y/o sufren la pérdida de un pariente, el proceso de la despedida final en un cementerio termina siendo un riesgo principalmente en provincias.  Sumado al dolor y el trauma de sobrevivir a una pandemia, debe reeditar sus ritos con la muerte, en un país que suele hacer de ella un momento para hacer público el desgarro dramático del dolor, para transitar la pérdida y consolarse colectivamente. Y también en  ocasiones refugiar el dolor en el recuerdo simbólico del difunto/a con celebración como despedida. Todo lo colectivo  a partir de marzo del 2020, se ha menguado, dejando paso al silencio, beberse su propio llanto y autoconsolarse, mientras se pone alerta ante el temor a ser lapidada/o por quienes habitan cerca a los cementerios y también tienen miedo[18].

En Lima el emblemático Cementerio el Ángel describe una crónica del cambio experimentado, son tres pabellones adquiridos por el  Ministerio de Salud: San Ananías 1 y San Afrodicio 1, con 270 nichos para quienes hacen su último viaje del hospital al cementerio. Y para quienes realizan ese trayecto de sus casas, los acoge el Pabellón de San Amadeus[19]. Sólo cinco personas por familia, observan en silencio el embalsamiento plastificado del féretro, su ingreso y sellado del nicho, mientras ahogan su dolor tras lentes oscuros y mascarillas separados por dos metros entre unos y otros, sin poder sostenerse entre sí,  realizan una despedida de cinco minutos.

Cuando se toma distancia para ver el bosque y no sólo las ramas una entiende que el Covid 19 nos ha desnudado completamente en nuestros contenidos y vacíos humanos, a algunos/as para tocarnos mutuamente el alma  y para otros/as descubrir que prescindieron de ella hace mucho tiempo.

Porque quienes se  aferran al concepto de vida despreciando otras vidas, justifican su inhumanidad en protegerse para seguir viviendo. Pero en realidad son sólo espectros de aquello que pudieron ser,  muertos sociales hace mucho tiempo, que sin darse cuenta o porque aún se hallan en la escala del Neandertal que sólo vive para satisfacer sus necesidades con un aparato o dos en las manos, habiendo renunciado a vivir la vida plena y human en este tiempo, dimensión y posibilidades de ser y crecer como tal.





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