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Si me preguntas ¿Que siento?, te
diré que no me lo esperaba. Sabes, cuando te conocí, nunca pensé en tu finitud,
en verdad me creí eso de que eras el fantasma de uno de los Buendía, así que yo
me convencí que eras un fantasma conectado con mis apetitos literarios,
dedicado completamente a escribir y escribir.
Así que fui a buscarte debajo de
cada hojarasca, en la cándida historia
de Eréndira y aquella abuela desalmada, hasta ser sorprendida con la crónica de una muerte anunciada, haciéndome "perder el amor” de uno de esos
hombres que temen a las mujeres que leen, si te cuento morirías de la risa,
será para otro momento, si... claro que hubo uno de esos en mi vida, increíble verdad.
Creí hallar tu paso por la vida
en las huellas del aquel coronel sin alguien que le escriba o a lo largo del otoño del patriarca y hasta en
los laberintos del general, cuyas historias leí sin respirar de principio a fin
y como me atrapaste. Así que no me importó si eras sátiro o enamorado al punto
de no detener tu barca camuflada de cuarentena atrapado por ese amor en los
tiempos del cólera, mientras yo cursaba el pre-grado.
Y claro que te perdoné esas
licencias, inclusive viajar en esa dimensión de los fantasmas hasta Moquegua para escribir del amor y otros
demonio, tan cerca a mí en esos tiempos
de auto-exilio, que creí lo escribiste para mí, tocándome las fibras de
mi estupor cuando me asomaste a los
sótanos de la ignorancia donde se germina la ignominia, corto y letal fue lo que dije al terminar.
No puedo quejarme con cada uno de
tus regalos, está la diatriba de amor contra un hombre sentado que podía satisfacer la imaginación de
una feminista, o la memoria que no perdiste
para con tus putas tristes. Estuvieron presentes historias menos
populares en ciertos tiempos como la aventura de Miguel Littin una historia
tras otra historia y aquellas noticias
de un secuestro asomándome a esos puntos claro oscuros de nuestro tiempo
innombrable.
Y claro que viviste para
contarlo, porque no viniste a decir un discurso, sino hacer
más de una historia, por un país al alcance de los niños, por la libre obra,
sea esta cual fuere, haciendo de la pluma una espada, que no sólo gritara, sino
suscribiera libertad de Europa y América,
dejando confundidos a quienes no perdonaban tu cercanía con Cuba.
Sabes te creí todos tus cuentos,
dirás que para eso son los cuentos. A los tuyos los creí no sólo por ser
peregrinos o ser contado por un naufrago, sino porque sentí por momentos te
asomabas por los ojos de aquel perro azul. Te creí no sólo porque los hacías sino te atreviste a mostrarnos en
cómo se cuenta un cuento. Aquel manual para niños, el mismo cuento distinto,
como sucede entre cachacos y sólo cuentos.
Algunos dirán que llegó la mala
hora, que tu funeral será como los de mamá grande. Yo prefiero, ya no creer en tus cien años de soledad, sino
en los que me quedan en tu compañía. Volver a reencontrarnos en Macondo, reconectarme con aquella
idea
al conocerte, que sigues siendo un fantasma
ya no de los Buendía, sino de mi Gabo
grande que no ha muerto. Mueren quienes
no dejan huellas, y las tuyas, son tantas que ni el polvo o el viento podrá con
todas ellas.
Te sigo leyendo
Catalina Salazar Herrera
Lima - Perú, jueves, 17 de abril
de 2014
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